Capítulo 8

El castillo recuperó su normalidad tras la marcha del último invitado. Apenadas y entristecidas, Megan y Shelma retomaron sus quehaceres diarios, mientras en sus corazones el nombre de un guerrero quedó marcado a fuego. Ambas sabían que aquello era imposible. Lolach y Duncan eran señores de sus clanes, y sus gentes nunca aceptarían como compañera de su laird a una mujer que tuviera sangre inglesa.

Durante dos días, Gillian no paró de sollozar, llegando a crispar los nervios de Axel y Magnus, que comenzaron a pensar encerrarla en una de las almenas y no dejar que bajara hasta que se tranquilizara.

Pasados veinte días, llegó hasta el castillo una misiva. Era de Robert de Bruce. Le pedía a Axel que se reuniera con él en Glasgow. Tras indicar a unos doscientos hombres que lo acompañaran y dejar al mando de todo a su buen amigo Caleb, se despidió de Alana y partió para encontrarse con Robert de Bruce.

La cuarta noche después de la partida de Axel, mientras todos dormían, de pronto Megan escuchó un chillido y se tiró de la cama con rapidez. Una vez que hubo cogido su daga y su espada, observó a su alrededor, dándose de bruces con Shelma, que al igual que ella había escuchado algo extraño. Con cuidado se asomaron por la pequeña ventana que tenía la cabaña y sus ojos se abrieron horrorizados cuando vieron lo que ocurría. Sus vecinos corrían de un lado para otro perseguidos por hombres que no eran de su clan. Angus, al escuchar el jaleo, se levantó y la sangre se le heló al ser consciente de lo que ocurría. Estaban siendo asaltados.

De pronto, la arcada de la cabaña se abrió dando un tremendo golpe y ante ellas aparecieron dos hombres desdentados y con aspecto de asesinos. Sin pensárselo dos veces, Megan blandió su espada al aire y tomó posiciones para recibir el ataque que aquellos terribles hombres iniciaron. Con valentía y destreza, Shelma y Megan se defendían.

—Saca a Zac de aquí, abuelo —gritó Megan sin quitar ojo al hombre que frente a ella decía cosas terribles.

—¡Malditos seáis! —bramó enfurecido Angus—. ¡No toquéis a mis nietas!

—¡Llévate a Zac, abuelo! —vociferó Megan sintiendo que apenas podía respirar.

—¡Buscad a Mauled! —gritó Shelma, paralizada, con su daga en la mano.

Tras la marcha de Angus y el pequeño Zac, los asaltantes miraron con cara de deseo a las muchachas.

—Patrick, creo que nos daremos un festín con estas dos tiernas palomitas. Qué suerte la nuestra, son las bastardas que estamos buscando —rio uno de los hombres al contemplarlas.

—Atrévete a ponerle la mano encima a mi hermana y conocerás el sonido del acero entrando en tus carnes —rugió Megan, angustiada, mientras observaba al abuelo, Zac y Mauled correr colina arriba.

—Me encantan las morenas como tú —baboseó el hombre que estaba frente a ella.

—Pues más te encantará luchar conmigo —sonrió Megan comenzando un ataque con la espada que dejó al hombre sorprendido.

—Mi intención es llevarte viva, aunque antes me gustaría probar la mercancía.

—¡Eso no te lo crees tú ni loco! —siseó Shelma al escucharle.

—Atrévete a tocarnos —rugió Megan—, y te arranco la piel a tiras.

—Tienes coraje, ojos oscuros —admitió riendo el hombre mientras observaba cómo la chica se movía con destreza y salía de la cabaña.

Desde el castillo, al ver el fuego procedente de la aldea, dieron un toque de alerta.

Shelma, asustada, luchaba como podía, mientras Megan, como una heroína, dejaba latente su destreza con la espada.

Al final, Megan consiguió deshacerse de aquel terrible asesino clavándole la espada sin piedad en su cuerpo. Aquella lucha reflejaba la supervivencia de ella o de él y, sin dudarlo, primó la de ella. Mirando a su alrededor, con el corazón en un puño, vio cómo otros hombres prendían fuego a los techos de paja de su cabaña mientras sus vecinos corrían horrorizados de un lado para otro. Con los ojos vidriosos por la rabia y la impotencia, observó a Shelma aún luchando y, como el más fiero de los guerreros, se lanzó contra aquel, matándole en el acto.

—¿Dónde están Zac, Mauled y el abuelo? —preguntó angustiada Shelma mirando aquel cuerpo muerto ante ellas.

—Colina arriba, en busca de ayuda —respondió jadeante Megan al ver a Sean cerca del establo. Estaba ardiendo, por lo que corrió con la esperanza de poder sacar los caballos y salvar a lord Draco—. ¡Dios mío, los caballos!

Abstraída por sacar los caballos, no vio cómo dos hombres sujetaban y tiraban al suelo a su hermana. Horrorizada, Shelma comenzó a patalear y a chillar todas las palabras que en vida su madre le hubiera prohibido, mientras uno de los hombres intentaba levantarle las ropas. De pronto, Shelma notó cómo uno de los hombres caía a su lado. Al mirar, vio a Zac que, asustado, empuñaba un pequeño puñal.

—¡Suelta a mi hermana! —gritó el niño con lágrimas en la cara.

—¡Zac! Corre, corre —gritó Shelma incorporándose cuando el hombre que continuaba frente a ella alzaba la espada.

Pero el atacante no les dio oportunidad de escapar. Cogiendo a Zac por el pelo, puso la espada en su cuello y, con una sonrisa sádica, siseó:

—¡No volverás a correr nunca más en tu vida, bastardo escocés!

Cuando Shelma estaba a punto de gritar ante la impotencia de no poder hacer nada, vio que una sombra se abalanzaba sobre el hombre haciéndole caer a un lado.

—¡Mauled, cuidado! —vociferó Shelma al ver que había sido el anciano quien se había lanzado como un salvaje para proteger a Zac. Pero el guerrero fue más rápido que el viejo y, sin piedad, le clavó su espada en el estómago.

—¡No! —gritó horrorizado Zac. Lo hizo tan fuerte que atrajo la atención de Megan, que en ese momento salía tosiendo junto a Sean de los establos.

—¡Maldito inglés! —gritó Shelma enloquecida al ver el dolor y sufrimiento en el rostro de su amado Mauled—. ¡Maldito seas tú y todos los de tu calaña! —rugió cogiendo el puñal que momentos antes llevaba Mauled. Se abalanzó sobre él y se lo clavó en el corazón.

—¡Shelma! ¡Zac! —aulló Megan corriendo hasta ellos y quedándose aturdida al ver a Mauled herido—. ¡No…, no, por favor! —gritó tirándose junto al anciano—. ¡No te muevas! Por favor, Mauled. ¡No te muevas! —sollozó mientras taponaba la espantosa herida de la que manaba mucha sangre.

Shelma no podía hablar, ni moverse. Sólo miraba las manos de su hermana cubiertas de sangre y el dolor en la cara de Mauled.

—Iré a buscar ayuda —gritó Sean desapareciendo de su lado.

—Tranquilas, muchachas —susurró el anciano con la frente encharcada en sudor—. No os preocupéis, no me duele. —Y perdiendo el brillo de sus ojos dijo—: Los highlanders volverán, os hemos enseñado todo lo que sabemos y sólo espero que…

—Te llevaremos a casa y te curaremos —susurró Megan con los ojos llenos de lágrimas.

Pero una serie de convulsiones sacudieron el cuerpo del anciano y murió.

Con el corazón roto, Megan se agachó y besó con cariño al anciano que tanto les había dado. Intentando no llorar y sin mirar directamente a Zac, preguntó:

—¿Dónde está el abuelo?

—Con Mauled —susurró Zac.

—¡¿Qué?! —gimió Shelma sin respiración.

—Está allí —señaló el niño con la mirada perdida.

Megan echó a correr colina arriba notando cómo las lágrimas surcaban su cara. Encontró a su abuelo Angus tirado en el suelo, muerto como Mauled. Horrorizada por aquello, se dejó caer encima del anciano y, desesperada, comenzó a llorar y a gritar.

No supo cuánto tiempo pasó allí. Alguien se agachó junto a ella y la abrazó. Era Gillian que, alertada por los guardias del castillo y a pesar de poner en peligro su vida, había corrido hacia la aldea para encontrarse con la destrucción y el horror.

—Tranquila, Megan —susurró abrazándola sin poder contener las lágrimas por ver al bueno de Angus muerto ante ellas.

—El abuelo… Gillian —hipó angustiada—. El abuelo y Mauled han muerto… por mi culpa.

—¡Por todos los santos! —rugió Magnus al ver lo ocurrido.

La gente del pueblo corría enloquecida, algunas casas ardían y nada podían hacer si no esperar a que el fuego devorara lo poco que tenían. Los soldados de Axel consiguieron terminar con los atacantes que aquella noche habían ocasionado la desolación. Algunos aldeanos comenzaron a señalar a las muchachas como responsables de todo lo ocurrido. Decían que habían escuchado preguntar a aquellos ingleses por los nietos de Angus de Atholl.

—¡Escuchad! —gritó Magnus, dolido, con Zac entre sus brazos—. Al primero que yo oiga decir que las culpables de todo esto han sido ellas, se las tendrá que ver conmigo.

—Todo es culpa mía —susurró Megan—. Todo es culpa mía.

—No, Megan. No es culpa tuya —musitó Alana.

Al levantar la mirada, Megan observó cómo Magnus abrazaba a Zac, y Alana, a Shelma. Parecían en estado de choque, mientras algunos vecinos, aquellos que parecían haberlas aceptado, les daban la espalda.

—¡Caleb! Quiero que varios hombres ayuden a nuestras gentes a apagar el fuego y que otros recojan los cuerpos de Angus y Mauled para darles un entierro digno —ordenó Magnus tomando aire y valorando con una mirada los daños en la aldea.

—El resto de la gente y los heridos —dijo Alana mirando a Caleb— que vayan al castillo, allí serán atendidos.

—Pero milady, en el castillo no podemos… —intervino Caleb.

Pero Alana, furiosa e indignada, no le dejó terminar.

—He dicho —sentenció encolerizada, dejando sin palabras a Magnus— que todos vayan al castillo. Y quiero que dos guerreros partan ahora mismo en busca de Axel y le informen de lo ocurrido.

—De acuerdo, milady —asintió Caleb.

Poco después, alumbrados con antorchas, los hombres se repartieron. Mientras unos apagaban el fuego, otros recogían los cuerpos sin vida de Mauled y Angus, y dos hombres partían en busca de Axel.

—Muy bien, Alana —reconoció Magnus—. Serás una buena señora para estas tierras.

Ella, con gesto triste, asintió.

—Vamos, Megan —indicó Gillian mientras observaba que sobre su ropa y su pelo había sangre—. Estás herida. Tengo que curarte.

—¡Fuera las sassenachs! —gritó una voz irreconocible en la oscuridad.

—¡Prended a la persona que haya dicho semejante barbaridad! —rugió Magnus, encolerizado.

Varios guerreros buscaron el origen de la voz, pero la oscuridad se lo impidió.

—Volvamos al castillo —murmuró Alana agarrando a una callada Shelma.

Una vez allí, Hilda, la cocinera, lavó las heridas de las muchachas y el niño, que no había vuelto a abrir la boca. Zac estaba empapado de sangre, pero sólo tenía un pequeño corte en el cuello. Shelma contaba con varios cortes en el brazo y diversas contusiones. Megan, además de cortes en los brazos, tenía quemaduras en las manos por haber entrado en el establo a rescatar a los caballos, además de una pequeña brecha en la frente. Alana hizo traer aguja e hilo y, con paciencia, se sentó frente a ella para suturar la herida.

—Intentaré darte bien los puntos, así no te quedará una gran cicatriz —señaló Alana observando el dolor en sus miradas.

—Da igual como quede —musitó Megan, agotada—. Mauled y el abuelo han muerto. La gente nos odiará por la destrucción de la aldea y reclamarán que nos vayamos. ¿Dónde iremos, Alana? ¿Dónde puedo llevar a mis hermanos para que sean felices?

La desesperación de Megan le hacía temblar, y Gillian, deseosa de consolarla, la abrazó. Durante un rato ambas lloraron por las vidas perdidas, y cuando Megan se calmó, Gillian volvió a atender a Zac.

—Lo primero que tienes que hacer es tranquilizarte —exigió Alana—. Cuando vuelva Axel, intentaremos solucionar este terrible contratiempo.

Pero Megan volvió a repetir:

—La gente exigirá que mañana mismo nos vayamos.

—¡De aquí no se va a ir nadie! —rugió Gillian colocando paños de agua fría en la frente de Zac.

—Esos hombres —dijo Shelma sentándose junto a su hermana— venían a por nosotras. Nunca van a dejarnos en paz.

—No querían matarnos —indicó Megan—. Querían llevarnos ante sir Aston Nierter y…

En ese momento, varios criados entraron en la habitación. Y con ellos, Sean.

—¿Estás bien? —se interesó acercándose a Megan y empalideciendo al ver cómo Alana le cosía la frente.

—Sí —respondió Megan con una triste sonrisa.

Todos se fijaron en que el muchacho portaba algo.

—He conseguido sacar de vuestra casa estos pocos enseres —dijo tendiendo ante ella un saco.

—Gracias, Sean —señaló Shelma al ver que había algo de ropa, alguna jarra de barro y poco más.

—Siento no haber podido salvar nada más —se disculpó el muchacho—. Pero el fuego…

Megan le miró. Quería agradecerle aquello, pero la emoción no la dejó hablar.

—Ha sido un detalle muy bonito —sonrió Alana—. Ahora te agradecería que salieras para poder continuar con lo que estaba haciendo.

Tras asentir con la cabeza, el muchacho salió por la arcada y se quedaron solas.

—Mira, Megan —susurró Shelma sacando unas ropas—. Sean ha conseguido salvar nuestra ropa preferida —dijo al enseñarle los pantalones de cuero, las botas y las camisas de hilo que ellas habían confeccionado.

—Y la capa del abuelo —sollozó Megan agarrándola con amor.

—No te muevas, Megan —susurró Alana mientras intentaba coser la brecha.

Pero a Megan lo que menos le importaba era su herida. Lo único que quería era venganza y dijo en tono amenazador:

—Ahora seré yo quien les busque a ellos. Pagarán por la muerte del abuelo y de Mauled.

—Querrás decir «seremos» —puntualizó Shelma mirando a su hermana mientras Gillian le quitaba el saco de las manos y lo echaba hacia un lado.

—No digáis tonterías. De aquí no se va a mover nadie hasta que Axel regrese —las regañó Alana asustándose al ver cómo ellas se miraban.

—Lo único que te pido es que cuides de Zac en nuestra ausencia —indicó Megan tomando a Alana de la mano— y, si algo nos pasara, por Dios, haz que llegue a ser un buen guerrero escocés.

Al escuchar aquello, el corazón de Alana se aceleró.

—He dicho que de aquí no se va a mover nadie hasta que llegue Axel —levantó la voz Alana atrayendo la mirada de Gillian—. ¿Has oído lo que he dicho?

—Sí, Alana —asintió Megan—. Pero prométeme que cuidarás de Zac si algo nos ocurriera a mi hermana y a mí.

—¿Qué os va a ocurrir? —preguntó enfadada guardando el hilo y la aguja.

—Prométenoslo. ¡Por favor! —suplicó Shelma.

—¡De acuerdo, cabezotas! —dijo dándose por vencida—. Os lo prometo. Pero como no os va a ocurrir nada, no hará falta que cumpla esa absurda promesa.

Las muchachas respiraron aliviadas.

Milady —llamó Caleb desde la arcada—. Unos heridos necesitan vuestra ayuda ahí abajo.

—Ahora mismo iré —asintió recogiendo su costura—. Gillian, quédate aquí con ellas y no las dejes salir.

—Tranquila, cuñada —indicó viéndola desaparecer tras la puerta. Cuando quedaron las tres a solas, miró a sus amigas y señaló—: De aquí no saldréis, si no es conmigo por delante.

Con los primeros rayos del sol asomándose por el horizonte, todos pudieron ver los destrozos causados por los maleantes. Magnus comprobó que varias casas habían quedado calcinadas, y sus gentes, dañadas moralmente.

A media mañana, acompañados por Magnus, Alana, Gillian y algunos vecinos, Megan, Shelma y Zac dieron sepultura a los cuerpos de Angus y Mauled, y volvieron a llorar su terrible pérdida.

Tres días después, mientras los vecinos intentaban retomar sus rutinas diarias y los guerreros reconstruían los techos de las casas quemadas, Megan y Shelma hablaban con Gillian sentadas en la colina.

—Os quedaréis en el castillo hasta que Axel vuelva. Nada tenéis que temer —indicó Gillian al ver cómo miraban lo que hasta hacía pocos días había sido su casa.

—Estoy cansada de tener miedo —señaló Megan—. Creo que lo más sensato es partir en busca de quienes nos acosan.

—Zac se quedará con Alana y contigo. Necesitamos que le cuidéis mientras estamos fuera —asintió Shelma entendiendo a su hermana.

—¡Estáis locas! No podéis ir solas. ¿No lo entendéis? —se quejó Gillian.

Megan ni la miró.

—Lo que no podemos es seguir así —respondió Shelma—. La gente terminará odiándonos. Ya es la segunda vez que vienen a buscarnos, y Angus y Mauled han muerto. ¿Qué pasará si en alguna de éstas muriera algún vecino? ¿Acaso crees que nos lo perdonarían? Queramos o no, aquí siempre seremos las sassenachs.

—No digas eso —susurró Gillian—. Ellos saben tan bien como yo que vosotras no tenéis culpa de nada.

—Nunca nos dejarán en paz. ¿Has visto cómo nos miran? Para todos ellos representamos un peligro —señaló Megan—. Gillian, tú nos quieres tanto como nosotras a ti, pero tenemos que hacer algo por Zac y por esta gente. Él y los demás merecen vivir sin miedo. Y mientras nosotras estemos aquí, eso va a resultar imposible.

—¿Quién os ha dicho que no os entiendo? —replicó Gillian—. Lo único que digo es que vosotras solas no podréis hacer mucho.

—¿Tienes otra solución? —preguntó Megan.

—¡Casaros! —intervino Alana acercándose a ellas—. Eso evitará que los malditos ingleses os reclamen y os busquen.

Al escuchar aquello, las hermanas la miraron.

—Una boda. ¡Qué buena idea! —celebró Gillian la sugerencia de su cuñada—. Os garantizaría, además de vuestro propio hombre, mucha seguridad.

—¡Ni loca! ¡Qué horrible solución! —protestó Megan—. Además, ¿qué highlander querría casarse con dos medio inglesas?

—Eso, ¿quién querría casarse con nosotras? —susurró Shelma.

—No lo sé —señaló Alana sentándose—. Quizá tengamos que indagar un poquito para saber qué hombres están interesados en vosotras. Aunque a mí se me ocurre un par de ellos.

Megan, al ver cómo Alana y Gillian sonreían y se miraban, se tensó. ¿Se habían vuelto locas?

—¡Qué buena idea! —sonrió Gillian mirando a su cuñada—. Quizá, cuando vuelva Axel, podamos…

—¡No! —exclamó Megan—. Si pensáis en Duncan McRae, ni es mi tipo ni yo, por supuesto, el suyo. No aguanto a las personas que se creen que todo el mundo debe adorarlas. ¡Es insufrible!

Shelma, al escucharlas con ojos tristes, susurró:

—Oh… Lolach. Daría cualquier cosa por poder casarme con él.

—¡Shelma! —gritó Megan al escucharla—. ¿Cómo puedes decir eso?

—Digo lo que siento —sonrió por primera vez en varios días—, y creo que tú deberías hacer lo mismo. Estoy harta de tener que dormir siempre con un ojo abierto. Me gustaría poder estar tranquila, sin tener que pensar que en cualquier momento alguien intentará matarnos, o raptarnos.

Al escucharla, Alana dio el tema por zanjado.

—No se hable más. Cuando vuelva Axel, hablaré con él.

—Por mí no hables, Alana —advirtió Megan mirándola—. No quiero que…

De pronto, se interrumpió. Desde las almenas, unas voces alertaron de que un grupo de hombres a caballo se acercaban al galope hacia el castillo. Alana reconoció enseguida a Axel, que galopaba rápido y raudo junto a un grupo de unos trescientos hombres. Era tal la prisa que llevaban que entraron en el castillo sin percatarse de que las mujeres les observaban desde lo alto de la colina.

—¡Es Axel! —gritó Alana levantándose de un salto.

—¡Pues, corre! —la animó Gillian—. Ve a recibirle.

No hizo falta. Pocos instantes después, varios de los caballos que habían entrado encabritados en el castillo salían dirigiéndose hacia ellas.

—¡Por san Ninian! —murmuró Gillian, incrédula—. ¿Esos, por casualidad, no son…?

—Acertaste —aplaudió Alana eufórica de alegría viendo a su marido acercarse.

Los highlanders se acercaron al galope a ellas.

—¿Estáis todas bien? —dijo Axel tirándose del caballo para abrazar a Gillian y Alana, quien se recostó en él encantada.

—Tranquilo, Axel. Estamos bien —asintió Gillian viendo a Niall desmontar con cara de preocupación.

Con la cara sucia por el polvo y con una incipiente barba de días que ocultaba sus facciones, Duncan se acercó a Megan. Al ver que tenía una venda en la cabeza, le preguntó mientras la tomaba con delicadeza del brazo:

—¿Estás bien? ¿Te encuentras bien? —Ella asintió sin hablar.

Aquellas palabras y su cercanía, sin saber por qué, la reconfortaron. Ver a Duncan de pie ante ella, mirándola como si quisiera atravesarla, la relajó más de lo que ella quería aceptar.

Por su parte, desde que habían recibido la noticia, Duncan no había podido comer ni dormir hasta que llegaron a su destino. Algo extraño le atraía hacia ella y aún no llegaba a entender el qué.

—Angus y Mauled han muerto —susurró Alana dejándoles sin habla a todos.

Duncan miró a Megan, pero ella tenía la mirada perdida en otra parte.

—Lo siento, Shelma —señaló Lolach intentando contener su apetencia por extender la mano y abrazarla. Se la veía tan ojerosa que le partía el corazón.

—Lo sé…, lo sé —murmuró ella mirándole con tristeza.

—¿Dónde está Zac? —preguntó Duncan sin apartar los ojos de la mujer del pelo azulado. Los oscuros cercos que ésta tenía bajo los ojos no le gustaron nada.

—Jugando con Klon, el perro de Mauled —dijo Megan señalando hacia donde el niño correteaba—. Ahora es nuestro perro. Está bien aunque nos ha preocupado porque estaba solo con el abuelo cuando le mataron.

—¡Dios santo! —susurró Niall sin quitarle el ojo a Gillian.

—Mi señor —indicó Megan mirando a Axel—. Esos ingleses venían a por nosotras y hemos pensado que…

—¡Axel! —interrumpió Gillian—. Están empeñadas en ir solas en busca de las personas que las persiguen. Alana y yo hemos tenido que sujetarlas para que no hicieran esa locura.

Al escuchar aquello, Duncan volvió a clavar su mirada en Megan, pero ella, con gesto serio y altivo, ni se inmutó.

—¡Ni se os ocurra! —bramó Lolach, y mirando a Shelma le preguntó—: ¿Dónde pensabas ir, mujer?

Shelma iba a contestar, pero Megan con una mirada le pidió que callara.

—De aquí no se mueve nadie —ordenó Axel—. Soy vuestro señor y, como tal, os tengo que defender y cuidar.

—Lo siento, señor. Pero no consentiré que muera gente inocente por mi culpa —lo retó Megan mirándole—. Esos criminales volverán. Por mi culpa han muerto el abuelo y Mauled. Nuestros vecinos comenzarán a odiarnos y de nuevo los insultos y…

—Yo no consentiré que vayas a ningún lado, y menos aún que nadie te insulte —afirmó Duncan con voz tranquila pero profunda, atrayendo la atención de todos—. Si alguien va a buscar a las personas que le hicieron eso a Angus y a Mauled, ese voy a ser yo. Tú de momento te quedarás en el castillo con tus hermanos, y recobrarás fuerzas. Estás herida y no tienes buen aspecto. Creo que si Angus o Mauled estuvieran aquí, aplaudirían mi decisión.

—Oh, oh… —susurró Gillian al ver a Megan levantar la cabeza—. Esa mirada no me gusta nada.

—Megan, escucha —se interpuso Axel—. No tienes buena cara, ni tú ni tu hermana. Deja que nos ocupemos nosotros de ello.

—Disculpadme, laird McRae —señaló Megan poniéndose frente a Duncan—. ¿Cómo podéis decir que mi abuelo o Mauled aplaudirían vuestra decisión? ¿Acaso los conocíais como para saber lo que ellos pensaban? ¿Creéis que ellos no sabían que nosotras somos capaces de defendernos solas? —gritó mirando a Duncan, a quien las aletas de la nariz se le abrían y cerraban como a un oso cuando estaba a punto de embestir—. Nunca he necesitado que nadie me defendiera y menos un guerrero engreído y mandón como vos.

—¡Por todos los santos, Megan! —susurró Alana, incrédula por cómo le hablaba.

Axel, divertido, se quitó de en medio. Desde que conocía a Duncan, nunca le había visto tan fascinado por una mujer, a pesar de haber tratado a Marian, la mujer que lo traicionó.

—Lo que podría contestar, seguro que no te iba a gustar —respondió Duncan, acercándose a ella—. ¿De verdad crees que soy un guerrero engreído y mandón?

—¡Oh, Dios mío! —susurró Gillian al ver cómo Megan, sin amilanarse por la increíble altura y musculatura de Duncan, daba un paso adelante.

—Duncan. Está cansada. Ha pasado por algo muy fuerte. No te comportes como un burro —indicó Niall acercándose a él, al escuchar a Gillian. Le conocía y sabía que, cuando se erguía así, estaba preparado para la lucha.

—Vuestro abuelo y Mauled —comenzó a decir Lolach cruzando una mirada con Duncan, que asintió— nos hicieron prometer que, si algo les pasaba a ellos, nosotros debíamos cuidaros hasta encontraros unos buenos maridos, o casarnos con vosotras. Sabían que estabais en peligro y ambos se veían viejos para seguir velando por vuestras vidas.

—¿Qué? —susurró Shelma, incrédula por esas palabras.

Lolach sonreía como atontado. ¡Dios! ¡Cómo había añorado esos ojos y esa boca! En un principio, creyó que se trataba de un antojo. Pero, al ver que no podía quitarse de la cabeza la sonrisa de Shelma, comprendió que tenía que volver junto a ella.

—¡Qué magnífica idea! —gritó Alana, alborozada—. Podríamos celebrar la boda en el castillo esta tarde, mañana o cuando queráis.

—No voy a desposarme con vos, laird McRae —afirmó Megan echando la cabeza hacia atrás para mirar a Duncan, sin importarle su estatura y su cara de enfado.

—Sí, lo harás —respondió sorprendiéndose a sí mismo por haber afirmado ante todos que quería casarse con ella—. Lo harás porque tu abuelo me lo pidió, porque quiero protegerte y porque necesito a una mujer que me dé herederos.

—No soy una vaca a la que se le plante vuestra simiente —le rechazó Megan mientras Niall sonreía sorprendido por el empeño de su hermano en casarse con aquella muchacha.

Axel y Alana se miraron incrédulos por la osadía de Megan. Pero Duncan, como siempre, quería ganar la batalla.

—¡Tú serás para mí! —levantó la voz Duncan acercando su cara a la de ella—. Y me da igual lo que digas o hagas. Te casarás conmigo y yo te protegeré.

«Ni loca me caso yo contigo», pensó Megan buscando rápidamente una solución.

—Insisto. Es imposible este enlace —gritó Megan—. Existe algo que, cuando lo sepáis, impedirá esta boda.

Todos la miraron.

—¿Qué lo impide? —gritó preocupada Shelma, que estaba tan aturdida por el giro de las conversaciones que sólo podía mirar atontada a Lolach.

Duncan, sin apartar su mirada de ella, la observaba. Esa mujercita le gustaba y divertía. Su manera de retarle, sus palabras y sus ojos le apasionaban. Por primera vez, aquello le hizo olvidar la angustia vivida con Marian.

—Nada lo impedirá —aseguró Duncan—. ¿Qué es eso que impedirá que me case contigo?

—Nuestro padre, laird McRae, era sassenach —dijo arrastrando aquellas palabras con la intención de que sonaran fatal—. Sería una locura mezclar vuestra pura sangre escocesa con sangre contaminada.

Al escucharla, Shelma se llevó la mano a la boca.

—Me arriesgaré —sonrió Duncan observando cómo ella buscaba una salida.

—¿Estás sonriendo? —se mofó Niall mirándole—. ¡Por san Ninian, Duncan! ¡Vuelves a sonreír!

—Sabía que le gustaba —confesó Alana a su marido, que sonrió al escucharla.

—¡Por todos los santos, Megan! —gritó Shelma, incrédula—. Odiamos esa palabra. ¿Por qué dices eso? Papá nunca fue un sucio inglés, y nuestra sangre no está contaminada.

—Digo lo que piensan ellos —respondió mirando a su hermana con enfado—. No deseo que luego nos reprochen que no les advertimos antes de la boda.

—Me doy por advertido —asintió Lolach cogiendo a Shelma del brazo.

—Yo también —afirmó Duncan zanjando el tema—. Y como dijeron una vez unos ancianos muy sabios, mezclar la sangre de dos purasangres será excepcional.

Gillian, callada, les observó. Por un lado se alegraba de aquellos enlaces, pero ¿realmente era lo acertado?

—¡Qué maravillosa idea! —aplaudió Axel—. Creo que vuestras bodas nos beneficiarán a todos. Y, sobre todo, podréis comenzar una nueva vida sin temor a que nadie intente llevaros de vuelta a Dunhar. Lolach y Duncan no lo permitirán. —Pero viendo la cara de estupor de Megan, añadió—: Megan y Shelma de Atholl, como señor vuestro, os ordeno que os desposéis con Duncan McRae y Lolach McKenna. Son dos buenos hombres que nunca os maltratarán.

—¡Oh, no, por todos los celtas! —sonrió Lolach al recordar a los ancianos—. Odio a los cobardes que valiéndose de su fortaleza pegan a las mujeres.

Shelma estaba encantada, aunque no se podía decir lo mismo de su hermana.

—No, Laird. ¡No pienso aceptar ese enlace! —insistió Megan tocándose el pelo como siempre que se ponía nerviosa.

—Lo aceptarás —insistió Duncan sin dar su brazo a torcer.

—¡No! No quiero una ceremonia sin amor con vos… ante… ante Dios —tartamudeó buscando una rápida solución.

—Celebremos un Handfasting —indicó Duncan sintiéndose libre—. Así no estarás casada ante Dios sin amor. —Rio al ver la cara de disgusto de ella—. Si cuando pase un año y un día decido que no quiero seguir contigo…, ¡te dejaré marchar!

—¿Una unión de manos? —aplaudió Gillian mirando a su enfadada amiga—. ¡Sería una estupenda opción, Megan!

—¡Estupenda idea! —asintió Alana al recordar aquella ley escocesa por la que dos personas se prometían fidelidad y vivían como marido y mujer durante un año y un día. Pasado ese tiempo, podían casarse por la Iglesia, volver a hacer otro acuerdo temporal por el mismo tiempo, o separarse y seguir cada uno por su lado.

—¡Quizá sea yo quien os deje a vos! —amenazó Megan mirando a aquel engreído, provocando que Niall se carcajeara al escuchar aquello.

—¡Lo dudo mucho! —contestó Duncan clavando intencionadamente sus ojos en ella.

—Pero… ¡Yo me quiero casar ante Dios! —gimió Shelma, que aspiraba a celebrar una boda en la iglesia.

—Nosotros nos casaremos ante Dios —respondió Lolach haciendo reír a Axel y Niall, que se pitorreaban de su cara de bobo.

—Megan —sentenció Duncan con sus penetrantes ojos verdes—. Te casarás conmigo quieras o no. Y, por favor, mi nombre es Duncan. Te rogaría que, a partir de ahora, me llamaras así.

Enfadada por los acontecimientos, cerró los ojos. Necesitaba pensar cómo salir de aquel lío.

—El enlace será esta tarde —convino Duncan sin quitarle los ojos de encima a su futura esposa, que parecía tramar algo.

—El padre Perkins está aquí —sonrió Alana—. Hablaré con él. Seguro que no pondrá ninguna objeción con respecto a las amonestaciones de Lolach y Shelma tras los acontecimientos ocurridos. —Y mirando a Megan y Duncan prosiguió—: En cuanto a vuestra unión, la podremos celebrar tras la de ellos.

—Me voy a casar —murmuró encantada Shelma mirando con ojitos tiernos a Lolach.

—Nunca pensé que desearas desposarte —rio Niall al observar a Lolach, que estaba encantadísimo con aquello.

—Yo tampoco —replicó éste acercándose a su amigo— hasta que di mi palabra de highlander a unos ancianos muy zorros.

—Entonces —dijo Axel asintiendo con una sonrisa—, has de cumplirla.

Duncan y Megan, ajenos a los demás, se continuaban mirando con reto. Un reto que al highlander cada vez le atraía más.

—Gillian —sonrió Alana al ver la cara de su cuñada—, ¿cómo organizaremos todo en tan poco tiempo?

—No te preocupes —comentó sin quitarle ojo a Niall, quien la miraba de arriba abajo—. Tengo un par de vestidos que con unos pequeños arreglos quedarán perfectos. Ahora hablaré con la cocinera y le indicaré que comience a salar la carne para el festejo.

—Esta noche serás mi mujer —asintió Lolach ante la cara de sorpresa e ilusión de Shelma—, y en unas semanas te llevaré a tu nuevo hogar. A partir de entonces, serás una McKenna.

—Un momento —indicó Shelma acercándose a su hermana—. ¿Cómo que en unas semanas estaré en tus tierras y seré una McKenna? ¿Y mis hermanos?

—Mi mujer, junto a Zac, vendrá conmigo —anunció Duncan—. Nuestras tierras están cercanas. Los McRae y los McKenna gozamos de una extraordinaria amistad, y siempre que queráis os podréis visitar. Megan y Zac pasarán a ser unos McRae, mientras que tú serás una McKenna.

Las muchachas, con gesto adusto, se miraron.

—¿Cuál es el problema ahora? —suspiró Axel.

—Los problemas, mi señor. Los problemas —protestó Megan retirándose el pelo de la cara.

Aquel gesto hizo sonreír a Duncan, que, cruzando los brazos ante su amplio pecho, se preparó para escuchar.

—En primer lugar, mi laird, no quiero casarme con El Halcón —dijo haciendo que Duncan levantara las cejas—. Nunca me ha gustado su fama de sanguinario y mujeriego. En segundo lugar, no quiero ser una McRae. Y, en tercer lugar, no quiero estar lejos de mi hermana. Siempre hemos vivido juntas.

—Yo no quiero separarme de ellos —murmuró Shelma con un mohín.

—Podrás ver a tu hermana siempre que quieras —indicó Lolach tomándola de las manos—. Te prometo que no pondré objeción alguna a vuestras continuas visitas.

—¿Lo prometes? —preguntó Shelma pestañeando. ¡Se iba a casar con Lolach!

—¡Shelma! ¡¿Qué estás diciendo?! O, mejor dicho, ¿qué estás haciendo? —protestó Megan, sorprendida por el descarado coqueteo de su hermana.

—Te lo prometo, preciosa —afirmó Lolach haciendo oídos sordos a las protestas y maldiciones que la hermana de su futura mujer echaba por la boca, mientras Duncan y Niall le miraban divertidos.

—Entonces, ya está decidido —rio Axel caminando junto a Alana, mientras Megan continuaba protestando—. Esta tarde celebraremos dos bodas.

Tras aquello, todos se encaminaron al castillo, donde el anciano Magnus asintió encantado ante los casamientos. Conocía a los jóvenes desde su niñez y sabía que cuidarían bien de las muchachas.

A partir de ese momento, a Megan le fue imposible escapar. Duncan puso un par de hombres ante su puerta y todos sus movimientos eran observados.

Shelma estaba pletórica de alegría. ¡Se iba a casar con Lolach! Y era tal su felicidad que ni las peores miradas de su hermana la hicieron dejar de sonreír.