CAPITULO XVII

Silenciosas y desasosegadas, las dos muchachas se dirigieron hacia St. Agustine’s-in-the-Meads.

—No sé quién me apena más —dijo Dinny de repente—. Jamás había pensado en la locura antes de ahora. La gente, por lo general, la convierte en una broma o bien la oculta. Pero me parece la cosa más lamentable del mundo, tanto más si es parcial, como en este caso.

Jean le dirigió una mirada maravillada. Dinny, sin la máscara del humorismo, era un ser nuevo.

—¿Por qué dirección ahora?

—Por aquí; tenemos que atravesar Euston-Road. Personalmente, no creo que tía May pueda alojarnos. Bueno, si no puede, llamaremos por teléfono a Fleur. ¡Ojalá lo hubiese pensado antes!

Su predicción se verificó: la Vicaría estaba atestada, su tía ausente y su tío en casa.

—Ya que nos hallamos aquí, será mejor enterarnos si tío Hilary os casará —dijo Dinny en voz baja.

Hilary, que desde hacía tres días tenía ahora la primera hora libre, estaba en mangas de camisa, tallando el modelo de un barco de vikingos. La reproducción en miniatura de buques antiguos era la ocupación favorita de quien no tenía ni tiempo ni musculatura para el alpinismo. El hecho de que para realizar esa tarea fuese necesario más tiempo que para concluir cualquier otra, y de que él dispusiera de menos tiempo que nadie, no le parecía excesivamente importante. Después de haber estrechado la mano de Jean, pidió permiso para continuar su trabajo.

—Tío Hilary —comenzó Dinny bruscamente—, Jean va a casarse con Hubert y quieren hacerlo con un permiso especial, Hemos venido a preguntarte si quieres casarlos tú.

Hilary detuvo su gubia, estrechó los ojos hasta que se convirtieron en dos cortes maliciosos y preguntó:

—¿Temes que cambie de idea? —Nada de eso— contestó Jean.

Hilary la estudió atentamente. Con dos palabras y una mirada le había convencido de que era una muchacha de carácter.

—Conozco a su padre —dijo—. Siempre se toma mucho tiempo para decidir las cosas.

—En este caso, papá se muestra perfectamente dócil.

—Es cierto —afirmó Dinny—. Yo lo he visto.

¿Y el tuyo?

—No pondrá inconvenientes.

—Si es así —repuso Hilary, poniéndose a tallar de nuevo la popa de la nave— os casaré. No veo razón alguna por la que se deba retrasar el matrimonio, si estáis realmente decididos. —Se volvió hacia Jean.

—Sería usted una buena alpinista; si la temporada no estuviese terminada, le recomendaría una ascensión como viaje de novios. Pero ¿por qué no hacen un viaje en un barco pesquero por los mares del norte?

—Tío Hilary —explicó Dinny— rechazó un decanato. Es conocido por su ascetismo.

—Fueron los cordones del sombrero los que me decidieron a hacerlo, Dinny. Déjame decir que desde entonces las uvas jamás han estado maduras. No puedo imaginar por qué he rechazado una vida de bienestar, tiempo para reproducir todos los barcos del mundo, la posibilidad de ver mi nombre en los periódicos y el placer de ver aumentar mi barriga. Tu tía jamás deja de echármelo en cara. Si pienso en lo que tío Cuffs hizo con su dignidad y en el aspecto que presentaba el día que murió, me veo ante toda mi vida mal aprovechada y me figuro cómo seré cuando me bajen: del coche fúnebre. ¿Su padre es un hombre enérgico, señorita Tasburgh?

—¡Oh, se limita a pasar el tiempo! —respondió Jean—. Pero es una consecuencia de la vida en el campo.

—¡No del todo! Pasar el tiempo y creer que uno no lo está haciendo… es la definición universal de «El hombre que fue».

—Excepción hecha —dijo Dinny— del «hombre que jamás fue». Tío, el capitán Ferse ha vuelto hoy repentinamente a casa de Diana.

El rostro de Hilary se puso serio.

—¿Ferse? O es algo terrible o bien es una muestra de la misericordia divina. ¿Lo sabe tu tío Adrián?

—Sí. Yo le he acompañado. Diana estaba fuera.

—¿Has visto a Ferse?

—Yo he entrado y le he hablado —dijo lean—. Parecía estar perfectamente cuerdo. No obstante, me ha encerrado con llave en una salita. Hilare continuaba inmóvil.

—Tenemos que decirte adiós, tío. Vamos a casa de Michael.

—Hasta la vista y muchísimas gracias, señor Cherrell.

—Sí —dijo Hilary, ausente—, hay que esperar lo mejor. Las dos muchachas subieron al coche y partieron en dirección a Westminster.

—Es evidente que espera lo peor —observó Jean.

—No es difícil, cuando las dos alternativas son tan terribles.

—¡Gracias!

—No, no —murmuró Dinny—. No era a ti a quien me refería. —Y pensó con cuánta firmeza podía Jean seguir por una senda cuando había comenzado a encaminarse por ella…

Ante la casa de Michael encontraron a Adrián quien, habiendo telefoneado a Hilary, se enteró de su cambio de alojamiento. Cuando hubo comprobado que Fleur podía alojar a las dos muchachas, las dejó; pero Dinny, afligida por la expresión de su rostro, corrió tras él. Se dirigía hacia el río y lo alcanzó en la esquina del Square.

—¿Prefieres estar solo, tío?

—Me satisface tu compañía, Dinny. Vamos.

Dinny deslizó una mano debajo de su brazo y marcharon ambos hacia el oeste, a lo largo del Embankment, caminando a buen paso. Dinny no hablaba, prefiriendo que fuera él quien empezara, si lo deseaba.

—¿Sabes? He ido a esa Clínica diversas veces —dijo Adrián al cabo de un rato— para ver cómo marchaba el estado de Ferse y para asegurarme de que le trataban bien. Me pesa no haber ido allí durante estos últimos meses. Pero me daba reparo. Acabo de hablar con ellos por teléfono. Querían presentarse, pero les he dicho que no lo hagan. ¿Qué podrían hacer? Admiten que durante las dos últimas semanas se ha mostrado perfectamente normal. En estos casos, parece que aguardan por lo menos un mes antes de avisar. Ferse mismo dice que estaba normal desde hacía tres meses.

—¿Qué clase de sitio es?

—Una casa de campo bastante grande. Sólo hay unos diez pacientes; cada uno tiene sus propias habitaciones y su enfermero. Es uno de los mejores lugares que se puedan encontrar. Pero siempre me ha producido una sensación de horror, con sus muros armados de púas y su aspecto de lugar escondido. No sé si soy supersensible, Dinny, pero esta enfermedad me parece realmente demasiado terrible.

Dinny le apretó el brazo.

—A mí también. ¿Cómo ha logrado escaparse?

—Estaba tan normal que ya no lo vigilaban. Parece que ha dicho que iba a descansar y se ha zafado durante la hora del almuerzo. Sin duda observó que algunos proveedores llegaban a determinada hora del día, porque se ha escabullido mientras el portero llevaba adentro los paquetes. Ha hecho a pie el camino hasta la estación y ha cogido el primer tren. No son más que veinte millas. Ha debido llegar a la ciudad antes de que se dieran cuenta de su ausencia. Mañana iré allí.

—¡Pobrecito tío! —dijo Dinny, con dulzura.

—Querida, así es la vida. Pero quedarme en suspenso entre dos horrores no es mi sueño predilecto.

—¿Es hereditaria la locura de Ferse? Adrián asintió con un movimiento de cabeza.

—Su abuelo murió delirando. Pero de no ser por la guerra, quizá la locura no se hubiera desarrollado en Ferse. ¿Quién sabe? ¿Demencia hereditaria? ¿Es justo? No, Dinny, yo no creo que la divina misericordia…, Una fuerza creadora que lo abarca todo y una potencia de visión sin principio ni fin son cosas que se comprenden. Pero… no podemos atarlas con correa. ¡Piensa en un manicomio! Uno no se atreve a imaginarlo, Y considera lo que significa para esas pobres criaturas el hecho de que uno no se atreva. Las personas sensibles retroceden, de modo que están a merced de los insensibles. ¡Que Dios las ampare!

—Según tú, Dios no quiere.

—Dios significa la ayuda que el hombre da al hombre —dijo alguien—. Sea como fuere, es la única idea cierta que de Él nos podemos forjar.

—¿Y el demonio?

—Es el mal que el hombre hace al hombre, sólo que en esta definición yo comprendería también a los animales.

—Puro Shelley, tío.

—Y podría ser mucho peor. Pero yo me estoy volviendo el tío malvado que corrompe la ortodoxia de los jóvenes.

—Aquí está Oakley Street. ¿Quieres que vaya a preguntarle a Diana si necesita algo?

—¿Que si quiero? Te aguardaré en esta esquina, Dinny, y te lo agradezco infinito.

La muchacha anduvo de prisa, no mirando ni a derecha ni a izquierda, y pulsó el timbre. La misma doncella abrió la Puerta.

—No quiero entrar, pero ¿podría preguntarle a la señora Ferse, sin que nadie se dé cuenta, si se encuentra bien y si necesita algo? Dígale que estoy en casa de la señora de Michael Mont, que puedo venir en cualquier momento y quedarme aquí, si ella lo desea.

Durante la ausencia de la doncella tendió el oído, pero no oyó ningún rumor hasta que la doncella volvió.

—La señora ha dicho, señorita, que le da las gracias de todo corazón, y que no dejará de mandarla a buscar si la necesita.

—De momento se encuentra bien, señorita, pero, Dios mío, «estamos» todas en tal estado… Esperemos lo mejor. Le envía a usted cariñosos recuerdos, señorita, y dice que el señor Cherrell no esté preocupado.

—Gracias —dijo Dinny—. Salúdela afectuosamente de parte nuestra y dígale que todos estamos… dispuestos. Luego, apresuradamente, sin mirar a su alrededor, volvió donde Adrián la aguardaba. Le repitió el recado y continuaron su camino.

—Colgados en el aire —se lamentó Adrián—. ¿Existe algo más atormentador? ¿Y hasta cuándo, Señor, hasta cuándo? Pero, como dice Diana, es menester que no nos preocupemos.

Y emitió una risita forzada. Empezaba a oscurecer y bajo aquella luz desalentadora, que no pertenecía ni al día ni a la noche, los extremos desiguales de las calles y de los puentes parecían escuálidos e inconsistentes. El crepúsculo terminó. A la luz de los faroles las formas de las cosas volvieron a comparecer y los perfiles se suavizaron.

—Mi querida Dinny —dijo Adrián—, no me siento en condiciones de seguir andando. Creo que haríamos mejor en regresar.

—Entonces ven a cenar a casa de Michael, tío… ¡por favor! Adrián meneó la cabeza.

—Los esqueléticos no deberían asistir a los banquetes. No sé cómo soportarme a mí mismo, como estoy seguro que decía tu vieja niñera.

—No, no lo decía. Era escocesa. ¿Ferse es un nombre escocés?

—Puede que lo fuera en su origen. Pero Ferse procede del West Sussex, por la parte de los Downs. Es hijo de una antigua familia.

—¿Tú crees que las familias antiguas son extrañas?

—No sé por qué. Cuando hay un caso de extravagancia en una familia antigua, naturalmente llama la atención en vez de pasar inadvertido. Los miembros de las familias antiguas no se casan entre sí, como sucede con los campesinos.

Intuyendo las cosas que podían distraerle, Dinny continuó:

—Tío, ¿crees que la antigüedad de una familia resulta en cierta manera una ventaja?

—¿Qué es la antigüedad? Bajo determinado aspecto, todas las familias son igualmente antiguas. Pero si piensas en las cualidades resultantes de las alianzas hechas durante varias generaciones en la misma clase social, bueno…, no sé, desde luego se obtiene una buena raza, dando a esta palabra el sentido que le damos hablando de perros o de caballos. Pero se puede lograr lo mismo en todas las circunstancias físicas favorables: tanto en los montes como a orillas del mar, dondequiera que las condiciones sean buenas. Una estirpe sana produce una estirpe sana. Esto es evidente. Conozco unos villorrios en el extremo norte de Italia donde no existe una sola persona de alto rango; sin embargo, no hay nadie que no posea belleza y un aspecto distinguido. Pero cuando se trata de una generación derivada de personas geniales o que poseen las cualidades excepcionales que hacen sobresalir a los hombres, sospecho que se produce más bien una desviación que no una simetría. Las familias de origen y tradición militar o naval son las que tienen, quizá, las mejores posibilidades: buen físico y no mucho cerebro; pero las Ciencias, el Derecho y el Comercio producen efectos deletéreos. ¡No! Donde creo que las familias «antiguas» puedan tener una ventaja es en el sentido más definido de orientación que pueden dar a sus hijos durante su educación, en la tradición establecida, en el objetivo establecido y puede que también en mejores oportunidades en el mercado matrimonial; y, en la mayor parte de los casos, en una vida transcurrida en el campo, en un ferviente deseo de seguir el propio camino y en una mayor experiencia en emprenderlo. Lo que en los seres humanos suele llamarse «raza» es más un atributo de la mente que del cuerpo. Lo que uno piensa y siente es debido a la tradición, al hábito, a la educación. Pero te estoy aburriendo, querida.

—No, no, tío; todo esto me interesa mucho. ¿Entonces tú crees más en la herencia de una actitud determinada frente a la vida, que en la de la sangre? —Sí, pero las dos cosas están muy mezcladas.

—¿Crees que la «antigüedad» va desapareciendo, y que pronto ya no se transmitirá nada?

—¡Quién sabe! Las tradiciones son extraordinariamente persistentes y en este país existe un gran mecanismo para conservarlas vivas. Hay gran cantidad de trabajo administrativo que ejecutar, ¿comprendes?, y la gente más apropiada para esta clase de trabajo es la que, de joven. Ha tenido más experiencia al emprender su propio camino, ha aprendido a no hablar de sí misma y a hacer las cosas porque es su deber. Es la que administra todos los Servicios Públicos, por ejemplo, y la que seguramente continuará administrándolos. Pero hoy en día uno tiene que fatigarse hasta el agotamiento para justificar sus propios privilegios.

—Muchos —dijo Dinny— parecen agotarse antes y fatigarse después. Bueno, ya volvemos a estar ante la casa de Fleur. ¡Vente, tío! Si Diana necesitara algo, estarías más fácilmente a su disposición.

—Muy bien, querida, y que Dios te bendiga. Me has hecho hablar de un tema en el que pienso bastante a menudo. ¡Serpiente!