Aquella mañana, en la fortaleza, cuando Mary entró en la habitación sonrió al ver a Megan dormida en la cama. Cerrando la puerta con cuidado, la dejó descansar. Bien entrada la mañana, y tras curarse la herida del brazo, que estaba bastante mejor, Megan salió de su habitación encontrándose apoyado en la pared a Kieran.
—No me miréis con esa cara, milady —susurró sin moverse del lugar.
Megan, al encontrarse de nuevo a solas con él, resopló.
—¿Pretendéis que vuelva a hacer lo del otro día? —preguntó.
Avergonzado, bajó los ojos al suelo y dijo:
—Escuchadme un segundo, milady.
—Megan —replicó mirándole—. Mi nombre es Megan.
Agradecido por aquella deferencia, prosiguió hablando.
—Megan, quiero pedirte disculpas por mi absurdo comportamiento —dijo mirándola a los ojos—. No sé qué me pasó, había bebido y me dejaste tan impresionado por tu fuerza ante esas mujeres que algo en mi interior me incitó a besarte. —Dando un paso para acercarse a ella, susurró—: Esta mañana estaba dispuesto a recibir un buen puñetazo por parte de tu marido. Imaginé que le habías contado lo ocurrido, pero me he sorprendido al ver que sólo me ha indicado que si me acercaba a ti o a tu hermana me las vería con él.
Kieran sonrió al escucharla y mientras se alejaba con Zac dijo:
—Shelma, dile a tu hermana que una flecha me ha atravesado el corazón.
Al verles marchar, Shelma se volvió hacia su hermana y preguntó:
—¿Qué ha ocurrido aquí?
—No te preocupes —respondió escuchando las risas de Kieran y Zac en la lejanía—. A Kieran le gusta que le hablen así.
A mediodía, Shelma y Megan comieron en el salón acompañadas por algunos de los guerreros que habían quedado en la fortaleza. Después, Shelma se marchó a su habitación a descansar y Megan, sin poder evitarlo, se acercó a las cuadras. Con el pretexto de visitar a lord Draco, consiguió a duras penas untarle a Stoirm un poco de ungüento en las heridas de sus patas.
Tras la siesta de Shelma, decidieron dar un paseo hasta el lago para estirar las piernas.
—¿Qué tal con Duncan? —preguntó Shelma metiendo los pies en el agua subida a una piedra.
—Bien —sonrió al sentir en el estómago un extraño ardor al pensar en él—. Creo que ayer ambos nos sinceramos.
Shelma, al escucharla, sonrió y dijo:
—Me alegro. Al fin habrá un poco de paz.
—¿Sabes? Me hizo prometer que me cuidaría. Dice que me meto en demasiados líos. ¿Lo puedes creer?
—Pues no —sonrió Shelma—. Lolach me insinuó que nuestro abuelo nos crió con la cabezonería de un guerrero.
—Tiene razón —asintió Megan asumiendo las habilidades poco femeninas que ella misma tenía—. Pocas mujeres que nosotras conozcamos saben hacer las cosas que sabemos hacer tú y yo.
—¡Gillian! Ella sí —señaló Shelma sonriendo al recordar a su intrépida amiga. Mirando a su hermana dijo—: ¿Alguna vez has pensado lo diferente que hubieran sido nuestras vidas si papá y mamá estuvieran aún con nosotras?
—Hace años que dejé de pensarlo —asintió observando los peces que nadaban con tranquilidad en el lago—. Si te soy sincera, cuando llegamos a Dunstaffnage, no podía dejar de pensar en nuestra cómoda y preciosa casa de Dunhar. Vivir en la pequeña cabaña del abuelo era tan diferente, que ansiaba en cierto modo volver a Dunhar. Pero, tras pasar las primeras Navidades con él, Felda, Mauled, Magnus, Gillian y la gente del clan McDougall, todo cambió. Me di cuenta de que prefería tener menos sedas, vajillas de porcelana y tapices, pero más cariño y amor.
—¡Qué bonitos tiempos! —asintió con melancolía Shelma al escucharla.
—Y un día —prosiguió Megan—, me enamoré del color verde de los campos de Escocia, del olor a brezo en sus bosques, de sus cristalinos y azulados lagos, de su bruma y hasta de su a veces insoportable humedad. —Sonrió al decir aquello—. Estoy orgullosa de todo lo que el abuelo y Mauled nos dieron porque eso me ha enseñado a apreciar la vida de otra forma. Vivir con el abuelo me hizo conocer más a mamá y no olvidarla, a pesar de que ya no recuerdo su cara. Pero, cuando veo un precioso álamo o una estupenda puesta de sol, me acuerdo de ella, de cómo me describía los colores, los sabores y los olores de su amada Escocia.
—Yo tampoco la recuerdo —susurró Shelma.
—Es normal, eras muy pequeña —sonrió Megan tirándola del pelo, justo en el momento en que se escuchó un chapoteo en el agua—. ¿Qué ha sido eso?
Ambas se levantaron y corrieron tras los matorrales. De pronto Shelma señaló un punto.
—Psss… ¡Calla! Y mira quiénes están allí.
Megan miró hacia donde su hermana le indicaba y se tensó.
—Son Sabina, Berta y sus compañeras —susurró Megan agachándose junto a su hermana, mientras veía a las mujeres desnudarse para zambullirse en el agua. Tras observarlas durante un rato, comenzaron a hablar algo que les era difícil escuchar desde donde estaban—. Ven, tengo curiosidad por saber de qué hablan.
—¡Vale! —sonrió Shelma arrastrándose junto a su hermana para situarse tras unas rocas muy cercanas a las mujeres.
Ajenas a las personas que las escuchaban tras las rocas, Berta y sus compañeras de casa chapoteaban en el agua.
—Esta mañana me visitaron Golap el Cojo y Verted el Bruto —dijo una mujer rubia.
—¿Gente de James O’Hara? —preguntó con curiosidad Berta mientras se lavaba el pelo.
—Sí —respondió la rubia con una sonrisa nada sincera—. Y, sin querer, les informé de que nuestro laird estaría fuera casi con seguridad hasta mañana.
—¡Bien! —rio Berta al saber lo que aquello quería decir.
—¡Qué se preparen las sassenachs! James no es como el guapo de Kieran —rio Sabina conociendo la aversión que aquel tenía por todo lo que fuera inglés.
—Creo que vamos a divertirnos un poco —sonrió cómplice Berta—. Hasta que Lolach, Duncan y nuestro señor lleguen, esas dos asquerosas se las tendrán que ver con O’Hara el Malo.
Con cuidado, Megan y Shelma se alejaron del lugar, dejando a las mujeres continuar con su baño y sus confidencias.
—¿O’Hara el Malo? —preguntó Shelma echándose el pelo hacia atrás—. Deberíamos hablar con Kieran.
—No creo que haga falta hablar con el guapo de Kieran. —Megan se carcajeó al decir aquello—. Duncan y Lolach, como muy tarde, llegarán mañana. Le pediremos a Mary que nos suba unas bandejas de comida a la habitación y evitaremos problemas. —Luego, cogiéndola de la mano con una sonrisa y mirando a Zac que luchaba con una espada de madera junto a un divertido Kieran, dijo—: Vayamos a ver a lord Draco.
Olvidando lo escuchado se encaminaron hacia las caballerizas, donde el caballo resopló al verlas dándoles la bienvenida.
—Hola, guapo —saludó con cariño Megan, acercando su cara a la de lord Draco para darle unos cariñosos besos que el caballo acogió con agrado.
—Estás bien cuidado, ¿verdad? —sonrió Shelma pasando su mano por el lomo del animal con afecto.
—Pronto llegaremos a nuestra nueva casa y te prometo que te sacaré todos los días a dar un largo paseo —prosiguió hablando en susurros Megan mientras le cepillaba con un cepillo que había encontrado en el suelo.
Con curiosidad miró hacia el otro caballo, Stoirm, que al comenzar ella a susurrar a lord Draco había dejado de relinchar, como si pareciera escucharla.
—Veo que tu compañero es muy guapo. —Al alargar la mano para tocar al caballo pardo, éste se alejó pateando el suelo—. ¡Vaya! Eres de los que se hacen de rogar. —Megan sonrió y volviendo su atención hacia lord Draco le susurró—: Creo que sabe que es bonito y por eso es arrogante.
Mientras Megan seguía hablando con lord Draco, Shelma observaba con curiosidad y admiraba los sementales que poseía el laird McPherson al tiempo que conversaba con Rene, el mozo de cuadra, que cada vez que hablaba con ellas se admiraba de todo lo que sabían sobre los caballos y sus cuidados.
Megan seguía conquistando al enfadado caballo. Se lo había propuesto y, cuando ella se proponía algo, lo conseguía.
—Eres un caballo precioso y tu nombre me encanta —susurró Megan mirando al semental de largas patas y pelaje brillante que se movía intranquilo cada vez que alguien pasaba cerca de su cuadra, pero que parecía escuchar y atender lo que ella decía.
—Milady —advirtió Rene—, todo lo que tiene de bonito, lo tiene de peligroso. Tiemblo pensar que cualquier día me pueda arrancar una mano.
—¡Qué exagerado eres, Rene! —sonrió Shelma.
—No exagero, milady —contestó el muchacho—. Y, aunque no lo creáis, al único caballo que esa bestia consiente tener cerca de él es al vuestro.
—Es que lord Draco es un caballo muy bueno —afirmó Shelma haciendo arrumacos al viejo corcel.
—Debe de ser eso —admitió Rene observando cómo Megan miraba al semental—. Todos los caballos que he puesto en la cuadra junto a Stoirm, he tenido que terminar cambiándolos de lugar. Les ponía nerviosos. El día que llegasteis vos, provisionalmente dejé a lord Draco en esta cuadra y comprobé cómo Stoirm rápidamente pataleaba las tablas con el fin de asustarle. Pero vuestro caballo, en vez de asustarse, lo que hizo fue contestarle pateando las tablas con más fuerza.
—¿En serio? —rio Megan al escucharle, acariciando con cariño al viejo animal—. ¡Vaya! No sabía que tuvieras todavía tantas energías.
—Es un excelente caballo el vuestro —asintió el muchacho—. Por eso no le cambié de cuadra. Lord Draco es el único que consigue calmar a Stoirm y, en pocos días, digamos que se ha ganado la confianza de esta mala bestia.
—No creo que seas tan terrible —susurró Megan al caballo, que parecía mirarla con sus profundos ojos negros—, y me encantaría que me dejaras acercarme a ti.
—Milady —repitió Rene al ver cómo ella se aproximaba más de lo que nadie se atrevía a acercarse—. Ese caballo tiene muy malas pulgas y todo el que lo intenta termina mordiendo el polvo.
Megan, tras mirar a su hermana y ésta mirar al cielo, preguntó:
—Si lo intento, ¿me guardarás el secreto?
Eso no gustó a Rene, que casi tartamudeando dijo:
—Milady, no eres… no creo que debáis hacerlo. Si algo os pasara, no quiero saber las consecuencias.
—Tranquilo, Rene —dijo Shelma al ver con qué cara se observaban su hermana y el caballo—. Nosotras no diremos nada, si tú no lo dices. Y si se cae, no te preocupes. Mi hermana, aparte de que tiene la cabeza muy dura, sabe levantarse muy bien, ¿verdad?
—Por supuesto. No te preocupes, Rene —susurró Megan acercándose más al caballo pardo, que comenzó a patear el suelo observando la mano de ésta con la palma hacia arriba acercándose a él—. Ven aquí, muchacho; sé que estás deseando tanto como yo que seamos amigos.
—Por favor… —comenzó a suplicar Rene con la frente perlada de sudor.
Megan le ordenó callar.
—Psss…, estamos presentándonos.
Mientras acariciaba al animal con cuidado, Megan se puso a su lado. Con precaución, se subió a una madera y, tras tomar un pequeño impulso, saltó al lomo del caballo. Al sentir el cuerpo de la muchacha sobre él, Stoirm en un principio se quedó quieto, dejando a Rene sin palabras. Sin apenas respirar, Megan comenzó a sonreír. De pronto, el caballo se encabritó y ella salió volando por los aires, cayendo encima de un montón de paja, lo que provocó la risa de Shelma.
—¡Por san Fergus! —gritó Rene horrorizado por lo que había pasado—. ¿Estáis bien?
—Tranquilo, Rene —respondió Megan quitándose la paja del pelo mientras miraba al caballo con sus desafiantes ojos negros—. Peores caballos he montado.
—Mi hermana es dura. No te preocupes —aseguró Shelma todavía riendo.
Tras aquella primera caída, llegaron muchas más, para desesperación de Rene. Encharcado en sudor, veía a la mujer de El Halcón volar por los aires sin dar su brazo a torcer, algo que le estaba consumiendo la vida.
Aquella tarde, Rene aprendió que si el caballo era terco, la mujer de El Halcón lo era más.
—Ufff…, qué sed tengo —dijo Megan despeluchada llenándose un vaso de agua.
—Ahora te está buscando —susurró Shelma al ver cómo Stoirm se movía buscando la voz de su hermana cuando ella bebía agua.
Cansada de tanta caída, Megan se dejó caer al lado de su hermana.
—Comienzo a sentirme culpable. Le prometí a Duncan que no me acercaría a este caballo.
—¿Por qué prometes lo que no vas a cumplir? —la regañó Shelma—. Me parece fatal que le prometas cosas que luego no haces.
—Es que no pude hacer otra cosa. ¡Me lo ordenó! —Al decir aquello ambas se carcajearon. Miró a Rene, que blanco como la pared estaba sentado en una bala de paja, y dijo—: Rene, por favor, este secreto debe quedar entre nosotros. En el caso de que se entere mi marido, yo siempre diré que tú no sabías nada de esto.
—Os lo agradeceré —asintió tomando un vaso de agua que Shelma le entregó. De pronto, al verla de nuevo acercarse al caballo, gritó—: ¿Qué hacéis, milady?
—Psss…, no grites —indicó Megan.
Quitándose los zapatos, volvió a repetir los mismos movimientos de antes, aunque esta vez no paró de susurrarle palabras amables en gaélico en el momento de montarlo.
—Abre las cuadras de Stoirm y de lord Draco —ordenó clavando su mirada en Rene, aunque fue Shelma quien las abrió.
Ambos caballos salieron con tranquilidad al patio, donde, tras dar varias vueltas, Stoirm comenzó a ponerse nervioso, pero Megan lo tranquilizó agachándose hacia su cuello para hablarle con suavidad. A su lado, lord Draco les observaba.
—Bueno, Impaciente —se mofó Shelma viendo la cara de felicidad de su hermana—, veo que no has perdido tu mano para domesticar caballos.
—¡Mandona! —gritó sonriendo al escucharla—. Sujeta a lord Draco. Voy a dar un paseo con Stoirm, y no creo que pueda seguirnos.
—Esto suena a carrera —sonrió Shelma.
—¡Por san Fergus! —susurró Rene, incrédulo por lo que estaba viendo—. Agarraos bien, milady. Esa bestia os la jugará cuando menos lo esperéis.
—Stoirm es un buen caballo —indicó bien cerca de sus orejas para que el animal escuchara su voz—. No me tirará porque sabe que puede confiar en mí. —Luego, mirando a Shelma y Rene, dijo—: Abridme la arcada del patio.
—No, no, imposible —negó con la cabeza el mozo, pero Shelma fue más rápida y, tras sujetar a lord Draco, con un movimiento abrió la arcada del patio. A paso lento, Megan la cruzó montando a Stoirm ante las quejas de Rene y las sonrisas de su hermana.
—Volveré enseguida. Y, por favor, Rene, no te preocupes —insistió Megan. Clavando con suavidad sus pies descalzos en el caballo, este comenzó a trotar a paso lento—. Muy bien, Stoirm, buen caballo —susurró dándole unas palmaditas afectuosas con la mano. Luego, dirigiéndose hacia unos árboles, le comentó—: Ahora que nadie nos mira, enséñame de qué clase es la sangre que corre por tus venas.
Y con esas palabras, le clavó los talones al caballo y éste comenzó a galopar de tal manera que Megan creyó que volaba mientras sorteaba los árboles y saltaba pequeños obstáculos. Por primera vez en muchos días, se sintió libre y disfrutó al notar el aire fresco contra sus mejillas. El caballo le respondía a todos los movimientos que ella le exigía y eso le daba la confianza para volar sobre el manto verde que se presentaba ante ellos. Tras cruzar como un rayo la pradera, subió una colina desde la que pudo admirar la fortaleza y la aldea. Qué pequeño parecía todo visto desde allí. Tomando aire junto al caballo, que también resoplaba por la veloz carrera, señaló:
—Gracias, Stoirm. Me has hecho disfrutar muchísimo. Eres un buen caballo y no mereces estar metido día tras día en la cuadra. Por lo tanto, te aconsejaría que no mordieras a Rene, que es una buena persona, y sobre todo que suavices tu carácter. —El caballo resopló moviéndose intranquilo, haciéndola sonreír—. ¡Eh…, es un consejo! Luego, tú haces lo que quieras.
—Creo que haría bien si siguiera vuestras instrucciones —dijo una voz tras ella, que le hizo volverse rápidamente para encontrarse con un hombre de pelo cobrizo que la observaba con sus clarísimos ojos azules. Tras él, varios guerreros la estudiaban con curiosidad.
—¡Disculpad! Pero no hablaba con vos —respondió mirándole. ¿Quién era ese tipo para mirarla de aquella manera? Y, sobre todo, ¿dónde había visto antes esos ojos?
El hombre puso su caballo junto al de ella y la examinó como un lobo que está a punto de atacar a su presa.
—Hablabais con Stoirm —indicó el desconocido—. Sólo quería deciros que yo también he disfrutado con vuestra carrera. Ha sido impresionante veros a vos y a él volar como el viento. Ambos formáis una pareja hermosa e inquietante. —Y, tras decir esto, tocó a Stoirm que cabeceó como si conociera a aquel hombre—. Sois una amazona espectacular y tengo que reconocer que vuestra habilidad y vuestro valor para manejar a este semental me han dejado impresionado, aunque ahora que os tengo frente a mí, dudo si me impresiona más vuestra destreza o vuestra belleza —susurró alargando una mano para tocar la mejilla de ella, que rápidamente la esquivó, haciéndole sonreír.
—Gracias por vuestros cumplidos —dijo Megan observando con curiosidad al hombre de ojos azules—. Disculpad, pero he de volver. Me esperan.
—¿Vivís en la fortaleza? Os acompañaré —respondió haciéndola sonreír. Aquello le recordó cuando Duncan se empeñó en acompañarla—. ¿Qué os he dicho tan gracioso? —preguntó mirándola con un brillo en sus ojos que la inquietó.
—Oh, nada. Disculpad —respondió sin darse cuenta de la atractiva imagen que ella ofrecía subida en aquel impresionante caballo.
—¿Dónde están vuestros zapatos? —preguntó señalando los pies desnudos de ella—. Y ¿dónde os habéis caído para que vuestro pelo esté lleno de paja? —rio quitando algunas briznas de aquel espectacular cabello oscuro.
—Y, digo yo, ¿a vos qué os importa? —respondió echando la cabeza hacia atrás y tirando hacia abajo de su falda al percatarse de cómo él le miraba las piernas.
—¿Qué hacéis montando el caballo de mi desaparecido amigo Gabin? Por lo que sé, desde su muerte nadie lo monta.
Megan maldijo al saber que él conocía el caballo.
—Sólo estaba dando un tranquilo paseo con él —respondió sabiendo que aquel absurdo secreto finalmente sería descubierto.
—¿Llamáis tranquilo paseo a lo que acabáis de hacer? Pero si corríais como si os persiguiera el mismísimo diablo —se mofó al responderle mientras la miraba con deseo. ¿De dónde había salido esa mujer?
—Está bien —sonrió finalmente poniendo los ojos en blanco—. Tenéis razón en todo lo que decís, pero me daba pena ver privado a este precioso caballo de correr un poco. Después de ganarme su confianza y de sacarle sin que nadie se percatara —mintió encubriendo a Rene—, decidí galopar un poco con él. Pero, por favor, tengo que volver. Si mi hermana ve que no vuelvo, se asustará.
El guerrero, cada vez más hechizado por ella, no estaba dispuesto a dejarla marchar.
—Podemos ir juntos —volvió a repetir al acecho de cada movimiento de ella, cosa que a Megan no le gustó nada—. Llevamos el mismo camino. Mis hombres y yo vamos hacia la fortaleza.
En ese momento, se acercó a ellos con gesto serio un jinete que resultó ser Kieran. Después de mirar a Megan, observó con detenimiento a su acompañante. En ese momento, ella se percató de que el que tenía enfrente era James O’Hara el Malo.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Kieran con gesto adusto, indicándole a Megan que se callara—. Sabes que a McPherson no le agrada mucho tu compañía.
—Estaba cerca y necesitaba unos víveres —respondió sin emoción en la voz—. ¿Y tú qué haces aquí, hermano?
—¡Qué casualidad, James! Apareces cuando McPherson no está —siseó incrédulo interponiéndose entre Megan y él.
—¿Acaso eres tú ahora el laird de estas tierras? —rio despectivamente, y mirando con avidez a Megan, cosa que hizo presentir problemas a Kieran, prosiguió—: ¿Eres el guardián de esta mujer?
Las duras palabras de Kieran y la mirada de James no gustaron nada a Megan.
—Lo que yo haga aquí no te interesa —respondió Kieran, sorprendiéndola por aquel tono de voz—. Y, referente a la mujer, digamos que sí. Soy su guardián.
—Demasiada mujer para ti, ¿no crees? —se mofó de su hermano, que no se movió al escucharle.
Kieran, enrojecido por la rabia, se acercó más a él y le siseó en la cara:
—Escucha, si necesitas víveres no seré yo quien te impida adquirirlos. Pero, en cuanto acabes, quiero que desaparezcas. —Y mirando a Megan, que había permanecido muda todo aquel tiempo, indicó—: ¡Volvamos a la fortaleza!
—Creo que tardaré un poco más en marcharme —respondió secamente James—. Algunos de mis caballos necesitan ser visitados por el herrero.
—No quiero problemas, James —contestó Kieran clavándole la mirada.
Cuando se disponían a marchar, James los paró.
—Un momento —susurró James con rabia. Se acercó de nuevo a ella y, alargando una mano, cogió uno de sus rizos negros hasta que ella, con un movimiento de cabeza, se lo arrebató. El hombre clavó en ella sus fríos ojos azules y torció su boca para sonreír—. ¿Me permitiréis saber vuestro nombre?
—Díselo para que podamos regresar —apremió Kieran, inquieto por los problemas que podría ocasionar su hermano.
—Megan —respondió maldiciendo al instante. Tras inclinar la cabeza a modo de despedida, se agarró de nuevo a las crines de Stoirm y comenzó a bajar la colina junto a un callado Kieran.
—¿Se puede saber qué hacías sola cabalgando con Stoirm? —preguntó sin mirar atrás. Sabía que James y sus hombres les estaban mirando—. ¿Estás loca?
—No pensé que hubiera ningún tipo de peligro —respondió inquieta al ver la premura que Kieran llevaba.
Kieran miró de reojo hacia la colina y con gesto fiero gritó:
—Da gracias al cielo que te he visto.
—Pero ¿qué pasa? —preguntó sin entender cuál era el problema y el motivo de tanta urgencia.
—Ese que dice llamarse mi hermano —explicó Kieran sin dejar de azuzar a su caballo— es la persona más problemática que he conocido en mi vida. Por lo tanto, regresemos cuanto antes a la fortaleza.
Tras escuchar aquello, Megan hundió los talones en los flancos del animal y éste comenzó nuevamente a volar, ahora si cabe como si el demonio les fuera a coger.
James O’Hara, que los observaba desde lo alto de la colina, soltó una sonora carcajada cuando vio que la muchacha retomaba su alocada carrera sobre el impresionante animal. Tras perderlos de vista entre los árboles, levantó su mano y, junto a sus hombres, continuó su camino hacia la fortaleza sin poder dejar de preguntarse por aquella morena de ojos negros llamada Megan.
Cuando Megan y Kieran llegaron a las cuadras, un preocupado Rene suspiró aliviado. Shelma, por su parte, la saludó con la mano y torció el gesto al ver que el secreto ya no lo era tanto. Megan guio a Stoirm. De un salto desmontó del caballo, le susurró unas palabras cariñosas al oído y le dio un par de palmadas en el lomo para luego agacharse a recoger sus zapatos.
—Entrad rápidamente en la fortaleza —les indicó Kieran antes de irse a hablar con sus hombres. Tenía que reforzar la guardia. Su hermano James estaba allí y no se fiaba un pelo de él.
—¿Qué tal se ha portado esta belleza? —preguntó Shelma acercándose a su hermana.
—¡Impresionante! —respondió ella mientras se ponía los zapatos y miraba de reojo hacia los árboles.
—Milady, si os hubiese pasado algo, vuestro marido me habría matado —señaló Rene al cerrar el portón de la cuadra.
—Pero no me ha pasado nada, ¿lo ves? —Sonrió dichosa por la carrera que había disfrutado con Stoirm—. Ahora tenemos que irnos, Rene. Si alguien pregunta por mí, ¡no me conocéis! Y no sabéis nada de quién paseó esta tarde con Stoirm. —Mirando a su hermana dijo—: ¡Vámonos, Shelma!
Y comenzó a andar con premura hacia la fortaleza, como le había indicado Kieran O’Hara.
—¿Por qué tienes tanta prisa? Y ¿cómo es que has regresado con Kieran? —preguntó su hermana tomándola del brazo.
—¡Démonos prisa! Tengo un mal presentimiento —apremió cogiéndola de la mano. Shelma, al escucharla, la miró extrañada y Megan, recogiéndose el pelo con un trozo de cuero, dijo—: Ahora te cuento lo que me ha pasado, ¿vale?
Una vez en la habitación, le contó lo ocurrido observando desde la ventana la llegada de un grupo de guerreros comandado por el hombre de encantadora sonrisa, que enseguida fue recibido por Berta, Sabina y las demás furcias con clara familiaridad.
—¿Ese es James O’Hara? ¿El Malo? —preguntó Shelma viendo al apuesto hombre que en ese momento miraba a su alrededor.
—Eso dijo Kieran. Por lo poco que he hablado con él, no le hace ninguna gracia que su hermano esté aquí —susurró viendo que James se dirigía hacia las caballerizas.
Tras hablar brevemente con Rene, que negó con la cabeza, volvió a mirar a su alrededor con cara de enfado. Poco después, apareció Kieran y ambos comenzaron a discutir.
El resto de la tarde la dedicaron a observar con detenimiento los movimientos de James, que intentó entrar en la fortaleza, pero Kieran se lo impidió de malos modos.
Mary, con un grupo de mujeres, pasó junto a varios de los guerreros, y sus gritos y vítores hicieron huir a las muchachas, que asustadas entraron raudas en el interior de la fortaleza.
La noche caía, y con ella se comenzaron a encender las primeras antorchas. De pronto, la arcada de la habitación se abrió y apareció Mary.
—Hola, Mary —saludó Shelma—. ¿Qué te dijeron esos hombres para que corrieras así?
Con gesto turbado ella respondió:
—Oh…, milady. Los hombres a veces pueden llegar a decir cosas escandalosas.
—Tienes toda la razón del mundo —sonrió Megan al ver aquella traviesa mirada en la menuda joven, y acercándose a la ventana preguntó—: ¿Quiénes son esos hombres?
—Guerreros del clan O’Hara —reveló con una rabia que no pasó desapercibida para las hermanas—. Unos brutos que cada vez que pasan por la fortaleza sólo provocan problemas a las mujeres de la aldea.
—¿Problemas? —preguntó Shelma.
—Sí, muchos problemas —asintió sin mirarlas—. Esos hombres no aceptan un no como respuesta. Cada vez que vuelven, me dan ganas de envenenar el agua que toman por todo el daño que hacen.
—Uy —rio Shelma al escucharla—. Si se trata de envenenar el agua, mi hermana es experta en ese tipo de desastres.
—¡Shelma! —Megan soltó una carcajada mirando con los ojos muy abiertos a su hermana—. ¡Qué pensará Mary de eso que has dicho!
—Milady, ¿en serio conocéis alguna pócima? —preguntó con curiosidad Mary, que vio una pequeña luz ante los problemas que se avecinaban.
—No hagas caso a mi hermana. Nunca he envenenado el agua de nadie. ¡Por Dios! ¡Qué mal suena la palabra envenenar! Pero sí conozco bastante bien el poder de las hierbas.
Tomándole las manos, la criada le suplicó:
—Milady, nos sería muy útil que nos indicarais qué hacer para que esos brutos de ahí abajo no ocasionen muchos problemas hasta que lleguen nuestro laird y vuestros maridos.
—¿Crees que es necesario? —le preguntó Megan mirándola a los ojos.
La muchacha asintió.
—Kieran está intentando que James se marche, pero la noche ya llegó y ese salvaje sigue aquí —respondió sin pestañear.
—Pues no se hable más —resolvió Shelma cogiendo la talega de su hermana—. Dile a Mary qué hierba debe cocer y echar en la bebida. —Mirando con guasa a la joven sirvienta dijo—: ¿Qué prefieres? ¿Qué se les vacíen las tripas y les escueza el trasero, o que caigan dormidos como troncos y al día siguiente les remate el dolor de cabeza?
—No me tentéis…, no me tentéis… —se carcajeó Mary.
—Creo que será mejor que dejemos tranquilos sus traseros y que los durmamos —resolvió Megan riendo por las palabras de su hermana. Sacando unas hierbas color marrón oscuro dijo—: Toma, Mary, échalas en los barriles de cerveza. Ellas solas se mezclarán con la cebada y ocasionarán somnolencia. Cuanto más beban, mejor.
—Necesitaré más —suplicó Mary mirando el puñadito que Megan puso en sus manos—. Esos highlanders son conocidos por su aguante con la bebida.
—Doble dosis, entonces —rio Megan divirtiéndose a pesar de lo que iban a hacer—. Esto tumba a un caballo. Eso sí, avisa a los criados de confianza para que no tomen ni un sorbo, o caerán ellos también.
Mary, con una encantadora sonrisa, asintió.
—Habrá que avisar a nuestros guerreros —replicó Shelma al ver a varios de los suyos bebiendo y riendo con aquellos brutos.
—No. Hablaré con Kieran —dijo Megan—. Si ellos dejan de beber, se darán cuenta de que algo raro ocurre.
—De acuerdo —sonrió Mary, que guardó las hierbas en una pequeña servilleta que sacó del bolsillo—. Hoy, milady, disfrutaré con el espectáculo.
Asomándose con cuidado a la ventana, Megan señaló al hombre rubio que reía junto a las furcias que se dejaban sobar.
—¿Realmente es tan malo?
—Milady —susurró Mary acercándose a la ventana—, es la oveja negra del clan O’Hara y mi consejo es que os mantengáis lo más alejadas que podáis de él. Su lema es «Tomo lo que quiero, cuando quiero».
Unos golpes en la arcada atrajeron las miradas de las mujeres. Mary abrió y Kieran entró sin preguntar, plantándose ante ellas con gesto de preocupación.
—Sé que no debería estar aquí —dijo mirándolas a modo de disculpa—, pero mi hermano tiene intención de hacer noche aquí. Os ruego por vuestro bien y el mío que no salgáis en toda la noche de la habitación y que atranquéis la puerta.
—Pero ¿tan grave es? —se alarmó Shelma al sentir la angustia que el chico reflejaba en su mirada.
Kieran esbozó una triste sonrisa.
—A pesar del cariño que tengo a mi hermano por la sangre que nos une, existen ciertas cosas que yo me niego a aceptar —respondió con sinceridad—. Intentaré por todos los medios que no llegue hasta vosotras, pero sus métodos nunca han sido limpios y me puedo esperar lo peor.
—Hablando de métodos —sonrió Megan atrayendo su atención—. Le acabo de dar a Mary unas hierbas que, mezclándolas con la cerveza, conseguirán derrotar hasta al hombre más forzudo, sumiéndolo en un profundo sueño.
Aquello alegró el gesto del muchacho.
—¡Magnífico! —asintió Kieran al escucharla y ver que era mujer de rápidas soluciones—. Me aseguraré de que todos bebamos hasta caer derrotados. Por cierto, ¿el despertar será bueno?
Megan torció el gesto e indicó:
—Sentirás como si cien caballos te pisotearan las sienes.
Al escuchar aquello, Kieran suspiró pero sonrió.
—Prefiero eso a que los tontos de vuestros maridos piensen que tramé algo con mi hermano. —Y mirando a Mary preguntó—: Entonces, ¿te encargas tú?
—Sí, señor —asintió la criada con una alegre sonrisa echando unos troncos al hogar.
—¡Perfecto, Mary! —señaló Kieran y, despidiéndose, indicó—: Atrancad la arcada a mi salida.
Poco tiempo después, el sonido de unos nuevos golpes en la arcada hizo que las tres mujeres se mirasen. Era Yentel, una de las criadas.
—Miladies —dijo con ojos avergonzados—, me envía James O’Hara para preguntar si le honraréis con vuestra compañía en la cena.
Megan y Shelma se miraron pero fue la joven criada quien contestó.
—Imposible —dijo Mary dando un paso hacia ella—. Miladies me indicaban en este momento que están agotadas y desean descansar. Dile a O’Hara que se lo agradecen, pero que será en otra ocasión. —Una vez que se deshizo de Yentel, Mary cerró la puerta y apoyándose en ella susurró—: ¿Cómo sabe él que estáis aquí?
—No lo sabía —maldijo Megan al ver cómo ahora James y Berta miraban hacia su ventana—. Pero la arpía de Berta ya le informó.
—¡Maldita mujerzuela! —apostilló Mary.
Desde la ventana, Shelma vio a Kieran llegar con paso decidido hasta su hermano y las mujeres.
—Creo que os estáis asustando demasiado, Mary —sonrió Shelma—. Lolach y Duncan llegarán en cualquier momento. Además, varios de nuestros guerreros siguen aquí. No creo que se atrevan a hacer nada.
La criada, tras suspirar con gesto grave, murmuró:
—Milady, los hombres beben en ocasiones demasiado y pierden la cabeza.
—Tranquila, Mary —señaló Megan percatándose del peligro que habría pasado horas antes si Kieran no hubiera aparecido—. Las hierbas que te he dado nos ayudarán. De todas formas, atrancaremos la puerta en cuanto traigas a Zac. No saldremos de aquí.
Aquella noche, dormir en la fortaleza se convirtió en algo imposible. El ruido ensordecedor que los hombres hacían al reír, cantar o luchar borrachos ponía el vello de punta. Megan observó cómo Kieran, cada vez más torpe, llenaba la jarra de cerveza de su hermano, que reía a carcajadas con Berta en su regazo.
Oculta tras las sombras de su habitación, miró cómo se desarrollaba la fiesta que habían organizado en el patio de la fortaleza, y se quedó impresionada al ver lo que aquellos hombres eran capaces de beber sin descansar, aunque sonrió al comprobar que algunos comenzaban a sentarse y adormilarse.
Con remordimiento, vio también que varios de los hombres de Duncan y Lolach, que reían y bebían junto a los recién llegados, cayeron derrotados al suelo. Y los pelos se le erizaron al observar a varias de las criadas desaparecer con algunos de ellos tras los muros de la fortaleza. ¿Acaso no sabían el problema que les crearía?
Estaba tan abstraída con el espectáculo que el patio ofrecía que, cuando sonaron unos golpes en la puerta, pegó un salto.
—¿Quién es? —preguntó Shelma, adormilada junto a Zac encima de la cama de su hermana.
—Milady —reconoció la voz de Yentel—, James y Kieran O’Hara quieren que bajéis para brindar por vuestras recientes bodas.
—Decidles de mi parte —gritó Megan, que hizo una seña a su hermana— que les rogaríamos que fueran considerados y nos dejaran descansar.
—Milady —insistió la muchacha, asustada—, han dicho que si en breve no bajáis, miréis por la ventana.
—Por favor, Yentel, hazles llegar mi mensaje —suspiró Megan.
Una vez que la criada se convenció de que ellas no bajarían, sus rápidos pasos se alejaron.
—¿Qué quiere ese idiota? —se desperezó Shelma.
—Seguro que nada bueno —se quejó Megan al ver a Yentel acercarse con temor a James; éste, tras escucharla, comenzó a reír a grandes carcajadas junto a Berta, que sentada encima de él se restregaba como una gata en celo mientras bebía de la jarra que de nuevo Kieran le llenaba.
—Te juro que me dan ganas de bajar y…
Pero no pudo terminar la frase. De las cuadras, un borracho grandullón sacó a lord Draco y a Stoirm. Con una antorcha comenzó a asustarlos, haciendo que los caballos relincharan de miedo.
—¡Eso sí que no! —gritó Megan al sentir cómo la sangre le bullía de rabia por lo que veía—. ¡No se lo voy a consentir por muy O’Hara el Malo que sea!
—¿Qué pasa? —susurró Shelma levantándose asustada de la cama. Se quedó de piedra al ver lo que ocurría—. Pero ¿qué están haciendo esos imbéciles?
—Cavando su propia tumba —rugió Megan cogiendo su carcaj de cuero.
Furiosa y sin pensárselo dos veces, cogió una de las flechas, apuntó con maestría hacia el borracho y disparó.
Momentos después, el borracho gritó de dolor. La flecha que había lanzado Megan se le clavó en la mano que llevaba la antorcha, la cual cayó al suelo. Eso hizo que todos callaran y miraran hacia la ventana.
Kieran, divertido por aquello, reía a grandes carcajadas, intentando no caer desplomado por todo lo que estaba bebiendo. James intentó distinguir la figura de Megan a través de las sombras, pero la oscuridad de la noche le hacía difícil conseguirlo. Sin pensar en Berta, se levantó bruscamente, cayendo ésta despatarrada al suelo, algo que a la fulana molestó al escuchar risas a su alrededor.
A su llegada a la fortaleza, James había buscado a la mujer morena, pero únicamente logró encontrarla cuando Sabina y Berta le informaron de que buscaba a la esposa de El Halcón, ese presuntuoso guerrero que siempre le hacía sombra ante Robert de Bruce. Con la vista borrosa por la bebida, James observó en la oscuridad. No la veía, pero la excitación por aquella gitana de ojos desafiantes le decía que había sido ella, la sassenach, la que había lanzado la flecha.
Con intranquilidad, Mary se acercó a la mesa, donde comenzó a llenar de nuevo las jarras de cerveza, mientras observaba cómo James el Malo miraba hacia la ventana. A su alrededor, los hombres dormían como troncos tirados por el patio; incluso Sabina yacía encima de un guerrero respirando con tranquilidad. Se fijó en Berta, que la miraba con una tonta sonrisa en la boca. «¡Bien!», pensó Mary con una media sonrisa que se le borró al notar cómo una mano la agarraba y tiraba de ella. James el Malo, atrayéndola hacia él, la besó. Al ver aquello, Kieran intentó ayudarla, pero al moverse lo único que consiguió fue caer derrotado al suelo.
Mary se zafó como pudo del beso, pero la fuerza del hombre le impedía librarse de sus manos, y un extraño escalofrío le recorrió el cuerpo cuando le escuchó gritar con voz pastosa:
—Sassenach, veremos si esto lo atajáis con otra flecha.
—¡Desnúdala, James! —bramó Berta—. Mary es la criada de la sassenach.
—Eres peor que una bruja —gritó Mary, que se alegró al ver cómo aquella caía contra la mesa.
Desde la ventana, Megan respiraba con dificultad. Lord Draco, seguido por Stoirm, desapareció por la arcada de entrada hasta perderse en la oscuridad. Pero cuando vio que James intentaba volver a besar a Mary y ésta luchaba, gritó acercándose a la ventana con el rostro desencajado por la rabia:
—¡Soltadla, James O’Hara! Bajaré a brindar con vos.
—¡No, milady! —chilló Mary al escucharla—. ¡Esperad!
—¡Cállate, mujer! —la abofeteó torpemente él al oírla.
En su prisa por salir de la habitación, Megan chocó con Shelma.
—¿Qué se supone que vas a hacer?
—No voy a permitir que ese bruto haga daño a Mary —replicó poniéndose encima de la ligera camisa de hilo que utilizaba para dormir una bata larga azulada, anudada con dos cintas bajo el pecho. Antes de salir, tocó su pierna derecha y se cercioró de que su daga estaba en su lugar. También cogió su espada.
Shelma tomó su espada y, una vez que se cubrió el cuerpo con otra bata verde, sin despertar a Zac salió y dijo:
—Te acompañaré, aunque con la cantidad de brebaje que han bebido esos bestias, poco creo que puedan hacer.
James se quedó impresionado cuando Megan apareció más radiante de lo que la recordaba. La luz de las antorchas hacía que su pelo negro la volviera más salvaje, más etérea; parecía una ninfa del lago. Aquella sassenach le miraba con ojos desafiantes, y por la rigidez, de su mandíbula intuyó que la furia o la risa la estaba consumiendo. Anonadado por su belleza, soltó a Mary, que corrió hacia Megan. Una vez que intercambiaron unas palabras, la gitana de ojos oscuros la ocultó tras ella.
—Bien, O’Hara. Aquí estoy —dijo mirando a su alrededor, donde los hombres roncaban plácidamente—. ¡Qué animada fiesta!
—La fiesta comenzará ahora —susurró él andando con cierta dificultad hacia ella.
—Por vuestro bien, no os acerquéis más —señaló Megan extendiendo su espada ante ella, viendo cómo los rudos guerreros caían sin fuerzas a su alrededor.
—¡Vaya! —susurró Shelma con su particular sentido del humor—. Tus métodos asesinos son infalibles. Doy gracias que seas mi hermana, porque cualquiera se fía de ti.
Aquello las hizo reír.
—Pero… —dijo de pronto James al percatarse de que uno tras otro sus hombres se desplomaban inconscientes y él notaba que su visión se borraba—. ¡Brujas inglesas! ¿Nos habéis envenenado?
Mary y Shelma continuaban riendo.
—Digamos —bajó Megan su espada al verle doblar las rodillas y caer de bruces contra el suelo— que hemos adelantado el fin de la fiesta. ¡Felices sueños!
El golpazo de aquel guerrero contra el suelo sonó mal, muy mal.
—Oh, por Dios, milady… ¡Qué golpe! —se horrorizó Mary mientras se tapaba la boca para no reír.
—¡Por san Fergus! —rio Shelma señalando al hombre despatarrado—. Creo que mañana cuando despierte le faltará algún diente.
—¡Mejor que le falten a él y no a nosotras! ¿No creéis? —dijo Megan con una carcajada.
Tras asentir las tres, varios de los criados McPherson y mujeres de la aldea que habían permanecido ocultas comenzaron a aparecer. El susto se leía en sus caras al comprobar que en el patio había hombres inconscientes en el suelo, sobre las mesas, en las sillas. Megan, Shelma y Mary reían a carcajadas sentadas en el centro de todo aquel caos. Cuando lograron dejar de reír y todos se tranquilizaron, con cuidado recogieron a Kieran y lo echaron a descansar sobre una piel en el salón.
—Volvamos a nuestras habitaciones, necesitamos dormir —sugirió Megan tras recuperar a Stoirm, que como un cordero seguía a lord Draco. Con una sonrisa en los labios dijo a los criados y a las mujeres de la aldea—: Recordad. Aquí no ha pasado nada. Ellos llegaron, celebraron una fiesta y no molestaron a nadie. Vuestro laird y nuestros maridos están al llegar y no deseamos problemas con estos brutos.
—¿Y si no llegan pronto? —preguntó Yentel, asustada.
—Llegarán —afirmó Megan intentando aportar seguridad. Aunque algo en ella le decía que, si no llegaban, cuando despertaran aquellos brutos las cosas se pondrían muy, muy difíciles.