Capítulo 25

Aquella tarde, tras saber que Megan descansaba en su habitación y que la hemorragia había cesado, Duncan se martirizaba incapaz de enfrentarse a ella, a la mujer que había dañado tanto físicamente como en su corazón. Tras una larga conversación con Kieran, Duncan se había dado cuenta de dos cosas: la primera era que le gustaba más de lo que él quería admitir la vitalidad que desprendía su mujer, y la segunda, que Kieran no era un imbécil como su hermano James.

Megan, por su lado, sumida en una auténtica tristeza, veía con desesperación cómo pasaba el tiempo y Duncan no acudía a su lado. Por ello se hizo el propósito de cambiar su fuerte personalidad y asumir de una vez que su marido, a pesar de sus dulces comentarios, nunca la querría.

Tras golpear la puerta, apareció Kieran.

—¿Qué tal tu brazo?

—Mejor, gracias —contestó con familiaridad. Pero al verle el labio partido y un ojo morado, dijo señalándole—: ¡Oh, Dios mío! ¿Qué te ha ocurrido?

—Nada importante —sonrió al ver su cara de desconcierto—. Diferencias de opiniones con un amigo. Pero no te preocupes, ya están solucionadas.

—No me lo digas. —Cerrando los ojos preguntó—: Ha sido Duncan, ¿verdad?

—Eso no importa ahora —sonrió quitándole importancia, y mirándola con sus entrañables ojos azules dijo—: Venía a despedirme de ti. Tengo que llegar a Aberdeen antes que mi hermano. —Levantando los brazos añadió—: James es la oveja negra de la familia y, cuando llegue allí, únicamente le dará problemas a mi pobre madre.

—Lo siento —susurró al escucharle.

Kieran se acercó.

—Duncan no tardará mucho en darse cuenta de la fortuna que ha tenido al encontrarte en su camino.

—¡No creo que mis ojos vean eso! —murmuró al tiempo que ponía los ojos en blanco haciéndole sonreír.

—Lo verás, créeme —dijo dándole un apretón en la mano—. Dale tiempo y no podrá vivir sin ti. Y si no ocurriera así será porque Duncan es más burro de lo que yo creo.

Ambos sonrieron y Megan contestó:

—¡Si tú lo dices!

—Escúchame. Me dijo Duncan que sabías leer —susurró mirándola a los ojos. Ella asintió.

Kieran le entregó un papel donde había dibujado un pequeño mapa con varios nombres. Antes de hacerlo, se lo había pensado mucho. Pero, a pesar de que Duncan le había repetido hasta la saciedad que Marian no significaba nada en su vida, decidió darle aquella nota. Megan podría necesitar un amigo.

—Si alguna vez necesitas ayuda, sea lo que sea, búscame y te ayudaré. En este mapa encontrarás la forma de localizarme.

—Pero ¿por qué me das esto? —preguntó sin entender sus intenciones.

—Porque siempre es bueno tener amigos —señaló esperando equivocarse con respecto a Duncan—. Si necesitas localizarme, dirígete a la cañada de Glenn Affric. Al oeste, encontrarás una pequeña aldea de casas de piedra rojiza junto al lago. Una vez que llegues allí busca al herrero, se llama Caleb, es un buen hombre y mejor amigo. —Apretándole las manos, susurró—: Él te hará llegar hasta mí. Y repito, no quiero nada a cambio. Sólo deseo que sepas que en Kieran O’Hara tienes a un amigo para toda la vida. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —sonrió cogiendo el papel. Después de una significativa mirada por parte de ambos, ella dijo—: Cuídate, ¿me lo prometes?

—Lo intentaré —sonrió alejándose—. Adiós, Megan, cuídate tú también.

Triste por la marcha de un buen amigo como Kieran, se levantó de la cama y, sin darle importancia al papel que éste le había dado, lo guardó en el saco donde llevaba sus pocas pertenencias personales: los pantalones de cuero marrones, las botas de caña alta y la capa gastada de su abuelo Angus. Con melancolía miró aquellas ropas que en un pasado no muy lejano le hicieron tan feliz. De pronto, al escuchar ruido de caballos, sujetándose el brazo que le dolía bastante, se asomó a la ventana. Observó cómo varios guerreros montaban sus caballos, mientras Kieran hablaba con Zac y sonreían. En ese momento, se escucharon nuevos golpes en la arcada. Era Niall.

—Hola, cuñada —dijo entrando con una maravillosa sonrisa—. ¿Estás mejor?

—Sí. ¿Has visto? Kieran se marcha.

Niall se asomó a la ventana y asintió.

—Tiene asuntos familiares que solucionar. —Y para hacerla sonreír dijo—: ¿Sabes lo que me ha dicho ese creído cuando se despedía de mí? Que se pasará por Dunstaffnage para saludar a Gillian, ¿lo puedes creer?

—No tienes nada que temer —sonrió sin brillo en los ojos—. Creo que Kieran es más amigo de lo que vosotros creéis. Es una buena persona.

—Ya lo sé —asintió mirando al guerrero que se despedía con cordialidad de McPherson—. ¿Qué crees que Gillian pensaría si le conociera?

Al escuchar aquella pregunta Megan miró a aquel guapo y joven highlander que siempre la apoyaba a pesar de sus continuas meteduras de pata y testarudez.

—¿Quieres sinceridad?

—¿Desde cuándo mi cuñada no es sincera en algo? —preguntó extrañado mirándola a los ojos.

—Muy bien —sonrió retirándole con cariño el pelo de la cara—. Cuando Gillian lo vea con esos impresionantes ojos azules, ese pelo tan rubio y esa maravillosa sonrisa, pensará: «Este O’Hara es un hombre muy guapo».

—¿Tú crees? —preguntó molesto al pensar en Gillian mirando a otro que no fuera él.

Su gesto contrariado hizo sonreír a Megan.

—Oh, sí, estoy segura. Pero en cuanto Kieran comience a acosarla, pensará: «Este O’Hara es muy pesado», y lo pondrá en su sitio. —Aquello hizo reír a Niall, por lo que aprovechó para preguntarle—: ¿Por qué no dejas de evitar lo inevitable?

—Porque no sé si soy lo suficientemente bueno para ella —respondió él contemplando cómo los guerreros iniciaban su marcha.

—Eso no lo sabrás hasta que lo intentes, Niall —susurró con tristeza en la voz y en la mirada—. Pero también te diré que, a veces, uno cree que es bueno para el otro. Hasta que un día te das cuenta de que estás equivocado y…

—Tú eres perfecta para Duncan —dijo al entender sus dolorosas palabras—. ¡No lo dudes, Megan! Nunca le había visto sonreír de la manera que sonríe cuando está contigo.

—Déjalo, Niall —susurró sin fuerzas mirando por la ventana—. Lo nuestro ha sido un tremendo error. Cuando vivía con el abuelo y Mauled podía ser yo en todo momento, ¿y sabes por qué? Porque nadie esperaba nada de mí que no fuera lo que ya conocía.

Sorprendido por sus palabras preguntó:

—¿Por qué dices eso?

—Porque no estoy a la altura de lo que tu hermano y tu clan esperan de mí. —Sollozó. Nunca la había visto llorar y eso no sabía cómo manejarlo—. Soy todo lo que no debe ser la mujer de un laird, y yo le advertí que no se casara conmigo, pero él se empeñó. Yo estaba tan desesperada que acepté y… y…

—No, no, no llores —repitió sin saber bien qué hacer, mientras la tristeza y las lágrimas compungían el bonito rostro moreno—. ¡No me hagas esto, Megan! ¡Por favor! —dijo mientras ella se tiraba a sus brazos y lloraba desconsolada.

Con paciencia y buenas palabras, Niall la convenció para que se acostara. No le gustaba verla así. Ella era una mujer fuerte y con carácter, no una mujer destrozada y falta de vida. Cuando salió de la habitación tremendamente enfurecido, fue en busca de su hermano. Lo encontró sentado frente a las cuadras, pensativo, bebiendo cerveza.

—¿Cuándo piensas subir a ver a tu mujer?

—Cuando lo crea necesario —respondió sin mirarle.

Duncan se levantó y entró en las cuadras, donde Stoirm y lord Draco lo recibieron resoplando.

—No te acerques a Stoirm —advirtió Niall al ver al animal moverse inquieto.

—¿Cómo ella fue capaz de acercarse sin que la mordiera? —preguntó intentando entender—. ¿Y cómo pudo montar sin que la tirara?

—No lo sé. Quizá sea más testaruda que él —respondió Niall.

—El abuelo y Mauled siempre decían que Megan sabía comunicarse con los animales —contestó de pronto Zac entrando en la cuadra—. Y cuando un caballo era testarudo o difícil de tratar, ella conseguía que dejara a un lado su testarudez y le hiciera caso.

Al escuchar la voz del niño, los dos highlanders se volvieron para mirarle.

—¿De dónde sales tú? —sonrió Niall agachándose para cogerle.

—¿Qué haces aquí? Deberías estar durmiendo con Ewen —lo regañó Duncan con una media sonrisa, viendo a Ewen a pocos metros.

El niño, tras mirarles con ojos tristones, respondió:

—No puedo dormir. Estoy muy preocupado.

Aquella contestación hizo sonreír a los hermanos.

—Veamos, ¿qué tipo de preocupación no te deja dormir? —preguntó Duncan con cariño mientras Niall le prestaba atención.

Zac, tras mirar unos instantes al guerrero, marido de su hermana, tragó con dificultad y preguntó:

—¿Es cierto que Megan y yo nos tendremos que marchar cuando tú no nos quieras?

—¿Qué? —susurró Niall sin entender lo que el niño decía.

—¿Cómo dices? —preguntó Duncan—. ¿Dónde has escuchado eso?

—Shelma dijo que si Megan no era buena contigo, tú no nos querrías y nos tendríamos que marchar. Y Megan, enfadada, gritó que si tú nos echabas de tus tierras, ella cuidaría de mí.

—Olvídalo, Zac —aclaró intranquilo Duncan mirando a su hermano, que le observaba desconcertado—. Nunca os echaré de mis tierras. Ahora ve a dormir tranquilo, pero no le digas a nadie lo que hemos hablado aquí, ¿de acuerdo?

El niño sonrió. Tenía la misma sonrisa que su hermana mayor, y eso le hizo latir el corazón.

—¡Vale! Pero no me gusta que hagas llorar a Megan —le reprochó el niño.

Duncan, clavando su mirada en él, preguntó:

—¿Por qué crees que he sido yo quien la hizo llorar?

—Porque ella dijo que tú le habías partido el corazón —respondió el niño sin entender que aquel comentario acababa de partírselo a él.

Al escuchar aquello, Duncan se quedó tan desconcertado que tuvo que ser Niall quien hablara.

—Anda, bichejo, ve a dormir —sonrió Niall.

Tras soltarlo, el pequeño corrió hasta Ewen, que con una sonrisa le cogió en brazos y se lo llevó.

Pasados unos instantes y al ver que su hermano no decía nada, Niall, dándole un puñetazo en el brazo, preguntó:

—¿Cómo se te ocurre partirle el corazón a Megan?

Rascándose la barba incipiente de su barbilla Duncan murmuró:

—No tenía ni idea. Pero Shelma me lo explicará ahora mismo —dijo echando a andar con decisión hacia el interior de la fortaleza.

Aquella noche, al no verle aparecer por su habitación, Megan se convenció de que Duncan seguía enfadado con ella. Harta de dar vueltas en la cama, decidió levantarse. Al asomarse por la ventana, escuchó los golpes que Stoirm propinaba en la cuadra. Por ello cogió unas hierbas de su talega y decidió bajar sin hacer ruido para intentar calmar al animal.

«¡Ya qué más da!», pensó encogiendo los hombros.

Con cuidado, se puso la bata que Gillian le regaló y, tras comprobar que todo estaba en orden, salió sin hacer ruido. Despacio, abrió la puerta de la fortaleza y llegó hasta las cuadras, donde lord Draco resopló al verla entrar.

—Hola, guapo —lo saludó dándole un beso en el hocico. Tras hablarle durante un rato y acariciarlo, se plantó frente al inquieto caballo, que al verla relinchó—. Hola, Stoirm —susurró extendiendo su mano para darle un poco de azúcar mezclado con hierbas—. Toma esto, te relajará. Lo necesitas.

Mientras el caballo chupaba la palma de su mano, ella con cuidado se fue acercando hasta terminar apoyada en su cuello. Con cariño le susurró cerca de la oreja:

—Siento decirte que mañana me voy hacia las tierras de mi marido, por lo que he venido a despedirme de ti. Me hubiera encantado llevarte conmigo, porque sé que tú y yo nos entenderíamos muy bien, ¿verdad? —Sonrió al ver al caballo menear la cabeza—. Pero tendrá que ser en otra vida porque en ésta lo veo difícil. Creo que tú, a tu modo, y yo, al mío, somos parecidos. Ninguno de los dos encajamos donde estamos y ninguno cumplimos con lo que se espera de nosotros. Stoirm, eres un buen caballo, además de hermoso. Espero que alguien se dé cuenta de que sólo necesitas un poco de cariño y atención —susurró tocando con su mano sana el cuello del animal. Con cariño lo besó antes de alejarse de él—. Adiós, Stoirm. Cuídate.

Con un nudo en la garganta, se dirigió hacia la salida de la cuadra cuando de pronto apareció una sombra en la oscuridad.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Duncan todo lo suave que pudo.

—Yo, pues… —suspiró angustiada al verse descubierta—. Lo siento. Sólo quería despedirme de… —Y sin mirarle a los ojos susurró—: Discúlpame, no volverá a ocurrir.

—De acuerdo —respondió al verla tan vulnerable con el brazo vendado y la tristeza en el rostro.

El silencio entre los dos se tornó incómodo. Ambos sabían que lo ocurrido aquella tarde les convertía de nuevo en rivales, no en amigos.

—Me gustaría regresar a la habitación, mañana tenemos un largo viaje —solicitó Megan.

—Volverás en cuanto hayas hablado conmigo —dijo Duncan—. ¿Podrías mirarme cuando te hablo?

Levantando el mentón, Megan le miró.

—Sí, por supuesto —asintió ella.

Al conectar con sus ojos, Duncan se dio cuenta de la inseguridad que transmitía la expresión de su mujer.

—Quería hablarte sobre lo que ha ocurrido hoy —comenzó a decir nervioso al ver que ella lo observaba de una manera que no expresaba ninguna emoción—. Lo primero de todo es disculparme por lo que te hice en el brazo. ¡No sé qué me pasó! Me he comportado como un auténtico animal y…

—Estás disculpado —respondió con excesiva serenidad—. Me lo merecía.

No le gustaba verla así. No quería verla así. Él adoraba a la Megan salvaje y contestona, aunque en ciertos momentos la estrangularía. Sentirla tan acobardada y sumisa, no le gustó. Le horrorizó.

—Megan —dijo cogiéndola del brazo con suavidad para atraerla hacia él—, no merecías que te hiciera lo que hice. Me comporté como un bruto y…

—En lo sucesivo, intentaré medir mejor mis actos y mis palabras —continuó sin escucharle—. Déjame recordarte que nuestra unión fue un Handfasting. Si en cualquier momento quieres que nuestros votos finalicen, dímelo. ¿Puedo volver ahora a la cama?

Aquella frialdad en sus palabras dañó el hasta ahora imperturbable corazón de Duncan, pero no dijo nada, calló.

—Por supuesto. —Desistió de seguir hablando con ella—. Saldremos al alba.

Agachando la cabeza, ella asintió.

—De acuerdo. Buenas noches.

Sin mirar atrás y con unas enormes ganas de maldecir y llorar, Megan regresó a su habitación. Aquella noche no sólo ella no durmió.

Al alba, una ojerosa Megan entró en el comedor tan correctamente peinada y vestida que atrajo la mirada de todos.

—¡Vaya, cuñada! —sonrió Niall al verla mientras comía junto a su silencioso hermano—. Hoy estás preciosa.

Con una tímida sonrisa hacia su cuñado, que hizo a Duncan temblar, ella le agradeció aquel cumplido.

Acercándose a la mesa donde distintos platos de comida esperaban a ser engullidos, Megan tomó un plato y se sirvió una pequeña porción. Luego se sentó junto a Shelma.

—¿Has pasado buena noche? —preguntó Shelma, que se sentía culpable por el estado de ánimo de su hermana.

—No he podido dormir mucho. El dolor del brazo no me ha dejado. —Y mirándola dijo—: Tienes mala cara. ¿Te ocurre algo?

Haciendo intentos por no llorar, Shelma respondió:

—Estoy cansada, tengo sueño y me duele un poco la cabeza.

Sin quitarle la vista de encima, Megan señaló tocándole la frente:

—No me gusta nada el color de cara que tienes.

Desde el otro lado de la mesa, un dichoso Anthony que la había observado entrar dijo:

Milady, quiero presentaros a Briana, mi mujer.

Megan, al escuchar las palabras de Anthony, se levantó con rapidez.

—Oh…, perdonad mi despiste —sonrió con amabilidad acercándose a ellos—. Me gustaría que me llamarais Megan, por favor. —Tras coger las manos de aquella menuda y delicada mujer de pelo castaño y ojos color avellana, dijo—: Me alegro muchísimo de conocerte. —Tocando su todavía liso estómago, preguntó—: ¿Te encuentras bien?

—Es un placer conoceros, milady —asintió Briana, y al ver el gesto de aquella rectificó—: Megan, creo que ambos estamos bien.

Una sonrisa entre las mujeres puso de manifiesto que se llevarían bien.

—¿Sabes? Viajarán con nosotros —le comunicó Shelma.

Megan, encantada por aquello, sonrió sin ver cómo su marido la miraba.

—Volvemos a Inverness —anunció Briana.

—Quería pediros disculpas por… —susurró Anthony mirándola a los ojos.

—Yo hubiera hecho lo mismo —le interrumpió Megan—. Eso ya es algo pasado. Ahora debemos mirar hacia delante.

Con brusquedad, Duncan se levantó de la mesa furioso por ser incapaz de acercarse a su mujer y rezongó:

—Esperaré fuera. Procurad no demorar mucho la salida.

Una vez fuera del salón, Duncan, cabizbajo, maldijo por todo lo ocurrido mientras se dirigía hacia su caballo Dark, que al verlo cabeceó.

—¿Hablaste con ella anoche? —le preguntó Lolach por sorpresa.

—No.

—Siento que las palabras que le dije a mi mujer afecten a tu matrimonio.

Al escucharle, Duncan se paró y le miró.

—No tenías que haberle dicho nada a Shelma. Ambos oímos cómo dos de mis guerreros se mofaban de mi paciencia con Megan, pero también hemos oído halagos hacia ella y su manera de ser.

Lolach asintió.

—Tienes razón. Pero vi tu cara al escuchar y me vinieron a la mente comentarios respecto a Marian y yo…

—¡Lolach! —cortó sin querer escuchar más—. Megan no es Marian. Y ya me he encargado yo de aclarárselo a ellos —dijo señalando a dos de sus guerreros que caminaban cojeando y con heridas en el rostro—. En mi clan, el laird soy yo, y nadie me obligará nunca a dejar algo o a alguien que yo quiera. —Al ver que la arcada de la entrada a la fortaleza se abría, dijo sonriendo—: Lolach, si me casé con ella fue porque desde el primer momento que la vi supe que tenía la fuerza, y el carácter necesarios para ser mi mujer. Amigo —susurró tomándole por los hombros—, hemos conocido a muchas mujeres en todos los años que llevamos juntos, pero nunca ninguna hizo que mi vida fuera tan fascinante. —Su amigo suspiró divertido—. A pesar de nuestras diferencias y discusiones, ella es sin duda alguna mi mayor debilidad.

—De acuerdo —sonrió entendiendo aquellas palabras tan cercanas a lo que él sentía por Shelma—. Pero por eso mismo me siento culpable al verla tan triste.

—No te preocupes, Lolach. Conociendo a mi mujer, ese estado de paz no durará demasiado —se mofó Duncan, deseoso de que así fuera.

Las gentes se arremolinaron junto a la comitiva que estaba a punto de partir. Los hombres hablaban con McPherson, que reía y les indicaba que regresaran cuando quisieran. A despedirlas a ellas acudieron más personas de las que hubieran imaginado, algo que les llegó al corazón y las llenó de gratitud. Con cariño, Megan se fue despidiendo hasta que llegó a Mary, que la aguardaba con tristeza.

—¡Mary! —exclamó Megan tomándola de las manos tras observar que las furcias miraban alejadas del grupo—. Te voy a echar mucho de menos. Quiero que sepas que si necesitas cualquier cosa, lo que sea, no dudes en hacérmelo saber.

—Gracias, milady —sonrió viendo cómo Duncan las observaba—. Pero no os preocupéis, estaré bien.

—De acuerdo. —Bajito, para que nadie las escuchara, le susurró—: Gracias por ser tan buena con nosotras, no lo olvidaré nunca.

Finalmente, tras despedirse de McPherson, Duncan levantó la mano y la comitiva salió de la fortaleza. Las tres mujeres y Zac iban acomodados en una carreta conducida por Ewen, a la que iba atado lord Draco. Al pasar junto a las cuadras, las hermanas se despidieron de Rene y Megan tuvo que contener las lágrimas y respirar con fuerza al escuchar los relinchos y golpes de Stoirm.