Capítulo 4

El anciano Angus de Atholl, que en ese momento estaba hablando con Mauled, el herrero del clan McDougall, se asustó cuando vio llegar a sus nietos acompañados por aquellos guerreros. Un conocido sudor frío recorrió su cuerpo al mirar a Megan pero, según se fueron acercando y vio las sonrisas de Shelma y Zac, se tranquilizó.

—Es allí, señor —susurró con la garganta seca Megan—. Mi abuelo es quien cuida de los caballos en el clan.

—Pero aquello es la herrería —respondió Duncan mirando hacia donde ella le señalaba, mientras disfrutaba de los pequeños roces que el movimiento del caballo le permitía.

—Vivimos junto a Mauled. Su mujer murió hace dos años y mi hermana y yo nos ocupamos de él.

—¿A qué te refieres con que os ocupáis de él? —preguntó, curioso y molesto.

—No quisiera ser descortés, pero ¿a vos qué os importa, señor?

La valentía y el descaro de aquella mujercita le hicieron gracia.

—Llámame Duncan —le susurró al oído poniéndole el vello de punta.

—Disculpad, laird McRae —contestó volviéndose para mirarle a los ojos, cosa de la que se arrepintió. La dura y sensual boca de él rozó la suya brevemente—. Pero no creo que sea buena idea que os llame de esa manera. No debemos olvidar quién sois. Prefiero llamaros laird McRae.

—Duncan. Me gustaría y preferiría que me llamaras así.

—¡No! —indicó dejando latente su testarudez y, bajando la voz para que nadie les escuchara, le susurró—: He dicho que no, laird McRae, no insistáis.

—Duncan —insistió él.

«¡Ja! De eso nada», pensó Megan.

—No.

—¡Eres cabezota, mujer! —se quejó frunciendo el ceño; no estaba acostumbrado a repetir las órdenes más de una vez.

—¡Por todos los santos celtas! —bufó retirándose con una mano un rizo negro que caía entre sus ojos—. ¿Cuántas veces tengo que deciros que no, señor?

—Hasta que digas sí —respondió disfrutando de aquella conversación.

Pero ella era terca, tan terca como una mula.

—No lo diré. Además, permitidme deciros que estoy segura de que si os llamo Duncan, luego querréis algo más de mí y yo no estoy dispuesta a daros nada —espetó airada—. Porque, que os quede claro, soy pobre, pero decente. No caliento el lecho de nadie y tened por seguro que aunque seáis el poderosísimo Halcón, y las mujeres se peleen por estar con vos, a mí no me impresionáis. Por lo tanto, os agradecería que no volváis a insistir, laird McRae.

Cuando Megan cerró la boca fue consciente de cómo le había hablado. Por ello blasfemó para sí y cerró los ojos arrepentida de su rápida lengua, mientras Duncan sonreía entre asombrado, incrédulo y divertido.

—¡Allí está el abuelo! —gritó Zac en aquel momento saludando con la mano.

Los caballos, a paso lento, se acercaron a Angus, que los recibió con una sonrisa y el desconcierto en la cara. Era raro que sus nietas volvieran acompañadas.

—¡Por san Ninian! ¿Qué os ha ocurrido? —preguntó al ver las pintas que traían.

—Hola, abuelo —saludó Zac mientras Niall le bajaba—. ¿Has visto? Nos acompañan unos guerreros, y el que lleva a Megan es El Halcón.

—¡Zac! —le reprendió Megan con rapidez.

Una vez que el caballo de Duncan paró, la muchacha, sin previo aviso se zafó de las manos del jinete y de un salto descabalgó sin su ayuda, dejándole de nuevo sorprendido. Las mujeres que conocía necesitaban ayuda tanto para subir como para bajar de los caballos, y más si tenían la altura de Dark. Al ver que Shelma hacía lo mismo, sonrió ante la cara de asombro de Lolach.

—Abuelo… —Megan le besó—. Ellos son laird Duncan McRae, su hermano Niall McRae y laird Lolach McKenna, y nos han traído porque tuvimos un percance en la feria, pero no te preocupes, no ha pasado nada.

—¿Percance? ¿Qué ha ocurrido? —preguntó el anciano de pelo canoso tocándose la barbilla.

—Pues mira… —comenzó a decir Shelma.

—Fue algo muy tonto, señor —sonrió con complicidad Niall intentando ayudarlas a fabricar una mentira—. Ellos estaban subidos en un carromato y uno de nuestros hombres sin querer les embistió.

Todos quedaron callados a la espera de la reacción del anciano, que tras mirarles con ojos sabios murmuró levantando un dedo:

—Ésa ha sido una buena mentira, muchacho, pero conociendo a mi nieto Zac estoy seguro de que él ha tenido algo que ver, ¿verdad?

—Yo, abuelo…

—Abuelo, no tiene importancia. Zac se metió con un feriante —informó Megan omitiendo ciertos detalles— y bueno…

—¿Tus hermanas han tenido que volver a pelearse por ti? —regañó el viejo al niño, que esta vez se escondía tras Shelma.

—¿Os peleáis muy a menudo por vuestro hermano? —preguntó muerto de risa Niall. Aquello era cómico.

—Uf… —gesticuló Megan poniendo los ojos en blanco, comprobando Niall su sentido del humor—. Si os contara la cantidad de veces, no os lo creeríais.

Verla sonreír y bromear con su hermano hizo que Duncan disfrutara del momento. En poco tiempo, y sin ella ser consciente, había disfrutado de su sonrisa, su bravura y su belleza. Incluso su extraño acento al hablar le cautivó.

—Ese pequeño diablillo… —Otro anciano canoso, Mauled, se unió al grupo—. Acabará con sus hermanas antes de convertirse en hombre.

—¡Mauled, no exageres! —sonrió Megan, asombrando de nuevo a Duncan por aquella dulzura en su cara al mirar a aquel hombre y a su abuelo.

—Soy Duncan McRae —se presentó acercándose a los ancianos para tenderles la mano—. No os preocupéis, ya le hemos regañado nosotros y, mañana, Axel quiere verlo para imponerle un castigo.

—Encantado, laird McRae —saludó Mauled cogiendo con fuerza su mano. Tenía ante él al temible Halcón, y eso era todo un honor.

—¡Por todos los santos! —bramó el viejo Angus mirando a Mauled—. ¿Has oído? Otra vez mis niñas defendiendo a este gusano. ¿Esto nunca va a cambiar? ¿Qué quieres? ¿Matar a tus hermanas?

—Venga, venga, abuelo —rio Shelma mirando a Lolach—. No ha sido para tanto.

Intentando calmarse, Angus invitó a los guerreros a tomar cerveza para refrescarse la garganta mientras sus nietas se cambiaban y lavaban.

—¿Dónde están los padres de vuestros nietos? —preguntó Lolach al recordar que el niño les había revelado que no tenían padres.

—Murieron hace años —respondió secamente Angus. No quería dar más explicaciones—. Yo me ocupo de ellos.

Instantes después, los tres guerreros se sentaron en un tronco frente a la cabaña de madera dejando que los ancianos, emocionados por tener a gente importante en su hogar, les hicieran miles de preguntas sobre la batalla de Bannockburn. Zac, tras lavarse, se unió a ellos. Poco tiempo después, Duncan vio salir a Megan cargada con ropa para dejarla en un apartado y volver a entrar en la casa, aunque antes sus ojos volvieron a cruzarse con los de él.

—¡Qué guapo es! —rio excitada Shelma mirando disimuladamente por la ventana—. ¿Has visto qué ojos tan bonitos tiene?

—¿Quién? —preguntó Megan, inquieta.

—Lolach. Oh, Dios. ¡Cómo me ha gustado cabalgar con él! Me miraba de una manera que… que…

—Un consejo, hermanita —dijo señalándola con el dedo—. No sueñes con cosas que no podrán ser. Él es Lolach, el laird del clan McKenna.

Shelma, segura de sus encantos, miró a su hermana y con gesto despectivo dijo:

—¿Y?

«Ésta es tonta», pensó Megan antes de responder.

—Recuerda quiénes somos para ellos. En el momento en que sepan que papá era inglés, se burlarán de nosotras como casi todo el mundo y nos llamarán apestosas sassenachs. Además, ¿no has oído la fama que tienen esos guerreros?

Sin querer escuchar más tiempo a su hermana, Shelma abrió la arcada de la cabaña y se unió al grupo. Desconcertada y escondida en el interior de su hogar, Megan pudo ver a través de la ventana cómo Duncan miraba con curiosidad hacia la casa. ¿Esperaría verla a ella?

Más tarde, Shelma entró en la cabaña para coger más cerveza. Duncan, extrañado porque Megan no volviera a salir, la acompañó con la excusa de ayudarla a sacar las jarras. Al entrar, se encontró con una casa humilde, ordenada y limpia, y a Megan cocinando.

—Venimos por más cerveza —indicó Shelma con alegría.

—Muy bien —asintió sin mirarles.

Notaba cómo todo su cuerpo temblaba de emoción por tener a aquel fornido guerrero tras ella. Presentía cómo él la miraba y aquello la estaba matando.

—Esas flores —dijo Shelma al ver un ramo encima de la mesa— ¿son del pesado de Sean?

—Eso dijo el abuelo —asintió Megan torciendo el gesto al oír aquel nombre.

—¡Qué pesado, por Dios! —sonrió Shelma mirando a Duncan—. ¿Cuándo se dará cuenta de que no quieres nada con él?

Tras llenar las jarras y alarmado por los absurdos nervios que le provocaba la cercanía de aquella mujer, Duncan salió de la casa, pero se quedó anclado en la puerta cuando escuchó de pronto a Shelma dejar de hablar gaélico para hacerlo en inglés, un idioma que casi nadie utilizaba en las Highlands.

—¿Qué haces? —preguntó Shelma acercándose a su hermana.

—Estoy cociendo hierbas —respondió sonriendo enseñándole hojas de acedera entre otras.

—¡No! ¡¿Serás bruja?! —rio Shelma al saber para qué solían utilizar esas hierbas—. ¿A quién se las vas a echar?

—A la rolliza Fiona. Estoy harta de sus insultos. Esta noche me acercaré a su carro y echaré un poquito de esto en su agua. Mañana y pasado mañana tendrá unos días muy depurativos.

Ambas rieron divertidas hasta que Shelma dijo:

—¡Eres tremenda, hermanita! ¿Me dejarás acompañarte?

—No. Te quedarás con Zac. El abuelo tiene que descansar. —Sonrió al imaginarse a Fiona con el culo escocido de tanto evacuar—. Será algo rápido. Además, iré acompañada por lord Draco.

Después de escuchar aquella conversación, Duncan se dirigió hacia los hombres, y mientras les oía reír, ajeno a su conversación, pensó: «¿Por qué las muchachas hablaban aquel idioma?». Y en especial: «¿Quién es ese tal lord Draco?».

Un rato después, los ancianos Angus y Mauled, encantados por la conversación de aquellos jóvenes guerreros, los invitaron a cenar, pero éstos declinaron la oferta: sabían que en el castillo les esperaban. Por ello, con más pereza que otra cosa, montaron sus caballos y cabalgaron de regreso.

—¡Lolach! —increpó Duncan—. Percibo que tu corazón de guerrero se ablanda cuando ve una mujer bonita.

El guerrero, al escucharle, le miró con el ceño fruncido.

—¡Por Dios, Lolach! Ha sido vergonzoso. ¡Qué manera de babear! —se mofó Niall.

—¡Por todos los santos! —sonrió Lolach al pensar en la dulce Shelma mientras entraban por las puertas del castillo—. Pero ¿quién puede resistirse a esa dulce sonrisa?

—Tienes razón, amigo —asintió Duncan con una sonrisa—. Tiene una bonita sonrisa.

Al entrar en el salón principal, Duncan y Lolach se dirigieron hacia sus hombres, que bebían cerveza y bromeaban con unas mozas. Tras darles instrucciones, se marcharon con Axel y Niall, quienes estaban enfrascados en una conversación con Alana y Gillian.

—Buenas noches —saludó Lolach—. Permitidme deciros que vuestra belleza es cegadora.

—Me has quitado el halago de la boca —asintió Duncan.

—Gracias —sonrió Gillian.

Niall estuvo a punto de atragantarse al mirarla. Gillian estaba preciosa con aquel vestido celeste.

—Sois muy atentos —sonrió Alana al ver al temible Halcón junto a ella—. ¿Qué tal llegaron Megan y Shelma?

—Bien…, bien —respondió Niall al ver que su hermano y Lolach callaban como muertos, y mirando a Axel preguntó—: ¿Todas las mujeres de estas tierras tienen el mismo carácter?

—Niall —advirtió Duncan al ver la mirada de Gillian.

Aquel juego que habían comenzado aquellos dos podía costarles caro.

—¿Ocurre algo con las mujeres de estas tierras? —siseó Gillian con los ojos entrecerrados.

—Oh…, tú tranquila —respondió Niall al ver su cara de pocos amigos—. Tú aún eres una niña: —Sonriendo a Alana, añadió—: Preguntaba por las mujeres.

—¿Alguien te ha dicho alguna vez que tienes menos delicadeza que un asno? —murmuró Gillian, ofendida y roja de rabia.

Alana, al escucharla, se llevó la mano a la boca y fue Axel quien habló.

—Gillian, son nuestros invitados —le recordó—. Compórtate.

—Tranquilo, hermano —recalcó alejándose al ver entrar en el salón a sus primas Gerta y Landra junto a su abuelo Magnus—. Educación no me falta, pero ciertos animales y sus modales me sacan de quicio.

—Te acompaño —indicó Alana mientras la tomaba de la mano y tiraba de ella para tranquilizarla.

—¿A qué animal se refiere? —preguntó Niall mientras sonreía.

Axel resopló y le miró.

—Así no llegarás a ninguna parte, muchacho —le susurró Lolach, divertido, mientras Magnus caminaba hacia ellos.

—Eso pretendo —declaró bajito, pero no lo suficiente para no ser oído.

—¡Muchachos! —saludó Magnus al acercarse a ellos—. Me dijeron que habíais llegado. ¡Qué alegría veros! ¿Cómo está mi buen amigo Marlob?

—Quedó algo triste por no poder venir —informó Duncan tras un cordial saludo—. Pero su delicado estado no le permite hacer un viaje tan largo.

—Saludadle de mi parte y decidle que vaya preparando esa agua de vida tan estupenda que prepara, que cualquier día me presento por allí.

—¡Le harás feliz! —sonrió Niall.

Las risotadas de dos mujeres les hicieron mirar.

—¿Quiénes son? —preguntó Lolach sonriendo con encanto.

—Las nietas de mi hermana Eufemia —respondió Magnus.

—Las pesadas de mis primas —subrayó Axel y, mirando a Niall, preguntó—: ¿Se puede saber qué te pasa con mi hermana?

—No me pasa nada, aunque me hacen gracia sus reacciones.

—Niall —advirtió Axel—, aléjate de mi hermana.

Duncan miró a su amigo y a su hermano, pero no dijo nada.

—Eso hago —respondió Niall dejando de sonreír—. ¿No lo ves, McDougall?

—¡Muchachos! —les regañó Magnus—. Haced el favor de comportaros.

Niall y Alex se midieron con la mirada hasta que Lolach se interpuso entre ellos para acabar con aquella tontería. Se conocían de siempre. Sus padres habían sido buenos aliados y amigos en vida. Pero Axel conocía a su hermana y sabía que siempre había suspirado por aquel McRae.

—Magnus, Axel —interrumpió Duncan empujando a su hermano—. Quisiera hablar con vosotros.

—Esperaremos fuera —apuntó Lolach cogiendo del brazo a Niall.

—No —señaló Duncan. No sabía por qué, pero lo que iba a preguntar sentía que a ellos también les interesaría.

—Tú dirás —dijo Magnus sentándose en un banco de madera.

—Quería preguntaros por Megan y sus hermanos —solicitó atrayendo la atención de Lolach y Niall—. ¿Qué les ocurrió a sus padres?

—¿Habéis conocido a esas dos maravillosas mujercitas? —aplaudió Magnus al pensar en ellas. Las quería tanto como a su propia nieta Gillian.

—Abuelo, ellas y tu querida nieta estaban enzarzadas en una pelea con los feriantes —aclaró Axel haciéndole sonreír.

Cualquier cosa que hiciera Gillian, o aquellas hermanas, a Magnus siempre le hacía sonreír. Las adoraba.

—¡Qué carácter tienen! ¿Verdad? —Observando a Duncan, el anciano añadió—: Muchacho, mujeres así pocas encontraréis.

—Duncan, creo que corresponde a mi abuelo responder a tu pregunta.

Todos miraron al anciano que tras remolonear finalmente dijo:

—Murieron hace años, lejos de estas tierras —aclaró cambiando su humor.

Aquella respuesta no calmó la curiosidad de Duncan, que volvió al ataque.

—Eso no me dice mucho, Magnus. —Mirando a su amigo prosiguió—: Quizá me puedas decir por qué se pelearon con los feriantes, o cuál fue el insulto que desencadenó todo.

—¿Qué pretendes saber? —rugió Magnus cruzando los brazos ante su pecho.

Duncan le miró.

—Pretendo saber por qué hablan entre ellas un idioma que no es el gaélico.

—¿Qué dices? —preguntó extrañado Niall mientras Lolach no entendía nada.

—Escuchadme bien y medid vuestras palabras tras lo que os voy a relatar —pidió Magnus mirando a Axel. Tras un largo silencio, comenzó—: El padre de las muchachas era inglés. ¿Contento? —preguntó mirando a Duncan, que no se inmutó—. Su madre era Deirdre de Atholl McDougall, una encantadora muchacha que un día se enamoró de un tal George. Recuerdo que cuando se marchó con él, Angus sufrió muchísimo. Su mujer, Philda, había muerto y la marcha de Deirdre lo dejó solo y triste. Lo siguiente que sé es que el padre de las muchachas murió en una cacería cuando alguien erró su tiro, y Deirdre murió tras el parto del pequeño Zac. Megan me contó que fue un inglés, amigo de su padre, quien, arriesgando su vida y la de algunos hombres, les ayudó a huir de la tiranía de sus tíos, trayéndoles de nuevo a su casa, con su abuelo y con su clan.

—¿Son inglesas? —preguntó desafiante Niall.

—No. Ellas son escocesas —afirmó Axel.

—Una noche, hace seis o siete años, apareció Angus con las dos muchachas y el bebé en brazos. Tras pedirme permiso para que ellos pudieran vivir aquí, pasaron a formar parte de mi clan. Ellas son tan McDougall como lo soy yo, y no permitiré que nadie lo dude ni un solo instante —aseveró Magnus con severidad.

—Un sassenach. ¿Es su padre? —preguntó incrédulo Lolach.

—Sí —asintió Axel— y, aunque he matado a cientos de ellos, soy de los que piensan que no todos son iguales.

—Por supuesto que no —afirmó Magnus, a quien recordar todo aquello le entristecía.

A excepción de pocas personas y Marlob, el abuelo de Duncan y Niall, pocos conocían su gran secreto.

—No existe ningún sassenach diferente —reprochó Niall—. Todos son iguales. Se distinguen a leguas. Con razón esas dos muchachas tienen tanto carácter. Tienen el carácter retorcido inglés.

—Perdona que te corrija —interrumpió Lolach todavía sorprendido—. Pero ese carácter es más escocés que inglés. Tengo entendido que las inglesas son frías como témpanos de hielo, y no veo que esas muchachas sean así.

—Tienes razón —asintió Niall moviendo la cabeza y sonriendo al recordar a un par de inglesas que se cruzaron en su camino.

—Oh… —se lamentó Magnus al escucharles negando con la cabeza—. ¡Qué equivocados estáis!

—Existe algo más, ¿verdad? —murmuró Duncan clavándole la mirada.

El guerrero y el anciano se miraron, hasta que este último habló.

—Cuéntaselo, Axel —susurró Magnus con voz ajada por la tristeza, mientras se levantaba y se acercaba al calor del hogar para no dejar que nadie viera en ese momento sus encharcados ojos.

—Mi abuela Elizabeth era inglesa —confesó Axel viendo cómo su abuelo echaba un tronco al hogar—. Ese es un secreto bien guardado en mi familia. Ella fue una víctima de su propia patria por ayudar a los escoceses. ¿Tenéis algo más que preguntar?

En ese momento, las mujeres se dirigían hacia ellos. Duncan, al ver el dolor reflejado en los ojos de Magnus, decidió terminar la conversación e ir a cenar.