3er Trimestre/3er Mes:
SEPTIEMBRE
Al llegar, Jones se encuentra con Freddy perdiendo el tiempo en el vestíbulo, con un cigarro en la boca:
—Hola, Freddy. ¿Por qué nadie sale a fumar salvo tú? Freddy se encoge de hombros.
—A mí me gusta este sitio. La mayoría de la gente se va a la parte de atrás o al lateral. Yo también lo hago en ocasiones.
Jones mira a través de los cristales tintados. Ni Gretel ni Eve han llegado todavía, pero encima de la mesa de Eve hay un ramo de flores. Jones mira a Freddy.
—¿Qué pasa?
—¿Le estás enviando flores a la recepcionista? Freddy da un respingo. —¿Por qué dices eso? Jones suelta una risita.
—¿Qué pasa?
—Eso es un sí. Es lo que suele decir la gente cuando se siente culpable. No quieren mentir, por eso responden: «¿Por qué dices eso?» —Yo…
Freddy espera a que pase un conserje, un hombre anciano con un mechón de pelo blanco y un uniforme azul. Jones lo clasifica mentalmente: Departamento de Mantenimiento de Infraestructuras, división Equipos de Limpieza. Un cliente potencial de Jones. Freddy se acerca, atufando a Jones con su aliento a tabaco.
—No te atrevas a decírselo a ella.
—¿Las has enviado anónimamente?
—Por supuesto. ¿La has visto? Ni siquiera se dignaría a hablar conmigo.
—No sé. A mí me parece muy agradable.
Freddy sacude la cabeza con énfasis.
—Ella nunca lo sabrá.
—Si no se va a enterar, ¿para qué enviarle flores?
—Porque es una mujer muy guapa.
—Bueno, eso está bien, pero estoy seguro de que le gustaría saber quién se las envía. Te deben de haber costado cincuenta dólares como mínimo.
—Cuarenta —responde encogiéndose de hombros—. A la semana.
—¿A la semana?
—Lo llevo haciendo algún tiempo —Freddy cambia de postura—. ¿Qué pasa?
—Freddy, tienes que decírselo.
—Probablemente se decepcionaría. Seguro que piensa que es otra persona.
—No, mira, prepararemos un plan. Confía en mí. Seguro que le entusiasmará saber que has sido tú quien le ha estado enviando las flores.
—Hmm.
Los ojos de Freddy se dirigen un momento a Jones, luego aparta la mirada.
—No estoy muy seguro de eso —dice.
Jones consulta su reloj.
—Me voy dentro. Quiero pescar a alguien de Dirección General antes de que comiencen a trabajar.
Freddy da un paso atrás, sorprendido.
—¿De Dirección General?
—Sí. Quiero averiguar a qué se dedica en realidad esta empresa.
—¿No escuchaste el cuento de los chimpancés? Da igual, déjalo estar.
—Pero la empresa puede estar haciendo cosas extrañas. ¿Qué pasaría si no fuesen éticas?
Freddy lo mira anonadado.
—Quiero averiguarlo —repite Jones—. Por eso voy a hablar con Dirección General.
Freddy sacude la cabeza lentamente:
—Eres tan raro, Jones.
En la planta diecisiete —es decir, no muy lejos de la planta baja— la luz de la mañana penetra por las enormes cristaleras del gimnasio. Holly, encajada en una máquina para desarrollar los bíceps, mantiene una conversación con una directiva de Marketing Corporativo. La joven tendrá unos veinticinco años y lleva una coleta informal que salta de lado a lado mientras camina sobre la alfombrilla deslizante. Holly está disfrutando de la conversación con la directiva de Marketing Corporativo, pero comienza a tener envidia de su coleta.
—Primero tuvimos que recortar la publicidad superflua —dice la ejecutiva—, luego recortamos la publicidad por completo. Después de eso nuestras actividades se quedaron en estudios de mercado y relaciones públicas. Pero últimamente no hacemos ni eso.
—¿Entonces qué hacéis?
—Nada. No tenemos presupuesto.
—¿Nada en absoluto?
—No desde junio —la directiva le guiña un ojo—. No se lo digas a nadie. De momento, nadie se ha dado cuenta.
—Vaya —dice Holly.
—Antes nos tenían más tiesos que una vela. Tres veces al mes nos advertían sobre los gastos. Pero ahora todo el mundo se siente sumamente positivo y la moral está por las nubes.
—¿Pero qué hacéis todo el día?
—Trabajamos. Trabajamos más que nunca. Todos los días encontramos formas nuevas de reducir los gastos. Ayer, por ejemplo, bloqueamos las ventanas de la oficina.
—¿Tenéis ventanas? —grita Holly— Teníamos. Ahora están tapadas con cartones.
—¿Por qué habéis hecho eso?
—Gestión de Infraestructuras factura por las ventanas. Cubriéndolas, reducimos nuestros gastos generales en un ocho por ciento. Y apenas acabamos de empezar. Hoy vamos a desprendernos de las mesas y las sillas. Hemos pensado que ya no las necesitamos, puesto que no hacemos nada de marketing. Y es mejor para el feng shui. Pondremos los ordenadores sobre la moqueta.
—¿Para qué usáis los ordenadores?
Los ojos de la directora de Comunicaciones se abren de par en par.
—Buena idea. Así es como pensamos en el Departamento de Marketing.
Holly deja de hacer ejercicio.
—Si no hacéis nada en Marketing, ¿no os preocupa que puedan eliminar el departamento?
—¿Con tan pocos gastos? ¿Qué empresa iba a trabajar para ellos por menos de eso?
La ejecutiva ríe. Su coleta oscila.
Jones pasa su tarjeta de identificación por el lector del ascensor y presiona el botón número 2, que es la planta que corresponde a Dirección General. Es la cuarta semana que Jones lleva trabajando en Zephyr Holdings, pero ya ha oído hablar de la segunda planta. Nadie puede afirmar haber estado allí personalmente, pero todos conocen a alguien que sí ha estado. Si Jones se creyera todas las historias que le han contado, cuando se abriesen las puertas del ascensor debería ver verdes prados, ciervos retozando y vírgenes desnudas ofreciendo uvas a los ejecutivos reclinados en sus cojines. En lo que se refiere a la primera planta, es decir, el enorme ático y oficina donde Daniel Klausman compone los mensajes de voz para toda la plantilla y disfruta de visiones estratégicas… bueno, eso es ya otra cosa. Nadie pretende haber estado allí.
El botón de la segunda planta se enciende y luego se apaga. Jones lo intenta de nuevo y vuelve a pasar su tarjeta de identificación por el lector del ascensor. Sin embargo, el ascensor no parece dispuesto a hacerle caso. Al otro lado del vestíbulo, a través de las puertas correderas de la puerta principal, ve entrar a Gretel Monadnock. Jones la llama:
—Eh, Gretel. ¿Por qué no funciona el ascensor?
—Um…
Gretel deja el bolso encima del enorme mostrador color naranja, mira el enorme ramo de flores y se pasa la mano por el pelo. Jones siente un brote de simpatía por Gretel, que probablemente sería considerada guapa de no estar sentada al lado de Eve Jantiss.
—Imagino que no tienes el nivel de autorización de seguridad necesario.
—¿Cómo puedo conseguirlo?
—¿Adónde quieres ir?
—A la segunda planta.
Gretel parece sorprendida.
—¿Para qué quieres ir allí?
—Quiero hablar con Dirección General.
Las puertas del vestíbulo se abren de nuevo. Esta vez es Freddy quien entra, después de haberse fumado su cigarrillo.
—¿Cómo puedo solicitar una cita con alguien de Dirección General?
Gretel mira a Freddy, dubitativa. Freddy le responde:
—Habla en serio.
—Um… ¿Puedo responderte luego? Nadie me había hecho antes esa pregunta.
—Bromeas.
—No, no bromea —responde Freddy—. Se supone que debes solicitarlo a través de tu director, Jones. Tú no puedes presentarte así como así en Dirección General.
—Es ridículo —responde Jones llevándose las manos a la cintura—. Lo único que quiero saber es a qué se dedica la empresa —Jones ve la mesa de centro para los visitantes, repleta de catálogos de marketing e informes anuales—. ¡Ajá!
—Ya está contento —le dice Freddy a Gretel—. Una cosa Gretel: ¿Le pasa algo a Eve esta mañana?
—Eve no me tiene al tanto de sus movimientos.
—Oh.
—¿Jones? —dice Gretel alargando la mano hacia Jones, que está pasando por su lado con un puñado de informes semanales.
—Los devolveré, te lo prometo.
Gretel niega con la cabeza.
—No es eso… Yo también me he preguntado a qué se dedica Zephyr y… bueno, se supone que no debes mantener contacto con las personas que han dejado la empresa, pero… he estado anotando sus nombres —Gretel parece sentirse avergonzada—. Es que nadie habla nunca de ellos y creo que… alguien debería acordarse de esas personas. Por eso, anoto sus nombres. Tengo los nombres de todas las personas que han trabajado aquí los últimos tres años.
—¡Vaya! —responde Jones sin saber qué puede hacer con esa información—. Eso es… todo un gesto por tu parte.
—Es verdaderamente morboso —dice Freddy en el ascensor—. ¿Qué clase de persona anota los nombres de los empleados que han sido despedidos? Es como una lista de muertos.
Jones hojea los informes anuales.
—Oferta diversificada de producto, cadena de distribución integrada verticalmente, mercados seleccionados… todo esto no me dice nada.
—Estamos en la Corporación Zephyr. No creo que fabriquemos nada directamente. Sencillamente nos limitamos a controlar otras empresas.
—Mmm —responde Jones, nada convencido. Pasa la página y ve la fotografía de unos sonrientes empleados bajo las palabras: «No es un trabajo, sino un estilo de vida».
—¿Dónde aparece la foto de Daniel Klausman?
—A él no le gusta hacerse fotografías.
—¿Ninguna?
Freddy se encoge de hombros.
—No le gusta encontrarse con la gente cara a cara. Lo que no significa que no pueda hacer su trabajo.
—¿Sabes qué aspecto tiene?
—¿Quién? ¿Yo? No. Pero algunas personas sí lo han visto.
Oye, mira —dice señalando el panel de botones—. Han quitado el departamento de Informática.
Jones se da cuenta de que en lugar del número diecinueve hay un agujero redondo.
—¿Quitan incluso el botón?
—Por seguridad, imagino.
Jones le mira.
—Chimpancés —añade Freddy—. Acuérdate de los chimpancés.
—Yo no quiero ser el nuevo chimpancé —responde Jones cerrando el informe anual—. Quiero saber qué narices ocurre.
Elizabeth se sienta en la taza del inodoro y mira la puerta. No hay nada de interesante en ella, por eso la mira. Ha tenido una mañana horrorosa: tiene el estómago revuelto y ha vomitado. Sin embargo, no son esos hechos individuales el origen de su preocupación, sino pensar que pueden ser síntomas de algo. Es la tercera mañana que se siente mareada.
La idea ha ido creciendo en un remoto rincón de su cerebro ya desde hace un tiempo. Ahora se tiene que enfrentar a ella, a ese diminuto y escurridizo cigoto de conocimiento. Elizabeth articula con los labios, sin voz: «Estoy embarazada». Las palabras tienen un sabor extraño. Hay un invasor en su útero.
Ella sabe quién es el padre. Cierra los ojos y se lleva la mano a la frente. Sí, Elizabeth es de las que se enamora de sus clientes, pero no tiene la costumbre de irse a la cama con ellos. Le interesan las relaciones, no los amoríos de una sola noche. Sólo que… era el último día del cuatrimestre y estaban ultimando los detalles mientras comían una pizza y bebían vino que habían robado de Marketing. Ya estaba enamorada de él antes de que comenzara a hablar de una «segunda ronda» de formación. Era el coordinador de desarrollo de plantilla de Auditoría y Previsión y sostuvo su pluma en alto sobre la línea punteada mientras decía con una sonrisa:
—Sellado con un beso.
Si hubiese firmado primero, no habría habido ningún problema porque habría dejado de encontrarlo tan atractivo. Se habrían estrechado la mano o puede que se hubiesen besado en la mejilla, nada más. Pero la pluma estaba a escasos centímetros del papel, su adrenalina se había disparado, el vino le aturdía la mente y… le besó, besó a aquel hombre que, en aquel momento, era un cliente, pero que no tardó en ser transferido a Ventas de Formación para convertirse en colega suyo, y Roger le devolvió el beso y tuvieron sexo sobre su mesa, con la falda arremangada hasta la cintura mientras los formularios de pedidos se arrugaban bajo sus nalgas. No utilizaron protección alguna, lo que ahora parecía de lo más estúpido… pero Elizabeth no siente deseos de analizar ese tema en profundidad. Ella es soltera, tiene treinta y seis años y estaba gozando del sexo por primera vez en dos años; no es de extrañar que una parte pequeña y secreta de ella —una parte que tiene muy poco que ver con vender paquetes de formación— imponga un veto ejecutivo al tema del condón, se salte las normas y provoque que la decisión, al igual que el propio Roger, se colara sin la ponderación necesaria.
Hacia el final, Elizabeth le dijo a gritos que le quería, a lo que él respondió:
—Sí, yo también quiero.
Aquello debería haber bastado para indicarle que el asunto terminaría mal. Pero Elizabeth lo ignoró porque ella sí le quería, al menos durante un rato, incluso cuando terminaron de hacer el amor, mientras él se subía los pantalones y evitaba su mirada.
—No debemos decírselo a nadie —dijo Roger—. Yo no soy de ese tipo de hombres.
—¿A qué tipo de hombres te refieres?
Sin embargo, ya estaba garabateando su firma en la orden de pedido y eso hizo que el amor que sentía empezara a desaparecer, a desvanecerse, al igual que una parte esencial de Roger. Ahora se daba cuenta de que una parte no lo bastante esencial.
—Ya sabes. Los hombres que hacen ese tipo de cosas.
—¿Qué cosas?
Le entregó la orden de pedido.
—Follar con las agentes comerciales.
Fue igual que darle una patada. Ella había pensado que diría «tener aventuras». Había pensado que diría «perder el control». Elizabeth se concentró en arreglarse la falda y dejar que el pelo le cayese en la cara.
—No te pongas así —dijo Roger—. Venga. Ha estado bien.
El traslado de Roger a Ventas de Formación pocas semanas después no tuvo nada que ver con ella; Elizabeth es consciente de eso. Roger no la está persiguiendo con intención de enmendar la situación. Al principio se lo preguntó, pero luego Roger se presentó en el departamento y Sydney dijo:
—Te presento a Elizabeth.
Y Roger frunció el ceño. Lo hizo muy ligeramente, apenas dibujó una arruga, pero dejó muy claro cuál era su actitud. Ella ahogó un saludo más efusivo y añadió una cicatriz más a su colección. No importaba. Elizabeth tenía muchas cicatrices ya. Su trabajo consiste en ser rechazada. Roger era sencillamente el primer rechazo del día. Si quería comportarse como un estúpido, ningún problema. En ese momento, por supuesto, ella tampoco sabía lo muy estúpido que iba a ser, pero aun así no era eso lo que le estaba quitando el sueño. Hace falta más que un ex amante petulante para inquietar a Elizabeth.
Como por ejemplo un embarazo. Sentada en el inodoro, Elizabeth aprieta los puños hasta convertirlos en bolas. Roger no ha resultado ser una venta limpia; viene con un complemento. Elizabeth sabe muy bien que habrá consecuencias si lleva adelante el embarazo. La Corporación Zephyr no es muy amiga de los niños. Tampoco de las agentes comerciales embarazadas. Sus cuentas serán reasignadas. Será excluida de planes futuros. Perderá a los clientes que tanto ama. Su tema se tratará en Dirección General: «¿Te has enterado? Elizabeth se ha quedado embarazada. Es una lástima. Era una buena agente comercial».
—¿Te he hablado de mi plan? —dice Freddy quitándose la chaqueta. Hace ademán de colgarla, pero se detiene y se queda mirando a Jones.
—¿Qué pasa?
—No quiero ser quisquilloso, pero has utilizado mi percha.
—¿Tu percha?
—No es que sea nada importante para mí —dice Freddy sin poder evitar que algunas arrugas de ansiedad aparezcan en su rostro—. Es sólo que es la percha que he usado desde que estoy aquí.
—Bueno, si no es nada importante para ti… —responde Jones sintiéndose perverso.
Las manos de Freddy se crispan sobre el cuello de la chaqueta.
—De acuerdo. Cambiaré mi chaqueta de percha.
—Gracias —responde Freddy aliviado—. Es curioso, pero uno termina sintiéndose, no vinculado, pero sí acostumbrado a estas pequeñas cosas.
Jones encuentra la idea de involucrarse emocionalmente con una percha sumamente perturbadora. Espera no convertirse jamás en una persona que establezca vínculos sentimentales con los objetos inanimados de su lugar de trabajo.
Freddy se mete en su cubículo y se sienta.
—Bueno, volviendo a mi plan. La semana pasada rellené una solicitud por discapacidad.
—¿Discapacidad? ¿Qué discapacidad?
—Estupidez.
—¡Estupidez!
—Piensa por un momento. Si he nacido estúpido, ¿acaso es culpa mía? No lo creo. Soy una persona honesta y trabajadora que intenta hacerlo lo mejor posible. La empresa no puede despedir a los discapacitados, ¿verdad que no?
—¡Guau! Eso es muy inteligente de tu parte.
—Gracias —responde Freddy sonriendo—. Lo único que tienes que saber es cómo trabajarte a la empresa.
Jones se sienta. Está muy interesado en averiguar cómo trabaja la empresa, pero algo le pasa al ordenador.
—Freddy, ¿puedes conectarte a la red?
—No.
—¡Vaya! Es una lata.
Freddy se levanta.
—El día que despidieron a Wendell, Elizabeth intentó enviarle un correo electrónico y se lo devolvió.
—¿Y?
—Es justo lo que hacen antes de despedirte. Te cancelan tu cuenta de correo. No te permiten… —las manos de Freddy se agitan en el aire—. Hace unos años hubo un incidente. Un tío de Relaciones Públicas se enteró de que lo iban a despedir, así que fue a su mesa y envió un correo electrónico con un vídeo del jefe haciendo una mamada a toda la empresa.
Freddy observa la expresión de Jones.
—Me refiero a que se lo envió a toda la empresa. En el vídeo sólo aparecían dos personas. —¡Ah!
—Pero lo importante es que es un sistema de alerta anticipada. Cuando pasó lo de Wendell no supe verlo…
—¿Crees que nos van a despedir?
Freddy se dirige a toda prisa a la mesa de Megan y coge el ratón.
—¿Y bien?
—Lo mismo —Freddy pasa de largo a toda prisa en dirección a Berlín Occidental. Después de un minuto se oye su voz por encima de los paneles divisorios:
—¡Los agentes comerciales también! ¡Nadie puede conectarse!
—De modo que es sólo un problema de red —dice Jones.
—No, no —responde Freddy asomando la cabeza por encima del Muro de Berlín con el rostro pálido como la luna.
—¡Ha sucedido! ¡Finalmente ha sucedido! ¡El departamento está siendo externalizado!
Ventas de Formación no va a ser externalizado. Los empleados de todo el edificio intentan en vano conectarse con la red. Clican con sus ratones. Aporrean los teclados. Al final levantan el teléfono y llaman a Informática. Sus llamadas recorren el cableado de Zephyr hasta la planta diecinueve. Allí hay una hilera de cubículos vacíos y en silencio. Las luces están apagadas. Las sillas desocupadas. Nada se mueve. Sobre las mesas vacías, tan limpias que parece que nadie las ha usado nunca, los teléfonos suenan sin cesar.
Elizabeth no está presente y nadie se atreve a molestar a Sydney, de modo que Roger se hace cargo de la situación. Envía a Freddy y a Jones en misión de exploración con el fin de averiguar si todo el edificio ha perdido la conexión a la red (lo cual sería una muy buena noticia) o sólo Ventas de Formación (lo cual sería una muy mala noticia). La primera parada es en la planta quince, Gestión de Infraestructuras y Mantenimiento de Infraestructuras, dos departamentos que consisten en panales de cubículos separados por paneles divisorios y rodeados de oficinas de verdad, al igual que todos los demás departamentos, naturalmente. Freddy y Jones se asoman por encima de los paneles. Hay mucha gente jugando al solitario en el ordenador. Uno les da un susto cuando ven que tiene abierto un navegador web, pero lo único que hace es presionar el botón de «recargar la página» y obtener un mensaje de error cada vez.
—Adicto —dice Freddy en voz baja, haciendo el gesto de darle al botón con el dedo.
De modo que Gestión de Infraestructuras no tiene conexión a la red. Bajan una planta; Logística tampoco. Visitan la planta diecisiete y… bueno, sea quien sea la gente que hay allí, no tienen red. De hecho, apenas tienen ordenadores.
—Indígenas amazónicos —murmura Freddy—. Una tribu perdida.
Los de la planta diecisiete van vestidos con ropa informal y miran a Freddy y a Jones como si jamás hubiesen visto a una persona trajeada. Freddy y Jones se escabullen otra vez hacia los ascensores. Cuando se sienten a salvo, Freddy exhala de alivio.
—¿Has visto esos monitores? Esa gente no ha pillado nada en mucho tiempo.
Freddy y Jones no son los únicos que están explorando el terreno, hay otros grupos recorriendo el edificio. Al mediodía, todos, salvo Dirección General, saben que no hay conexión a la red. Los de Dirección General siguen sin enterarse porque nadie en la segunda planta utiliza el ordenador excepto los asistentes y, si un asistente tiene problemas con el ordenador, bueno, digamos que a nadie le sorprende. Para ellos, la capacidad de los asistentes para verse envueltos en problemas informáticos es motivo constante de diversión. Si no es la impresora, es el ratón, y si no un problema con el software. Los de Dirección General saben muy poco de ordenadores, pero tienen la certeza de que la mayoría de los «problemas informáticos» se podrían describir más adecuadamente como «problemas de asistentes poco inteligentes». Los de Dirección General tal vez no utilicen ordenadores, pero sí usan tostadoras y microondas, y hasta han aprendido a programar el estéreo de su coche —bueno, se lo enseñó el vendedor— o sea que, en fin, ¿hasta qué punto puede ser más complicado un ordenador?
Los departamentos no informan del problema porque un buen director sabe que sólo se debe llamar a Dirección General para transmitir buenas noticias. Las personas que llaman a Dirección General con problemas no tienen mucho futuro en la Corporación Zephyr. Dirección General no está ahí para llevar de la mano a los departamentos, sino para repartir stock options. De modo que la noticia no salta hasta las tres de la tarde.
La razón es que hay ocho directores de departamento reunidos en la planta diecinueve deambulando entre las mesas vacías. No hay ninguna mesa de ayuda. No hay personal informático de la cara pálida y pelo lacio. Hay muchos ordenadores y los directores miran las pantallas en busca de posibles problemas.
—¡Aquí! —dice el director de Gestión de Riesgos.
Todos corren hacia el pequeño monitor que hay encima de una mesa junto a la puerta de una habitación acristalada llena de enormes carcasas de ordenador de color beige y una red de cables de colores. El monitor está en negro, salvo una delgada línea de color verde: 04:04 ERROR DE RED 614.
Los directores se miran entre sí, preguntándose si alguien sabe por casualidad qué significa eso. Cuando queda claro que ninguno de ellos está muy seguro de qué son esas cosas de color beige que hay en la habitación acristalada (mucho menos de lo que hacen), deciden llamar a Dirección General. Es una opción viable porque informar de los problemas desde otro departamento no es tan malo como informar de los problemas desde el propio. Un asistente responde al teléfono y les promete que transmitirá el mensaje tan pronto como Dirección General termine su reunión. Los directores cuelgan y se dan por satisfechos. Durante unos minutos deambulan por la planta hablando de coches y de hándicaps de golf —no sucede con mucha frecuencia que los directores se reúnan—, y luego regresan de mala gana a sus horribles departamentos, a sus vagos e improductivos empleados concentrados en robar material de oficina y a sus inalcanzables metas de productividad.
Diecisiete plantas más arriba, Dirección General se pone en marcha. Se reúne en la sala de juntas. Al principio reina la confusión. ¿Puede tener todo eso algo que ver con la externalización de Informática? ¿Está el nuevo proveedor incumpliendo el contrato? Por cierto, ¿quién es el nuevo proveedor?
Nadie está seguro. Hay una escandalosa falta de documentación, debido, en parte, a la falta de iniciativa de los asistentes. Sin embargo, Dirección General sabe que no tiene sentido empezar a buscar responsables. Lo importante es buscar soluciones, no encontrar culpables. O mejor dicho, primero una cosa y luego la otra. Gradualmente se percatan de que, tras el apagón del mes pasado, se asignó mayor prioridad a la tarea de expulsar a los memos incompetentes de Informática que a la de organizar su sustitución. Zephyr no tiene a nadie encargado de Informática.
Se toma una decisión drástica: todos los que han sido despedidos deben ser inmediatamente vueltos a contratar y su primera obligación será hacer que la red funcione a la mayor urgencia. Luego, una vez que se haya desarrollado un buen plan de externalización, se les despedirá de nuevo.
Dirección General se relaja. ¡Crisis superada! Se transmite la orden a Recursos Humanos para su implementación. Sin embargo, se presenta un problema. Los archivos de Recursos Humanos se encuentran en la red y, sin ellos, no pueden contactar con los ex empleados. De hecho, no saben ni siquiera quiénes eran. Se corre la voz por todo el edificio. ¿Se acuerda alguien de quiénes trabajaban en Informática? Nadie lo sabe. Incluso en el mejor de los casos, los departamentos de Zephyr apenas tienen trato entre sí; en el caso de esos extraños tipos con camiseta de Informática, todo el mundo los evitaba activamente. Sólo hay una persona que puede suministrar esa información: Gretel, la recepcionista. Pero nadie se molesta en preguntarle.
En Berlín Oriental, Holly se arregla cuidadosamente las uñas. Se pregunta si podría ausentarse por un rato e ir al gimnasio, ya que no está haciendo nada útil. Se da la vuelta para mirar el reloj y se sorprende al ver a Megan de pie, justo detrás de ella. Holly se sienta de espaldas a Megan, por eso jamás la ve acercarse.
—Disculpa —dice Megan—. Sydney quiere que le resumas los informes de los agentes comerciales en una página. Lo necesita para las doce.
Holly se echa a un lado. El reloj de la pared marca las once y treinta y cinco. Holly apostaría un ojo de la cara a que Sydney sabía con varios días de antelación que había que realizar dicha tarea. Holly tiene la impresión de que la labor de Sydney consiste principalmente en convertir los trabajos rutinarios en urgentes ocultando su existencia hasta el último momento.
—De acuerdo, gracias.
Megan se aleja. Holly hojea los informes. Tiene ganas de quejarse y decir: «¿Por qué no piden que elaboren unos informes más cortos?». Pero se contiene. Es el tipo de pregunta que hubiera hecho hace tres años, cuando era tan novata como Jones. En aquel momento le parecía que comprender esa clase de cosas le permitiría ascender en la escala corporativa y así poderse comprar mejores trajes y zapatos. Después de tres años, Holly no ha subido de rango, ni comprende nada más de lo que comprendía antes. En lugar de eso tiene una arruga permanente en la frente, se ha creado la fama de antisocial y está desarrollando una creciente adicción al gimnasio. Le encantan las sencillas e inmutables leyes de la gimnasia: si corres, las nalgas se ponen más firmes. Si levantas pesas, se tonifican los músculos de los brazos. ¡Es todo tan diferente de su vida en el Departamento de Ventas de Formación!
Holly revisa cuidadosamente el informe y está a punto de presionar el botón de «imprimir» cuando Jones y Freddy regresan de su expedición. Holly se endereza en el asiento.
—¿Y bien?
Freddy sacude la cabeza.
—La red se ha ido en todos los departamentos. Gracias a Dios es sólo un problema de Informática. ¿Qué haces?
—Lo mismo de siempre. Desperdiciar mi vida.
Freddy se deja caer en la silla mientras Jones mira alrededor.
—Quizás ahora sea un buen momento para hablar con Sydney.
—¡Aghhh! —exclama Freddy, y luego le explica a Holly— Jones está obsesionado con averiguar el verdadero propósito de esta empresa.
—Eso ya lo he averiguado yo, Jones. Es un enorme experimento psicológico para averiguar cuánto dolor y sufrimiento pueden soportar los seres humanos antes de decir «basta» —luego se gira hacia Freddy—. Lo que me recuerda una cosa: ¿sabes que la gente se ha quejado a dirección por la conciliación de trabajo y vida personal? Pues bien, han decidido organizar una reunión con toda la plantilla el próximo lunes. A las siete y media de la mañana.
Freddy se ríe y luego se frota los ojos.
—¿Qué crees que sería peor: que lo hicieran de forma deliberada o que simplemente fuera incompetencia por su parte?
Holly sacude la cabeza.
—Creo que Wendell fue afortunado. ¿Te has enterado de que ha conseguido un trabajo en Assiduous?
Jones se sobresalta.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Una de las chicas del gimnasio. ¿Por qué?
—¿No te parece un poco sospechoso que todos los que son despedidos de Zephyr obtengan un trabajo en Assiduous?
—Bueno, no todos.
—Dime una persona que haya sido despedida y con la que estés en contacto.
—Umm…
—Creo —dice Jones— que no existe ninguna empresa llamada Assiduous. Es sólo una excusa. Una forma de impedir que os pongáis en contacto con alguien que se haya ido.
Holly parece sorprendida.
—¿Por qué iban a hacer tal cosa?
—Porque —dice Freddy en voz baja— en realidad no se han ido a ninguna parte —dice con una sonrisa—. No sé por qué, pero apuesto a que no me equivoco.
Freddy interrumpe:
—Y yo apuesto a que si no dejas de meter las narices en lo que no te importa, te despedirán —luego mira a Holly y añade—: Un día Jones no aparecerá por la oficina y luego nos dirán que ha dejado la empresa… para irse a Assiduous.
—No digas eso —replica Holly—. Me estás poniendo la piel de gallina.
—Lo siento —dice Penny dejándose caer en una silla.
Penny es la hermana de Jones. Deja el bolso negro de piel debajo de la mesa, se coloca bien las gafas de sol, pone las manos sobre la mesa con las palmas hacia abajo y suspira de forma dramática.
—El juicio duró hasta la una y cuarto. Es insólito, pero la testigo estaba llorando, es acoso sexual… Si George no la hubiese cortado, no habría terminado de contarlo nunca —mira alrededor, buscando al camarero—. ¿Has pedido ya?
Penny trabaja de secretaria en los juzgados. Siempre viene con pequeñas historias como ésa que hacen que Jones se sienta ridículo y sin importancia. No es fácil ser el hermano pequeño de una futura estrella.
—Sí. Te he pedido lo de siempre.
Penny sonríe. Desde que ha empezado a trabajar de administrativa siempre lleva chaquetas elegantes y camisas de cuello ancho. Jones siempre tiene la impresión de que ha estado jugando a ponerse la ropa de mamá.
—Vaya, es como si no te hubiera visto en un año. ¿Qué tal el nuevo trabajo?
—Bien. Muy bien. He empezado desde abajo, pero es una gran empresa y con muchas probabilidades de ascender.
—¿A qué se dedica? —Penny comienza a sacar mechones de pelo negro y brillante de la coleta.
—Bueno, es un holding.
—¿De qué?
Jones mira alrededor.
—Bueno, ya sabes… distintos grupos de interés. Tienen una cartera muy amplia.
—¿Por qué no quieres decírmelo? ¿A qué se dedica? ¿Al porno?
—¡Por supuesto que no!
Penny lo mira fijamente hasta que su hermano se viene abajo, una táctica que le ha funcionado desde que él tenía nueve años.
—Mira, la cuestión es que no lo sé. Pensé que se dedicaba a vender paquetes de formación, pero eso sólo lo hace mi departamento. A qué se dedica la empresa en conjunto… la verdad es que no lo sé.
—Vaya —responde Penny.
El camarero se acerca con los cafés.
—Ya sé, ya sé. Pero pienso averiguarlo. Lo que pasa es que… es una empresa muy grande. Allí las cosas se hacen de otra manera.
—¿A qué te refieres?
Jones duda por un instante.
—La semana pasada, por ejemplo, no teníamos conexión a la red y, sin eso, hay poco que hacer allí. Pues bien… hasta que no la arreglaron, nos pasamos el tiempo… en fin, charlando.
—¿Cómo has dicho que se llama la empresa?
—Zephyr.
—Jamás he oído hablar de ella.
—Es una empresa muy importante en…
—En lo que sea.
—Eso.
—Stephen —dice Penny—. Supongo que te das cuenta de que todo esto es un poco extraño.
—¿De verdad? —pregunta Jones con ansiedad—. Lo cierto es que resulta difícil darse cuenta. Nadie en la empresa parece pensar que suceda nada inusual.
—Hablo en serio. No sabes a qué se dedica la empresa. ¿A ti no te parece un poco raro?
—Bueno —dice Jones echándose atrás sobre el respaldo—, la empresa no funciona como el sistema judicial. Es el mundo real —su voz revela cierta fruición cuando dice eso. Cuando todavía era un estudiante y Penny acababa de conseguir su trabajo, soltaba a cada momento esa clase de comentarios en las cenas familiares—. Puede que así sea como funcionan las grandes empresas.
Penny no dice nada durante un rato. Luego coge la taza de café.
—De acuerdo. Puede que así sea.
Jones suspira.
—De todas formas tengo que averiguar a qué se dedica.
—No sería mala idea —dice Penny.
En las plantas inferiores de la Corporación Zephyr hay cosas que reptan y se ocultan, como por ejemplo los empleados de Suministros Corporativos. En muchos aspectos Suministros Corporativos se parece a un zoológico: su personal se pasa el día suministrando materiales apenas reconocibles para ellos a animales que les resultan incomprensibles, y cuando terminan los animales quieren más. Suministros Corporativos se considera a sí misma como la maquinaria que mantiene en funcionamiento la Corporación Zephyr, y a veces sus empleados sueñan en lo que ocurriría si cerrasen sus puertas y dejaran de proveer a Zephyr de papel de carta con membrete, Post-its o agua embotellada: la empresa se vendría abajo, así de sencillo. En los buenos tiempos, Suministros Corporativos ocupaba tres plantas y disponía de su propio ascensor; de vez en cuando los veteranos ponen los pies sobre la mesa y les hablan a los trabajadores en prácticas de todo eso. Según como ellos lo cuentan, las peticiones de material por parte de los otros departamentos eran eso, peticiones, y Suministros Corporativos accedía a ellas cuando Suministros Corporativos estaba en disposición de hacerlo. En aquellos tiempos las cosas se hacían para durar: si pedías una pluma, la tinta duraba años. Los becarios eran más respetuosos; sabían que todos sus libros pijos no valían un pimiento. Aquellos eran los buenos tiempos, los que se vivieron antes de que comenzaran a oírse palabras como «recesión», «racionalización» y «reorganización». En la actualidad, Suministros Corporativos ocupa sólo la mitad de una mísera planta. Hay una cuarta parte del personal que había antes, haciendo el cuádruple del trabajo que se hacía antes. Cuando un departamento pide algo —o mejor dicho, ordena—, lo quiere ese mismo día y se considera agraviado si no es así. Y ni siquiera se molestan en volver a llamar, de modo que el departamento no puede ofrecer otras alternativas o avisar de posibles retrasos; en lugar de eso, las solicitudes (cinco cajas de bolígrafos azules de punta fina antes de las diez de la mañana) simplemente llegan a los ordenadores de Suministros Corporativos a través de la red.
Al menos así era. Ahora, desde que la red se ha caído, los teléfonos han empezado a sonar de nuevo. Las cosas han cambiado y el departamento se ha dado cuenta. Aún sigue siendo un departamento de sólo doce personas y con un presupuesto de risa, pero podría ser que los buenos tiempos estuvieran a punto de volver.
Lentamente, el edificio entero de la Corporación Zephyr vuelve a funcionar a pleno rendimiento. Pero no porque hayan arreglado la red. De eso nada. El ala oriental de la planta diecinueve continúa siendo una tierra baldía. Ningún servidor vive en esa zona, ninguna red puede prosperar en las duras e inhóspitas condiciones que reinan en la planta diecinueve. Exhaustos y sedientos cables de red buscan datos que jamás encontrarán. Informática es un departamento oscuro, muerto, y ya no resucitará.
Sin embargo, hay trabajo que hacer, con red o sin ella. Hace dos semanas la red se averió. Poco después, Dirección General aseguraba que solucionaría el problema en unos pocos días; ahora la gente empieza a darse cuenta de que eso no sucederá jamás. Por todas partes surgen nuevas formas de trabajar, como la hierba fresca después de la lluvia. A falta de correo electrónico, los empleados están descubriendo el arte de hablar por teléfono. Y están empezando a ver qué temas que antes necesitaban de tres días y seis correos electrónicos pueden resolverse en cuestión de minutos por teléfono. El spam y los virus, problemas que Informática consideraba imposibles de resolver, han desaparecido por completo. La plaga de las bromas por correo electrónico, al principio graciosas pero luego ya no tanto, ha sido erradicada. La presión de recibir cadenas de cartas bajo la amenaza de una catástrofe personal ha dejado de ejercerse. La bandeja de entrada ya no está llena de ofertas desesperadas de colegas que intentan desprenderse del coche, o de gatitos por colocar.
Para transferir los documentos de un departamento a otro, los trabajadores se atan los cordones de los zapatos y estiran las piernas. Las personas se cruzan en los pasillos llevando los papeles en mano e intercambiando saludos. De vez en cuanto se paran para charlar y reír un poco, casi mareados por el inesperado ejercicio. Nadie se había dado cuenta de la enorme cantidad de personas que trabajaban en Zephyr, pues hasta ahora no los habían visto nunca. Hasta el momento, la mayoría de las personas llegaban al trabajo, descansaban sus posaderas en la silla y no las levantaban hasta las cinco y media. Ahora, en cambio, los pasillos son como las salas de espera de una maternidad, llenas de frases alegres y gente animada. Los dolores de espalda están desapareciendo. Mejora el color de los empleados, que cada vez se encuentran físicamente más atractivos entre sí. Además, ya nadie mira a nadie con suspicacia porque se levante de su asiento y salga del departamento, siempre y cuando lleve un manojo de papeles bajo el brazo.
La red. ¿Qué beneficios ha producido ese invento? Los trabajadores sacuden la cabeza sorprendidos. ¡Adiós muy buenas! Tal vez la Corporación Zephyr no sea la mejor empresa del mundo, en eso están todos de acuerdo; tal vez su Departamento de Recursos Humanos sea sádico y su Dirección General incompetente; tal vez la finalidad de la empresa sea un misterio y su consejero delegado un ser excéntrico e inaccesible al que nadie haya visto en persona. Tal vez todo eso sea cierto, pero por lo menos no tiene red.