Capítulo 11

Aquella noche, tras la cena en el salón del castillo, Megan y Shelma decidieron acercarse hasta lo que había sido su hogar. Al llegar a lo alto de la colina, sus miradas se fijaron en los restos calcinados de su cabaña. Con una calma extraña, ambas bajaron la colina pensando en la cantidad de veces que habían hecho aquel mismo camino, sabiendo que Mauled y el abuelo Angus saldrían a su encuentro y las saludarían con sonrisas.

—Qué tristeza, ¿verdad? —susurró Shelma mirando a su alrededor.

—Sí —asintió Megan con un nudo en la garganta—. Daría mi vida porque el abuelo y Mauled estuvieran vivos.

—Hubieran disfrutado mucho en nuestra boda. Además, conociendo al abuelo y a Mauled, creo que Lolach y Duncan les gustaban, ¿verdad?

Megan miró a su hermana y asintió. Su abuelo y Mauled hubieran estado encantados.

—Sí —respondió comenzando a reír—. Y creo que estarán disfrutando como locos al haber escuchado a Duncan decir las palabras mágicas.

—Megan —indicó Shelma intentando no reír—, amo a Lolach y creo que él me ama a mí. Pero iré contigo vayas donde vayas. ¿Has entendido?

Megan la miró con cariño.

—Shelma, tu relación con Lolach es muy buena; creo que no deberías hacerlo enfadar.

—¿Y tú? ¿Acaso crees que Duncan no se enfadará contigo cuando sepa que le has desobedecido? —Soltando una carcajada prosiguió—: He visto tu cara cuando él ha pronunciado las palabras mágicas: «te ordeno». No intentes disimular. Sé que estás tramando algo, soy tu hermana y te conozco mejor que nadie en este mundo. Cuando subes la ceja y tuerces el cuello, es para echarse a temblar.

—Ufff… —río mientras gesticulaba con las manos—. Te juro que, cuando le he oído, he pensado en el abuelo y Mauled. Esos dos viejos escoceses no les advirtieron sobre esas dichosas palabras.

—¡Pobres! —se lamentó Shelma llegando hasta los restos de la cabaña—. Y pobres de nosotras cuando vuelvan y vean que no estamos.

Desde las almenas, Niall, con los ojos bien abiertos, vigilaba los movimientos de aquellas dos. En un principio, cuando las vio salir del castillo, pensó en impedirlo. Pero, al verlas bajar la colina, entendió dónde iban. Decidió darles un tiempo de intimidad. Si transcurrido ese tiempo no volvían a aparecer, iría a por ellas. Pero, tal y como pensó, en un rato las vio volver al castillo.

—Vaya, veo que te diviertes —dijo una voz que le sobresaltó.

—No tanto como a mí me gustaría, pequeña gata —respondió al mirar y ver a Gillian.

Ella sonrió al escuchar aquel apodo que desde pequeña siempre había utilizado para dirigirse a ella.

—¿Te ha molestado mucho no haber ido con ellos? —preguntó acercándose a él.

—No, aunque tampoco me hubiera importado acompañarles —respondió tragando saliva al verla cada vez más cerca.

Delicadamente, ella se puso junto a él en la almena. Gillian era la más baja de todas las mujeres. Apenas superaba el metro y medio de altura, y en compañía de Niall se acentuaba más su problema de talla.

—Qué bajita soy, ¿verdad? —dijo mirándole de frente.

—Sí, no eres muy alta —asintió Niall notando cómo se le secaba la boca. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué le temblaban las rodillas?

—Fíjate —señaló Gillian acercándose más—. Te llego por aquí —indicó con picardía levantando la mano y posándola sobre los hombros de él.

—Me parece bien.

Niall no sabía qué decir al notarla tan cerca. Disimulando su desconcierto, comenzó a mirar al horizonte. Y estuvo a punto de saltar al sentir cómo ella posaba su delicada mano de seda sobre su cuerpo.

—Niall. ¿Quieres hacer el favor de mirarme, por favor? —susurró hechizada por la altura del hombre y por su olor masculino.

—¿Qué quieres, gata? —murmuró respirando con dificultad.

—Pedirte algo que siempre he deseado.

—Tú dirás —asintió temblando sin poder negarle nada a esa encantadora mujer.

—Deseo un beso tuyo —osó decir casi atragantándose mientras notaba cómo toda ella temblaba de emoción, miedo y excitación.

—Gillian —suspiró Niall cerrando los ojos—, ¿por qué?

—Porque necesito saber qué se siente cuando se besa a la persona que más se desea en el mundo —respondió clavando sus ojos en los de él—. Sé que tú y yo nunca podremos estar juntos. Y me imagino que Axel encontrará algún día marido para mí, al que tendré que besar. Pero tu beso será el beso que quiero recordar toda mi vida.

Al escuchar aquello, Niall perdió toda la voluntad que hasta el momento le había mantenido alejado de la chica. Imaginarse a Gillian casándose con otro le rompió el corazón, por lo que la tomó entre sus brazos y la besó, sorprendiéndose al notar el cosquilleo que sintió en su espalda cuando ella le echó sus manos de seda al cuello.

En un principio, era Gillian quien le acorralaba, pero pasados unos instantes fue Niall quien la sujetó con pasión. Ella, en vez de asustarse, dejó escapar un gemido de placer que enloqueció aún más al muchacho. Perdiendo todo control de sí mismo, Niall comenzó a tocarle la espalda y su redondo trasero mientras la apretaba fuerte contra él.

Aquel beso duró más de lo que debía durar, y cuando terminó les dejó a ambos atontados y faltos de respiración. Niall, al comprender lo que había pasado, maldijo en voz alta. Gillian creyó que había hecho algo mal y, dándose la vuelta, se encaminó hacia las escaleras, pero él la detuvo.

—¿Por qué te enfadas, gata?

—Lo siento, no quería hacerlo tan mal. —Y roja de vergüenza le gritó—: ¡No me vuelvas a llamar nunca más así!

Divertido por aquel arranque de furia que la hacía estar más bella, murmuró:

—¿Quién ha dicho que lo has hecho mal? —Sonrió al ver la pasión en sus ojos.

—Has dicho «maldito beso» —gritó encolerizada—. Lo siento si te he decepcionado.

—Gata, no me has decepcionado —murmuró al escucharla—. ¿Acaso no entiendes que llevo tiempo intentando evitar esto?

Al escuchar aquellas palabras Gillian le miró y sintió que las rodillas le temblaban aún más.

—¡¿Cómo?!

—Todavía no sabes lo que siento por ti —suspiró tomándola de la mano para atraerla hacia él.

—¿Te gusto?

—¡Me encantas! —respondió dejándola sin fuerzas—. Pero nuestra relación es algo imposible, ¿no lo ves?

¡La amaba! Él lo había dicho.

—No, no lo veo. Si sientes algo por mí, podemos hablar con Axel y solucionar esto de una vez por todas. Soy una mujer, Niall. Ya no soy una niña. He crecido, y Axel tiene que entenderlo.

Deseoso de volver a besar aquellos labios, Niall suspiró. Intentó dar un paso hacia atrás pero ella no le dejó.

—Gillian. No creo que sea sólo cosa de Axel, también es cosa mía.

—¿Cosa tuya?

—Sí, cosa mía —asintió sabiendo que lo que iba a decir no le iba a gustar—. No quiero comprometerme con nadie. Soy un guerrero que no quiere tener cargas; eso me impediría centrarme en mis propios asuntos. ¿No ves a Axel, Duncan o Lolach desde que se han casado? Andan como locos de acá para allá intentando hacer bien su trabajo con Robert, mientras se esfuerzan en que sus mujeres estén bien. No quiero ese tipo de responsabilidad. Estar solo me da la libertad para vivir donde quiero, con quien quiero y como quiero.

—¡Entiendo! —siseó dándole un empujón para separarse de él—. Te refieres a que quieres seguir viviendo sin compromisos y sin ataduras, con una mujer distinta en tu lecho cada noche y sin preocuparte por nadie más. ¡Está bien, Niall McRae! —gritó enfurecida—. No te preocupes. No seré yo la mujer que interfiera en tu maravillosa vida de guerrero. Gracias por tu beso. Sólo espero que la próxima vez que bese a alguien lo haga de tal manera que ese alguien sólo me quiera en su lecho a mí. Adiós.

Contrariada por lo ocurrido, Gillian se dio la vuelta y se marchó. Amaba a Niall, pero no pensaba arrastrarse de nuevo ante él para conseguir su amor. Aquel tosco highlander pagaría por sus palabras.

A Niall no le gustó escuchar y ver la decepción en los ojos de Gillian cuando se marchó, y una rabia contenida se apoderó de él al ver que ni él mismo se entendía. ¿Qué quería de la vida? Sabía que no tenía que haber vuelto al castillo pero, tras conocer el ataque, necesitó saber que su «gata» estaba bien. Gillian le atraía poderosamente, sus carnosos labios, su sonrisa de picaruela, su pequeño pero moldeado cuerpo, todo en ella era excitante. Pero estaba convencido de que aquello nunca podría ser. Había estado convencido durante mucho tiempo. Pero, ahora, tras haberla besado… ¿lo estaba?

Tras seis días solo con las mujeres y Magnus, Niall fue consciente de que ninguna de las cuatro iba a ponérselo fácil, y Magnus siempre estaría de parte de ellas. Después de aquella noche, Gillian no volvió a dirigirle la palabra, ni para bien, ni para mal. Simplemente lo ignoraba, algo que le enfurecía. Pasaba junto a él y, fuera con quien fuera, la sonrisa en su boca parecía instalada para cualquiera excepto para él. Alana, quien se había percatado de todo, habló con Gillian. Al sonsacarle lo ocurrido, la consoló como pudo. Pero, a partir de ese momento, la seriedad con que trató a Niall dejó a éste confundido, sin saber si debía hablar con ella o no.

Una tarde, Megan y Shelma se preocuparon porque llevaban tiempo sin ver a Zac y se encaminaron hacia la aldea.

—¿Dónde vais? —preguntó Niall, que junto con Caleb y otros hombres volvían a construir una nueva herrería.

—Vamos a buscar a Zac —respondió Megan—. Se hace tarde.

—No tardéis —pidió Niall al entender su preocupación.

Con tranquilidad Megan y Shelma continuaron su camino hasta que, al llegar a un claro del bosque, vieron cómo un extraño le entregaba algo a Zac, que en ese momento pataleaba. Horrorizadas por lo que veían, echaron a correr en su dirección. El hombre, al verlas, montó en su caballo y se marchó dejando al niño, que comenzó a correr hacia sus hermanas como un loco.

—¡Zac! —gritó Megan con el corazón en un puño—. ¿Quién era ese hombre?

El niño llegó hasta ellas con cara de susto.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó Shelma agachándose para abrazar a su hermano.

—No lo sé —sollozó angustiado—. Me dio esto y me dijo que os lo diera a vosotras.

Al escuchar aquello, Shelma y Megan se miraron sabiendo de quién era aquella misiva. Sólo los ingleses tenían claro que ellas sabían leer.

—Escucha, Zac —susurró Megan agachándose, momento en que Caleb apareció—. Deja de llorar y no le digas a nadie lo que ha pasado. ¿De acuerdo?

El niño, limpiándose las lágrimas, asintió y al llegar a la altura de Caleb sonrió.

—Ya iba yo a buscaros. Al decirme Niall que no encontrabais a este pequeño sinvergüenza, ya pensé en lo peor.

—Estaba jugando con los demás muchachos —sonrió Megan empujando al niño para que caminara.

Caleb, al verles tan callados, les miró extrañado.

—¿Estáis bien, milady? —preguntó a Shelma, que parecía haber perdido el color de la cara, mientras Megan guardaba algo en su cintura.

—Oh…, sí. —Se forzó a sonreír—. Este camino me deja a veces sin aire.

Cuando las chicas y Zac entraron en el castillo, Caleb volvió a unirse al resto de los hombres.

Aquella noche, sin apetito, las hermanas subieron a sus habitaciones, reuniéndose en la de Megan.

—¿Estás preparada? —susurró Megan mirando a su hermana mientras abría la misiva. Shelma asintió y Megan comenzó a leer:

Tenéis un día para entregaros. Si no, envenenaremos el agua y comenzaremos a matar a todo aquel que caiga en nuestras manos.

Firmado:

Sir Aston Nierter y sir Marcus Nomberg.

—¡Oh, Dios mío! —sollozó Shelma, a quien grandes lagrimones le corrían por la cara—. No podemos permitir que hagan algo así.

—Por supuesto que no —dijo Megan limpiando las lágrimas de su hermana—, y por eso tenemos que hacer algo ¡ya!

En ese momento, se abrió la puerta. Eran Gillian y Alana, que habían intuido durante la cena que algo ocurría.

—¿Qué es eso? —preguntó Gillian al ver una nota en las manos de Megan.

—¿Qué ocurre? —susurró Alana cerrando la arcada.

—Tenemos un gran problema —anunció Megan leyendo de nuevo la nota.

—¡Malditos ingleses! —bufó Alana, arrancándosela a Megan de las manos—. Advertiremos ahora mismo a todo el mundo para que no tome nadie agua que no sea de la que tenemos en el castillo. Debemos informar a Niall y Magnus sobre esto.

Megan y Shelma se miraron. No sabían mucho de guerra, pero sí sabían que aquello no era una solución.

—¡Dios santo! —susurró Gillian—. Ésos son los dos prometidos que vuestros tíos os buscaron, ¿verdad?

Sumida en sus pensamientos, Megan no contestó.

—Sí —asintió Shelma, pálida.

Conteniendo su malestar, Megan acercó un caldero de cerámica lleno de agua al hogar.

—Alana —susurró Megan—, no avisaremos a Niall ni a nadie. La gente necesita el agua para vivir. ¿Qué haremos? ¿Dejar que los animales mueran? ¿Cuánto crees que podremos aguantar con la poca agua que tenemos en el castillo? Además, ¿quién te garantiza que no será envenenada también? ¿Has pensado en la gente que empezará a aparecer muerta? ¿Crees que Shelma y yo seremos capaces de seguir viviendo si esos desalmados matan a alguien por nuestra culpa?

—Tranquila, Megan —susurró Gillian mientras la observaba poner cuatro vasos encima de la mesita—. No permitiremos que esos ingleses os pongan la mano encima, ni a vosotras ni a nadie.

—Pero si informáramos a Magnus y a Niall —volvió a insistir Alana—, ellos sabrían decirnos qué debemos hacer ante un caso así.

—Lo único que conseguirás con eso es que los maten —replicó Megan echando con cuidado un poco de aquella agua caliente en cada vaso.

Shelma y Gillian se miraron.

—No os moveréis de aquí —ordenó Alana con la boca seca—. Si os ocurriera algo, Axel, Duncan y Lolach nunca me lo perdonarían.

—Y si le ocurriera a otra persona —añadió Megan disimulando su cólera—, tampoco me lo perdonaría yo. Bebamos un poco de manzanilla —dijo animándolas a beber. Sin esperar, Alana fue la primera—. Esto nos calmará los nervios y nos hará pensar con claridad.

Alana, tras beber el agradable líquido que el vaso contenía, lo dejó encima de la mesa.

—Nos prometiste una vez que cuidarías a Zac —recordó Shelma cogiendo uno de los vasos—. Alana, Zac se quedará contigo.

—Pero ¿qué estáis diciendo? —susurró Alana comenzando a sentirse un poco mareada—. He dicho que de aquí no sale nad…

—Alana, perdóname —susurró Megan.

Tras decir aquello, Alana cayó como una pluma hacia un lado.

—¡Por Dios, Megan! —gritó Gillian sin saber si reír o gritar—. ¿Qué has hecho?

—Ufff… Cómo pesa Alana —se quejó Shelma cogiéndola.

Gillian, ayudando a trasladar a su cuñada, dijo al verlas sonreír:

—¡Mi hermano nos matará!

—Prefiero que me mate tu hermano —contestó Megan dejando a Alana sobre la cama— antes de que maten a alguien por mí.

Ya no había marcha atrás. Tenían que actuar.

—Iré con vosotras —propuso Gillian tapando a su cuñada con el cobertor—. Y no quiero escuchar un «no», o me pongo a gritar. Iré a cambiarme de ropa y a coger mi espada.

Sin darles tiempo a responder, salió al pasillo. Era tal la prisa que llevaba, que no se dio cuenta de que Niall estaba de pie mirando por la ventana hasta que chocó de bruces con él.

—¿Dónde vas con tanta prisa, gata? —preguntó al verla.

—Bastante te importará a ti a dónde voy yo —respondió intentando proseguir su camino, pero Niall la agarró y no se lo permitió.

Clavando su mirada, en ella, observó sus mejillas encendidas y preguntó:

—¿Por qué estás tan acalorada?

—Te dije que no volvieras a hablarme —respondió clavándole la mirada—. Voy a cambiarme de ropa. ¿Te importa?

—No…, no —respondió confundido.

—Entonces, ¡suéltame! —exclamó con furia.

Pero él no la soltó, y acercando su rostro al de ella murmuró:

—¿Sabes? A veces eres peor que una gata salvaje. —La besó y prosiguió—: No sé si me gustas más cuando eres suave o cuando sacas ese maldito genio tuyo.

—Niall McRae —bufó empujándole con todas sus fuerzas—. ¡No soy tu gata, ni lo seré! Y no vuelvas a besarme o se lo diré a mi hermano. Además, no creo que a mi futuro marido le guste saber que alguien pueda pensar de mí si soy salvaje o suave. ¿Has entendido?

—¿Tu futuro marido? —preguntó frunciendo el ceño.

Levantando el mentón, asintió e ideando una mentira dijo:

—Eso es algo que mañana solucionaré junto a mi abuelo y que, por supuesto, a ti no te incumbe.

Desconcertado por el comentario, la soltó y, sin despedirse de ella, comenzó a andar escaleras abajo. Gillian tomó aire y, recomponiéndose por aquel extraño incidente, llegó hasta su cuarto, cogió unas calzas, unas botas, una capa de piel y su espada. Con cuidado, regresó a la habitación de Megan.

—Como te ocurra algo, Axel nos matará —se quejó Megan al verla entrar.

—No me va a ocurrir nada —gruñó Gillian quitándose como las otras dos el vestido para ponerse las calzas y las botas—. Además, tengo que aclararos que vuestros maridos también pueden matarme a mí.

Con gesto pícaro todas se miraron y sonrieron.

—Tenemos bastante tiempo antes de que Alana despierte y dé la alarma —indicó Megan mirando a Alana, dormida encima de la cama—. Espero que me perdone.

—¡Nos perdone! —se incluyó Shelma.

—Nos perdonará —señaló Gillian y mirándola dijo—: Creo que deberíamos llevarla a su cama. Eso despertaría menos sospechas.

Megan asintió: su amiga tenía razón.

—¿Por dónde podríamos salir del castillo? —preguntó Shelma mientras se colgaba la espada en la cintura.

—En el cuarto de Alana y Axel existe un pasadizo que lleva a las afueras del castillo. Me lo enseñó una vez papá cuando yo era pequeña. Durante todos estos años, lo he utilizado en varias ocasiones para escapar de castigos.

—Está bien —asintió Megan guardándose su daga en la bota—. Yo iba a decir otra salida, pero la que tú comentas me parece mejor.

Dieron un beso a Zac, que dormía como un lirón, y las tres muchachas se encaminaron hacia el cuarto de Alana con ella en brazos.

Al entrar, el fuego del hogar les dio la bienvenida. Era un cuarto rico en tapices y muy confortable. Con sumo cuidado, posaron a Alana en la cama y, sin quitarle la ropa, la taparon con una piel.

—Qué bonita habitación —susurró Shelma mirando a su alrededor.

—Es el cuarto del señor del castillo. ¿Qué esperabas? —rio Gillian levantando un tapiz que obstruía una pequeña abertura en la pared.

Traspasaron la abertura, que las llevó a unas empinadas y mohosas escaleras estrechas. Ataviadas con ropajes de hombre, atravesaron varios pasadizos oscuros, ayudadas por la luz de sus propias antorchas. Olores fuertes y pestilentes ocuparon sus fosas nasales en ciertos momentos, pero continuaron sin mirar atrás hasta llegar a una oculta rendija que daba acceso al exterior del castillo. Al salir, vieron a un guerrero apostado al lado derecho de la pared. Por suerte, estaba dormido como un tronco. Una a una fueron corriendo hasta el frondoso bosque, donde la arboleda y la oscuridad las mantuvieron ocultas.

Cuando apenas habían avanzado unos pasos, un ruido atrajo su atención y oyeron una voz.

—Os esperaba desde hace rato. ¡Vaya, sois tres y no dos!

Con rapidez reconocieron aquella voz.

—Sean, ¿qué haces tú aquí?

—Encontrar lo que vine a buscar —respondió levantando una mano.

Varios hombres salieron de entre los árboles, las rodearon y las atraparon sin darles opción a defenderse. Aquellos hombres eran ingleses, como bien observaron en cuanto les escucharon hablar.

—¡Maldito bastardo! —gritó Gillian—. Cuando mi hermano o mi abuelo se enteren… Te matarán.

—Dudo que se lo digas tú, «gata» —río Sean.

—¡No te consiento que me llames así! —bufó Gillian antes de que le pusieran una mordaza en la boca.

—No estás haciendo lo acertado, ¡imbécil! —le insultó Megan mientras le ataban las manos—. Esos hombres te matarán a ti después de matarnos a nosotras.

Pero el muchacho la miró y con gesto de desagrado sonrió. Ella pagaría el daño que le había ocasionado casándose con El Halcón.

—Me la vas a pagar —gruñó Shelma antes de ser también amordazada.

—¡Lo dudo, zorritas! —se carcajeó Sean montando a caballo y cogiendo la soga que sujetaba a las muchachas—. Ahora podré tirar de vosotras sin tener que escuchar vuestros lamentos. Procurad no tropezar. No pienso parar para que os levantéis.

Dio la orden a los hombres para que comenzaran a andar. Resultaba difícil seguir el camino sin tropezar. En una ocasión, Shelma perdió el equilibrio. Pero, gracias a la destreza de Megan y a la rapidez de Gillian, pudo continuar andando sin morder el suelo.

Gillian miró hacia atrás. El castillo, aquella fortaleza que siempre la había mantenido a salvo, quedaba atrás sin que ninguna de ellas pudiera hacer nada por impedirlo. Cuando llegaron a un claro donde les esperaban otros hombres, las subieron a unos caballos y emprendieron el galope con ellas.