Cansados y agotados por el viaje en busca de Briana, de madrugada llegaron a la aldea, que presentaba una quietud inquietante. Cuando divisaron la gran arcada de la fortaleza, Duncan fue el primero en percatarse de que no había ningún soldado vigilando, por lo que aceleró el paso junto a Lolach y McPherson. Al entrar se quedaron sin palabras al ver aquel espectáculo.
—¡Por todos los santos celtas! —bramó McPherson al reconocer al hombre que dormía boca abajo en el centro del patio—. ¿Qué hace James O’Hara aquí?
—Mataré a Kieran —juró Lolach mirando a su alrededor y sintiendo que la rabia le comenzaba a consumir.
—¡Antes lo mataré yo! —masculló Duncan apretando la mandíbula al reconocer a algunos guerreros de James O’Hara y propios borrachos como cubas.
Al ver que nadie se movía, saltó de su caballo y a grandes zancadas entró en la fortaleza, donde, seguido por Lolach, Ewen y Niall, llegó hasta su habitación, que encontró atrancada.
—¡Shelma no está! —gritó en ese momento Lolach, que raudo había ido hasta la habitación de su mujer y la encontró vacía.
—¡Ayudadme a echar la puerta abajo! —exclamó con fiereza Duncan, con la piel erizada ante el temor de lo que había podido ocurrir allí.
El bramido de su marido la despertó. Megan saltó de la cama y corrió hasta la puerta. Quitó el tronco que la atrancaba para abrir y, sin darle tiempo a reaccionar, se tiró a sus brazos buscando como nunca su cariño y su tranquilidad.
—¡Vaya, cuñada! —sonrió Niall al ver la cara de su hermano—. A eso se le llama un buen recibimiento.
Lolach entró en la habitación y se relajó cuando vio a Shelma enroscada en la cama durmiendo junto a Zac. Con cuidado, se acercó a ella y estirando su mano fue a tocarle la mejilla. De pronto, ella dio un salto y, poniendo su puñal a escasos centímetros del cuello de Lolach, dijo con todo el pelo cayéndole en la cara:
—Si me tocas, eres hombre muerto.
—¿Qué demonios…? —susurró Lolach, confuso por esa reacción.
Al reconocer su voz, Shelma se retiró el pelo del rostro, tiró el puñal a un lado y se lanzó al cuello de su marido enganchándose con desesperación.
—Oh…, ¡cariño! —se disculpó Shelma, horrorizada por lo que había estado a punto de hacer—. ¿Te hice algo? Oh…, Dios mío.
—Tranquila, tesoro —sonrió al notarla junto a él mientras le besaba la frente—. ¿Tú estás bien?
Duncan, más apaciguado, entró con su mujer en brazos.
—Sí —asintió con cara de cansancio—. Todas estamos bien.
—Me llevaré a Zac a su cuarto —dijo Ewen.
Una vez que el highlander salió de la habitación con el niño en brazos, comenzó el interrogatorio.
—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó Duncan, reteniendo a su mujer, que hacía intentos por bajar de sus brazos, cosa que él no consintió.
—Los hombres de O’Hara organizaron una fiesta anoche —sonrió Shelma viendo entrar a Niall en la habitación saludándole con la mano—. Y nosotras atrancamos la arcada por si bebían demasiado. Sólo eso.
—¿Sólo eso? —bramó Duncan, que miró a su mujer incrédulo.
—Sí, sólo eso —confirmó Megan.
No querían que ninguno de ellos tuviera problemas con James, quien seguramente no recordaría lo ocurrido antes de caer al suelo.
—James apareció, y Kieran, al ver que no conseguía hacerle marchar —explicó Megan—, nos pidió que para evitar problemas atrancáramos nuestra habitación.
Duncan y Lolach se miraron. ¿Debían creerlas?
—¡Buena idea por su parte! —sonrió Niall, que levantó una ceja al mirar por la ventana y reconocer a James O’Hara como el hombre que se tambaleaba y soportaba los gritos de McPherson.
—¿Pretendéis que creamos eso? —preguntó Lolach cruzándose de brazos ante su mujer, que bostezaba sin ningún pudor.
—¡Por supuesto! —contestó Megan viendo cómo su marido observaba el carcaj tirado en el suelo y la escrutaba con esa mirada de desconfianza que la perturbaba—. Vale, Halcón… ¡Me has pillado! Tuve que tirar una flecha para advertir a los hombres que si se pasaban con alguien de la fortaleza se las verían conmigo.
Al escuchar aquello, los hombres se miraron sorprendidos. ¿Qué había ocurrido allí?
—¡Maldita sea! ¿Podemos acabar con esto? —se quejó Shelma rascándose con pesadez los ojos—. Necesito dormir, estoy muerta de sueño.
—De acuerdo —asintió Duncan al entender que ellas no contarían más—. Preguntaré a los criados. ¡Niall! Que alguien avise a Mary y que suba aquí.
—¿Por qué vas a interrogar a la pobre Mary? —se quejó Megan tras echarle una significativa mirada a su hermana—. ¿Acaso no te vale con lo que te contamos?
Aquello hizo por fin sonreír a los hombres.
—Definitivamente, ¡no! —respondió Lolach al mirar hacia la puerta, donde una tímida criada hacía acto de presencia—. Pasa, Mary, queremos hacerte unas preguntas.
—Oh…, pasa sin miedo —sonrió Megan soltándose por fin de los brazos de su marido y tomando la mano de la criada para darle seguridad—. Nuestros desconfiados maridos quieren preguntarte algo.
La pobre criada no sabía dónde mirar. No quería echar a perder la mentira.
—Tranquila, Mary —sonrió Shelma apoyándose en la almohada—. Aunque los veas tan grandes, no te comerán.
Niall observaba divertido aquello mientras Duncan seguía ceñudo y con su continuo gesto de gravedad.
—Por supuesto que no —sonrió sin querer Lolach, y mirando a la criada dijo haciéndola sonreír—: Te aseguro que antes me la como a ella.
—¡Por san Fergus! —rio Niall dándole un empujón al ver la cara de tonto con que observaba a su mujer—. Esto de casarse te está echando a perder, Lolach.
—Mary, ¿qué ocurrió anoche aquí? —preguntó Duncan, que se percató de cómo la criada miraba primero a su mujer y después a su cuñada.
—Laird McRae, llegaron los guerreros O’Hara —comenzó a contar—. Al ver que nuestro laird no estaba, Kieran O’Hara intentó que se marcharan, pero viendo que era imposible tuvimos que prepararles grandes cantidades de comida. —Mirando graciosamente a Megan dijo sonriendo—: Luego, comenzaron a beber como las bestias que son, hasta que la bebida les tumbó.
Megan miró a su marido y con una graciosa sonrisa asintió.
—¿Contentos con la respuesta? —preguntó Shelma con cara de aburrimiento.
—Y ¿por qué utilizó mi mujer el carcaj? —preguntó Duncan cogiéndolo del suelo.
Al escucharle, Megan suspiró cómicamente.
—Oh… —rio Mary al mirar a los hombres—, gracias a la flecha que lanzó milady, uno de los brutos, que intentaba besarme, recibió su merecido y me soltó.
—Te lo dije —añadió Megan, quien pestañeó con inocencia a su marido—. ¿Por qué te iba a mentir?
Al escuchar aquello, los hombres se miraron sin saber qué decir. Dándose por vencidos, Lolach se llevó a Shelma a su habitación.
Niall salió sonriendo sin entender lo que allí había pasado y Mary, tras intercambiar una rápida mirada con Megan, marchó cerrando con cuidado la puerta. Quedaron a solas Duncan y Megan.
—Ven aquí, sonríeme un poquito y abrázame —pidió ella con los brazos extendidos hacia su marido, que continuaba con el carcaj en la mano cabizbajo—. ¡Te eché de menos!
—No sé qué ha pasado aquí, pero lo descubriré y, si me estás mintiendo, me enfadaré —respondió Duncan soltando el carcaj.
Con más deseo del que él quería dar a entender, se acercó a su mujer, que comenzó a repartir pequeños besos por su cuello derribando sus defensas. Duncan la abrazó y la comisura de sus labios se curvó hacia arriba.
—Me gusta saber que sonríes —dijo de pronto Megan sorprendiéndole.
—¿Cómo sabes que sonrío?
—Lo sé. Lo siento y punto —susurró dándole un empujón que le hizo sentarse en la cama. Situándose encima de él, comenzó a notar la creciente excitación de su marido entre sus piernas—. Al igual que sé que te deseo en este momento y que tú me deseas.
No hizo falta decir más. Duncan comenzó a besar esos carnoso y rojos labios que le volvían loco, mientras ella, excitada, le dejaba hacer. Con una sensualidad que le volvía loco, ella le cogió la cara entre sus manos. Sacó su húmeda y roja lengua, y lenta y delicadamente la pasó por los labios de su marido, quien no podía ni respirar. Con una seguridad que hasta a la propia Megan dejó pasmada, le quitó el cinto de cuero marrón, y se oyó el ruido de la espada al caer.
Mirándole con sus sensuales ojos negros, le sonrió, momento en el que bajó sus manos lentamente por el costado de él, y las metió por debajo de la camisa. Duncan, al sentir sus ardientes y suaves manos, cerró los ojos mientras disfrutaba de cómo ella le quitaba la sucia camisa blanca y la tiraba al suelo. Abrió los ojos, la miró y subió sus grandes manos hasta el cabello de su mujer, sujeto con un trozo de cuero marrón que él no dudó en deshacer.
—Tu cabello azulado me vuelve loco —susurró acariciándolo con delicadeza.
—¿Sólo mi pelo os agrada, mi señor? —Hizo un mohín quitándose primero la bata que la cubría y después la fina camisola de lino blanco, quedando desnuda encima de él—. Sería muy decepcionante saber que te has casado conmigo sólo porque mi cabello te recuerda al color de tu caballo.
—¡Me has pillado! —sonrió besándola con ardor, mientras ella, con certeros movimientos, comenzaba a enloquecerle—. Tu pelo y tú siempre me habéis gustado, pero tengo que reconocer que toda tú te estás convirtiendo en mi gran debilidad.
—Mmm… —susurró echando la cabeza hacia atrás para levantarse—. Me gusta saber que soy tu debilidad —y agachándose entre sus piernas, primero le quitó una bota, y luego la otra para tomar su mano y hacerle levantar. De puntillas le besó y comenzó a bajarle los pantalones.
—Cariño, me estás asustando —sonrió Duncan excitadísimo al ver que ella de nuevo le empujaba para hacerle caer sobre la cama—. Y yo no me asusto con facilidad.
—Como tú dijiste una vez, tomo lo que es mío —respondió sensualmente sentándose con autoridad a horcajadas encima de él—. Además, quiero que recuerdes lo que te esperará en tu hogar siempre que regreses.
Duncan, al ver su entusiasmo, sonrió.
—El problema será cómo separarme de ti. Y más cuando sé que en mi cama tengo la fiera más bella. ¿Cómo podré atreverme a dejarte sola? —dijo con voz ronca, levantándola un poco para hundir su pene en ella.
—Eso pretendo… —suspiró entrecortadamente, notando cómo su cuerpo se abría para recibirle. Entre gemidos susurró—: Deseo que no quieras dejarme nunca sola.
—Deseo concedido —susurró estrechándola entre sus fuertes brazos.
No pudieron seguir hablando. El calor y el disfrute de ambos les hizo moverse compulsivamente abrazados. Duncan, con sus fuertes y poderosos brazos, levantaba y bajaba con una facilidad pasmosa el cuerpo de su mujer sobre su miembro duro y caliente hasta que el clímax los inundó. Mientras permanecían abrazados, ella intentó rodar hacia un lado, pero él no se lo permitió y la miró con una sonrisa lobuna que le erizó la piel.
—¿Por qué me miras como un halcón a su presa? —preguntó retirándose con una mano el cabello de la cara, mientras notaba cómo la excitación de él crecía de nuevo entre ellos.
—Miro lo que es mío —respondió comiéndose con la mirada a aquella mujer que acababa de hacerle el amor de aquella manera tan sensual. Al entender sus palabras y su cautivadora mirada, Megan sonrió mientras él proseguía su acercamiento entre susurros roncos.
—Y ahora, Impaciente, quiero que sepas lo que te esperará cada mañana, cada tarde y cada noche que estés a mi lado para que nunca quieras separarte de mí.
De nuevo, volvieron a hacer el amor con el ardor que sus cuerpos y sus corazones pedían.
Hasta bien entrada la tarde, no hicieron aparición en el salón. Allí les recibió McPherson con una grata sonrisa, acompañado por Niall, Kieran y James O’Hara, este último con un ojo morado y un feo golpe en la mejilla.
—¿El hambre de comida os hizo dejar el lecho? —bromeó McPherson al ver a Duncan agarrar posesivamente a su mujer por la cintura.
Megan, encandilada aún por los besos y palabras de su marido, con una media sonrisa observó a James, que la miró con descaro. Pero aquello no la molestó. Ella era feliz. Duncan le había demostrado lo mucho que la había añorado y eso le hizo sentir seguridad en él y en sí misma.
Duncan, aún con la felicidad en el corazón, al ver cómo James miraba hechizado a su mujer sintió una punzada de celos. James y él nunca habían sido amigos, quizá más bien rivales. ¿Por qué la miraba así? Y la necesidad de marcar su terreno le hizo hablar.
—James, ¿conoces a Megan, mi mujer?
Al escuchar aquello, Megan dejó de sonreír, algo que no pasó desapercibido a James, que al detectar la preocupación en los ojos de ella sonrió.
—Tuve el placer de conocerla en la colina —respondió con maldad al advertirla incómoda mientras le besaba la mano.
Sorprendido por aquella respuesta, Duncan miró a su mujer. ¿Cuándo había estado ella en la colina?
—Y por lo que pude comprobar —prosiguió James al ver a Megan cerrar los ojos—, además de ser una mujer bellísima y con carácter, es una estupenda amazona al verla mon…
—Salimos a dar un corto paseo —le interrumpió Kieran.
Duncan, con gesto duro, miró a su mujer, que bajó los ojos, y luego a Kieran. ¿Qué hacían ellos paseando por la colina?
—Lady Megan —llamó McPherson atrayendo la atención de ésta, que se encogió al oír resoplar a su marido y ver sonreír a Niall—. James me ha dicho algo que me ha sorprendido mucho. ¿Realmente habéis sido capaz de montar al salvaje de Stoirm a horcajadas?
Al escuchar aquello, Duncan le apretó demasiado la cintura. Sentándose donde su marido le señalaba, ni se atrevió a mirarlo, aunque notó su gesto inquisitivo y furioso cerca de ella.
—Eso no es del todo cierto —volvió a intermediar Kieran—. Ella…
—Te agradecería que te callaras —bufó Duncan mirándole con desafío. Escudriñando el rostro de su mujer, ordenó—: ¡Responde!
—Bueno —comenzó a decir dubitativa—, Stoirm sólo es un caballo y…
Duncan maldijo al escucharla.
—¡Por san Fergus! —McPherson golpeó escandalosamente la mesa riendo a mandíbula abierta, como llevaba tiempo sin hacer—. Stoirm es un semental entrenado para la guerra. Y aunque era el caballo de mi hijo, siempre ha sido bastante rebelde, por no decir odioso.
Incrédulo por lo que escuchaba, Duncan, con gesto severo, preguntó:
—¿Has montado a Stoirm?
—Bueno —suspiró al verse descubierta mientras todos prestaban atención—. Lo monté un poquito. Me daba pena ver al animal encerrado en la cuadra y…
—¿Un poquito? —volvió a reír McPherson junto a Niall, mientras Kieran la miraba con tristeza y Duncan con dureza.
—Eres sorprendente, cuñada. —Niall se cruzó de brazos al escucharla.
—Tu mujer llama «un poquito» a saltar arroyos, esquivar obstáculos y volar como una flecha a lomos de Stoirm a horcajadas —añadió con malicia James, al ver que aquello traería problemas entre el presuntuoso Duncan y la inglesa.
Duncan la miró con gesto aterrador.
—Te dije que no te acercaras a ese caballo. Te dije que era peligroso y, aun así, lo has montado —dijo Duncan al atizar un golpe que hizo temblar los platos que Mary ponía en la mesa—. ¿Qué tengo que hacer para que me obedezcas y escuches?
Al sentir la voz enfadada del laird McRae, muchos de los guerreros presentes miraron con curiosidad.
—Duncan —señaló ella sin entender aquella absurda reacción—, siempre te escucho, lo que ocurre es que nunca he visto en Stoirm ese peligro que tú ves y…
—¡Maldita seas, Megan! —clamó él al ver la provocación en su mirada—. ¿Por qué no eres capaz de comportarte como debes en vez de como una salvaje?
La palabra «salvaje», dicha de aquella manera, le trajo a Megan malos e ingratos recuerdos. Sus ojos negros se cerraron y, sin pensarlo, dio un fuerte manotazo en la mesa que sorprendió a todos, incluido su marido.
—¡Discúlpame, Duncan! —gritó sin importarle quién estuviera delante—. ¿Qué has dicho?
—No pienso volver a repetir mis palabras —murmuró sin mirarla.
—Muy bien. Que sepas que yo no pienso dejar de ser como soy porque un guerrero mandón como tú se haya casado conmigo y pretenda que sea otra persona diferente a la que soy. Te advertí antes de casarte conmigo que podría llegar a desesperarte, y aun así me aceptaste.
—Ten cuidado con lo que dices, Megan —advirtió Duncan con una mirada oscura y peligrosa—. Puedes arrepentirte de cada palabra que digas a partir de ahora.
—¿Me amenazas? —le retó. Eso le enfadó más.
Kieran, tras cruzar una mirada con Niall, observó sin más. Aquel idiota aún no se había dado cuenta de la clase de mujer que tenía a su lado.
—Por favor —intervino Niall para suavizar las cosas—. Relajaos, no hace falta que os pongáis así.
—¡Cállate, Niall! —gritaron Duncan y Megan mirándole.
—De acuerdo —asintió molesto y, sentándose de nuevo, les gritó—: ¡Mataos!
La incomodidad que se creó en el salón hizo que todo el mundo, incluidos guerreros y criados, estuviera pendiente de aquella discusión.
—Milady, no merece la pena discutir por ese animal de alma negra como un demonio —indicó McPherson, sorprendido por cómo aquella mujer le plantaba cara a su buen amigo Duncan, y sobre todo por el aguante que él tenía—. Tengo la intención de sacrificarle. No hace más que romper las cuadras con sus patadas y morder a todo el que se le acerca.
—¿Cómo vais a cometer esa crueldad? —protestó Megan—. Stoirm es un estupendo caballo que sólo necesita un poco de cariño. —Y al ver cómo todos la miraban, en especial su marido, dijo—: Me he pasado media vida ayudando a mi abuelo con los caballos, y sé perfectamente lo que digo.
En ese momento, aparecieron sonrientes Lolach y Shelma. Ésta, al ver a James junto a Niall y Kieran, volvió la vista hacia su hermana, que parecía enfadada, por lo que, esperándose lo peor, se sentó junto a ella.
—¿Qué pasa? —preguntó.
—Megan nos hablaba de Stoirm y de sus aptitudes —interrumpió Niall a conciencia, viendo cómo Lolach se paraba para escucharle, tras saludar a Kieran y James.
—Oh… —exclamó Shelma desplegando su encanto—, es un caballo precioso. Un poco testarudo, pero nada que no se pueda dominar. El abuelo nos enseñó a saber qué hacer en casos así. Stoirm, a mi hermana o a mí, no nos preocupa. Sabemos que en poco tiempo podemos tenerle comiendo de nuestra mano.
—¡Por todos los santos celtas! —rio de nuevo McPherson con todas sus fuerzas—. Pero ¿de dónde han salido estas dos mujercitas tan guerreras?
Lolach, al mirar a su amigo Duncan, entendió lo que ocurría: Stoirm.
—En confianza, McPherson —respondió Niall atrayendo la atención de todos y las carcajadas en algunos hombres—, en el castillo de Dunstaffnage la mayoría de las mujeres que encontrarás son así. No sé si es el agua que beben o el aire que respiran, pero todas y cada una de las mujeres que viven allí se gastan un genio de mil demonios.
Al escuchar aquella absurda mofa, las muchachas le miraron con enfado.
—¿Sabes lo que les digo a los graciosos como tú? —respondió altivamente Megan, con rabia al pensar en la tristeza de su gran amiga Gillian—. Que llegará el día que vuelvas por Dunstaffnage y no habrá nadie esperándote. Porque las mujeres como nosotras no esperamos a que los sosos como tú decidan si somos lo que vosotros queréis.
—Y ten por seguro que a Gillian —continuó Shelma— pretendientes nunca le faltan, y te puedo asegurar que mucho mejores que tú.
—¿Ésas son las tierras de Axel McDougall? —preguntó Kieran con interés—. ¿Quién es Gillian?
—Alguien a quien por tu bien no debes acercarte, si no quieres vértelas conmigo —respondió Niall mirando a las dos hermanas, que se mofaban sonrientes—. Por lo tanto, olvida lo que aquí has escuchado y olvida ese nombre.
Duncan, al ver sonreír a su mujer, deseó estrangularla. ¿Por qué se empeñaba en mentir y en desobedecer?
Lolach, divertido por cómo Niall había caído en la trampa, tras darle un manotazo en la espalda dijo:
—¡Has caído, Niall! ¡Estás perdido, amigo!
Megan, una vez descubierto su engaño y consciente del enfado de su marido, y de lo que eso significaría, se preocupó por el caballo.
—Volviendo al asunto de Stoirm —cambió de tema Megan al ver la ceñuda mirada de su cuñado—, laird McPherson, creo que deberíais plantearos lo de sacrificarle. Ese magnífico caballo no merece tener un final así.
—¿Sacrificarle? ¿Queréis sacrificar a ese pobre caballo? —se quejó Shelma, atónita por lo que estaba escuchando—. Pero si es un semental magnífico.
—Tenía pensamiento de sacrificarle —indicó McPherson—, pero si vos lo queréis os lo regalo.
Duncan no podía creer lo que había escuchado. Su amigo McPherson, ¿se había vuelto loco? Aquello le provocaría más problemas.
—¿Me lo regaláis? —gritó Megan levantándose tan precipitadamente que tiró la silla por la emoción, sin querer darle importancia al enfado de su marido—. Oh…, gracias.
Duncan volvió a maldecir.
—Oh… —aplaudió Shelma sin entender la seriedad de Lolach y Duncan—. ¡Qué maravillosa idea! —Y mirando a su hermana dijo entusiasmada—: Si buscamos una buena yegua, seguro que podríamos tener unos sementales maravillosos.
—Tenemos maravillosos sementales en Urquhart —señaló Lolach atrayendo a su mujer e indicando que se callara—. No necesitáis a Stoirm.
—Pero ¿qué tonterías estás diciendo, Lolach? —se quejó soltándose de su mano—. Si mi abuelo viviese, te diría que lo último que se tiene que hacer a cualquier ser vivo es matarlo, y menos aún a un caballo tan magnífico como Stoirm.
—Shelma —advirtió Lolach mirándola—. ¡Cállate!
—¿Y eso porqué?
—Porque te lo ordeno yo —vociferó recordándole con la mirada la interesante conversación que habían mantenido antes de bajar.
Ante aquella voz de Lolach, Megan miró a su hermana, que tras encogerse se calló. La rabia comenzaba a consumirla. Nadie a excepción de sus tíos ingleses les habían hablado con aquella dureza e imposición.
—McPherson, agradezco tu regalo —contraatacó Duncan sabiendo que aquello supondría una nueva batalla con su mujer—, pero no quiero que ese caballo me ocasione más problemas de los que tengo. Por lo tanto, no lo aceptamos.
—¿Qué dices? —protestó Megan, muy enfadada—. Querrás decir que no lo aceptas tú. Pero yo sí.
—He hablado en nombre de los dos y mi palabra es una orden para ti —bramó intentando acallar a su mujer mientras sus hombres les miraban—. Por lo tanto, no se hable más.
—No me callaré ante una injusticia —replicó clavándole la mirada sin ver las señas que su hermana le hacía—. Tú no eres nadie para hacerme callar.
Al escuchar aquello, McPherson se llevó las manos a la cabeza. Nunca su difunta mujer se atrevió a hablarle así.
—¡Por todos los santos, mujer! —exclamó Duncan levantándose encolerizado mientras Lolach y Niall también se levantaban y Kieran, confuso, permanecía impasible—. Acabo de decirte que te calles y aun así continúas llevándome la contraria.
—La contraria me la llevas tú a mí —respondió, aunque aquello lo pagaría muy caro—. McPherson me hizo un regalo a mí, no a ti, y tú no eres nadie para rechazar algo que no se te ha regalado.
—¡Maldita sea tu lengua! —voceó Duncan fuera de sí—. Y maldito el momento en que decidí casarme contigo.
—Te casaste conmigo porque quisiste, yo nunca te obligué —gritó con ojos coléricos al escuchar aquello, y recordar cómo poco antes la había besado con pasión.
Duncan, furioso, volvió a dar un nuevo golpe en la mesa. ¿Por qué su mujer no se callaba? Aquella actitud lo único que hacía era dejarle en ridículo ante todo el mundo.
—Gracias a Dios, esto es temporal —siseó con rabia dejándola con la boca abierta—. Porque, sinceramente, ¡eres insoportable!
Todos se miraban confundidos. Y más cuando observaron que Megan resoplaba dispuesta a no callar.
—Maldito escocés, prepotente y estúpido —gritó dándole un manotazo que hizo que todos la miraran y Shelma, horrorizada, se quedara pálida—. Me casé contigo porque tú quisiste. Si realmente no me soportas, ¡vete y déjame en paz! Yo no te necesito para continuar viviendo. Y retando a todos vociferó: ¡sí! Yo tampoco le soporto.
—Te voy a matar —siseó fuera de sí Duncan, irguiéndose ante ella como lo hacía ante cualquiera de sus adversarios—. Te juro que o callas tu boca de víbora o te mato.
Pero Megan no estaba dispuesta a parar. No le importaban las consecuencias de aquello. Su marido la había enfurecido y sin amilanarse respondió:
—Ten cuidado no te mate yo antes a ti.
Escuchar aquella provocación fue lo máximo que Duncan aceptó oír.
—¡Maldita seas! —gritó enfurecido, asiéndola del brazo con tal fuerza que al zarandearla consumido por la rabia le hizo un daño atroz—. ¡He dicho que te calles y te vas a callar aunque sea lo último que consiga de ti! ¡No voy a consentir que otra mujerzuela me hunda!
—¡Suéltame, bruto, me haces daño! —chilló revolviéndose contra él mientras los demás observaban la escena pasmados.
La rabia verde que Megan, vio en sus ojos fue lo que la paralizó. A pesar del daño que le hacía en la herida que aún tenía reciente en el brazo, consiguió tragarse su llanto y, pateándole como una leona, liberarse de él, que fue a cogerla de nuevo, pero Lolach y Niall lo impidieron. Duncan estaba enloquecido. Kieran, aturdido, tiró de ella, y Shelma, al ver las lágrimas en los ojos de su hermana, cuando salió por la arcada corriendo, fue tras ella.
—Duncan —gritó Niall incrédulo por cómo le había retorcido el brazo a su mujer—, ¿qué estás haciendo?
—No lo sé. —Respiró con gran esfuerzo mientras las manos le temblaban por lo que acababa de hacer—. Pero esa maldita mujer no podrá conmigo.
—¿Demasiada mujer para ti, McRae? —se mofó James, feliz de ser el artífice de aquella discusión.
—¡Cállate, idiota! —gruñó Kieran al escucharle, pero al ver la maldad de su sonrisa le soltó un puñetazo que le hizo caer contra la mesa.
—¡Basta, Kieran! —gritó McPherson.
—Eres un vendido, hermano —murmuró James mirándole.
—Soy cualquier cosa que no seas tú —siseó Kieran con odio.
—¡James, sal de aquí inmediatamente! —ordenó McPherson.
Cuando James se marchó, McPherson se volvió hacia Duncan, que aún estaba lívido por la rabia.
—Duncan, deberás endurecer tus métodos con Megan, porque, de momento, esa mujer ya te ha podido.