Capítulo 16

El olor de la comida hizo que Megan regresara al mundo real. Desperezándose lentamente, su nariz buscó la procedencia de aquel aroma tan rico, y de pronto se vio metida en una tienda. ¿Cómo había llegado hasta allí?

Con sumo cuidado y sigilo, se acercó a la abertura de la misma. Con disimulo miró hacia el exterior y tuvo que sonreír cuando vio a Zac y a su perro jugando con Ewen. Aquel gigante parecía haberle tomado mucho cariño a su hermano.

Apoyado en un gran tronco y con las piernas estiradas, Duncan hablaba con Niall. Parecía enfadado. Su entrecejo y sus ojos se lo decían. El resto de los guerreros estaban dispersos por todo el claro. De pronto, unas risas atrajeron su atención. Era su hermana Shelma, que salía de la tienda acompañada por Lolach. Durante unos instantes, les miró. Se les veía felices y eso le gustó.

Hambrienta y sedienta, decidió salir de la tienda. Fue mover la tela y Duncan de un salto se levantó y a grandes zancadas llegó hasta ella.

—Por fin despertaste —señaló estudiándola con la mirada—. Ven, toma un poco de estofado, te sentará bien. Hoy apenas comimos.

Megan, sin hablar ni mirarle, le siguió, y de buen grado aceptó el plato que uno de los guerreros le ofrecía.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Megan mirando a quien debía de ser el cocinero.

—John, milady —susurró extrañado de que su señora le hablara—. Espero que os guste mi estofado.

Tras asentir al hombre con la cabeza e ignorar a Duncan, se alejó y se sentó bajo un álamo, donde comenzó a comer tranquilamente. Duncan, al sentirse ignorado, la miró con asombro. Nadie había tenido el valor de tratarle así, pero pese a todo se sentó junto a ella, que sin mirarle siguió comiendo.

—Percibo que no estás muy habladora. ¿Te levantas siempre de tan buen humor? —bromeó Duncan, pero ella siguió sin mirarle, algo que comenzaba a desesperarle—. Megan, mírame. ¿Por qué no me hablas?

—¡Oh…, mi señor! —se burló con acidez sabiendo a lo que se exponía—. ¿Me permitís hablar? Os recuerdo que la última vez que os dirigisteis a mí, me ordenasteis no hablar hasta que me lo indicarais.

Duncan resopló.

—Tienes razón. Disculpa mis palabras. Por supuesto que puedes hablar.

—Ahora no deseo hablar contigo —comentó sorprendiéndole como siempre.

Una vez dicho eso, Megan se levantó de un salto. Antes de que él pudiera cogerla del brazo, se dirigió hacia el cocinero, que al verla llegar la miró con curiosidad.

—John, tu estofado estaba exquisito. Eres un gran cocinero.

—Gracias, milady —respondió el muchacho, orgulloso, mientras la observaba alejarse.

—¿Dónde se supone que vas? —dijo Duncan tomándola del brazo.

Ella, sin mirarle, dijo:

—Necesito un poco de intimidad. Desearía bañarme.

—El agua está demasiado fría; además, el lago está ocupado por Lolach y Shelma —respondió intentando conectar con sus ojos, pero ella no quería mirarlo.

—Mi señor, ¿necesito vuestro permiso para asearme?

—Esta discusión ridícula se acabó —advirtió Duncan, malhumorado.

Sin soltarla del brazo y con gesto de enfado, la llevó hasta un lugar apartado de las miradas curiosas de sus hombres. Necesitaba hablar con ella.

—Vamos a ver, mujer. ¿Me puedes decir qué te pasa?

Clavando sus oscuros ojos en él, dijo en un tono poco conciliador:

—¿Puedo hablar? ¡Oh, mi dueño y señor!

—¡Maldita sea! —gruñó desesperado—. Deja de llamarme «señor» y habla.

Megan, viendo la desesperación en los ojos de su marido, con media sonrisa le miró desafiante y poniendo sus manos en la cintura dijo:

—Ahora que vuelves a ser Duncan y que puedo hablar, te diré que hoy te has comportado como un estúpido, maleducado, al que he deseado matar en varias ocasiones. —Viendo que la miraba divertido, continuó mientras se rascaba la herida de la frente—: ¡Maldita sea, Duncan! Tengo la cabeza que me va a estallar de dolor. Mi hermana y yo no somos guerreros. Aunque quizá seamos más fuertes que otras mujeres, anoche ambas estuvimos disfrutando con nuestros maridos de la intimidad de nuestra habitación. Por lo que estamos doloridas y cansadas… —Al escuchar aquello, Duncan cerró los ojos. ¿Cómo podían haber sido tan brutos y no pensar en lo que ahora ella le decía? Megan prosiguió—: Y me hubiera gustado mucho que mi marido, ese que anoche me decía cosas bonitas, se hubiera dado cuenta de que yo necesitaba bajar del caballo porque…

No pudo continuar. Duncan la atrajo hasta él y la besó. La besó con avidez y deseo, con ternura y pasión, mientras susurraba disculpas en gaélico. Disculpas que ella aceptó. Adoraba a ese hombre. Sus besos, sus labios, su sonrisa, eran capaces de enloquecerla. Hacía un momento estaba enfadadísima con él, y ahora no quería que dejara de besarla.

—Soy un bruto, discúlpame —imploró besándole el pelo—. Nunca he tenido que pensar con delicadeza, pero ahora que te escucho me doy cuenta de mi error. ¿Podrás perdonarme?

—Si me lo pides de rodillas delante de todos tus hombres, sí —bromeó Megan carcajeándose al ver la cara que puso.

—¿Qué dices, mujer? —bramó alejándose de ella.

—Es una broma, Halcón —se rió abrazándole y sintiendo cómo él se relajaba—. ¡Claro que te perdono! —Y tras un ardoroso beso, añadió—: Yo, por mi parte, intentaré medir mis palabras y mis actos delante de tus hombres.

—Harás bien —dijo agradecido—. Mis hombres no están acostumbrados a que nadie, y menos una mujer, me hable en el tono que tú me has hablado hoy. ¡Por cierto! Da gracias que no te vi saltar del caballo a la carreta.

—¿Por qué? No paré la marcha, ni molesté —señaló tocándose su dolorida frente.

Lady McRae —susurró Duncan besándole con delicadeza la frente—. Mi intención es que nuestro matrimonio dure un año y un día, y para ello necesito que me ayudes a que no te pase nada.

—De acuerdo —suspiró gesticulando y haciéndole reír.

—¿Sabes, Impaciente? —dijo mirándola con pasión mientras regresaban al campamento—. No sé por qué me gustas tanto.

—Yo sí —rio al escucharle, y haciéndole sonreír dijo—: Porque te doy vida.