Capítulo 15

Despedirse de Magnus, Gillian y su gente era triste y doloroso. Aquello era como volver a marcharse de su hogar.

Gillian, con lágrimas en los ojos y un terrible nudo en la garganta, asió la mano de Magnus mientras decía adiós. Ver a sus amigas partir y sentir la indiferencia de Niall, le partió el corazón. ¿Volvería a verlo?

La comitiva de guerreros arropaba a Megan y a Shelma, que cabalgaban entre ellos, mientras que Zac iba subido en la carreta junto a Klon y las pocas pertenencias que poseían, entre ellas un envejecido caballo llamado lord Draco.

Lolach y Duncan, junto a Niall, encabezaban aquella comitiva, la cual cada vez era más numerosa. Cada pocos metros se unían a ellos los guerreros que habían quedado de vigilancia por el camino, que al ver a las mujeres las miraban con curiosidad.

—Estoy emocionada —murmuró Shelma mirando a su alrededor.

—¿A qué se debe tanta emoción? —preguntó Megan.

—Soy feliz —susurró para que nadie la escuchara—. ¿Acaso tú no lo eres?

—Sería más feliz si no tuviéramos que separarnos.

—Es verdad —asintió Shelma. Acercando su caballo al de su hermana, preguntó—: Anoche, en vuestra intimidad, ¿qué tal fue?

—¡Shelma! —gritó Megan atrayendo la atención de todos—. ¿Cómo se te ocurre preguntarme eso?

—Por Dios, Megan, eres mi hermana —señaló mirando hacia los lados—. Ya sé que algo habíamos escuchado referente a cómo hacer a un hombre feliz, pero nunca nadie me había explicado lo que se hacía realmente. De todas formas, si te incomoda hablar de esto, no continuaré.

—No es eso —sonrió Megan y, moviéndose en el caballo, preguntó—: ¿Vas cómoda sentada en el caballo?

—¡Oh, Dios mío! —se quejó Shelma—. Ya no puedo más. Estoy dolorida y el movimiento del caballo me mata cada vez que me roza donde tú ya sabes.

—¡Calla! —se carcajeó Megan.

Aquellas dulces carcajadas sonaron demasiado altas, atrayendo las miradas de todos los guerreros y de sus esposos, que, al escucharlas, las regañaron llevándose un dedo a la boca a modo de silencio.

—Oh…, oh, será mejor que hablemos bajo. Nuestras risas molestan.

Pero su hermana estaba dispuesta a no callar.

—Megan, ¿sufriste mucho la noche de bodas cuando Duncan se metió dentro de ti? —preguntó Shelma con curiosidad—. Yo, si te soy sincera, hubo un momento en que pensé que iba a morir de dolor, pero luego el dolor pasó… y… y… ahora me encanta.

Sonriendo ante la sinceridad de su hermana y bajando la voz para no ser escuchadas en un tema tan particular, le contestó:

—Pues claro que me dolió, Shelma. Me pasó igual que a ti. Pero, superado el momento doloroso y los días, cada vez es mejor. ¿Os habéis bañado juntos en la bañera?

—No —negó Shelma mirándola con los ojos muy abiertos.

—Oh… Shelma —se sonrojó al recordar—, es maravilloso. Báñate con él y verás qué sensaciones más extrañas sentirás al estar mojados y resbaladizos.

—Lo haré —asintió guardando aquella información—. Por cierto. Me asusté al verlo desnudo. Y mira que he visto mil veces a Zac. Pero, entre tú y yo, hermana, nunca me imaginé que aquello pudiera crecer tanto… tanto… ¡Increíble!

Al escuchar aquello, Megan no pudo reprimir una sonora carcajada uniéndose a ella Shelma. De nuevo, todos las miraron. Duncan miró a Megan con seriedad, por lo que ella tuvo que hacer un gran esfuerzo por no continuar riendo, a pesar de que era lo que más le apetecía.

Niall, que continuaba enfadado con ellas, se acercó y con semblante serio señaló:

—Os agradeceríamos que dejarais de montar escándalo. Estamos pasando por el territorio de los Campbell.

—Y ¿qué pasa? —preguntó Shelma sonriente.

—Tuvimos un pequeño percance con Josh Campbell hace años. Por norma, ellos pasan por nuestras tierras y nosotros por la de ellos, pero nunca está de más estar alerta. Por tanto, ¡¿seríais tan amables de cerrar esas boquitas?!

—Prometemos cerrar nuestras boquitas —afirmó Megan—, si tú nos perdonas por ser las peores mujeres del mundo y escapar del castillo sin decirte nada. Prometemos no volver a hacer nada así en tu compañía.

—Por supuesto que no volveréis a hacer nada así —bramó Niall, atrayendo ahora la mirada de los demás, y bajando la voz susurró—: El que os perdone o no es algo que haré cuando yo lo decida.

—Te siento muy ofuscado, y eso no es bueno —señaló Shelma moviendo su caballo para dejar a Niall entre las dos.

—Estoy con vosotras como os merecéis —replicó Niall con seriedad.

—Si nos das quince latigazos a cada una, ¿cambiarías de cara? —preguntó Megan percibiendo una pequeña sonrisa en él—. Niall, sabemos que hicimos mal.

El joven highlander, muy tieso en su caballo, no respondió.

—Súbelo a veinte latigazos —bromeó Shelma al notar que al chico le comenzaba a temblar la barbilla—, y añade encerrarnos en un cuarto sin ventanas, con un panel de abejas hambrientas.

Con salero, Megan siguió la broma, siendo escuchada por Myles, que sonrió por el buen humor de aquellas mujeres.

—Y si eso te parece poco —sonrió Megan—, suéltanos en un bosque, rodeadas por unos quince jabalís salvajes…

—Oh… —bufó Niall sonriendo—. ¡Basta ya! De acuerdo, os perdono. Pero que sepáis que me decepcionasteis mucho cuando os escapasteis.

—¡Gracias, Niall! —corearon al unísono y, haciéndose una seña, se abalanzaron sobre Niall, que quedó oprimido por las dos mujeres en un abrazo.

A su alrededor, los hombres les observaban. ¿Qué hacían aquellas mujeres abrazando a Niall? El murmullo de los hombres atrajo la atención de sus lairds.

—¿Qué ocurre aquí? —gritó Lolach, que, al ver aquello, rápidamente fue a pedir explicaciones mientras Duncan les observaba apoyado en su montura.

—Esposo mío —pestañeó Shelma con una sonrisa—. Le estábamos dando las gracias a Niall por perdonarnos. No tienes por qué gritar de esa forma.

—Iré con Ewen y Myles —anunció Niall separándose de ellas viendo a Myles sonreír— antes de que me volváis a meter en otro lío.

—Lolach, tesoro. ¿Podríamos parar? —prosiguió Shelma—. Necesitamos estirar las piernas y descansar un poco.

—¡No! Ahora no es momento de parar. Seguirás en el caballo hasta que yo lo diga —vociferó bien alto Lolach para que todos le escucharan.

Incrédula por el tono de voz usado por él, Megan le miró.

—¡Serás maleducado! —gritó Shelma al tiempo que Lolach paraba su montura y volvía su mirada hacia ella—. Llevamos demasiado tiempo encima del caballo y necesitamos bajar. ¡No te volveré a llamar tesoro! Pedazo de bruto.

—Será mejor que te calles —ordenó Lolach acercándose a ella.

Megan, sorprendida por aquellos modales de Lolach, le miró con cara de pocos amigos. Duncan, al ver la mirada desafiante de su esposa, acercó su caballo al de su amigo y sin apartar la mirada de Megan le ordenó que callara. Ella no debía meterse.

—¡Alto! —gritó Lolach levantando una mano.

Todo el mundo paró.

—No te preocupes, es mejor que sigamos adelante —le susurró Duncan a su amigo, que hervía de indignación por los gritos de su esposa.

—¡No! Antes quiero hablar con mi mujer —vociferó desmontando de su caballo para tirar del brazo de Shelma. Bajándola de malas formas y sin ningún tipo de contemplación, la arrastró hasta una zona del bosque tupida, donde no se les veía.

Niall miró a Duncan, y éste con la mirada le pidió tranquilidad.

—¿Qué va a ocurrir? —preguntó Megan, indignada por aquello, sin poder apartar la mirada del bosque.

—Mi señor le recordará cómo debe hablarle y dirigirse a él —indicó Mael, uno de los guerreros de Lolach.

—Como se atreva a hacerle algo a mi hermana —murmuró Megan—, se las verá conmigo.

Algunos guerreros, al escucharla, se quedaron boquiabiertos.

—Tú no harás nada —señaló Duncan acercándose a ella—. Ellos han de arreglar sus problemas y tú no te debes meter.

Pero Megan no estaba dispuesta a quedarse impasible ante aquello.

—Pero no es justo. Ella sólo le había pedido parar un rato. Necesitamos estirar las piernas, nosotras no estamos acostumbradas a estar tanto tiempo encima de un caballo. ¡¿Acaso vuestras duras cabezas de highlanders no entienden eso?!

Los guerreros volvieron a mirarse incrédulos.

—Si no te callas —gruñó Duncan con fiereza—, tendré que hacer lo mismo que Lolach. Mis hombres nos están mirando y ¡nadie! levanta la voz a su laird. Por lo tanto, ¡cállate!

En ese momento aparecieron Lolach y Shelma. Ella traía los ojos enrojecidos por el llanto. Lolach, que no estaba acostumbrado a aquellas situaciones, se paró al lado del caballo de su mujer para ayudarla a montar, pero ésta, ofuscada, se dio la vuelta y subió por el otro lado a la montura sin ningún tipo de ayuda, dejando a todos impresionados.

—¡¿Qué os pasa a todos?! ¿No habéis visto nunca a una mujer subir sola a un caballo? —gritó Megan sin importarle lo que aquello podría acarrear.

—Continuemos nuestro camino —indicó Lolach montando en su caballo. Sin mirar a Shelma, se dio la vuelta y, al mirar a Duncan, intuyó que estaba indignado.

—Seguiréis a caballo sin molestar hasta que nosotros decidamos parar. No volváis a hacer que paremos y, sobre todo —dijo Duncan mirando a su mujer—, no hables si yo no te lo he pedido. ¡¿Entendido?!

—Por supuesto, mi laird —respondió Megan con una fría mirada.

Resuelto el percance, la comitiva prosiguió su camino, momento en el que Megan miró a su hermana, que había vuelto callada y, en cierto modo, tranquila.

—¿Estás bien? —preguntó con ganas de coger a Duncan y estamparle contra un árbol. ¿Quién se había creído para hablarle de aquella manera?

—Sí. Tranquila —asintió secándose las lágrimas.

—¿Qué te hizo el bestia de Lolach?

—Oh… Megan —susurró acercando su caballo—. Me besó.

—¡¿Qué?! —Estuvo a punto de chillar al escucharla.

¿Acababa de discutir con su marido mientras su hermana y su marido… se besaban?

—¡Cállate! —sonrió al escuchar a su hermana—. Me llevó de muy malos modos tras los árboles, y yo… yo… comencé a llorar. Y él me besó y me dijo que nunca más volviera a chillarle e insultarle delante de nadie, y menos de sus hombres. ¡Es adorable!

—Es un… ¡bestia! Igual que El Halcón —murmuró mirando las anchas espaldas de su marido, que en un par de ocasiones había vuelto su mirada para intimidarla, cosa que no consiguió—. De todas formas, me alegro de que no te haya hecho daño, eso me hubiera obligado a matarlo.

Myles y Niall, que estaban cerca de ellas, se miraron incrédulos al escuchar aquello de la boca de Megan. Haciendo retroceder a sus caballos, cabalgaron en dirección opuesta, donde pudieron reír a carcajadas. ¡Qué mujeres!

El sol comenzaba a ponerse y aún continuaban montadas a caballo. No volvieron a llamar la atención de los lairds, quienes parecían disfrutar del camino y haberse olvidado de ellas.

—¡Dios mío! —se quejó Shelma, tan dolorida que empezaba a sentirse mal—. No puedo más.

—Me duele hasta el alma —suspiró Megan.

En todo aquel tiempo, tan pronto se sentaba de lado como a horcajadas. Duncan no volvió a mirarla. Se comportaba como si ella no estuviera, algo que le molestó. De pronto, Megan miró hacia la carreta donde Zac dormía. Sonriendo a su hermana, murmuró:

—Shelma, ¿ves la carreta?

Su hermana miró, e iluminándosele la mirada preguntó:

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

—Totalmente —asintió Megan—. Veamos, si nos montamos en la carreta, seguiremos el camino, no les molestaremos y, sobre todo, no les haremos parar. Creo que cumplimos todas sus normas, ¿no crees?

—Sí. Y nuestras posaderas nos lo agradecerán. —Shelma cerró los ojos.

—Una cosa más —señaló Megan con picardía—. Cuando estemos en la carreta, sonríe a los hombres de tu marido con cara angelical y pídeles silencio. Yo haré lo mismo con los del mío.

Ambas tomaron las riendas de sus caballos y se acercaron a la carreta.

Myles, junto a Mael, Ewen y Gelfrid, cabalgaba detrás del carro. De pronto, Ewen señaló a las mujeres. Y con la boca abierta vieron cómo las jóvenes, sin parar sus caballos, saltaban sobre la carreta. Ataron sus caballos a la misma y, sin pensárselo dos veces, se echaron junto a Zac. Aunque antes ambas les dedicaron una radiante sonrisa a los guerreros y, con el dedo en la boca, les pidieron silencio.

—¡Por todos los diablos rojos! —exclamó Ewen al ver aquello.

—Se podían haber roto el cuello —murmuró Mael, que con una mano indicó a los hombres que callaran.

—Creo que la llegada de nuestras señoras a los clanes será comentada —rio Myles mirando a Mael, quien asintió y río.

Al anochecer, Duncan y Lolach indicaron a sus guerreros que iban a acampar. Por cabezonería, Duncan no había mirado ni una sola vez hacia atrás a su mujer, pero cuando bajó de su majestuoso caballo Dark esperó encontrarse con la ofuscada cara de Megan, por lo que se quedó sin palabras al comprobar que no estaba ni ella ni su hermana.

—¿Dónde demonios están? —se preguntó mirando alrededor.

—¿Quiénes? —dijo Lolach.

—Tu mujer y la mía.

Con la rabia apoderándose de él, Duncan, seguido por un sorprendido Lolach, anduvo hacia Niall. ¿Acaso no notaban la falta de las mujeres?

—Tranquilo, hermano. Tranquilo, Lolach —señaló Niall al ver la cara de los guerreros—. Están durmiendo dentro del carro.

—¿Dentro del carro? —se asombró Lolach, que fue tras Duncan y comprobó cómo ellas dormían plácidamente al lado de Zac.

—Mi laird —Mael se acercó a Lolach—. Fue todo rápido. Pusieron los caballos junto a la carreta y saltaron dentro.

—Impresionante habilidad la de vuestras mujeres, lairds —rio Myles mirando a Duncan.

—¿Por qué no se nos informó de ello? —preguntó Duncan mirando a su mujer, que dormida estaba preciosa.

—Disculpadnos —indicó Myles, guardia de Duncan y buen amigo—. Si yo hubiera obligado a Maura a estar tantas horas a caballo, os aseguro que su enfado sería enorme. Hemos marchado todo el día sin parar. Se merecían ese descanso.

Duncan, al escuchar al bueno de Myles, asintió y calló.

—Tienes razón —dijo Lolach, hechizado por cómo respiraba su esposa—. Pasaremos la noche en este claro. Montad un par de tiendas, traed agua y preparad algo de comida. —Mirando a Duncan murmuró mientras caminaban hacia el lago para lavarse—: Amigo, creo que nos hemos casado con algo más que dos simples mujeres.

—Nunca lo dudé. Ya nos indicaron dos viejos zorros que ellas eran dos excelentes yeguas —sonrió con complicidad, dándole un puñetazo a Lolach que se lo devolvió divertido.