El verano estaba llegando a su fin y continuas nubes negras avisaban a la comitiva de que los chaparrones llegarían pronto. El paisaje en aquella zona de las Highlands era espectacular. Los valles violeta y los bosques ocres, rojos y púrpura avisaban de la inminente llegada del otoño.
Tras divisar el Ben Nevis, la montaña más alta de Escocia, Lolach sonrió. Aquello significaba que cada vez estaban más cerca de su hogar. En varias ocasiones, el guerrero acudió a la carreta para visitar a su mujer, que le recibía siempre con una calurosa sonrisa. Incluso la invitó a cabalgar con él durante un trecho del camino.
Anthony, intranquilo por el estado de su esposa, continuamente se acercaba a la carreta como Lolach para asegurarse de que todo estaba bien. En cambio Duncan, que por su gesto parecía un ogro, no se movió de la cabecera de la comitiva.
Al llegar al lago Lochy, pararon para estirar las piernas y comer algo. Las mujeres se acercaron al agua acompañadas por dos solícitos Lolach y Anthony, mientras que Duncan, con su ofuscada mirada, andaba en dirección contraria. Megan disimuló su decepción y sonrió como si no pasara nada.
Un rato después, Megan convenció a las dos parejas para que le dejaran un poco de intimidad. En el escarpado paisaje, encontró una roca plana, oculta entre varios robles. Se subió a ella y se tumbó con intención de calentar su cuerpo al sol. Pero las negras nubes no tardaron en oscurecer todo a su alrededor.
Sentada en la roca, Megan se observó el brazo, que parecía recuperarse por momentos. Por lo menos, ya no lo sentía latir. Con el ceño fruncido miró a su alrededor, hasta que observó que, no muy lejos, Duncan hablaba y sonreía a Niall.
Atontada miró a su marido. Era un hombre muy atractivo y rápidamente vinieron a su memoria los momentos vividos con él. Sus besos, sus caricias, el tono de su voz cuando le hacía el amor. Todos aquellos recuerdos la turbaban y le hacían desear que aquellos fuertes brazos la rodearan y la acunaran. Tan fascinada estaba en sus sueños que saltó cuando escuchó una voz junto a ella.
—Si yo fuera un Kelpie, milady, ya estaríais bajo las aguas —señaló Myles apoyándose en la roca sin subir.
—Lo dudo —sonrió al responder mientras comenzaba a deshacerse la trenza—. Mi abuelo siempre dijo que para que un Kelpie te atrape y te sumerja con él al fondo del lago, primero hay que tocarlo.
—Milady, mi abuelo —continuó Myles subiéndose a la roca—, cuando era joven, una soleada tarde vio aparecer de entre las aguas a un Kelpie transformado en un precioso caballo negro, mitad caballo, mitad pez, y se llevó a un aldeano que estaba durmiendo junto a un lago.
Frunciendo el ceño de un modo gracioso, Megan preguntó:
—¿En serio?
Myles, divertido por el gesto de ella, sonrió.
—Milady, no creáis todo lo que os cuento. Mi abuelo era muy exagerado, y más cuando bebía agua de vida.
Ambos sonrieron. Escocia era una tierra de leyendas.
—A mi abuelo y a Mauled les encantaba sentarse por las noches con nosotros y contarnos historias —sonrió al recordarles—. Nos hablaban sobre el pájaro que vive en los lagos, llamado Boobrie, o sobre el solitario elfo Ghillie Dhu, que habita en los bosques de abedules, vestido sólo con hojas y musgo fresco.
—Yo no creo mucho en esas cosas, son historias de viejos. —Y, sorprendiéndola, dijo clavándole la mirada—: Al igual, milady, que no creo que debáis hacer caso de lo que vuestra hermana dijo el otro día en el bosque. Mi laird toma sus propias decisiones y nunca permitirá que nadie os aleje de él.
—Oh… ¡Dios mío, qué vergüenza! —exclamó tapándose cómicamente la cara al recordar sus insultos—. ¡No me digas que lo escuchaste! ¡Duncan deseará matarme por todo lo que salió de mi boca!
Myles, para tranquilizar a su señora, le aseguró:
—No creáis que escuché a propósito. Yo estaba en el lago bañándome, cuando de pronto oí vuestros chillidos y los de vuestra hermana. —Al ver que ella le miraba, sincerándose dijo—: Nunca contaré lo que gritasteis. Pero permitidme deciros que en nuestro clan, a excepción del laird, nadie ordena a nadie lo que debe hacer.
Aquello le hizo sonreír y sentir que Myles la apoyaba. Avergonzada por todo lo que dijo sobre Duncan, le susurró:
—Myles, me siento fatal. Por mi culpa, y mi mala cabeza, unos guerreros se burlaron de mi esposo.
De pronto, tremendas gotas de lluvia anunciaron un chaparrón.
—Y vuestro esposo —respondió ayudándola a levantarse— ya se ocupó de ello. Y si de algo estoy seguro, es de que mi laird jamás os echará de su lado. Hemos crecido juntos, lo conozco muy bien y sé que, cuando os mira, algo le pasa aquí —dijo tocándose el corazón—. Se lo veo en sus ojos y en la manera en que os mira.
Aquello la sorprendió. Nunca hubiera imaginado escuchar a Myles, aquel highlander grandote de pelo claro, hablar de amor.
—¡Myles! —exclamó Megan—. Tu mujer debe de estar encantada con tu romanticismo.
Los dos sonrieron con complicidad.
—Estoy deseando ver a mi preciosa Maura —admitió, turbándose al pronunciar aquel nombre, y volviendo a mirarla dijo—: Milady, él está atormentado por lo que ocurrió el otro día. Sólo tenéis que observarle para ver la angustia de vuestra lejanía en su rostro.
Una vez que bajaron de la roca corrieron hasta llegar al grupo que, acostumbrados a las inclemencias del tiempo, comían como si no ocurriera nada. Megan se despidió de Myles y se sentó junto a las mujeres bajo un techadillo hecho con palos y capas.
Duncan, distante pero atento a los movimientos de su esposa, sonrió al ver cómo John, el cocinero, sin que nadie le dijera nada, se acercaba a ella para ofrecerle un buen plato de comida, que ella aceptó con una grata sonrisa.
—¿Qué crees que dirá el abuelo cuando la conozca?
—La adorará en cuanto abra la boca —respondió Duncan a su hermano, que descansaba junto a él apoyado en el árbol.
Su abuelo siempre había mimado y adorado a Johanna, su fallecida hermana, que al igual que Megan había crecido rodeada de hombres y haciendo siempre lo que le venía en gana.
—La presencia de Margaret me incomoda —señaló Duncan.
—Tú tranquilo, hermano; tendrá que aceptar que a partir de ahora la señora de la casa será Megan.
Una vez acabado el delicioso guiso de John, Megan miró a su alrededor intentando encontrar a su marido, pero le resultó imposible. ¿Dónde estaba? Antes de retomar la marcha, y como había dejado de llover, se dirigió al lago, donde había visto algunas hierbas que le vendrían bien.
—¿Qué buscas? —preguntó de pronto Zac, su hermano, tras ella.
—Mira, ven aquí —dijo arrancando unas hojas—. Estas hojas son tusilago. Nos vendrán bien dentro de poco, cuando empiece a hacer frío y comiences con tu tos.
—Oh…, ¡qué asco! —torció el gesto el niño al recordar aquel sabor.
—¿Dónde está Ewen? —preguntó extrañada al no ver al grandullón.
—Lo dejé tumbado allí —señaló hacia el campamento—. ¿Crees que volveremos a ver a Kieran?
Al escuchar aquel nombre, Megan se extrañó y preguntó a su hermano:
—Pues no lo sé, tesoro. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque ha sido un amigo que me ha enseñado muchas cosas. —Y con una sonrisa que desarmó a su hermana, dijo—: Además, nunca me ha tratado como a un niño pequeño, y sé que él también quiere ser mi amigo toda la vida.
—Eso es maravilloso —asintió Megan e incorporándose dijo—: Muy bien. Ayúdame a buscar más hierbas, pero ten cuidado de no caer al lago, ¿vale?
Con tranquilidad, ambos hermanos comenzaron a buscar hierbas que más tarde pudieran servir como medicina, hasta que de pronto Megan escuchó la voz de su marido y su cuñado. Con sigilo se acercó mientras Zac seguía cogiendo tusilago.
—Esa mujer —dijo Duncan con voz grave— tendrá que aceptar lo que yo diga. El laird soy yo, y si decido que se mude con los criados porque no la quiero cerca de mí o de mi familia, lo hará quiera o no.
—Me parece bien, hermano. Al fin y al cabo —respondió Niall—, tú la conoces mejor que yo.
—¡Tienes razón! —asintió con rotundidad—. Sé que intentará cualquier maniobra para desacreditarme delante del abuelo. No me fío de ella, ni de su sonrisa, ni de sus falsas palabras.
Tras unos instantes de silencio, Niall habló.
—Ambos sabemos que ella nunca fue la mejor opción para Eilean Donan.
—La detesto —respondió Duncan mesándose el pelo al recordar a Margaret y sus artimañas—. Si la aguanto es por el disgusto que le daría al abuelo si la echase de nuestro lado, pero ten por seguro que, a mi vuelta a Eilean Donan, las cosas van a cambiar.
—Espera a llegar, hermano —le propuso Niall levantándose—. Una vez allí, si ves que a pesar de todo sigue igual, tienes dos opciones: tratarla como a una criada, o devolverla al lugar de donde vino.
—Ten por seguro —rio amargamente Duncan, alejándose junto a Niall— que esa arpía, a mi llegada, será tratada como lo que es: una criada.
Casi a punto de ahogarse, Megan comenzó a boquear intentando respirar. Atónita por lo que había oído, se levantó tratando de poner en orden sus pensamientos mientras comenzaba de nuevo a llover.
—¡Megan! —gritó Zac emocionado corriendo hacia ella—. ¡Mira cuántas encontré!
Pero, al decir aquello, el niño se tropezó con la raíz de un árbol que sobresalía en el suelo y cayó al lago. Cuando Zac sacó la cabeza del agua, se puso a llorar, momento en que Megan despertó.
—Para ya de llorar e intenta agarrarte a mi mano —gritó acercándose al niño desde la roca, pero era imposible llegar hasta él.
—No llego —gimió Zac.
Ella maldijo por aquella eventualidad.
—Tranquilo. Mantente a flote como te enseñé, que ahora te saco.
Megan soltó las hojas de tusilago que llevaba en las manos para agarrarse a una rama, que al soportar el peso se rompió. La chica cayó al agua junto a su hermano pequeño.
—¡Qué torpe estás! —gritó el niño al ver a su hermana empapada con los pelos sobre la cara, mirándose los puntos del brazo—. ¡¿Quién nos sacará ahora?!
Escuchar aquello la encendió. Nunca habían necesitado a nadie.
—Maldita sea, Zac. No necesitamos que nadie nos saque del lago. Yo puedo sacarte sola y tú sabes nadar —gritó furiosa mientras agarraba a su hermano y comenzaba a nadar.
—Eres una gruñona insoportable y últimamente no haces nada más que gritar —se quejó el niño sorprendiéndola—. No me extraña que Duncan esté enfadado contigo. ¡Eres peor que un barrenillo en el culo!
Incrédula por lo que su hermano había dicho, le espetó:
—Si no te callas, señor barrenillo en el culo —gritó mirándole con sus ojos negros—, te juro que voy a ahogarte en este lago, aquí y ahora. Y haz el favor de callar y no hablar sobre lo que no sabes.
Pero el niño, incapaz de frenar su lengua, prosiguió:
—Shelma tiene razón. Al final, por tu culpa, Duncan nos echará de su casa.
«Sólo me faltaba escuchártelo a ti», pensó Megan furiosa.
—¡Maldita sea, Zac! —bramó al escuchar aquello—. ¡Cállate! O te juro que te voy a dar tal paliza por tus palabras que no te reconocerán cuando termine contigo.
Al sentir la triste mirada de su hermana, y su enfado, Zac se arrepintió.
—¡Vale, lo siento! —Y para suavizar las cosas con ella preguntó—: ¿Te duele la herida del brazo?
—¡Qué te calles! —volvió a gritar sin querer escucharle.
Estaba harta, cansada, agotada de escuchar a todos hablar sobre ella y su manera de ser.
Pero Zac era un niño y volvió a preguntar:
—Pero ¿por qué me chillas ahora?
—¡Porque estoy agotada! —gritó haciendo pie en el lago, sin percatarse de que Shelma, Duncan y los demás, alertados por los chillidos, estaban allí—. Porque me da la gana gritar, porque estoy harta de escuchar lo mala que soy y porque necesito desahogarme chillando.
—¡Qué no me chilles! —aulló el niño, que dando un tirón a su hermana del brazo no dañado la hizo caer hacia atrás en el agua.
—Pero… pero… ¡Te voy a matar, maldito gusano! —gritó Megan retirándose el pelo mojado de la cara, sin darse cuenta de que Shelma les miraba espantada—. ¡Te voy a dar tu merecido, enano insoportable!
Tras decir aquello, Megan hundió al niño en el lago ante el público que la miraba entre incrédulo y divertido.
—Se lo voy a decir a El Halcón —gritó Zac al sacar la cabeza del agua—. Y espero que se enfade contigo y te grite como tú me estás gritando a mí.
Calada hasta los huesos y aburrida de todo, Megan gritó:
—Oh…, no… ¿Se lo dirás a El Halcón? ¡Qué miedo, qué miedo! —dramatizó llevándose una mano a la cara haciendo sonreír a su hermano. Luego, clavando de nuevo sus ojos en él, dijo con voz de enfado—: ¡Zachary George Philiphs! Eres el niño más maleducado y desagradecido que he conocido en toda mi vida. ¡¿Y sabes por qué?! —dijo con los brazos en jarras—. Porque llevo toda la vida cuidando de ti y salvándote de toda clase de peligros, y ahora me vienes con que, porque te ahogo y te grito, se lo vas a decir a Duncan para que me grite y se enfade conmigo. ¡Eres un maldito desagradecido!
—¡Y tú una gruñona! —vociferó el niño al ver que hacía pie. Y antes de ser consciente del público que les observaba, gritó—: Que sepas que me gustabas más cuando eras divertida y sonreías.
—¡Con eso me has matado, Zac! —respondió sin mirarle, sin importarle ya su pelo mojado, su herida empapada o su vestido calado, por lo que, dejándose caer hacia atrás en el lago, dijo—: Anda, traidor. Ve en busca de Shelma y sécate. Si alguien te pregunta qué te pasó, le dices que la malvada bruja negra del lago intentó ahogarte. —Y rabiosa gritó—: ¡Ah… y no olvides contarle lo mala, malísima que soy a tu maravilloso amiguito El Halcón!
Duncan, junto a Niall y Lolach, asombrado por el espectáculo que había presenciado, no sabía qué hacer. Lolach y Niall se miraron con una sonrisa y, tras hacer una seña con la mano, indicaron a todos los presentes que regresaran al campamento. Shelma agarró a Zac y le indicó que guardara silencio mientras se marchaban. Al final sólo permaneció allí Duncan, que calado por la lluvia observaba a su mujer flotar boca arriba en el lago con los ojos cerrados.
Megan, ajena a todo, sonrió por primera vez en varios días al escuchar el hueco sonido del agua. La paz que sentía en aquel momento, flotando en el lago mientras llovía, era una paz que desde pequeña la había reconfortado en innumerables ocasiones. Le dolía en el alma escuchar las quejas de sus hermanos y encima saber que Duncan realmente la detestaba.
Hechizado por la belleza y delicadeza de su mujer, Duncan no podía moverse de la orilla, sólo sabía mirarla y admirarla. El espectáculo que le ofrecía era increíble. Verla flotando en medio del lago con su pelo alrededor mientras llovía era mágico. Cualquiera que pasara por allí pensaría que se trataba de un hada o una dama del lago.
Empapado hasta los huesos, pero sin poder apartar sus espectaculares ojos verdes de ella, comenzó a inquietarse cuando sintió que la lluvia comenzaba a caer con más fuerza y unos inesperados truenos hicieron vibrar todo a su alrededor.
Megan, al escuchar aquellos fuertes sonidos, en vez de asustarse, sonrió. Le encantaba sentir la fuerza de los truenos al retumbar y en especial recordar la infinidad de tardes y noches que, en compañía de Mauled y su abuelo, habían danzado bajo el agua mientras una tormenta furiosa descargaba.
Ahogada por la tristeza de la falta de esos seres queridos, se incorporó y, tras quitarse el vendaje del brazo, resopló al ver su horrorosa cicatriz. Pensó en los comentarios de su marido y su hermana cuando la descubrieran: «¡Megan, cómo se te ha ocurrido mojarte así!», «¡Megan, tú y tus rarezas!». Por ello, y sin muchas ganas, comenzó a salir del lago sin percatarse aún de la presencia de Duncan en la orilla.
Sonó otro trueno que volvió a hacer temblar todo el valle. Megan levantó los brazos y sonrió al notar la furia de la naturaleza mientras andaba hacia la orilla. Chorreando con la ropa pegada al cuerpo, echó la cabeza hacia atrás para escurrir con sus manos el agua de su empapado y largo cabello, cuando de pronto le vio. De pie en la orilla, empapado y con sus increíbles ojos verdes clavados en ella.
—Sal del agua, cámbiate de ropa y ve a mirarte el brazo —ordenó al ver la desconfianza con que ella le miraba.
Megan levantó una ceja con intención de decirle lo que pensaba sobre sus órdenes, pero al final desistió.
—¿Pasabas por aquí o te mandó Zac? —preguntó temblando al sentir el frío, momento en el que otro trueno sonó.
—¿Acaso importa? —respondió él—. ¡Venga, sal del agua! Cogerás frío y enfermarás.
Al escuchar aquello Megan sonrió.
—¡Cómo si realmente te importara! —se mofó.
Molesto por aquel comentario preguntó:
—¿Por qué dices eso?
—No entiendo. ¿A qué estás jugando conmigo? —siseó clavándole sus impresionantes ojos negros.
—¿Jugando? —preguntó él mientras observaba cómo el vestido se ajustaba a aquellos redondos pechos que tanto le gustaba acariciar.
—Uno de los dos está jugando, y te puedo asegurar que no soy yo —contestó metida aún en el agua hasta la cintura, mientras observaba cómo el cabello castaño de su marido se oscurecía con la lluvia.
—No te entiendo, mujer —respondió enfurecido quitándose las gotas de lluvia que corrían por su cara—. ¡Sal del agua inmediatamente para que me lo puedas explicar!
—¡No me ordenes como si fuera uno de tus guerreros! —gritó colérica al recordar cómo le había dicho a Niall que «la detestaba». Sintiendo necesidad de no agradarle bajo ningún concepto, añadió—: Saldré del agua cuando yo quiera, no cuando tú me lo ordenes.
—¡Sal de ahí ahora mismo! —rugió incrédulo por la cabezonería de ella.
—¡No! —Desafiándole con la mirada, le anunció con una retadora sonrisa en la boca—: Es más, como seré castigada por mis actos, disfrutaré un rato más del maravilloso lago Lochy y de la tormenta.
Empapado y colérico por la actitud de su mujer, Duncan maldijo, e intentó calmar su ansia de ir tras ella y sacarla del agua a empujones.
—¡Megan! —vociferó—. Sal del agua, está tronando y necesitas curarte esa herida.
—¡Por todos los santos! No seas aguafiestas. ¡Márchate y déjame disfrutar de estos momentos de paz! —gritó—. Por cierto, esposo, ¿te he contado alguna vez que mis días preferidos son aquellos en los que la lluvia arrecia y los truenos suenan? —Y viendo que él resoplaba, comentó—: Cuando decida salir del agua, saldré.
—¡Ven aquí ahora mismo! —bramó mientras ella nadaba alejándose de él.
Pero ¿qué le pasaba a su mujer? ¿Acaso no se daba cuenta de su loco y ridículo comportamiento? A grandes zancadas se subió a una roca que le acercaba a ella y viendo cómo ella nadaba advirtió:
—Megan, ¿estás poniendo mi paciencia a prueba?
Ella le miró y, a pesar de ver su cara de enfado, recordó que él pretendía tratarla como a una criada en su castillo y chilló:
—Nada más lejos de mi intención. —Luego le dio la espalda.
—¡Maldita sea, Megan! ¿Quieres hacer el favor de salir del agua para que podamos hablar?
—Espera, que lo pienso —sonrió dándose la vuelta para mirarle con descaro. Con una retadora sonrisa, le gritó—: ¡No! He decidido que no voy a salir.
—Por todos los demonios, mujer, te ahogaría cuando te pones tan terca —bramó atónito por el descaro de ella. Aunque un extraño regocijo creció en su interior. Harto de aquella situación, se zambulló en el agua y agarrándola torpemente del brazo, pues no quería dañarla, le siseó en la cara—: ¡Ahora te ordeno que salgas inmediatamente del agua!
—Ni lo sueñes. —Se liberó con destreza metiéndose bajo las oscuras aguas y comenzó a nadar bajo ellas. Al salir a la superficie, se encontró con una mirada oscura y retadora, pero contenta por el espacio que había puesto entre ambos le gritó—: Esposo, ¿todavía no te has dado cuenta de que a mí no se me ordena?
Sin saber por qué quería sonreír, Duncan habló.
—Esposa, no te muevas de donde estás —ordenó señalándola con el dedo.
Megan comenzó a nadar, aunque esta vez Duncan fue más rápido y, tras pillarla por un pie, tiró de ella haciéndole una ahogadilla.
—¡Te dije que no te movieras!
—¡Suéltame, maldito highlander! —Tosió al salir del agua—. O te juro que te ahogo.
—¡Antes te ahogo yo a ti! —rio sarcásticamente, apretándola contra su cuerpo. Tronó mientras ella luchaba por soltarse. Tras esquivar varias patadas, Duncan consiguió apresar sus piernas entre las suyas, y en un tono amenazante siseó tirándola del pelo.
—Te voy a domesticar, aunque sea lo último que haga en este mundo.
Pero ella no dio su brazo a torcer.
—Morirás en el empeño —escupió al sentir los fuertes brazos de él alrededor de su cintura quemándola como un irresistible fuego abrasador.
Rabiosa por su comentario, volvió los ojos hacia él y se quedó sin habla al ver la extraña sonrisa y la penetrante mirada con que la observaba. En ese momento entendió por qué le llamaban El Halcón y le temían como al demonio en el campo de batalla.
—Será una deliciosa manera de morir, cariño —susurró acercando sus labios a los de ella, desarmándola de tal manera que en pocos instantes le devolvía el beso con la misma intensidad. Tras aquel inquietante y húmedo beso, cuando separaron sus labios ambos respiraban con dificultad—. ¡Me vas a volver loco!
—Eso pretendo —murmuró ella al escuchar otro trueno.
Hechizada por el momento, acercó sus labios a los de él y le besó de tal manera que el ardor y la necesidad que ambos sintieron les hizo chocar contra una gran roca, quedando Megan entre él y la piedra.
La pasión que sentía Duncan le oscurecía la vista, mientras la miraba como a la presa que iba a atacar, haciéndola estremecer al sentir su deseo. Con cautela, aflojó la presión que ejercía sobre ella. Megan le echó los brazos al cuello. Sin decir una sola palabra, y con un descaro que le volvió loco, fijó sus negros ojos en los de él, bajó las manos por la cintura hasta su pantalón, que quedaba bajo el agua, y, mientras le besaba con pasión, le exigió:
—Quiero tenerte dentro de mí. Aquí y ahora.
—Impaciente. Tus deseos son órdenes para mí —sonrió abrasado por las llamas del deseo, mientras sus manos tocaban la daga que ella llevaba sujeta en el muslo derecho.
Mientras retiraba las faldas que flotaban en el agua, se acopló entre sus piernas y de un empuje se introdujo en su mujer, provocando en ella un gemido que él devoró. La lluvia continuaba cayendo sobre ellos y los truenos no cesaban.
El deseo y la pasión de ambos eran tan gratificantes que disfrutaron todos y cada uno de los momentos que duró aquel mágico encuentro. Megan, que tenía la espalda apoyada en una roca y las piernas enroscadas en el cuerpo de su marido, recibía los empellones de placer que Duncan le regalaba. Enloquecido por lo que sentía por ella, Duncan la besaba con pasión, mientras sus movimientos cada vez se hacían más y más rápidos. Sus gemidos alcanzaron profundidad hasta que el placer les hizo gritar al sentir el clímax que les dejó, el uno en brazos del otro.
Pasados los primeros momentos en los que ninguno de los dos se movió, Duncan, con pereza, se separó de Megan un poco para quitarse los pantalones, con ella aún echada sobre su hombro. Dándole un dulce beso en su pelo empapado, hizo que le mirara.
—¿Estás bien? —preguntó con voz ronca y sonrió al ver cómo ella asentía.
—No me vas a domesticar —murmuró quitándose el pelo mojado que le caía por los ojos—. Aunque mi cabello te recuerde a tu caballo, nunca olvides que no lo soy.
Andando hacia la orilla todavía con ella entre sus brazos, Duncan le susurró al oído poniéndole la piel de gallina:
—Hacer el amor contigo en el lago, bajo un aguacero y con el cielo tronando, ha sido la experiencia más maravillosa de mi vida.
Al escucharle, ella sonrió.
—Aunque sigo preguntándome —prosiguió él— qué extraño hechizo me une a ti. Porque, a pesar de lo obstinada y nada dócil que eres, me tienes persiguiéndote como un lobo en celo.
—Duncan, ¿por qué me detestas? —preguntó sorprendiéndole.
—¿Cuándo he dicho yo eso?
—Te escuché —respondió, todavía entre sus brazos—. Escuché cómo hablabas con Niall y le decías que me detestabas y que sería tratada como una criada.
Al escuchar aquello, Duncan dio un respingo. A pesar del desconcierto inicial, terminó por lanzar una carcajada.
—No hablaba de ti. Hablaba de Margaret, la mujer que se ocupa de mis tierras y de mi abuelo cuando yo me ausento. —Al ver que ella suspiraba aliviada, murmuró—: Yo no te detesto, Megan. Yo te adoro.
Maravillada y feliz por el giro de los acontecimientos, dijo tapándole la boca con su mano:
—Antes de que continúes, necesito disculparme por todas las veces que te he dejado en evidencia. Sé que no estoy a la altura de lo que querías de mí, y nunca me perdonaré que pasaras vergüenza por… —Ella tomó aire—. Te prometo que voy a cambiar y que…
—Se acabó… —musitó tomando los labios de su mujer. No podía verla con aquella mirada derrotada, no quería verla tan vulnerable—. Escucha bien lo que te voy a decir, Megan: me gusta cómo eres. Aunque la promesa que hice a tu abuelo y a Mauled me empujó a casarme contigo, tengo que aclararte que también lo hice porque eres dulce, maravillosa, valiente, atrevida, porque cuidas a los tuyos como pocas personas hacen y porque eres una persona que no se deja amilanar por nada. —Cogiéndola de la barbilla, continuó mientras la sonreía con adoración—: Me gusta que tengas carácter, aunque en ciertos momentos te mataría por tu obstinación, tus contestaciones, tus retos y tu cabezonería. Pero eso fue lo que me atrajo de ti. Por lo tanto, mientras seas mi mujer, quiero que sigas siendo como eres. No quiero que cambies, sólo me gustaría que en ciertas ocasiones pensaras mejor las cosas antes de hacerlas o decirlas, pero… ¡No te consiento que pierdas tu fuerza, tu vitalidad y tu pasión por las cosas! —dijo levantando la voz haciéndola sonreír—. Porque, si lo haces, yo perderé a la bruja que me tiene hechizado y que me obliga a hacer cosas tan maravillosas como lo ocurrido ahora en el lago. ¿De acuerdo?
—Deseo concedido —respondió ella con una increíble sonrisa.
—Esa frase es mía —rio a carcajadas al escucharla.
—Ahora es mía también, como lo eres tú —sonrió llenándole de amor, mientras caminaban hacia el campamento con una enorme expresión de alegría en el rostro y en el corazón.