Megan cruzó el patio de la fortaleza agarrándose el brazo con lágrimas en sus mejillas. Le latía con un profundo dolor y como un rayo salió por la arcada, dejando a los vigilantes sin palabras, mientras la observaban desaparecer entre los árboles. Mael, al verla correr de aquella manera, intentó ir tras ella, pero Shelma le paró. Su hermana no permitiría que nadie la viera llorar, por lo que, tras cruzar unas palabras con él, comenzó a correr hasta que la vio agotada junto al lago. Megan maldecía en voz alta una y otra vez, hasta que Shelma llegó y la abrazó.
—Creí que no podría alcanzarte —dijo Shelma mientras unos curiosos ojos las observaban.
—Shelma, ¡le odio! —gritó con todas sus fuerzas roja de rabia—. ¡Le odio con toda mi alma! ¡Le odio con todo mi ser! ¡Le odio! ¡Le odio! Y no pienso volver junto a ese, ese, ese…
—Ése… —forzó a su hermana para que la mirara— te quiere y es tu marido.
—¿Qué me quiere? ¿Te lo ha dicho a ti? Porque a mí te aseguro que no —gritó mientras gesticulaba de dolor agarrándose el brazo.
—¿Qué te pasa?
—El brazo —sollozó dolorida, mientras maldecía y comenzaba a andar de un lado para otro sin parar—. Oh…, Dios. ¡Cómo me duele! Maldito sea el día que te conocí, Duncan McRae. Maldito sea el día que accedí a casarme contigo. Te odio. ¡Te odio tanto que te mataría!
Shelma, asustada, pues nunca había visto tan fuera de sí a su hermana, intentó calmar los chillidos que daba. Si alguien la escuchaba decir aquellas cosas contra su marido, habría más problemas. Pero, como era incapaz de hacerse con ella, comenzó a chillar como nunca la había chillado.
—Escúchame. ¡Maldita sea, Megan! —Gritó más alto para que callara y la mirara—. Por favor, serénate, ¿vale? Comprendo tu rabia, tu frustración y tus ganas de matarle, pero, aunque te enfades por lo que te voy a decir, también le comprendo a él, y te voy a explicar por qué. —Megan la miró—. El abuelo y Mauled nos han criado como a muchachos en vez de cómo a mujeres, y estamos tan acostumbradas a hacer lo que queremos, cuando queremos y como queremos, que no nos hemos dado cuenta de que ya no somos aquellas jóvenes solteras y libres que vivían con dos ancianos que les permitían hacer todo lo que querían, sin reglas, ni normas. Nos hemos casado, Megan —dijo cogiéndole la barbilla con la mano para mirarla directamente a los ojos—. Y ahora, aunque no nos guste, ya nada puede ser como antes. Lolach y Duncan son dos buenos hombres que nos quieren y que han aceptado nuestro pasado con naturalidad, mientras que nosotras no paramos de sorprenderles con nuestra particular manera de tomar la vida. Además, y aunque nos cueste aceptarlo, son nuestros maridos y les debemos un respeto.
—¡Venga ya, Shelma! —se quejó enfadada, ajena a unos curiosos ojos que la vigilaban tras los árboles—. No me hables de respeto, cuando ese bruto me ha destrozado el brazo. No me hables de él porque yo creo que…
—Te hablaré de lo que tenga que hablarte —murmuró mirándola a los ojos, y Megan de nuevo calló y escuchó—. Hoy tuve una conversación con Lolach en la cama. Me dijo que le encantaba mi naturalidad, pero que delante de otros guerreros intentara comportarme a la hora de responderle o desafiarle, porque no quería ser el hazmerreír de todos ellos. ¿Sabes por qué me comentó eso?
Megan negó con la cabeza.
—Porque anoche, en el viaje de vuelta, escuchó a unos hombres mofándose de Duncan, por cómo le contestas. Y lo que más le dolió fue ver cómo Duncan lo escuchó y, sin decir nada, lo aceptó. Sé que no va a ser fácil retener nuestros impulsos, pero tenemos que intentarlo porque nos hemos casado con el laird McKenna y el laird McRae, y nosotras no podemos consentir que la gente o su clan se ría de ellos por nuestro exaltado comportamiento. Lolach me ha pedido que no cambie nada en mi manera de ser, le gusto tal y como soy, pero sí me ha suplicado que intente no dejarle en ridículo con mi comportamiento o mis contestaciones porque de él dependen muchas personas a las que nunca, nunca podría decepcionar, ni abandonar.
—¿Y a ti te puede Lolach decepcionar o abandonar? —preguntó Megan que sintió correr un líquido por su brazo. Al mirarse maldijo cuando vio la manga de su vestido manchada de sangre—. ¡Maldita sea, se me abrió la herida!
Con rapidez Shelma miró el brazo de su hermana. No tenía buena pinta.
—Te dije que necesitaba un par de puntos —la regañó al ver la fea herida abierta—. Volvamos a la fortaleza.
—Aún no me has respondido. ¿Él puede decepcionarte o abandonarte?
Shelma, bajando el tono de voz, contestó:
—Él no puede decepcionarme porque desde un principio está siendo sincero conmigo, y me advirtió que, si alguna vez su gente se siente avergonzada por mi comportamiento, tendría que abandonarme por muy doloroso que le resultara. Es el laird Lolach McKenna y su clan depende de él.
—¿Qué me estás queriendo decir? —susurró Megan al ver la angustia reflejada en la cara de su hermana.
—Que no quiero que te pueda pasar eso a ti. ¡Piensa qué sería de ti y de Zac! Yo me moriría de pena si no os pudiera ayudar, y me volvería loca si tuviera que abandonar a Lolach. ¡Por favor, Megan! Tienes que intentar cambiar y dejar de enfadar a Duncan. ¡Por favor! —sollozó Shelma, angustiada por esos miedos.
Megan sabía que aquella tarde su manera de dirigirse a su esposo delante de todos había sido humillante. Sabía que aquello le traería terribles consecuencias, pero nunca esperó que Duncan se pusiera así.
—Escúchame —dijo tomándole las manos con cariño—. Sobre tus miedos sólo te puedo decir que intentaré con todas mis fuerzas ser mejor, pero si por algún casual Duncan me rechaza y me tengo que marchar, quiero que tengas clara una cosa. —Shelma la miró—. Tanto Zac como yo querríamos que fueras feliz con Lolach. Por lo que nunca te pediríamos que volvieras con nosotros —susurró limpiándole las lágrimas—. Mira, Shelma, tu camino está junto a tu marido, y si mi matrimonio no funciona y me tengo que marchar, no quiero que te preocupes. Tú mejor que nadie sabes que soy fuerte, que estaremos bien y sabré cuidar de Zac.
Los sollozos de Shelma hicieron ver a Megan cuánto amaba su hermana a su marido, algo que indudablemente Duncan no sentía hacia ella. Pasado un rato en el que se tranquilizó, Megan aceptó ante su hermana que no debía haber hablado así a su marido delante de McPherson, Kieran, James, Niall, Myles, Lolach, Axel, Magnus, Gelfrid e infinidad de guerreros, y llevándose las manos a la cara asumió por primera vez todo lo que había hecho mal.
—Ahora no es momento de lamentaciones —susurró Shelma—. Ahora es momento de demostrar a todos que eres la mejor mujer para el laird McRae.
Cogidas de la mano, llegaron a la fortaleza. Myles, que esperaba inquieto junto a Mael, sonrió al verlas regresar. James, con gesto áspero, dio órdenes a sus hombres para iniciar la marcha. Las miró al pasar, pero decidió no hacer ningún comentario y abandonar las tierras de McPherson antes de que éste se lo pidiera.
Al pasar junto a las cuadras, Megan tuvo que contener las lágrimas al escuchar relinchar a Stoirm y lord Draco, pero con paso decidido entró junto a su hermana en el salón donde se encontraban los hombres. Al verlas aparecer, todos las miraron y Shelma, tras dar un apretón en la mano a su hermana, la soltó y se reunió con su marido, quien, dándole la mano, sonrió. Megan, en un principio, se quedó paralizada y, reuniendo valor, observó a Duncan, que no se dignó a mirarla. Tragando saliva, se dirigió a McPherson.
—Laird McPherson —consiguió decir atrayendo la mirada de todos, excepto de Duncan—, quisiera pediros disculpas por mi comportamiento, y deciros que mi marido no se merece que yo le avergüence ante sus amigos de esta manera. Espero ser castigada en el momento que él decida.
Al decir aquello, Duncan la miró. La respuesta de McPherson no tardó en llegar.
—Milady, tenéis la suerte de que mi buen amigo Duncan no sea como yo, porque yo nunca os hubiera consentido que me hablarais así ante nadie, y os puedo asegurar que mi castigo sería doloroso —manifestó con seriedad, pero al ver la cara con que Niall y Kieran le miraron tras toser añadió—: De todas formas, milady, todos tenemos momentos en los que hacemos cosas que no deberíamos hacer.
—Os agradezco vuestra comprensión, laird —asintió y volviéndose hacia su cuñado, que la miraba extrañado, prosiguió—: Niall, estoy segura de que te has sentido mal por mis palabras y mis acciones en más de una ocasión, espero que puedas disculparme.
—Por favor, Megan —dijo levantándose al ver lo pálida que estaba, y señalando la manga del vestido indicó—: No tengo nada que disculparte, pero ¿tu brazo?
Intentando soportar el terrible dolor que sentía en el brazo lo escondió, momento en el que Kieran habló.
—Milady, creo que deberíais miraros ese brazo, por vuestro gesto deduzco que os debe de doler.
—Oh…, no es nada, es sólo un rasguño. Kieran —dijo al hombre que la miraba con tristeza—, a vos también os perdí el respeto. Pido disculpas si alguno de mis actos o mis palabras os han ocasionado algún mal. De verdad, lo siento.
—Milady, aparte de un terrible dolor de cabeza, no tengo nada que perdonaros, en todo caso agradeceros. —Sonrió apenado por verla en aquel estado. Aquella mujer era vida y alegría. A pesar de la dura mirada que Duncan le dedicó, continuó—: Sois una mujer excepcional y espero que esa fuerza que poseéis la utilicéis para seguir adelante y nunca olvidéis que los amigos os apreciamos tal y como sois, a pesar de que algunos —dijo mirando a McPherson— sean incapaces de entender las relaciones de pareja.
Al escuchar aquello, un ligero atisbo de sonrisa iluminó su cara. ¡Había ganado un buen amigo!
—Lolach —dijo volviéndose hacia él. La miraba muy serio—. Gracias por cuidar a mi hermana y, si en algún momento me he comportado de una manera inadecuada, te pido encarecidamente que me perdones.
Lolach, al escucharla, sonrió a pesar del gesto adusto de su amigo Duncan.
—Megan, yo tampoco comparto la opinión de McPherson, pero creo que debes medir tus palabras y tus actos porque a veces son desafortunados —dijo mirando a los guerreros que comían en silencio tras ellos—. Sabes que te aprecio, ¿verdad? —Ella asintió y comprobó con sus propios ojos cómo los guerreros cuchicheaban entre sí—. Entonces no hace falta que digas nada más. Pero sí te pido que vayas a curarte la herida del brazo.
—Lo haré, Lolach, pero todavía no he terminado —susurró mirando hacia Duncan, que no la miraba y tenía un gesto terriblemente enfadado—. Duncan, a ti te tengo que pedir tantas disculpas que no sabría ni por dónde empezar —dijo mientras los ojos de éste seguían sin mirarla. Estaba tan enfadado y humillado por su culpa que era incapaz de escucharla.
—Te está hablando, Duncan —bufó Kieran ganándose una feroz mirada de él—. ¿Podrías hacer el favor de mirarla cuando te habla?
—¡Kieran! —vociferó Duncan asustando a Megan y a alguno más—. Si no quieres morir, ¡cállate!
—¡Por todos los santos! —exclamó Niall al ver la sangre que caía desde la mano de Megan hasta el suelo. Rápidamente Shelma se levantó junto con Niall, que plantándose ante Megan dijo—: Ya hablarás más tarde con mi hermano. Ve a curarte.
—¡Por san Fergus! —susurró McPherson al ver cómo chorreaba la sangre por la mano, al tiempo que Duncan miraba y se sorprendía.
—¡Lolach! —ordenó Shelma furiosa por no haberse percatado antes—. Que alguien suba a nuestra habitación y me traiga la talega de potes y ungüentos. Tengo que curar a mi hermana antes de que se desangre.
Megan seguía con la vista clavada en Duncan. No reaccionó ni para bien ni para mal, hasta que de pronto, asustándoles a todos, se desmayó. Niall actuó con rapidez y, tras asirla entre sus brazos, desapareció seguido por Shelma, aunque antes miró a su hermano con expresión atroz.
Todos desaparecieron, excepto Kieran y Duncan, que se quedaron clavados en el salón. La rabia se apoderó de Duncan, que levantándose dio una patada a la silla para estamparla contra una pared. El dolor le consumía: sabía que se había comportado como un animal con ella y que el culpable de aquella sangre era él.
—¿Sabes cuántos hombres matarían porque sus mujeres tuvieran las cualidades de la tuya? —preguntó Kieran sin importarle las consecuencias de aquellas palabras.
—¿De qué hablas? —siseó Duncan con el ceño fruncido.
Kieran, sin amilanarse ante aquel valeroso highlander que por norma le miraba con cara de odio, respondió:
—Hablo de que privas a tu mujer de un caballo, cuando ella ha demostrado ser la única capaz de controlar a ese semental. Hablo de que anoche se hizo cargo de una situación que hoy hubiera traído muchos problemas. —Al escuchar eso Duncan le miró mientras apretaba los puños—. Hablo de que esta mujer vale mucho más que la que en un pasado te destrozó la vida, y aunque te moleste que lo diga jamás vi que la trataras con tanta dureza y frialdad como has tratado hoy a Megan. Cuando tú, yo y todos sabemos que por lo que te hizo se merecía que la hubieras matado.
—¿Tienes ganas de pelea, O’Hara? —bramó acercándose a él con gesto intimidante. No le gustaba que nadie le hablara de Marian—. Llevo años soportando que tú o James queráis ocupar mi lugar junto a Robert de Bruce. Estoy harto de tus comentarios y del imbécil de tu hermano y…
—Yo hablo por mí —aclaró Kieran al ver cómo le miraba—. ¡No quiero tener nada que ver con mi hermano!
—¿Acaso ahora envidias también a mi mujer? ¿A qué viene que tú me indiques cómo trato a las mujeres?
Kieran, consciente del peligro que aquellos ojos verdes le hacían saber, no se movió del lugar y volvió a contestar.
—Seré sincero. En ocasiones me hubiera gustado ser el que estaba a la derecha de Robert de Bruce, pero eso fue hace tiempo. Si me atrevo a decir que Megan es mejor que la francesa —dijo en tono despectivo— es porque lo pienso y porque estoy seguro de que ella nunca te haría lo que te hizo aquella estúpida mujer —gritó al ver cómo la cara de Duncan se contraía de dolor—. ¿Me preguntas si te envidio? Mi respuesta es sí. Ojalá hubiera encontrado yo antes a Megan, así podría disfrutar de esa maravillosa luz que desprende y que tú te empeñas en apagar. —Tras decir esto, Duncan le dio un puñetazo que le hizo caer hacia atrás ruidosamente encima de una mesa. Kieran, levantándose, se quitó la sangre de la boca y se tocó el ojo que comenzaba a hincharse—. Gracias por el golpe. Me lo merecía por lo idiota que a veces he sido contigo.
—¿Qué? —susurró Duncan, desconcertado.
—Déjame decirte una última cosa —susurró acercándose a él, preparado para un nuevo golpe—. No permitas que esa mujer cambie —dijo sonriéndole con compañerismo por primera vez en su vida—. Si permites eso, ten por seguro que serás el hombre más tonto que haya conocido en mi vida.
—¡¿Qué ocurre aquí?! —vociferó Lolach al entrar en el salón y ver a Kieran sangrando y con el ojo amoratado.
—Nada, Lolach —respondió Duncan al entender las palabras de Kieran, y tendiéndole la mano, que éste aceptó con una sonrisa, afirmó—: Sólo hablábamos entre amigos.