La comitiva, tras parar en el lago Lochy, reanudó su marcha. Después de besar a su mujer, Duncan cabalgó para reunirse con Lolach y Niall, que bromearon y se mofaron de él por su reluciente sonrisa. Megan, junto a Zac, que la abrazaba con ternura, atendía dentro de la carreta las preguntas de una inquieta y sonriente Shelma, hasta que los hermanos se durmieron.
—Echaré de menos mis tierras —murmuró Briana.
Y, sin vacilar en sus palabras, ante los ojos incrédulos de Megan, le contó lo ocurrido con su hermano y sus padres.
—Lo siento mucho —dijo Megan abrazándola tras escucharla.
—Todos pasamos por momentos duros en la vida —respondió con su dulce vocecita—. Sé por Anthony que tu vida tampoco ha sido fácil.
—Siempre ha sido complicada —señaló Megan con calidez.
En ese momento, Shelma se incorporó con rapidez, tomó un cesto vacío y vomitó.
—¡Puaj! —gritó Zac saltando hacia un lado—. ¡Qué asco!
—¡Por san Ninian! —exclamó Megan, preocupada—. ¡Shelma! ¿Estás bien?
Con el rostro ceniciento, Shelma respondió:
—Un poco revuelta por el viaje.
—¡Ewen! —llamó Megan al guerrero que conducía la carreta—. Zac se sentará contigo delante. —Y mirando a su hermano le indicó—: Pórtate bien. Shelma no se encuentra bien.
—Incorpórate —la ayudó Briana—. El aire no te vendrá mal.
—¿Qué te pasa? —se asustó Megan al ver a su hermana blanca como la leche—. ¿Te encuentras bien?
—No lo sé —respondió dándose aire para no volver a vomitar—. Me encuentro mareada. Serán los tumbos que vamos dando.
—No quisiera alarmarte —comentó Briana—. Pero ¿crees que existe la posibilidad de que estés embarazada?
—¡Oh…, Dios mío! —exclamó Shelma con una sonrisa, llevándose las manos a la cara.
—Imposible —aclaró Megan—. Apenas llevamos un mes casadas.
En ese momento, se abrió la cortinilla del carro. Era Duncan.
—¿A qué huele aquí?
Pero no hizo falta responder: Shelma volvió a coger el cesto y vomitó. Duncan, al ver la angustia de su mujer, ordenó parar.
—¿Por qué paramos? —preguntó Lolach acercándose extrañado.
Megan cogió su talega con rapidez y respondió:
—Necesito calentar agua. Debo dar a Shelma algo para calmar su estómago.
—Tu mujer no se encuentra bien —respondió Duncan bajándose del caballo para ayudar a las mujeres a descender de la carreta, pero, antes de llegar a su mujer, ésta saltó.
—Me llevaré a un grupo de hombres. Traeremos algo para comer —anunció Niall, y mirando a Zac le preguntó—: ¿Quieres venir con nosotros, jovencito?
—¿Puedo ir, Megan? —preguntó mirando a su hermana, que preocupada por Shelma asintió con la cabeza.
—No os preocupéis, milady. Iré con ellos —se apresuró a decir Ewen siguiendo al grupo de veinte hombres que se alejaba.
Lolach, al ver el aspecto de Shelma, la cogió en brazos y la sentó bajo un gran árbol con preocupación. Una vez allí, Briana le colocó paños frescos en la frente y le indicó que se marchara con los hombres. Ella y Megan la cuidarían.
Inquieto por su mujer, ordenó a sus hombres montar el campamento. Pasarían allí la noche. Pasado un rato, Lolach observó cómo Megan abría su talega y de una pequeña bolsita extraía unos polvos amarillentos, que echó en el cazo de agua hirviendo para luego, a pesar de las primeras protestas de Shelma, obligarla a beber.
Cuando Lolach vio que su mujer se incorporaba, se acercó a ella y, cogiéndola en brazos, la llevó hasta la pequeña tienda de lona cruda que sus hombres habían montado, mientras Briana se marchaba con Anthony.
Duncan y Megan se miraron y, sin necesidad de hablar, se comunicaron. Con una sonrisa en sus labios comenzaron a acercarse, pero unos gritos procedentes del bosque atrajeron su atención, momento en el que varias flechas cruzaron ante ellos.
Duncan maldijo atrozmente lanzándose hacia Megan a la carrera mientras sacaba su espada.
—¿Qué pasa? —gritó al sentirse zarandeada por él—. ¡Oh…, John ha caído! —susurró paralizada al ver al cocinero desplomarse a pocos metros de ella con una flecha clavada en la espalda.
—¡Corre y no pares! —exclamó Duncan tirando de ella, buscando la protección de los árboles. Al ver que Lolach corría hacia él, dijo—: Escucha, cariño, tienes que llegar hasta la tienda donde está Shelma. Allí estaréis a salvo. No salgas por nada, ¿de acuerdo?
Ella asintió y, tras darle un rápido beso, corrió hacia la tienda mientras Duncan gritaba a sus hombres, sin perder de vista a su esposa hasta que entró en la tienda y una cuadrilla de hombres la rodeó.
—¿Qué está pasando? —susurró Shelma al ver entrar a su hermana con gesto descompuesto.
—¡Nos están atacando! —respondió, agotada por la carrera. Pero al ver el horror en los ojos de su hermana indicó—: Oh…, pero tranquila, nuestros hombres ya lo tienen controlado. ¿Dónde tienes tu espada?
—Esta ahí —susurró señalando un pequeño baúl que Megan abrió.
—¡Oh, Dios mío! —sollozó Briana entrando en ese momento.
—¿Dónde está Zac? —preguntó Shelma incorporándose.
—Se fue con Niall, Ewen y un grupo de guerreros en busca de comida.
—¡Qué horror! —gritó histérica Briana—. ¿Quiénes son esos hombres?
—No lo sabemos. Siéntate junto a Shelma y… ¡por favor, cállate! —pidió Megan concentrada en los sonidos del exterior, de donde procedían gritos de queja, ruido de metal y maldiciones.
En el exterior de la tienda, Duncan, Lolach y sus hombres se enfrentaban a una banda de ladrones. El Halcón dirigía la lucha, pero vigilaba que la tienda donde estaba su mujer continuara a salvo. Deseó que Niall no demorara mucho su regreso y se maldijo al percibir que su autocontrol le estaba fallando.
Lolach, que acababa de hundir su espada en el cuerpo de su atacante, sintió que algo le atravesaba el hombro. Una flecha lo había alcanzado. Pero, sacando fuerzas del propio dolor, siguió luchando. En cuanto Duncan se percató de que su amigo estaba herido, corrió en su ayuda. Tras quitarle de encima a un adversario, le empujó tras un gran árbol para que pudiera descansar bien protegido. Conocía muy bien ese dolor. Después se encaró a otro ladrón que se acercaba hacia ellos con cara de loco. Recuperando su autocontrol, se concentró en el ataque, se olvidó del resto y comenzó a luchar con esa fiereza habitual que tanto temían sus adversarios.
—Me va a dar algo si no salgo de aquí —dijo inquieta Megan en el interior de la tienda.
—¡No se te ocurra salir! —gritó Shelma justo en el momento en que un lado de la tienda se abría cortado por una daga.
Ante ellas apareció un hombre bajito de aspecto rudo y desaliñado.
—¡Por las barbas de san Fergus! —rio mirando a las mujeres con avidez—. El botín será muy sustancioso esta vez.
—Si te atreves a tocarnos —amenazó Megan adelantándose a las otras dos—, te juro que te corto el cuello.
—¿En serio, mujercita? ¿Lo harás tú sola o acompañada?
—Preferiría acompañada. Pero si tengo que hacerlo sola, también lo haré.
Para impresionar a Megan, el hombre atacó en un rápido movimiento. Pero el sorprendido fue él, cuando ésta le detuvo el acero a mitad de camino con una sonrisa desafiante. La sádica mirada del adversario, una vez repuesto de la impresión, volvió a su rostro.
—Ten cuidado porque cerdos como tú no son adversarios para mí —siseó Megan.
—¡Perra! —gritó el hombre y, con todas sus fuerzas, comenzó un ataque brutal contra Megan, que sin ningún esfuerzo le demostró que tenía mucha más agilidad y rapidez que él.
En ese momento, entró un segundo hombre. Era más alto y más joven que el primero, y al verle luchar con la mujer gritó:
—¡Balducci! ¿Qué demonios haces?
—¡Me la quiero llevar como parte del botín! —gruñó el bajito sudoroso—. Vuestro hermano me dio permiso.
—Lo que te vas a llevar será… ¡esto! —gritó entonces Megan hundiendo su espada en el costado del hombre. Con la espada manchada de sangre, gritó al recién llegado—: Si no quieres correr la misma suerte, ¡sal de aquí ahora mismo!
—¡Tranquila, gitana! —murmuró el más alto mientras ayudaba a su compañero a levantarse para salir de la tienda—. ¡Me gusta tu arrojo, mujer!
—¡Sal de aquí antes de que te mate o venga mi marido, Duncan McRae!
Al escuchar aquello, el ladrón se paralizó.
—Ahora entiendo, ¡eres la mujer de McRae! —rugió el hombre frente a Megan, que estaba preparada para luchar de nuevo.
Pero un movimiento de Briana la hizo girar la cabeza, momento que el más joven aprovechó para empujarla, quitarle la espada y retenerla con su espada en la garganta, haciendo que Briana se desmayase y Shelma ni pestañease.
—Si te mueves, no me quedará más remedio que cortarte este precioso cuello —señaló el alto con descaro, poniendo una mano encima de uno de sus pechos.
—¡No toques a mi hermana! —gritó Shelma acercándose a ella.
—Vuelve a tu sitio, si no quieres ver rodar la preciosa cabeza de tu hermana —dijo el hombre antes de preguntarle a Megan—: Y tú, ¿de qué te ríes?
—Me río sólo de pensar —murmuró mirándole a los ojos al tiempo que se cambiaba de mano la daga que Shelma le acababa de dar al acercarse a ella— en cómo la sangre pronto se espesará en tus venas.
Y apretando con fuerza la daga se la clavó en la última costilla, como le había enseñado Mauled. Al sentir el pinchazo, el joven se movió, paseando con peligro la espada por el cuello de Megan, lo que le provocó un corte.
—¡Malditos seáis los McRae! —gimió el bandido convulsionándose antes de caer muerto al suelo.
—Megan —sollozó Shelma al verle el cuello—, ¡estás sangrando!
—Tranquila. Será un pequeño corte, no te asustes —susurró notando cómo la sangre bajaba por su cuello sin dejar de apretar en su mano la daga ensangrentada.
Briana se sentó en el suelo repentinamente, pero cuando miró hacia Megan y vio la sangre puso de nuevo los ojos en blanco y cayó hacia atrás.
—¿Sabes? —intentó sonreír Megan a su intranquila hermana dando una patada al hombre que había fallecido a sus pies—. En ocasiones como ésta, me alegro de que el abuelo nos criara como a guerreros y no como a asustadizas mujercitas.
Mientras el ruido de los caballos parecía pasar por encima de la tienda, la tela se abrió y Duncan irrumpió vociferando al ver a su mujer en aquellas condiciones.
—¡Por la santa cruz! ¡Estás herida! —gritó con voz desgarradora al soltar su espada como si le quemara en la mano—. ¿Estás bien?
Al abrazarla, notó la tensión en el cuerpo de su esposa, aunque al sentir el calor de su marido dejó de temblar.
Manteniendo el control, Duncan la separó de él para observarla. Vio la daga en su ensangrentada mano y, sin dejar de mirarla, se la quitó y la tiró al suelo.
—Estoy bien. No es nada, tranquilo —respondió al ver cómo le examinaba el cuello y el vestido manchado de sangre.
—¿Cómo me voy a tranquilizar? —susurró inspeccionando el corte, temeroso de que fuera más de lo que veía.
Megan, al observar la preocupación en sus ojos, cogió entre sus manos la cara de su marido y lo besó.
—Todo está bien, cariño. De verdad —le susurró con tanta dulzura que Duncan sólo pudo sonreír y abrazarla mientras le susurraba al oído que Zac estaba bien.
—¡Por san Ninian! —exclamó Lolach al entrar junto a Anthony a la tienda—. ¿Estáis todas bien?
Shelma gritó al ver la flecha que atravesaba el hombro de su mando.
—¡Tu hombro! ¿Cómo has dejado que alguien te hiciera eso?
Lolach, al escucharla, sonrió a pesar del dolor que sentía.
—Si me gritas, dolerá más —respondió intentando tranquilizar, a su histérica esposa, y sentándose encima de un baúl indicó—: Necesito que alguien me saque la flecha.
—Yo lo haré —se ofreció Megan olvidándose de su herida.
—Debes curar primero tus heridas —exigió Duncan mirándola consternado.
—Luego lo haré —respondió Megan para enseguida dirigirse a su hermana—. Trae tu talega o la mía. Necesitamos algo para que pueda morder mientras le saco la flecha. Lo siento, Lolach, pero tendré que pasarte un hierro caliente por encima.
—Megan —sonrió Lolach al ver su determinación—, sabes que de esto no voy a morir. ¡Por favor! Mírate la herida del cuello, no deja de sangrar.
Niall entró en la tienda y blasfemó al ver a su cuñada herida.
—Llévate de aquí a esta mujer —gruñó mirando a su hermano—, o me la llevo yo. ¡Santo Dios, Megan! Cúrate tú primero antes de curar nadie.
—El que faltaba —gruñó Megan mientras se agachaba a mirar el hombro de Lolach—. Niall, serías más útil si ayudaras.
—Todos tienen razón —susurró Shelma preocupada por los dos.
—Sois una pandilla de cabezones —gritó enfadada Megan sin dar su brazo a torcer.
—¡Mira quién va a hablar! —se mofó Duncan guiñando un ojo a Niall y Lolach.
Sin darle tiempo a responder, la cogió en brazos y la sacó de la tienda en contra de su voluntad.
—¡Shelma! Ocúpate de tu marido. Yo me ocuparé de mi mujer. Niall, dile a Myles que traiga agua caliente a mi tienda y avisa a Mael para que ayude a Shelma.
—Eres un burro insensible —gritó Megan. Al salir de la tienda y mirar a su alrededor, se horrorizó al ver bastantes heridos—. Duncan, ellos me necesitan.
—Y yo te necesito a ti —susurró con voz ronca entrando en su tienda.
Momentos después, apareció Myles con un balde de agua caliente. Duncan cogió un paño limpio y, tras mojarlo en el agua, comenzó a quitar con cuidado la sangre del cuello, y no se relajó hasta que comprobó que realmente el corte no era nada importante. Tras curarla, la besó.
—Ahora, señora mía —susurró ayudándola a levantarse—, nuestros hombres te necesitan.
—No hagamos esperar más —sonrió ella antes de empezar a dar órdenes a Myles y Mael.
Aquella noche, tanto Duncan como Niall vieron con sus propios ojos cómo aquella mujercita cabezona de cabello azulado, a la que muchos hasta aquel momento llamaban la sassenach, se ganaba uno a uno a todos los guerreros. Preocupados por su señora, le preguntaban por su herida del cuello, y ella les respondía con una sonrisa que sólo era un simple rasguño. Atendió con especial cuidado a John, el cocinero, algo que él agradeció. Sin dejarse vencer por el sueño, Megan trabajó sin descanso, curándoles a todos con cariño, intentando recordar sus nombres y esforzándose por aliviarles su dolor.
Con las primeras luces del alba, tras una agotadora noche, recogieron el campamento y retomaron el camino con las máximas precauciones posibles, parando un par de veces para revisar las heridas de los guerreros. El día, que había amanecido oscuro y lluvioso, empezó a abrirse en la falla del Glen Mor, dejando sentir rayos de sol ligeros y agradables.
Tras interminables horas de marcha, los hombres bromeaban y decían bravuconadas, pero sus cuerpos doloridos revelaban su verdadero estado. Lolach, a pesar de su herida, no consintió montar en la carreta, y continuó su camino a lomos de su caballo, junto a Duncan y Niall.
—Si notas que vas a vomitar avísame —susurró Megan a su hermana, que volvía a estar pálida.
—Tranquila, sólo necesito descansar —respondió acurrucándose junto a Zac y Briana, que dormían con placidez.
Megan estaba cansada, pero no podía conciliar el sueño. Medio tumbada en la carreta, pensó en la angustia vivida, pero la conversación de los hombres, cada vez más distendida y relajada, la hizo sonreír.
—No duermes —preguntó su marido al abrir la cortina para mirar al interior.
Como un tonto, la visitaba cada cinco minutos para cerciorarse de que estaba bien. Su imagen cubierta de sangre le había impactado y, a pesar de que sabía que estaba bien, no podía dejar de preguntarse qué hubiera hecho si algo malo le hubiera ocurrido durante el ataque.
—Estoy agotada pero no consigo conciliar el sueño como ellos —sonrió señalando a su alrededor.
—¿Te apetecería cabalgar un rato conmigo? —preguntó Duncan ansiando su cercanía y su compañía.
Al escuchar aquello, a Megan se le iluminó la mirada.
—Me encantaría —sonrió levantándose para dejarse agarrar por su marido.
Con sumo cuidado, Duncan la acomodó delante de él y, cubriéndola con el plaid de su clan, quedaron ambos bajo la gran manta. Megan se recostó sobre el pecho fuerte y duro de su esposo. Éste, orgulloso y feliz de llevarla entre sus brazos, la apretó contra él mientras cabalgaban por las agrestes tierras de las Highlands.
Duncan cruzó una mirada significativa con su hermano y Lolach para luego espolear a Dark hacia una zona rodeada de pinos, álamos e infinidad de flores en tonos malva.
—Qué lugar más bonito —susurró Megan, incrédula por las tonalidades violeta que cubrían aquel manto verde.
—Estamos en las tierras de Lolach —respondió sorprendiéndola mientras observaba la lenta comitiva—. Cuando crucemos aquella colina, verás el castillo de Urquhart.
—Y descansaremos —suspiró Megan mirando a su alrededor.
—El ruido que oyes es un manantial que nace bajo aquellas piedras —susurró aspirando el perfume de su mujer, mientras intentaba controlar el dolor que sentía en su entrepierna desde que la había sentado delante de él—. Aquí encontrarás hierba fresca y flores de vistosos colores durante todo el año.
—Qué bonito —murmuró ella y, sacando un brazo del plaid, señaló—: ¿Has visto el color tan espectacular que tiene esa hierba? Me gustaría regresar a visitarlo al amanecer. Si ahora, con poca luz, es impresionante, cuando despunte el sol tiene que ser maravilloso. Oh…, qué bonito. ¿Has visto el color oscuro del manantial? —volvió a preguntar como una niña.
—Es el color de tus ojos cuando te hago el amor.
Aquella contestación hizo que ella volviera la cabeza para mirarle divertida.
—Duncan McRae —susurró acercando más sus caderas a las de su marido—. ¿En qué estás pensando?
—¡Por san Ninian! —rio al notar cómo ella rozaba su entrepierna—. No sé de qué hablas. Pero estate quieta, mujer. No me tortures más.
—No lo niegues, Halcón —suspiró besándole en los labios—. Tu voz, tus ojos y… algo más en ti me dicen que te gustaría hacer el amor conmigo, aquí y ahora, ¿verdad?
—Eres una descarada encantadora —gruñó complacido. Y, tras comprobar que Lolach y el resto estaban cerca, le susurró al oído poniéndole la carne de gallina—: Pero tienes razón, cariño. Deseo con toda mi alma desnudarte para poder disfrutar de tu cuerpo sin prisa, hasta que esté tan saciado de ti y tú de mí que no podamos ni movernos.
—¡Duncan! —llamó Niall, que cabalgaba junto a Myles hacia ellos.
—Mmm… —ronroneó Megan divertida y acalorada por aquellas excitantes palabras. Posando sus manos encima de la dureza que crecía entre las piernas de su marido, dijo sonriendo al ver que éste daba un respingo hacia atrás—: Esperaré ansiosa ese momento.
—Qué… ¿Qué quieres, Niall? —preguntó Duncan tras aclararse la voz.
Los jinetes llegaron hasta ellos y Niall, mirándoles, preguntó:
—¿Os ocurre algo, parejita?
Duncan miró a su hermano con gesto ceñudo. No pensaba contestar.
—Estáis como sofocado, mi señor —siguió Myles la broma—. Debo preocuparme por vuestra salud, mi laird.
El highlander resopló.
—Hablábamos de la hierba —señaló Megan, desconcertándolos a todos—. ¿Verdad que es espectacular su color?
Los guerreros miraron sin ninguna emoción la hierba y, cuando se volvieron, se encontraron a Duncan riendo bajo la picara mirada de su mujer.
—¿De qué te ríes ahora? —preguntó Niall frunciendo el ceño.
De pronto se percató de unos pequeños forcejeos bajo el plaid de su hermano.
—Nada importante —respondió Duncan recuperando su gesto osco mientras apretaba a su mujer contra él bajo el plaid indicándole que se estuviera quieta—. ¿Qué pasa?
—Éste es un camino muy rocoso y la carreta va demasiado lenta —comunicó Myles mirando a Niall, que movía la cabeza sonriente—. Vamos a adelantarnos para indicar en el castillo que vayan preparando las habitaciones. Lolach quiere que Shelma descanse en cuanto llegue.
—Me adelantaré yo con mi mujer —propuso mirándola con una traviesa sonrisa—. Megan también está cansada y deseosa de ver una cama.
—Sí, tienes razón. Se le ve en la cara el cansancio —se mofó Niall sonriendo ante la mueca que su cuñada le hacía y la reprochadora mirada de su sonriente hermano.
—De acuerdo —asintió Myles divertido—. Nosotros continuaremos el camino junto a Lolach.
—Entonces, no se hable más. Nos veremos allí.
Duncan agarró con fuerza, a Megan y, tras espolear a su caballo, comenzó a cabalgar mientras le susurraba al oído:
—Señora mía. Vayamos a cumplir nuestros deseos.
Como alma que lleva el diablo, Niall y Myles les vieron desaparecer colina abajo.
—¡Por san Ninian, Myles! —comenzó a decir Niall con una sonrisa—. ¿Se me va a poner esa cara de tonto cuando me enamore? Si me hubieran dicho que mi hermano era capaz de sonreír así, no me lo hubiera creído.
—¿Sabes, Niall? —respondió Myles carcajeándose—. Siento decirte que ya se te pone esa cara cuando lady Gillian está cerca de ti.
Entre risas y bromas, los dos hombres volvieron galopando hacia la comitiva y, uniéndose al resto de los guerreros, continuaron su camino.
La agilidad de Dark y la destreza de Duncan para guiarle hicieron que el camino hasta el castillo de Urquhart resultara maravilloso y excitante. Tras cruzar la colina, pudieron admirar la fortaleza. Al galope, llegaron hasta el pie de la misma, donde el verdor competía con la belleza de las azuladas y oscuras aguas del lago Ness.
Acoplada entre los brazos de su marido, Megan observaba con curiosidad aquel fantástico lugar, mientras cruzaban un pequeño puente que les llevaba hasta el interior del castillo. Una vez allí, el mozo de cuadra se acercó. Pronto se les unió una mujer de mediana edad.
—Hola, Ronna —saludó Duncan, que ayudó a su mujer a bajar del caballo—. Te presento a mi esposa, Megan McRae.
La mujer de ojos claros y piel arrugada sonrió al escucharle.
—Encantada de conocer esa grata noticia, laird McRae. ¡Qué mujercita más adorable! —Y acercándose se presentó—. Soy Ronna y como ama de llaves de Urquhart, y en ausencia del laird Lolach McKenna, os doy la bienvenida a la casa de mi señor. —Mirando a las jovencitas que sonreían tras ella, dijo—: Ellas son Millie y Candy, para cualquier cosa que necesitéis.
—Muchas gracias, Ronna —sonrió al notar cómo la miraban.
—Lolach llegará en breve —informó Duncan, que cogió con posesión la mano de su mujer y comenzó a caminar hacia el interior del castillo—. Viene junto a su esposa por el camino largo.
—¿Su esposa? —observó Ronna, sorprendida por la noticia—. Mi laird Lolach ¿se ha casado? ¿Con quién?
—Con Shelma, mi hermana —respondió Megan—. Y el motivo de que nosotros nos hayamos adelantado es porque ella no se encuentra muy bien. Lolach desea que su habitación esté preparada para su llegada.
—Por supuesto —asintió la mujer mientras las muchachas salían corriendo hacia el interior del castillo.
—La habitación que yo ocupo —preguntó Duncan sin importarle los formalismos—, ¿está preparada?
—Siempre tenemos varias habitaciones preparadas, entre ellas la vuestra y la de nuestro laird.
—Muy bien —asintió Duncan entrando en el castillo sin dar tiempo a su mujer a observar nada más. Cuando comenzaron a subir unas escaleras, de pronto Duncan se paró y dijo—: Ordena que lleven a mi habitación una bañera con agua caliente, cerveza y algo de comer. Mi mujer y yo estamos hambrientos y queremos descansar.
Sin decir más, Duncan guio a Megan a grandes zancadas a través de un oscuro pasillo hasta que llegó ante una arcada de madera oscura y labrada. Tras abrirla con rapidez y hacerla entrar, cerró tras de sí.
—¡Duncan! —le reprochó Megan, acalorada por aquella carrera—. ¿Qué pensará Ronna de nuestra impaciencia por llegar a este cuarto?
—Ah…, cariño —señaló apoyándose en la puerta como un lobo hambriento, mientras se desabrochaba el cinturón que sujetaba su espada—. Lo que piense esa mujer poco me importa, cuando sé que estás ansiosa porque cumpla mis deseos.
Su voz y su mirada la acaloraron más que la carrera.
—Todos y cada uno de ellos —señaló Megan acercándose a él.
—¿Me quieres matar, mujer? —sonrió mientras andaba hacia ella y le desabrochaba los lazos del vestido.
—No, mi amor —contestó sorprendiéndole al empujarle de nuevo contra la arcada. Antes de besarle, le susurró enloqueciéndole—: Te quiero disfrutar como nunca nadie te disfrutó.
Cuando Duncan escuchó aquello, dejó atrás toda delicadeza y ambos se entregaron a una feroz pasión.