Capítulo 7

Día posterior a la boda, los invitados venidos de fuera comenzaron a regresar a sus hogares. Las primeras en hacerlo fueron las primas Gerta y Landra, que con los ojos enturbiados por las lágrimas se despidieron de sus dos fornidos guerreros McRae.

Por su parte, Megan y Shelma se quedaron en los alrededores de su casa. Doloridas física y moralmente por el golpe recibido con la caída, se desesperaron cuando apareció Sean con un nuevo ramo de flores y una disculpa por sus actos en la boda.

Megan le escuchó con paciencia pero, tras negarse más de veinte veces a dar un paseo con él, lo echó con cajas destempladas, haciendo reír a su abuelo y a Mauled. Ya los ancianos le habían dicho a Sean en varias ocasiones que Megan no estaba interesada en él porque la muchacha necesitaba un purasangre como ella, que la pudiera controlar.

En el castillo, Duncan se sentía como un perro encerrado. Ofuscado, se marchó a visitar a su amigo Klein McLellan sin poder quitarse de la cabeza a la muchacha del pelo azulado. A su vuelta, se desvió de su camino para pasar por la casa de las muchachas y no se sorprendió al ver el caballo de Lolach allí.

—¿Cómo tú por aquí? —se mofó Duncan de su amigo desmontando con una media sonrisa.

—Necesitaba que Angus mirara mi caballo, parecía que cojeaba —disimuló encogiéndose de hombros—. ¿Y tú?

Angus y Mauled se miraron con una sonrisa espectacular. ¡San Ninian y san Fergus habían escuchado sus plegarias!

—Quizá necesite lo mismo, ¿verdad, laird McRae? —sonrió Mauled masticando un palo—. ¡Muy gratas vuestras visitas!

—Las muchachas no están aquí —les informó Angus.

—¿Dónde están? —preguntó Duncan, extrañado.

—Paseando —indicó Mauled—. ¡Vamos! Tomemos algo mientras hablamos.

Pasado un rato, Lolach y Duncan seguían sentados con aquellos dos viejos bebiendo cerveza.

—¿Creéis que regresarán pronto de su paseo? —preguntó Lolach, inquieto.

Los ancianos se miraron con expresión de zorros.

—¿Para qué queréis que regresen pronto? —se divirtió Mauled.

—Veamos —señaló Angus mirándoles a los ojos—. Seamos claros. ¿Qué queréis de mis nietas? Son dos muchachas humildes y decentes, y ambos sois lo bastante poderosos para tener a la mujer que os plazca. ¿Por qué ellas?

Duncan y Lolach se miraron sorprendidos por aquella pregunta.

—¿A qué os referís, Angus? —murmuró Duncan entendiéndole perfectamente.

—Soy viejo, pero no tonto, laird, y he visto la forma como las miráis. Mis nietas son unas mujeres muy valiosas para mí, y no permitiré que nadie las utilice, ni se ría de ellas. Ya han sufrido bastante.

—Axel nos contó sobre ellas. ¿A qué teméis? —señaló Lolach viendo cómo Mauled y Angus se miraban.

—Tememos a todo; deben tener mucho cuidado.

—¿Cuidado? —se interesó Duncan—. ¿De qué?

Angus, con gesto de pesar, tras dejar su jarra de cerveza sobre la mesa dijo:

—Ciertas personas las buscan.

—¿Quiénes? —preguntó Lolach.

—¿Con qué finalidad las están buscando? —exclamó Duncan mientras Angus y Mauled se miraban con complicidad.

¡Definitivamente sus santos les habían escuchado!

—Las buscan unos jodidos ingleses para matarlas —contestó Mauled.

Escuchar aquello hizo que los highlanders les prestaran más atención y fruncieran el ceño.

—¡Mauled! —protestó sin mucha convicción Angus—. ¡Calla esa boca sin dientes que tienes! Cuanta menos gente sepa lo que pasa mejor.

—Me da igual lo que digas, viejo cabezón —repuso Mauled—. Empieza a ver claro que nos estamos haciendo mayores. Ellas necesitarán a alguien más fuerte y rápido que nosotros para que las proteja.

—Un momento —interrumpió Duncan—. ¿Queréis decir que están amenazadas y en peligro de muerte, y en este momento se encuentran solas en cualquier lugar, expuestas a todos los peligros que conlleva el bosque?

Los ancianos, con una pícara sonrisa, asintieron, pero fue el abuelo quien habló.

—Saben defenderse —rio Angus rascándose la cabeza—. Además, no están solas, están acompañadas por los mismos tres gigantes que el día de la boda las trajeron a casa.

—¿Qué gigantes? —preguntó Lolach.

—Ewen, Myles y Mael. Eso me tranquiliza. Con ellos estarán protegidas —indicó Duncan, confundido. ¿Qué hacían aquellos guerreros con las muchachas?

—Ellos también estarán protegidos —confirmó Mauled moviendo la cabeza.

—¿Por qué las buscan? —quiso saber Duncan.

—Sus familiares ingleses necesitan verlas muertas para poder asegurarse de que nadie reclamará las tierras de George, el padre de las muchachas —respondió Angus mirando a la lejanía—. Por lo visto, sus tíos, dos codiciosos sinvergüenzas, intentaron casarlas con dos hombres que las odiaban para hacerlas desaparecer después de la boda. Nunca le agradeceré lo suficiente a John lo que hizo por mis nietos. Me da igual que sea inglés. A mí me ha demostrado que es una buena persona y siempre estaré en deuda con él.

—Es comprensible —reconoció Duncan—. Tiene que ser un hombre con mucho valor y honor.

—Hace unos dos años —continuó Mauled—, unos hombres enviados por esos familiares cogieron a Zac y se lo llevaron. Pero las dos chicas, antes de que pudiéramos avisar a nadie, consiguieron traerle de vuelta.

—¿Ellas solas? —preguntó asombrado Lolach para ver que los ancianos asentían con orgullo y una sonrisa en la boca.

—Las muchachas son dos yeguas purasangres —apuntó Mauled—, a pesar de que la gente se empeñe en recordarles su sangre inglesa. Son valientes y decididas. ¡Ojalá yo tuviera menos años para poder seguir protegiéndolas!

Angus, con gesto serio, miró a los dos fornidos guerreros y explicó:

—Mis nietos están en peligro y cada día que pasa tengo más miedo de dejarlos solos. Me hago más viejo, más torpe y…

—Y ¿cuál es la solución para vuestro problema? —preguntó Duncan, conmovido por las palabras de los ancianos—. ¿Qué podemos hacer para ayudaros?

Los viejos se miraron y, tras felicitarse por su más que sobresaliente actuación teatral, uno remató.

—Encontrar a dos valientes que quieran casarse con ellas —soltó Mauled.

Al escuchar aquello, a Lolach casi se le atraganta la cerveza, mientras Duncan, perplejo por lo que había escuchado, buscaba algo que decir.

—No creo que tengáis problemas para encontrar hombres para ellas. Son dos bellezas —susurró Duncan sintiendo que aquello de casarse no era para él.

—¿Sabéis una cosa, laird McRae? —señaló Angus cerrando un ojo—. Nadie se atreve a casarse con unas muchachas a las que muchos llaman despectivamente sassenachs.

Al escuchar aquello, Lolach entendió el puñetazo que Shelma le había propinado el día de la boda.

—Disculpad la pregunta que os voy a hacer: vos, laird McRae, o vos, laird McKenna, ¿estaríais dispuestos a casaros con alguna de ellas? —preguntó Mauled, impaciente, dejándoles tan sorprendidos que no podían ni hablar.

—¡Por san Ninian, Mauled! —rio Angus al escuchar a su amigo—. Si alguna de ellas se entera de lo que acabas de decir… ¡eres hombre muerto!

—¿Casarnos? —gritó Lolach levantándose del tronco donde estaba sentado.

—No entra en mis planes contraer matrimonio —comunicó Duncan—. Mi vida es la guerra y la lucha.

—Somos guerreros —consiguió decir Lolach tras escuchar a su amigo—, no hombres nacidos para casarse y tener una familia.

—¿Estáis seguros de que no queréis nada con mis nietas? —preguntó con picardía Angus rascándose la cabeza.

—Acabamos de responderos —replicó Duncan—. Nuestra prioridad es el campo de batalla.

—Entonces —se carcajeó Mauled dándose un golpe en la pierna—, estos hombres no necesitan que les aclaremos nada sobre nuestras muchachas.

Aquello llamó la atención de los guerreros.

—¿Aclarar algo sobre ellas? —susurró Lolach cada vez más confundido.

—Sí, ya sabéis —continuó Mauled sirviéndose más cerveza—. Las mujeres son muy raras y, a veces, viene bien conocer ciertas cosas o manías sobre ellas.

—Pero, en vuestro caso, no es necesario —rio Angus mirando a Mauled por aquella maléfica respuesta—. Aunque creo, señores, que mis nietas en el fondo os hubieran agradado y sorprendido. Son algo más que unas simples mujercitas criadas para tener hijos.

—¿Por qué decís eso? —preguntó Duncan al ver a los dos viejos sonreír y mirarse de aquella manera.

—Porque los dos sois los purasangres que llevamos esperando toda la vida —asintió Angus clavándoles la mirada—. Conozco a mis nietas y, a pesar de que a veces son un poco indisciplinadas, estoy seguro de que os hubieran hecho muy felices.

—¡Eso es mucho asegurar! —afirmó Duncan—. ¿No creéis anciano?

—No —respondió Angus sorprendiéndole por su seguridad—. Sois dos fuertes y valientes guerreros, y como tales estoy seguro de que valoráis la fuerza y la valentía. ¿Acaso eso en una mujer no debe tenerse en cuenta? —Desconcertándoles preguntó—: ¿O debo pensar que cuando decidáis tener hijos os casaréis con dos jovencitas plácidas que se pasen el día cosiendo y bordando?

—¡Dios no lo quiera! —resopló Lolach.

—Entiendo vuestras posturas, señores —prosiguió Angus mientras Mauled miraba al horizonte—. Por ello no os voy a poner en ningún aprieto más. Aunque ¿me dais vuestra palabra de highlander para pediros un favor?

—¡Por supuesto! —asintió Duncan.

—Nuestra palabra ya la tenéis —afirmó Lolach.

—Si alguna vez nos pasara algo, ¡qué Dios no lo quiera! —comenzó el anciano—, ¿querríais encargaros de encontrar unos buenos maridos para las muchachas?

—Es importante —prosiguió Mauled sin darles tiempo a pensar— que los hombres que elijáis las cuiden, las valoren, las quieran y, sobre todo, no las peguen. Nunca me han gustado los hombres que se valen de su fuerza bruta para doblegar a una mujer.

—Y, por supuesto, que las protejan, eso es indispensable —añadió Angus, y clavándoles la mirada preguntó—: Entonces, ¿podemos confiar en la palabra de highlander que nos habéis dado?

Duncan y Lolach se miraron espantados por la jugada que aquellos dos ancianos les acababan de hacer. La palabra de un highlander era su ley. Si un highlander prometía algo, lo hacía hasta sus últimas consecuencias. Y, a menos que se casaran con ellas, nunca estarían seguros de que todo aquello se cumpliera. Se miraron, sorprendidos por haberse dejado liar por esos viejos que bajo su apariencia de corderos ocultaban a dos lobos en toda regla. Sonriendo por su torpeza, miraron a los ancianos.

—Sois unos viejos zorros —indicó Duncan—. Tenéis mi palabra de highlander.

—Muy… muy zorros —asintió Lolach—. Por supuesto, mi palabra de highlander también, aunque ya os la habíamos dado antes de escuchar lo que queríais.

—¡La edad es un grado, muchacho! —asintió Mauled haciéndoles reír y, mirando a Angus, sacó de debajo de la mesa una gran jarra y cuatro vasos—. ¡Esto se merece un brindis!

—Esta es la mejor agua de vida que encontraréis por esta zona —señaló Angus mientras les llenaban los vasos—. La destilamos nosotros con una receta antigua del abuelo de mi mujer. —Levantando el vaso dijo—: Brindemos porque nos queden muchos años de vida y por la felicidad de las muchachas. ¡Slainte!

—¡Slainte! —gritaron al unísono los otros tres, en gaélico escocés «salud».

—¡Por todos los santos! Ya vienen —indicó Mauled y, mirando a Duncan y Lolach, dijo—: Guardad el secreto de lo que aquí se ha hablado. Si la impaciente o la mandona se enteran de esta conversación… ¡esta noche nos entierran vivos! —rio entrecerrando los ojos—. Además, no creo que a las muchachas les agrade saber que habéis denegado la oferta de casaros con ellas.

Tras observar a los viejos reír, Lolach y Duncan se miraron confundidos. ¿Se habrían vuelto locos aquellos ancianos? Callados, observaron caminar a las muchachas hacia ellos y fueron testigos de su cara de sorpresa al verlos allí. Tras llegar a su altura y saludarles con una inclinación de cabeza, se escabulleron dentro de la casa dejándoles a todos con la boca abierta.

—¿Qué mosca las ha picado? —susurró Mauled—. ¿Ha ocurrido algo que yo no sé?

—¡Esta juventud! —sonrió Angus.

—Nos marchamos —anunció Duncan, molesto al ver que Megan ni siquiera le había dedicado una mirada—. ¡Gracias por esta encantadora y desconcertante tarde! —se mofó levantándose para dar la mano a los ancianos.

—Mañana partimos hacia nuestras tierras —dijo Lolach, sorprendido porque Shelma tampoco le había mirado. ¿Dónde estaba la jovencita que de forma continua y descarada le sonreía?

—Que llevéis buen viaje —deseó Angus mirando extrañado hacia la cabaña donde sus nietas habían desaparecido. Nunca se habían comportado así ante ningún hombre y eso era buena señal.

—¡Un momento! —gritó Megan saliendo de la cabaña seguida por Shelma. Portaban en sus manos unos paquetes y, dirigiéndose hacia Myles, que se quedó asombrado, dijo—: Toma, lleva a Maura, tu mujer, este pedazo de tela. Seguro que sabrá sacarle provecho. Y a tu niña, esta miel. Estoy segura de que le encantará.

—Muchas gracias, lady Megan —agradeció con una grata sonrisa mientras aceptaba aquellos presentes—, pero no era necesario que os preocuparais.

—Te he dicho mil veces que no me llames así, sólo soy Megan —afirmó la muchacha mirando al gigante. Hacía muchos años que nadie la llamaba lady.

—No puedo, lady Megan —afirmó mirando de reojo a Duncan, que les observaba muy serio subido a su espectacular caballo negro.

—De acuerdo —asintió dándose por vencida.

—Maura y mi hija os estarán muy agradecidas por vuestro detalle —aseguró Myles guardando el paquete—. Espero que algún día podáis conocerlas.

—Estaría encantada —sonrió Megan.

Duncan, que la observaba a corta distancia, sintió que las entrañas se le revolvían al darse cuenta de que ella nunca le sonreía a él de ese modo. Y, sin perderla de vista, advirtió que ella se movía y se plantaba ante Mael tendiéndole un bote.

—Esto es un ungüento que aliviará el dolor y sanará tus cortes. Póntelo dos veces al día sobre la herida hasta que veas que el dolor remite y comienza a cicatrizar.

—Gracias —dijo el guerrero cogiendo aquel presente como algo maravilloso—. Muchas gracias, lady Megan. No olvidaré vuestra amabilidad.

—Tomad, llevaos este queso y este pan. Seguro que os viene bien en el trayecto de regreso a vuestra casa —prosiguió Shelma dándoselo a Ewen.

Lolach, enternecido por aquellos presentes, la miraba sintiendo que en todos sus años de guerrero nunca unas muchachas tan humildes se habían preocupado tanto por sus hombres.

—Gracias, lady Shelma. Será maravilloso disfrutar de ello durante nuestro camino.

—¡Ewen! —llamó Zac—. Recuerda. Tienes que volver para enseñarme a cazar truchas con las manos.

—Volveré, Zac. Te lo prometo —sonrió el grandullón—. Hasta entonces, pórtate bien y no metas a tus hermanas en más líos, ¿vale? —El niño asintió.

—Espero que tengáis buen viaje —se despidió Megan mirando a Lolach y a Duncan con brevedad.

—No dudes que lo tendremos —afirmó Duncan, enfurecido por su frialdad.

—No lo dudo, laird McRae —respondió Megan. Tras sonreír a todos, regresó a la quietud de la cabaña acompañada por Shelma.

Sin mirar hacia atrás, Duncan guio a su caballo y, cuando estaban lo suficientemente lejos de las muchachas y los ancianos, oyó murmurar a Lolach:

—¡Malditos zorros!

Aquella noche en el castillo, Niall comía asado que Hilda, muy amable, le había servido. Desde su asiento, observaba la arcada que llevaba a las escaleras. Sabía que Gillian, en cualquier momento, aparecería por allí. La noche anterior, tras el episodio vivido con Zac y sus hermanas, Niall, animado por Magnus, se había acercado a ella y, tras invitarla a bailar, estuvieron en danza juntos gran parte de la noche. Fue divertido bailar con Gillian. Era graciosa y simpática. Aunque la cara con que Axel les miró no lo fue tanto.

Axel sobreprotegía a su hermana de una manera increíble. Sus padres, junto a los de Duncan y Niall, habían muerto años atrás a manos de los ingleses. Quedaron huérfanos, pero con la increíble suerte de contar con sus respectivos abuelos. Cuando sus padres murieron, Gillian tenía diez años, y Axel, veinte. Durante largo tiempo, ella sufrió terroríficas pesadillas. Aquellas pesadillas y el dolor en los ojos de su hermana al despertar le habían roto el corazón más de una vez a Axel, y no deseaba que sufriera por nada ni por nadie. Por eso, aunque le agradaba la compañía de Niall en el campo de batalla, no sentía lo mismo al verle tan próximo a Gillian.

—Te cambio un trozo de salmón por tus pensamientos —le ofreció Alana.

—Saldrás perdiendo, no pensaba en nada especial —sonrió Axel al mirar a su mujer, tan bonita, juiciosa y cariñosa.

—Pues entonces, ¿por qué no le quitas ojo al pobre Niall? —susurró Alana señalando con el dedo al muchacho, que comía distraído en la mesa de la derecha.

—No creo que Niall sea la mejor opción para Gillian. Ella sufrirá por él y no quiero.

—¿Tú eras la mejor opción para mí? —preguntó Alana sorprendiéndole.

—Eso tienes que responderlo tú —susurró desconcertado.

Ella sonrió con coquetería.

—¿Sabes? Para mí, siempre has sido mi hombre y te he querido a pesar de que tú no me mirabas, ni me sonreías.

—No te miraba porque me gustabas demasiado —rio tocándole la punta de la nariz—, y no quería que los demás se mofaran de mí.

—Y ¿por qué no puedes pensar que a tu hermana y a Niall les pasa lo mismo? ¿Acaso no ves cómo Gillian le busca y cómo Niall la mira? ¿No ves un comportamiento parecido en ellos, como en su tiempo tuvimos nosotros?

—Eso es lo que me da miedo —respondió Axel señalando hacia la arcada.

En ese momento, Niall había dejado de comer al entrar Gillian, y una tonta sonrisa se instaló en la cara de los dos.

—Él se marchará mañana para sus tierras —se desesperó Axel—. ¿Crees que querrá volver a por Gillian? Y si es así, ¿crees que a mí me gustará que ella se marche de mi lado?

Alana le entendió. Alex adoraba a su hermana, pero debía comprender que ella también había crecido, y ya era una mujer.

—¡Míralos! —sonrió Alana—. ¿Acaso me vas a decir que no ves cómo se miran? En cuanto a Niall, claro que volverá a por ella. ¿Lo dudas? Y respecto a no querer que ella se marche de tu lado, es muy egoísta por tu parte, Axel. Ella tiene derecho a ser feliz. Gillian ya no es una niña, es una mujer enamorada de un guerrero tan valiente como su hermano.

—Alana —suspiró mirando a su mujer—. Tengo miedo de que sufra, de no estar yo cerca para ayudarla.

Con cariño miró los ojos de su marido, y tomándole la mano por debajo de la mesa le susurró:

—Ése es el precio que todos pagamos cuando maduramos. Tenemos que aprender a defendernos solos en la vida. Y, por favor, haz caso a Magnus. Es más sabio de lo que tú quieres reconocer y, al igual que tú, sólo busca la felicidad de Gillian.

—Lo pensaré —susurró mirando cómo Gillian se acercaba a Niall. Volviéndose hacia su mujer, añadió—: Todavía no me has respondido si yo he sido tu mejor opción.

—Eso, mi señor —bromeó Alana levantándose—, te lo contestaré si me acompañas a nuestra habitación.

Dicho esto, Axel se levantó con una sonrisa lobuna de la mesa. Sin decir nada, se alejó junto a su esposa mientras Gillian se acercaba a Niall.

—Veo que te gusta nuestro asado de ciervo con manzana.

—Está delicioso —respondió Niall y, señalando a Axel, comentó—: Se le ve sonriente hoy. Quizás el matrimonio le siente bien.

—A eso creo que se le llama amor —indicó Gillian mirando la cara de felicidad de su hermano y la sonrisa picaruela de Alana.

—Complicada palabra esa llamada «amor» —se mofó invitándola a sentarse junto a él, mientras veía entrar por la puerta a Duncan, Lolach, Myles, Ewen y Mael.

—Para mí es una bonita palabra —señaló Gillian sonrojándose—, aunque sus resultados a veces son nefastos y malos para el corazón.

—¿Por qué dices eso?

—Tengo una amiga —comenzó tartamudeando— que está enamorada desde hace años de un guerrero. Pero este guerrero es demasiado tozudo para fijarse en ella y prefiere las guerras al amor.

—¡Qué curioso! —sonrió Niall levantando una ceja al escucharla—. Tengo un amigo al que le ocurre lo mismo.

Los ojos chispeantes de ella le miraron.

—¿De veras? ¿Y qué ha hecho?

—Todavía nada —respondió mientras tocaba un rizo rubio rebelde de la muchacha—. Este amigo tiene miedo de hacerle daño, por lo que controla sus instintos y se mantiene alejado de ella.

Aquella contestación no gustó a Gillian, que tras hacer un mohín dijo:

—¿Hasta cuándo crees que podrá controlar sus instintos tu amigo?

Niall, deseoso de tomar aquellos labios tan tentadores, suspiró y contestó:

—Eso está por ver. De momento, la mejor opción que tiene es alejarse de la dama, para así poder aclarar sus ideas y seguir su camino.

En ese momento, Duncan y Lolach se sentaron junto a ellos, por lo que la conversación se cortó ante la rabia de Gillian, quien entendía con aquello que Niall no quería nada con ella y por eso se marchaba al día siguiente.

—¿Sabes, Niall? —dijo sin importarle que ya no estuvieran solos—. Espero que tu amigo, el cobarde, algún día sepa lo que necesita. Yo, por mi parte, animaré a mi amiga a que se olvide de él y se enamore de otro hombre que sepa hacerla feliz.

Tras decir aquello, se dio la vuelta y se marchó, dejando a Niall con la palabra en la boca.

—¡Vaya! —rio Lolach—. Veo que sigues progresando con Gillian.

Niall no respondió; se limitó a mirar cómo ella, ofuscada, se alejaba.

—¿Por qué no intentas alejarte de ella? Así no tendrás problemas —lo regañó Duncan clavando sus ojos en el muchacho que cruzaba el salón. Aquel muchacho era Sean y no le gustó nada el descaro con que le miró.

—Esa chica tiene un genio de mil demonios —rio Mael.

—Voy a preparar mi caballo —gruñó Niall saliendo del salón mientras escuchaba las risotadas de Lolach junto a Myles y Ewen.

Tras pasar una noche en la que más de uno no pudo pegar ojo, Lolach y Duncan reunieron a sus guerreros en el patio del castillo. Gillian se asomó desconsolada a la ventana de su habitación.

Alana, junto a Axel, salió a despedirles y no se sorprendió cuando vio a Duncan, Lolach y Niall con gestos serios y ofuscados. En sus rostros se leía el desagrado por su partida, cuando debían estar felices por volver a sus tierras.

Niall, en un momento dado, levantó la vista hacia la ventana de Gillian y, tras mirar y no ver nada, malhumorado, giró su caballo y se marchó.

—Gracias por tu hospitalidad, Axel —agradeció Duncan montado en su caballo.

—¿Cuándo volveremos a veros? —preguntó Alana, entristecida.

—Quizá dentro de unos meses —señaló Lolach—. Aunque Axel ya sabe que, en cuanto nos llame, estaremos aquí.

—Gracias, amigos —correspondió Axel—. Espero que tengáis un buen viaje y que pronto nuestros destinos vuelvan a unirse.

Y, tras estas palabras, los famosos y temidos guerreros comenzaron su viaje a las tierras altas, mientras Megan y Shelma, con el corazón partido y atrincheradas tras unos álamos, les observaron alejarse.