Tras una terrible noche, en la que estuvieron cabalgando sin rumbo en manos de aquellos ingleses, por la mañana las tres muchachas estaban atadas de pies y manos bajo un gran roble.
—¡Os rugen las tripas! —rio Sean mirándolas mientras comía pescado—. Siento deciros que no tengo la menor intención de compartir mi comida.
—Prefiero morir de hambre a comer algo que tú me des —dijo Megan clavándole sus ojos negros.
—¿Sabes? —murmuró Sean al agacharse a su lado—. Si me hubieras elegido a mí, hoy estarías viviendo junto a tus hermanos. E incluso tu abuelo y el herrero podrían estar vivos. Pero el día que vi cómo mirabas a El Halcón y él te miraba a ti, supe que nunca por tu propia voluntad serías mía. Pero ahora eso va a cambiar —rio cogiéndola con fuerza por el enmarañado pelo y atrayendo su boca hasta la de él. La besó salvajemente haciéndola sentir un asco enorme, mientras comenzaba a patear, y Shelma y Gillian se le tiraban encima.
—¡Suéltala! —gritó Shelma respirando con dificultad.
—¡Eres el hombre más asqueroso que he visto en mi vida! —bufó Megan limpiándose la boca en los hombros.
—No decías eso la noche que te revolcabas cerca del cementerio con El Halcón —siseó enfadado—. Te vi y pude comprobar lo bien que lo pasabais.
—¡Asqueroso! —escupió Gillian al escucharle.
En ese momento, se escuchó el sonido de caballos y Sean, rápidamente, dejó de prestar atención a las muchachas para ver quién se acercaba.
—¿Cuándo te has revolcado tú con El Halcón cerca del cementerio? —preguntó Shelma dándole un codazo.
—Oh…, cállate —protestó Megan mientras Shelma y Gillian compartían una mirada risueña hasta que de pronto la primera murmuró—: ¡Oh, Dios mío! No puede ser cierto lo que ven mis ojos.
Sir Aston Nierter y sir Marcus Nomberg, junto a tres hombres, se acercaban a lomos de sus caballos. El paso de los años había hecho mella en sus rostros. Se les veía envejecidos y arrugados, aunque sus envergaduras seguían siendo grandes.
Con amargura, sir Aston se bajó del caballo y, acercándose a las muchachas, comentó:
—¡Vaya, vaya! ¡Por fin os hemos encontrado! Nuestro empeño ha dado su fruto. —Agachándose, puso su cara frente a la de Shelma para decir—: Veo que los años han sido benévolos contigo y con tu hermana. Os habéis convertido en dos bellezas. —Mirando a Megan gritó—: ¡Marcus! ¿Estás de acuerdo?
—Totalmente de acuerdo, Aston —sonrió mientras se acercaba a Megan.
Gillian le miró y, por primera vez desde que las habían apresado, se asustó.
—Estáis cometiendo un grave error —les advirtió Megan—. Pagaréis por ello.
—El error lo cometisteis vosotras hace años, la noche que escapasteis e incendiasteis la casa con vuestros tíos y el servicio dentro —dijo Aston pasando un dedo por la cara de Shelma, que lo miró asustada.
—Nosotras no hicimos nada —señaló Megan recordando aquel momento.
—¿Sabéis quién pagó por ello? —rio con maldad sir Marcus—. Vuestro querido John. Ese traidor que os ayudó a escapar.
Al escuchar aquello, Shelma, horrorizada, gimió.
—¿Matasteis a John? —gritó Megan, desencajada—. ¡Malditos seáis! ¡Cómo pudisteis!
—Matar escoceses y amigos de escoceses —señaló sir Marcus con maldad— es algo que siempre me resultó divertido. Aunque tengo que confesaros, queridas salvajes, que la cacería que más disfruté fue aquella en la que murió vuestro padre. Fue fácil matarlo e inventar la historia del tiro errado.
Conocer la terrible verdad desencajó a las muchachas.
—¡Te mataré, maldito inglés! —gritó Megan con desesperación.
—¡Os odio y os deseo lo peor! —escupió Shelma, horrorizada, comenzando a llorar.
—No olvidéis, amigo Marcus —tosió Aston sentándose ante ellas—, que el veneno que día a día echamos en el agua de la preciosa Deirdre lo conseguí yo.
—¡No! —rugió Megan con los ojos inyectados en sangre.
Gillian, aterrada, era consciente de la maldad de esos hombres y de los terribles años que sus amigas tuvieron que vivir en Dunhar.
—Debíamos deshacernos de ella —prosiguió sir Marcus—. ¡Lástima! Era tan bonita como tú —dijo señalando a Megan—, pero ella también sobraba.
—¡Malditos seáis los dos! —gritó Megan intentando levantarse al escuchar aquello—. ¡Os mataré con mis propias manos y disfrutaré con ello! ¡Os lo juro! ¡Os lo juro a los dos!
Los hombres, al escucharla, rieron con maldad.
—¡Cállate, salvaje! —Marcus abofeteó sin piedad a Megan volviéndole la cabeza.
—¡Ojalá os pudráis en el infierno! —gruñó Gillian, horrorizada por lo que escuchaba.
—Vaya. Tenemos tres palomitas en vez de dos —se agitó uno de los hombres—. ¿Quién eres tú, preciosa?
—Lady Gillian McDougall —respondió levantando el mentón orgullosa—. Exijo que nos soltéis ahora mismo. Si no lo hacéis, cuando mi hermano o mi clan os encuentren, os matarán. Os aviso.
—Eso no será posible, palomita —rio el hombre con cara de piquituerto—. Tú morirás antes de que tu clan o tu hermano te encuentren.
—Quizá me matéis a mí y a ellas —respondió Gillian temblando—. Pero pido al cielo que tanto mi hermano como los maridos de Shelma y Megan os encuentren y os den muerte lentamente.
—¿Ah, sí? —rio sir Marcus mirando a Megan—. ¿Quién es tu marido?
Con un desprecio total en su voz, Megan le miró fijamente y siseó con odio:
—El laird Duncan McRae, y ten por seguro que cuando te coja te arrancará la piel a tiras, si antes no lo hago yo.
—Se le conoce más por El Halcón —informó Sean comiéndose una manzana.
—¿Y el tuyo? —Sir Aston miró de soslayo a Shelma.
—Mi marido es el laird Lolach McKenna —respondió antes de recibir una bofetada.
Al ver aquello, Megan se abalanzó con las manos atadas contra sir Aston, pero éste se retiró a tiempo y ella cayó de bruces, dándose un golpe en el chichón que tenía en la frente, que comenzó a sangrar.
—¡Cuánto disfrutarás, Marcus, con esta pequeña salvaje! —rio sir Aston cogiendo del pelo a Megan para levantarla, mientras ella intentaba no quejarse de dolor—. Te has convertido en una mujer muy guapa, como antes lo fue tu madre. ¡Lástima que no pude disfrutar de ella como Marcus va a disfrutar de ti! —rio soltándola cuando ella intentó atacarle.
—¿Qué te parece, Aston —se mofó sir Marcus tirando de Megan—, si cuando termine con ella, antes de matarla, te la entrego para que imagines lo que pudo ser su madre? Son tan parecidas que no creo que sea difícil imaginarlo —rio empujándola hacia delante.
—¡Fantástica idea! —asintió sir Aston acercándose a Shelma.
—¡Soltadme inmediatamente! —exigió Megan intentando alejarse de aquel odioso hombre que la agarraba de los brazos y se la llevaba.
—Traed a mi hermana. ¡Maldito hijo de Satanás! —gritó Shelma junto a Gillian.
—¡Sean! —farfulló Gillian—. ¿Cómo has podido caer tan bajo?
—Olvidadme, lady caprichos —rio dándose la vuelta para no mirarla.
—¡Deja de gritar, maldita perra! —vociferó sir Aston a Shelma apartándola de Gillian—. Llegó el momento de tomar lo que era para mí y no para un sucio escocés. Pagarás tu deuda conmigo y luego te mataré.
—Lolach te encontrará y te matará —escupió Shelma mirándole a los ojos.
—Quizá lo mate yo a él —rio sir Aston sintiéndose superior—. ¡Sean! Entrégales la rubia a mis hombres y, cuando acaben con ella, matadla. Esta noche volveremos a casa.
Chillando y pataleando, Shelma fue arrastrada por sir Aston tras unos árboles y Gillian, horrorizada, gritó a Sean:
—¡Mi hermano te matará! ¡¿No te da vergüenza comportarte así con la gente que cuidó de ti y te ayudó cuando lo necesitaste?! Axel te buscará y te despellejará. Y ¿sabes por qué lo sé? Porque no descansaré en mi tumba hasta que consiga ese propósito.
—Axel no sabrá nada —rio Sean, haciéndola levantarse, y, señalando a unos diez ingleses sucios y malolientes que la miraban con ojos amenazadores, dijo—: ¡Prepárate, gata! Esos hombres desean probarte. Serán ellos y no tu querido Niall quienes prueben tu miel.
—¡Cerdo asqueroso! —gritó respirando con dificultad.
Pero un ligero movimiento de unas ramas llamó su atención y fugazmente vio la cara enfadada de su hermano, por lo que, evitando llorar, se volvió hacia Sean desesperada.
—Sean, ¡por favor! Piensa lo que vas a hacer.
El muchacho, sin ningún tipo de emoción en la cara, sonrió, y dijo:
—Está pensado.
—Escucha, Sean —susurró acercándose lo más que pudo, a pesar del asco que le daba—. Si esos hombres tienen que mancillar mi cuerpo, quiero que tú seas el primero. Nunca me atreví a decirte que tú siempre me has gustado.
Al escuchar aquello, Sean abrió mucho los ojos, incrédulo por lo que estaba oyendo de los labios de la nieta caprichosa y consentida de Magnus McDougall.
—¡Por favor, Sean! —gimió con los ojos cargados de lágrimas—. Vayamos tras aquellos árboles —le sugirió Gillian al oído—. ¡Por favor! ¡Por favor! Luego, si quieres, entrégame a ellos, pero…
—Está bien, caprichosa —indicó, satisfecho por el ofrecimiento.
Con un gesto ordenó a los hombres que esperaran y, acercando sus labios a los de ella, capturó su boca salvajemente mientras llevaba una mano hasta uno de sus pechos haciendo gritar de excitación a todos los hombres por lo que veían.
Tras alejarse del grupo, la hizo tumbarse sobre la hierba mientras él se quitaba las botas y se bajaba los pantalones. Con un rápido movimiento se sentó encima de ella y, cogiéndole la camisa de lino, la abrió de un tirón, dejando al descubierto sus pechos.
Gillian, más avergonzada que nerviosa, intentó no chillar. Sean paseó su sucia mirada de los pechos de la muchacha a su cara y, excitado, se lanzó sobre el cuello de ella, mientras sus manos aplastaban sus pechos sin piedad. Era tal su disfrute, que Sean no se percató de que los guerreros ingleses, que hasta hacía unos momentos les miraban con curiosidad, fueron cayendo a manos de El Halcón y sus hombres.
Gillian, asqueada, cerró los ojos y cuando los abrió vio a Niall de pie detrás de Sean. Sus ojos se encontraron y, sin apartar su mirada de la de ella, cogió con sus manos el cuello de Sean y con un rápido y certero movimiento se lo partió. Sin inmutarse por lo que acababa de hacer, tiró el cuerpo inerte del muchacho hacia un lado y rápidamente agarró a Gillian y la levantó.
—¿Estás bien? —preguntó con voz cargada de rabia y emoción, y sólo respiró cuando ella asintió.
Sin dejar de mirarla, la abrazó y ella se acurrucó temblorosa en él. Como pudo, Gillian levantó su cabeza y vio una oscuridad extraña en sus ojos que la asustó. Niall, sin importarle nada, bajó sus labios hasta los de ella y la besó. Necesitaba besarla. Necesitaba sentirla y saber que estaba bien.
Superado el miedo atroz que había sentido, Niall recuperó el control, se separó de ella y, antes de correr detrás de Duncan, gritó:
—¡Cúbrete!
Axel, quien por primera y única vez se había mantenido en un segundo plano, al ver que Niall la soltaba, fue a abrazarla para darle todo su calor.
—¿Estás bien, pequeña? —la arrulló mirando a Niall, que se volvió con cara de pocos amigos mientras seguía a Duncan y Lolach.
De pronto, Shelma emergió del bosque corriendo despavorida. Había conseguido dar un mordisco a sir Aston en el brazo y escapar. Sólo le faltaba su capa, y gritó cuando cayó en brazos de Lolach, que al verla la abrazó como nunca había abrazado a nadie en el mundo. Tras ella corría un malhumorado sir Aston, que se vio rodeado por varios highlanders mientras Myles le ponía una espada en el cuello y sonreía.
No muy lejos de allí, Megan y el odioso sir Marcus, ajenos a todo lo que ocurría a su alrededor, continuaban su particular lucha. Creyéndose superior, él le desató las manos. Le gustaba ver la ferocidad de aquella morena y había decidido jugar un poco con ella antes de someterla a sus antojos.
—¿Sabes, pequeña salvaje? —Sonrió mirándole la sangre que tenía en la cara—. Siempre me has parecido preciosa, pero los años han hecho que seas una mujer digna de adorar. Estoy seguro de que ese highlander te echará en falta en su lecho. —Atrayéndola hacia él, dijo echándole su apestoso aliento—: Llevo buscándote mucho tiempo y, por muchas morenas que he conocido, siempre he sabido que ninguna sería como tú. En su momento deseé a tu madre, pero tu belleza y el desafío de tu mirada la superan.
—Te arrancaré la piel a tiras —siseó Megan intentando coger el puñal de su bota— si continúas hablando de mi madre.
—¡Hummm…! Me gusta sentir tu lado salvaje —dijo tirándola de espaldas al suelo, raspándose las palmas de las manos—. Me han dicho que el viejo escocés de tu abuelo te enseñó el manejo de la espada, ¿es cierto?
—Sí, me enseñó muy bien —asintió levantándose y retándole con la mirada.
—Demuéstramelo. ¡Toma! —dijo lanzando una espada que ella cogió con dificultad. Era demasiado grande y pesada para ella—. Nunca he conocido a una mujer que supiera manejarla. Enséñame qué has aprendido a hacer con ella.
Con las pocas fuerzas que le quedaban, Megan intentó alzar la espada, pero el peso era demasiado y se le escurría de las manos ensangrentadas. Intentó estabilizar su cuerpo extendiendo la mano izquierda, pero era inútil, pesaba demasiado. Al final optó por asir la empuñadura con las dos manos olvidando el dolor.
—Eres una mujer muy deseable. Será un placer ver cómo te mueves, primero aquí y luego bajo mi cuerpo.
—Antes te mataré —gritó rabiosa por no poder dominar aquella espada.
Sin darle tiempo para respirar, Marcus arremetió y ella se defendió como pudo.
—Intuyo que las noticias que tenía sobre ti decían la verdad —señaló al ver cómo Megan se defendía con bravura de su ataque.
—Si me dieras mi espada —dijo señalando al montículo donde estaban las espadas—, sería capaz de ser un estupendo contrincante.
—Ya lo eres a pesar de ser una mujer —asintió con sarcasmo viendo cómo la camisa blanca de Megan comenzaba a humedecerse de sangre—. Oh…, ¡lo siento! ¿Te he herido? Debes ser más rápida en tu defensa.
Con rabia, Megan maldijo al ver la sangre en su brazo. Pero ¿qué más daba? Ese hombre no conseguiría lo que pretendía. Mirándole, le sonrió con descaro, mientras pensaba en lo que su abuelo y Mauled decían: «Si uno tiene que morir, que sea con honor». Por lo que, quitándose la capa, se quedó frente a él vestida sólo con los pantalones de cuero y la gastada camisa blanca.
—Eres bellísima —susurró sir Marcus—. No me extraña que, a pesar de ser una sassenach en tierras escocesas, un escocés se casara contigo. ¿Qué tal la vida con esos salvajes highlanders?
—Mejor que con los refinados ingleses —resopló cansada por el enorme esfuerzo que tenía que hacer para atacar y parar sus golpes.
—Debes de ser una fiera en la cama. —Sonrió al hacerla caer al suelo. Poniéndole un pie encima del estómago y la espada a la altura de la garganta, se sentó encima de ella y le susurró—: Me encantará dominar tu voluntad y enseñarte cosas que ese highlander no te enseñó —cuchicheó mientras bajaba sus labios hasta los de ella revolviéndole el estómago—. Eres una maldita perra escocesa, como tu madre, y como tal te voy a tratar.
Con un rápido movimiento, Megan levantó la rodilla hasta clavársela en la espalda. Aquel movimiento hizo que él cayera contra ella golpeándola en la frente, momento en que Megan sacó de su bota una daga que agarró con fuerza.
—¡Nadie habla así de mi madre en mi presencia, y menos un asqueroso inglés como tú! —gritó encolerizada clavándole la daga en el estómago—. ¡Tú quitaste la vida a mi padre, a mi familia, y yo te la quito a ti!
Marcus miró horrorizado la daga clavada en su estómago. Maldiciendo cogió la cabeza de la joven y, con las fuerzas que le quedaban, comenzó a golpearla contra el suelo.
De pronto, se escuchó como un silbido y sir Marcus cayó sobre Megan con los ojos muy abiertos. Paralizada por el peso del hombre y el cansancio, respiraba con dificultad cuando sus ojos se encontraron con el rostro ceniciento de Duncan, que dando una patada al hombre le hizo rodar hacia un lado. Agachándose, pasó sus protectores brazos bajo el cuerpo de Megan y la asió con fuerza.
—Tranquila, cariño, ya estoy aquí.
Niall, al ver a su hermano acunando a su mujer, paró a los guerreros levantando una mano. Duncan necesitaba un poco de intimidad.
Ajeno a los ojos que les observaban y dando gracias al cielo por haber llegado a tiempo, Duncan aún temblaba mientras observaba la brecha en la cabeza de su mujer, y se relajaba al ver que la sangre que humedecía la camisa no era grave.
—¿Estás bien, Impaciente? —preguntó con dulzura a pesar de las ganas que sentía de matarla por aquella locura.
—Sí —asintió conteniendo las lágrimas y respirando con dificultad.
Con delicadeza, la llevó hasta una gran piedra. Duncan, sin articular palabra, limpió la sangre de la cara, mientras ella, con gesto serio, observaba con desprecio a sir Marcus, aquel hombre que tantas desgracias había ocasionado a su familia y que yacía muerto ante ella.
—No lo mires, cariño. Todo acabó —susurró Duncan recuperando su temple, mientras la miraba a los ojos—. Ese bastardo ya no te volverá a tocar.
De pronto, unos gritos la hicieron desviar la mirada y Duncan, haciendo una seña a sus guerreros, permitió que las dos mujeres histéricas se acercaran.
—¡Megan! —gritaron Gillian y Shelma corriendo hacia ella.
Duncan, tras mirarlas unos instantes, sin saber si debía chillarles o matarlas, se levantó y se alejó para dar órdenes a sus hombres. Poco después, con cara de pocos amigos, cruzó unas palabras con Lolach, quien maldecía por la locura de aquellas.
—¡Dios mío! —susurró Gillian limpiándole la cara—. Estás cubierta de sangre.
Lo que menos le importaba a Megan era la sangre. Sólo le importaba la venganza.
—Gracias al cielo —asintió Shelma abrazando a su hermana—. Por un momento pensé que íbamos a morir.
—¿Dónde está sir Aston? —preguntó Megan con voz ronca.
—Myles y Mael lo ataron a un árbol —respondió Shelma y, señalando con el dedo, dijo—: Esta allí. Espero con impaciencia que sea juzgado.
Con sumo cuidado, Megan se levantó mientras Gillian y Shelma la observaban desconcertadas. Se acercó a sir Marcus y, tras escupirle con odio, agarró con sus doloridas manos su daga y de un tirón la sacó asombrando a las otras dos. Con la mirada oscurecida por el odio, limpió la daga con la camisa del muerto mirando hacia donde Shelma le había indicado que estaba sir Aston.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Shelma cruzando una mirada con Gillian.
—Lo que papá, mamá, John, el abuelo o Mauled hubieran hecho —musitó lenta y secamente acercándose al montículo donde estaba su espada.
Con disimulo, Megan miró hacia donde estaban los hombres, en especial a Duncan, que parecía discutir con Axel. Sin dudarlo y con una tenebrosa mirada que asustó a su propia hermana, comenzó a andar seguida por ésta, mientras Gillian se quedaba paralizada por lo que Megan se proponía hacer.
—Lolach y Duncan le juzgarán. ¡Olvídate de él! —suplicó Shelma cogiéndola del brazo—. Megan, ¡¿quieres escucharme, por favor?!
—No, Shelma. No te voy a escuchar, ni a ti, ni a nadie —respondió mirando a sir Aston, que sangraba como un cerdo, inmovilizado en el árbol.
—¡Megan! ¡No lo hagas! —suplicó Shelma, asustada—. No te manches las manos de sangre. ¡Por favor, por favor!
A pocos metros de ellas, los hombres hablaban y maldecían.
Duncan se giró para mirar a su mujer, pero sólo encontró a Gillian. Esta, con un extraño gesto, miraba al frente. Sin perder tiempo, Duncan miró en la misma dirección y se quedó sin palabras cuando vio que su mujer caminaba con determinación en dirección al inglés, con su espada en una mano y la daga en la otra.
Sus verdes ojos se cruzaron con los ojos asustados de Shelma, que le suplicaron ayuda. Sin perder tiempo, Duncan corrió hacia su mujer, atrayendo la atención del resto, que, incrédulos, intuyeron lo que aquella valiente muchacha pretendía hacer.
—¡Megan! —gritó Duncan mientras todos comenzaban a correr tras él.
Intentó atraer la mirada de su mujer, pero ella no veía nada más que sangre, odio, muerte y a sir Aston Nierter, que al verla acercarse hacia él se quedó petrificado por la crueldad de su mirada.
—¡Escúchame! —pidió Shelma poniéndose ante ella. Pero Megan, sin ningún miramiento, la empujó—. No lo hagas. Nuestros maridos se encargarán de él. No tienes por qué hacerlo. Megan, piénsalo, ¡por favor!
Cansada de escucharla, Megan rugió a su hermana:
—¡Basta, Shelma! El daño me lo hizo a mí, no a ellos. Yo me encargaré de matarlo, como le prometí que haría si tenía oportunidad.
Con una sonrisa helada, se paró ante el hombre, que la miró horrorizado. Y acercándose lo más que pudo a la cara de sir Aston, siseó con toda la rabia y el dolor acumulados de años:
—Ante ti está Megan, la hija salvaje de Deirdre de Atholl McDougall, la mejor madre escocesa del mundo, y de George Philiphs, el mejor padre inglés del mundo. —Con un rápido y seco movimiento que hizo gritar horrorizada a Shelma, le clavó la daga hasta la empuñadura, mientras continuaba hablando—. Esto, ¡hijo de Satanás!, es por ellos, por John, por el abuelo y por Mauled.
—¡Megan! Date la vuelta y mírame —dijo con suavidad la voz de Duncan tras ella, sintiendo el dolor, la rabia y la desesperación que ella expresó momentos antes.
Con una frialdad pasmosa, que puso los pelos de punta a todos los presentes, Megan se volvió y le contempló con una mirada oscura y vacía. Duncan, dando un paso adelante, le habló con serenidad.
—No continúes. Yo me ocuparé. Dame la espada, cariño.
Megan le miró primero a él y luego al resto. Dio un paso hacia Duncan, que sonrió y respiró al ver que ella se acercaba. Pero, de pronto, y sorprendiéndoles a todos, ella se volvió hacia sir Aston con la espada levantada y, sin piedad y tras soltar un bramido que les encogió a todos el corazón, le traspasó el corazón mientras gritaba:
—¡Y esto, maldito inglés, es por mi hermana, por mi hermano y por mí!
Duncan se abalanzó sobre ella, que estaba dura y fría como el mármol, y no consiguió moverla hasta que, con una enorme sangre fría, Megan extrajo su espada del cuerpo muerto de Aston y, tras escupirle, se dejó finalmente guiar por Duncan.
Shelma, liberándose de los fuertes brazos de su marido, corrió hasta su hermana, que, tras aquella terrible tensión vivida, poniendo los ojos en blanco se desmayó.
Cogiéndola con fuerza entre sus brazos, Duncan ordenó a voces traer agua, mientras Gillian, preocupada, corría tras él. Shelma, reaccionando, fue hasta su bolsa para coger algo que puso bajo la nariz de Megan, y ésta abrió los ojos.
—No vuelvas a desmayarte. ¡Te lo ordeno! —susurró Duncan mirándola angustiado.
—Halcón —sonrió al escucharle—. Deja de dar órdenes, o tu vida será un infierno.
Duncan no sonrió, pero su gesto se suavizó. Megan, notando la presencia y el gesto preocupado de Niall, se dirigió a él.
—Niall, ¿podrás perdonarme?
—De momento, no. Ni a ti, ni a las otras dos —respondió con firmeza, y sin decir nada más se levantó y se marchó.
Durante unos instantes todos miraron cómo aquel se alejaba enfadado.
—Oh… —suspiró Gillian—, es insoportable hablar con ese pedazo de burro.
—¡Gillian! —bramó su hermano que, levantándose, siguió a Niall y a Lolach—. ¡Cállate!
Gillian, tras encogerse de hombros, suspiró.
—¡No te muevas! —ordenó Duncan a su mujer—. Tengo que hablar con mi hermano —y tras besarla en la frente se levantó dejando a las tres mujeres solas.
—Creo que, por fin, nuestros problemas con los ingleses acabaron —sonrió Shelma mirando a Megan, mientras sacaba de su bolsa unas tiras de lino limpias para enrollárselas en la cabeza. La brecha continuaba sangrando.
—Sí. Eso parece —suspiró.
—Estoy deseando volver al castillo para darme un baño y cambiarme de ropa —murmuró Gillian mirando gesticular furioso a Niall.
—Menos mal que nuestros maridos nos encontraron —suspiró Shelma—. Pensé que de hoy no pasábamos.
—No cantes victoria tan pronto —indicó Megan observando cómo los hombres las miraban con caras de pocos amigos—. Creo que todavía cabe la posibilidad de que nos maten.
Apartados de ellas, los hombres hablaban sobre qué hacer con las tres mujeres y con los ingleses muertos. Al final, los lairds ordenaron a sus hombres cavar unas zanjas donde dar sepultura digna a aquellos ingleses.
—Niall —dijo Axel tocándole el hombro—. Gracias por tu rápida actuación, y déjame decirte que tanto Magnus como yo estamos conformes con que cortejes a mi hermana.
—¡Sabia elección! —asintió Duncan.
Niall, aún furioso, al escuchar aquello les miró con el ceño fruncido.
—¡Qué buena noticia! —exclamó Lolach dándole un golpe en la espalda.
—No tienes que darme las gracias, Axel —respondió Niall, ofuscado—, y, en lo referente a cortejar a tu hermana, es lo último que haría en esta vida. ¡Ni loco volveré a acercarme a ella! —vociferó dejándoles a los tres sin palabras, y mirando a su hermano dijo—: Duncan, si no te importa me iré adelantando.
—De acuerdo —asintió con ojos profundos y cansados. Ver a su hermano tan bajo de moral y enfadado no era lógico ni normal en él, por lo que, sujetándole por el brazo, le preguntó—: ¿Estás bien?
—Sí. No te preocupes —respondió llamando con un silbido a su caballo True—. Te veré en las tierras de los McDougall —y, tras decir esto, marchó sin mirar atrás, dejando a Gillian decepcionada y angustiada por su marcha.
Tras un silencio entre los tres lairds, Duncan dijo:
—El muchacho no lo está pasando bien. ¡Gillian le está volviendo loco!
—Ambos están jugando a un juego muy peligroso —respondió Axel mirando a su hermana, que con gesto de enfado lo veía marchar.
—¡Esto va a ser peor que una batalla! —sonrió Lolach mirando a su mujercita, que consolaba a Gillian—. Creo que tu hermana no se dará por vencida fácilmente.
—¿Quieres dejar de mirar a esas tres liantas con esa cara de idiota? —le regañó Duncan, a quien todavía se le contraía el corazón al recordar la imagen de Marcus machacando la cabeza de Megan contra el suelo—. ¿Qué vamos a hacer con ellas?
—De momento, regresar al castillo —anunció Axel—. Mi abuelo estaba muy enfadado y preocupado.
—Mi intención es partir para mis tierras lo antes posible —apuntó Lolach.
Mientras hablaban, Duncan no podía apartar los ojos de su mujer. A pesar de sentirse enfadado y estar ella hecha un desastre, Megan le seguía resultando apetecible. Su sonrisa le desbocaba el corazón cada vez que cruzaba alguna mirada con ella. Tenía que reñirla, pero estaba tan contento de que no le hubiera pasado nada, que era incapaz de pensar en nada más.