Los que buscaron la cava
Recibí una postal dé Ferguson-Pollack desde Tahití. Se despedía de mí, me mandaba un abrazo latino y me invitaba a pasar unos días junto a él y a su novia, Tehani, «nombre que —decía— en haitiano significa camino angosto, suave y placentero».
Me lo imaginé recorriendo el camino angosto, suave y placentero en una playa solitaria, de arenas limpias y resplandecientes, con dos o tres cocoteros enmarcando la lenta puesta de sol y el batir cansino de la cuna que eternamente se mece.[432] La Polinesia quedaba lejos. También Hay on Wye, con el dulce fantasma de Lizzy y la brisa vespertina meciendo las ramas altas, tiernas, de los tilos. Refugié mi melancolía en el estudio sobre la Mesa de Salomón.
La lista de los que buscaron la Cava apareció en las galerías altas de la catedral de Jaén, en julio de 1968, entre otros muchos papeles e impresos de distinto origen y variado contenido, que estaban amontonados en un rincón de las galerías altas de la catedral, fuera del archivo. La lista contenía una serie de nombres ordenados cronológicamente desde el siglo XIII hasta finales del siglo XVIII.
El documento, escrito en letra afilada, con tinta oscura y con plumilla metálica, podría datar de finales del siglo XIX o de principios del XX. Lamentablemente, hoy se encuentra en paradero desconocido.
El autor de la lista de los que buscaron la Cava pudo ser una persona relacionada con la catedral de Jaén, que vivió a finales del siglo XIX. Es posible que perteneciera al grupo de estudiosos que encabezaba Manuel Muñoz Garnica, canónigo lectoral de la catedral de Jaén (Fig. 167).[433]
Manuel Muñoz Garnica nació en Úbeda el día de Navidad de 1821. Aquel día un golpe de viento rompió los pestillos de la puerta del Perdón de la catedral y la abrió de par en par después de doblar cuatro gruesas trancas de hierro.[434]
A los veinticinco años, Muñoz Garnica se había ordenado sacerdote y era catedrático de Lógica y director del instituto de Jaén.[435]
Muñoz Garnica procedía de una familia de clase media, pero no heredó nada. Su sueldo como director del instituto sólo le permitía vivir con cierto desahogo. Sin embargo, a lo largo de su vida, y ya desde esta etapa temprana, dispuso de crecidas sumas de dinero de misterioso origen, como Iranzo, como el obispo Suárez, como Gutierre Doncel, como otros buscadores de la Cava.
El recién creado instituto se mantenía a duras penas con las escasas rentas de unas finquitas de Grañena.[436] El joven director se interesaba especialmente por aquel paraje: «Era frecuente verle a caballo recorriendo casi a diario la finca».[437] Al poco tiempo, «las menguadas rentas del instituto crecían como por ensalmo».[438]
El biógrafo de Muñoz Garnica no se explica de dónde procedía el dinero, puesto que, en verdad, la tierra de Grañena no daba para tanto. Pero ¿qué tierra es aquélla? En Grañena está el cerro Pitas, uno de los enclaves relacionados con el santuario de la Diosa Madre, un lugar donde, según la tradición, existe un tesoro enterrado. ¿Qué encontró Muñoz Garnica en el cerro Pitas? ¿Por qué se embarcaba casi a diario en la excursión ecuestre por aquellos parajes?
El instituto ocupaba el antiguo edificio de los jesuitas, en la calle Compañía, que albergó, trescientos años antes, la primitiva imagen de la Virgen Blanca (o Virgen del Alba). La iglesia estaba en ruinas, pero Muñoz Garnica la restauró «a su costa».[439]
La restauración fue concienzuda. Se derribaron muros y tabiques bajo la atenta dirección de Muñoz Garnica. ¿Esperaba nuestro hombre encontrar la primitiva imagen de la Virgen Blanca, oculta en algún hueco o alacena tapiada? De hecho, uno de los grandes desvelos de Muñoz Garnica fue precisamente preservar y estudiar las antiguas imágenes que peligraban a causa de la desamortización.
Además, el joven sacerdote repartía «cuantiosas limosnas» entre los necesitados. Como el obispo Suárez, que también amparó a familias venidas a menos.
En vísperas de la revolución de septiembre de 1868, Muñoz Garnica «se reunió secretamente con sus dos más fieles colaboradores y les expuso la urgente necesidad de salvaguardar el capital del instituto formado a la sazón por unos once mil duros que se guardaban celosamente en una alacena de la dirección confiada a su custodia. (…) Bajo la total responsabilidad de Muñoz Garnica el dinero se repartió en once talegas, que se llevaron a la catedral, donde Muñoz Garnica lo ocultó bajo la sillería del coro hasta que pasó la efervescencia política del momento».[440]
Un texto revelador. Así que, después de gastar una fortuna en la restauración del edificio del instituto y su iglesia y después de dar «cuantiosas limosnas», todavía le quedaban al joven sacerdote once mil duros de plata, que esconde —¿otra coincidencia?— en el coro del obispo Suárez.
Once mil duros de plata suponían una enorme fortuna con la que hubiese podido comprar media provincia. ¿De dónde salía aquel dinero? ¿De la finca de Grañena? Desde luego que no. O, al menos, no del trigo y de la aceituna que la finca producía.
¿De dónde procedía, entonces, el tesoro?
A la vista de las otras actividades que Muñoz Garnica desarrolló a lo largo de su breve vida, la misma pregunta nos asalta repetidamente.
Cuando se decide demoler aquel convento de San Francisco, sede del Señor del Trueno, Muñoz Garnica intenta salvar el monumento. Por medio de un amigo, porque no quiere que lo relacionen con el asunto, ofrece hasta diez mil reales por la iglesia octogonal, de evidente inspiración templaria, que levantó Fernando III con el expreso encargo de que jamás fuese alterada o demolida. El templo tan significativo para los buscadores de la Mesa de Salomón.
Pero, a pesar de sus desvelos, el convento y la capilla octogonal perecieron bajo la piqueta.[441]
Las numerosas obras que emprendió en su vida ocasionaron a Muñoz Garnica cuantiosos gastos que sufragaba sin aparente esfuerzo. No obstante, no fueron las actividades arquitectónicas el principal capítulo de sus dispendios. Su mayor inversión económica fue, sin duda, la editorial.
En los tiempos de Muñoz Garnica asistimos a una viva polémica entre Iglesia y Estado. La Iglesia ha perdido casi todos sus seculares privilegios, ha visto sus bienes saqueados, unas veces por la chusma amotinada, otras por las leyes de desamortización, y se siente acosada por sus adversarios protestantes, librepensadores, masones y por otros demonios familiares, verdaderos o imaginarios.
En 1864, Pío IX publica su Syllabus de errores, en el que la Iglesia denuncia ochenta corrientes de pensamiento modernas contrarias a sus intereses, entre ellas socialismo, francmasonería y racionalismo. La Iglesia se siente perseguida y mártir, como en los viejos tiempos del imperio romano. Necesita desesperadamente defensores. Y Muñoz Garnica, brillante pluma y acerada inteligencia, se erige en campeón de la causa y se lanza a la palestra con sus escritos y con las empresas editoriales y propagandísticas que financia.
Es difícil calcular el dinero que Muñoz Garnica invirtió en esta actividad. Los indicios permiten suponer que las sumas que desembolsó directamente, o por medio de agentes interpuestos, debieron de ser astronómicas.[442]
En lo que se refiere a su vida privada, nuestro hombre no se esforzó en ocultar su riqueza. Es una persona a la que «le gusta cuidar mucho la figura, cuya ropa es siempre de buen paño y mejor sastre».[443] «Suele frecuentar las tertulias del Jaén aristocrático».[444] «Es aficionadísimo a la buena sociedad».[445]
Vestir bien y alternar con la aristocracia le acarrearía cuantiosos gastos. Pero no es todo. Muñoz Garnica viaja constantemente.[446] A Madrid, a Italia y a Francia.[447] ¿Qué graves asuntos reclamaban la presencia de este sacerdote español en Francia e Italia para que se desplazara con tanta frecuencia? Es difícil saberlo porque, en cuanto salía del estrecho marco de su ciudad, Muñoz Garnica «cultivó la virtud de pasar desapercibido».[448]
De estos viajes, al menos dos fueron oficiales: en 1869, a Madrid, acompañando al obispo Antolín Monescillo, que iba a defender a la Iglesia desde su escaño de las Cortes, y el de Roma, en el mismo año, con ocasión del Concilio Vaticano I, también acompañando al mencionado obispo.[449]
Las estrechas relaciones de Muñoz Garnica con el obispo Monescillo se explican por la intensa actividad política que éste desarrolló. Desde 1865 Muñoz Garnica se involucró cada vez más en la lucha política hasta erigirse como uno de los más importantes defensores de la ideología conservadora, del neocatolicismo, en cuyas filas militaba abiertamente.[450]
Sin embargo, la política nacional nunca apartó a Muñoz Garnica de sus otros intereses.
Conservó hasta su muerte su dignidad de canónigo de la catedral de Jaén rechazando sustanciosas propuestas de promoción, como la de obispo auxiliar de Sevilla.[451]
La alacena del morisco
Regresemos ahora al asunto de la Mesa de Salomón. Es evidente que el acceso de Muñoz Garnica a sus tesoros debió de producirse en fecha muy temprana, a juzgar por la repentina e inagotable riqueza que el joven sacerdote empieza a disfrutar hacia 1846.
¿Tuvo Muñoz Garnica acceso, ya tan joven, al secreto de la Mesa de Salomón? En 1846 nos ofrece una clave cuando escribe: «La mezquita y la biblioteca del moro fueron el Templo y la ciencia de Oriente y Occidente».[452] Naturalmente, Muñoz Garnica podía estar hablando en términos muy generales y así lo entendieron, sin duda alguna, sus lectores. Pero nosotros sabemos de él más que sus seguidores y podemos penetrar más allá del aparente sentido de sus palabras. ¿Qué mezquita y qué biblioteca del moro son imaginables en el contexto jiennense en que se produce la alusión?
La mezquita, evidentemente, es la que enlaza, a través del tiempo, el Dolmen Sagrado con la catedral cristiana. Pero ¿y la biblioteca? ¿Existió una biblioteca del moro?
Apenas medio siglo antes, el 29 de diciembre de 1790, otro sacerdote de la catedral, el deán Mazas, realizó un interesante descubrimiento. En el derribo de una casa de su propiedad, cercana a la catedral, los albañiles toparon con una alacena tapiada y disimulada. Dentro de ella «se halló un depósito de doce libros y otros papeles en lengua árabe, cinco de ellos contenían el Alcorán completo, los otros eran de exposición del mismo, de liturgia, diversas oraciones y varios secretos naturales y supersticiosos».[453]
Aquí tenemos la biblioteca del moro o, al menos, una biblioteca del moro en la que aparecen escritos sobre «vanos secretos naturales y supersticiosos». ¿De qué otro modo definiría el profano lo referente a la Mesa de Salomón y al Dolmen Sagrado si no quiere complicaciones con la Inquisición, a la que finalmente fueron a parar los papeles? Aunque es lícito preguntarse: ¿fueron todos? ¿Entregó el deán Mazas todo lo que encontró en el escondite o se reservó algo? También Muñoz Garnica debió de hacerse esta pregunta, puesto que una de las actividades a las que con más ahínco dedicó parte de su estudiosa juventud fue la búsqueda de los papeles del deán Mazas, tanto en la ciudad como en el archivo catedralicio. Y así, nuevamente, la pista nos conduce al archivo de la catedral…
¿Quién escondió aquellos libros y papeles en el hueco secreto de la casa? El deán Mazas sólo aclara que debieron de pertenecer a un morisco que viviría en el Jaén del siglo XVI. Junto con los papeles había otros escritos en castellano y dos pares de anteojos.[454] Lo que nos lleva a plantearnos una simple pregunta: ¿consiguió Muñoz Garnica estos documentos? Si el deán Mazas retuvo algunos, como es lo más probable, y los depositó en el lugar más seguro, es decir, en el laberinto de documentos del archivo catedralicio, es muy probable que Muñoz Garnica los encontrara. De hecho, nuestro hombre gastó largas horas de silencioso trabajo en aquel archivo del que fue custodio durante muchos años, así como de la biblioteca de la catedral.[455]
Por los años en que Muñoz Garnica interviene activamente en la política de la Iglesia, una facción del Vaticano trabaja conjuntamente con la hermandad secreta Sionis Prioratus, que postula la restauración de los Habsburgo y los Borbones, como paso previo a la entronización de la casa de Lorena a la cabeza de un renovado Sacro Imperio Romano que pastoree a los países de la cristiandad. La casa de Lorena era la depositaría del legado mesiánico de David, encarnado en tres familias descendientes de la sangre de Cristo, el sang real.
Por esta época se producen conversaciones entre la Santa Sede y el gobierno de Isabel II, reina de España. En 1867 un agente de Isabel II ofrece a Pío IX el Códice Verginus, depositado en la Biblioteca de El Escorial, a cambio de que acceda a bautizar al hijo de la reina (el futuro Alfonso XII), vástago adulterino habido de su amante de aquellos meses, el bizarro capitán de ingenieros Puig Moltó. El Vaticano, a través de su jerarquía española, seguía interesado en la Mesa de Salomón. Probablemente, cifraban en la posesión del Shem Shemaforash la consecución de los nuevos objetivos de la Iglesia.
En 1862 se había producido un cisma en el seno del Sionis Prioratus: algunos miembros descontentos (porque la hermandad estaba infiltrada por neotemplarios de Raymond Fabré-Palaprat y Ledrú, a los que consideraban meros arribistas que intentaban usar los secretos de la logia en su provecho) se constituyeron en logia independiente bajo la antigua denominación Lámpara Tapada.[456]
En 1870, el Papa convocó el Concilio Vaticano I. La Iglesia había perdido los dominios papales, se sentía atacada por los estados laicos de Europa e intentaba a todo trance recuperar su papel histórico como rectora de conciencias y legitimadora de las monarquías cristianas. En el Concilio, el Papa reforzó su autoridad y sus prerrogativas con la declaración de infalibilidad pontificia, al tiempo que intentaba vincular el porvenir de las monarquías a su sometimiento a la Iglesia, una idea medieval ya periclitada. Durante el resto del siglo XIX, la Iglesia ultramontana que surge del Vaticano I impulsó nuevas instituciones académicas y administrativas que resistieron a las ideas modernas.
En este contexto, el Sionis Prioratus funda en Ginebra, en 1871, la Société de l’Orient Latín y envía a España al investigador Antoine Bigou en busca de la piedra del Letrero, que presuntamente contenía el esquema de la Mesa de Salomón.
Según los documentos de RILKO, hacia 1873 se constituyó la Sacra Logia Pontificia de los Doce Apóstoles, una hermandad en la que estaban representadas la Iglesia, la corona española y Lámpara Tapada. Su objetivo consistía en aunar los esfuerzos de las distintas partes para encontrar la Mesa de Salomón o su secreto en provecho común. En las cláusulas del acuerdo se especificaba que lo explotarían «en beneficio de la humanidad». La sociedad entró en contacto con el cabildo jiennense y se atrajo a Muñoz Garnica o a algún colaborador suyo, el que compuso la lista de los que buscaron la Cava.
Existen poderosas razones para sospechar que Muñoz Garnica o sus amigos expurgaron el archivo y la biblioteca catedralicios de escritos referentes a la Mesa de Salomón y al Dolmen Sagrado, de la época del deán Mazas o anteriores. En el archivo existía un armario secreto en el que se guardaba la documentación reservada. A raíz de la revolución de 1868, cuando el gobierno decretó la incautación de los archivos eclesiásticos, la Iglesia comprendió que sus papeles no estaban ya seguros.[457] ¡Aquel tesoro que resumía la secular actividad de la Iglesia, con sus secretos, incluidos los inconfesables, caería en manos laicas! La Iglesia se apresuró a ocultar ciertos documentos. Cuando la comisión incautadora se presentó en la catedral, el avisado Muñoz Garnica había escamoteado y puesto a buen recaudo el material comprometedor para la Iglesia o para su persona. Su discípulo y gran admirador, Palma Camacho, muestra, años después, un revelador despego hacia la documentación desaparecida de la catedral cuando, al tratar de justificar el vacío documental en torno al Santo Rostro, escribe: «Hay tradición, Nihil quaeras amplius, no busques más».[458]
La rama disidente de Lámpara Tapada, integrada por una veintena de miembros, se aproximó a la rama más abierta y progresista de la Iglesia, hasta el punto de que algunos cardenales ingresaron en ella. Más tarde se unió a una hermandad pluriconfesional, con participación de grupos cristianos y judíos cuyo objetivo expreso era retomar el proyecto templario de la Sinarquía en un momento en que en el horizonte del mundo civilizado comenzaban a percibirse tambores de guerra.
El obispo Escolano pudo simpatizar con esta opción aperturista de la Iglesia y quizá ello explique que intentara evitar el nombramiento de Muñoz Garnica como canónigo de la catedral. El biógrafo, otro sacerdote canónigo de la catedral, apunta: «Hubo algo oscuro entre Muñoz Garnica y el obispo», pero no nos explica más, dejándonos en la incertidumbre.[459]
Existen muchos otros detalles reveladores en la biografía de Muñoz Garnica, actos que podrían pasar desapercibidos, dada su condición de sacerdote, pero que, aun así, corresponden también a los intereses secularmente manifestados por los buscadores de la Cava: su especial devoción por las Vírgenes Negras de Jaén, sus desvelos por hacerse con las imágenes o simplemente por salvar las que estaban en peligro tras la disolución de los conventos. Muñoz Garnica se muestra muy devoto de la Virgen de la Capilla, cuyo nombre da al colegio, y no tanto del Santo Rostro, que solicita examinar en 1852 al opositar a su canonjía.[460] También se ocupa intensamente de la Virgen de la Cabeza, la Virgen Negra de Sierra Morena, sobre la que incluso escribe un opúsculo.[461] Pero estas circunstancias, con ser misteriosas, no lo son tanto como su muerte repentina el 14 de febrero de 1876 a los cincuenta y seis años de edad. Un mes antes, había estado en Francia y se había detenido en Madrid unos días. Estaba sano. No padecía enfermedad alguna. En su partida de defunción no consta la enfermedad que lo llevó a la tumba.[462]
Otra circunstancia misteriosa: «A su muerte sus papeles se repartieron lastimosamente. Unos fueron a la catedral. Otros quedaron en poder de sus deudos íntimos don Carlos García de Quesada y el señor marqués de Navasequilla», escribe su biógrafo, y añade: «En la catedral hemos buscado afanosamente sus papeles y no aparecen».[463] Quizá porque alguien se le había adelantado.
Los papeles de Muñoz Garnica se depositaron en la catedral a finales de febrero. Alguien los examinó durante los meses de marzo y abril. Siguiendo el hilo conductor de aquellos documentos, ese alguien descubrió el lugar donde se codificaba el testamento iniciático del obispo Suárez. El escondite más impensable: la propia tumba del obispo. La momia del obispo llevaba siglos depositada en una cajonera. Pues bien, el 15 de mayo de 1876, tres meses después de la muerte de Muñoz Garnica, alguien abre el ataúd con el pretexto de renovar la mortaja de la momia y sustrae el libro con que el obispo Suárez se había hecho sepultar, dejando en su lugar otro de aspecto parecido, una edición de las Odas de Horacio.
Para terminar con Muñoz Garnica, sólo dos preguntas: ¿figuraban entre sus papeles los que el canónigo había retirado del archivo cuando la incautación gubernativa de 1869, y los que presumiblemente ocultó allí el deán Mazas después de su descubrimiento de la alacena del morisco? ¿Aclararían estos papeles, tan misteriosamente desaparecidos, el secreto de la opulencia de Muñoz Garnica, de sus viajes a Francia y a Roma, de su inesperada muerte y quizá el secreto de la Cava tan afanosamente buscado?
Arduas preguntas que no tienen respuesta.
Pío IX murió en 1878. Le sucedió León XIII, otro papa reaccionario que había colaborado en el Syllabus de errores. El nuevo Pontífice desarrolló una intensa actividad pastoral: fundó centros de estudios de filosofía y teología en Roma e impuso el neotomismo en facultades y seminarios católicos. Inflexible en materia de protocolo, jamás dirigió la palabra a sus sirvientes menores.
De acuerdo con los documentos RILKO, la logia Los Doce Apóstoles consiguió la versión de Verginus del esquema de la Mesa de Salomón y la confió a doce lápidas de mármol, que repartió entre sus miembros.
Los buscadores de la Cava y de los secretos de la Mesa de Salomón en el Jaén decimonónico dejaron otros rastros de su actividad. En el centro del barrio de la Magdalena, rodeada de los lugares iniciáticos del antiguo santuario matriarcal, frente al palacio de los condes de Villardompardo, vástagos de la familia Torres, en cuyos sótanos pueden visitarse los baños árabes donde murió el rey moro, es decir, el Rey Sagrado, junto al palacio de los reyes moros y el mítico peñón de Uribe, junto a la calle Herrerías, donde estuvo el priorato de San Benito de los Calatravos, en la plaza de Santa Luisa de Marillac, dejaron el símbolo más claro y elocuente. La plaza está adornada de viejos árboles que dan sombra a una fuente. En el centro, emergiendo del agua quieta, un pilar octogonal (tan frecuente en la construcción templaria y calatrava) sostiene una semiesfera (la piedra de la Diosa Madre) sobre la que se yergue una oca con sus patas de palmípeda extendidas sobre la piedra. El conjunto está fechado en 1892 (Fig. 168). Recordemos que la oca es uno de los símbolos principales de los cultos matriarcales del santuario. A la oca se añade el símbolo de la serpiente, que se eleva a lo largo del pescuezo de la oca, compitiendo con ella. La palmípeda levanta la cabeza para señalar con el pico a las estrellas, como hace el sabio del turbante en el relieve del coro.
¿Qué significa la oca en el contexto del santuario matriarcal?
En los santuarios matriarcales, la Sabiduría se personificaba en la oca, el animal que domina los tres elementos porque camina por la tierra, nada en el agua y vuela por el aire. El maestro Jars o Jakin, personificación de la oca sabia, se transforma, con el sincretismo cristiano, en Santiago, San Jacobo o Jacques, siempre relacionado con la piedra y con Nuestra Señora.[464] A Santiago se le aparece la Virgen en la barca de piedra de Muxía o en el pilar de Zaragoza, y la propia piedra donde depositan el cadáver del sabio se funde y deja un molde parecido a la oquedad de una barca. Con el camino ideal de la iniciación se relaciona el juego de la oca, supuestamente inventado durante la guerra de Troya, un juego sagrado cuyo trazado revela una clave cabalística numérica: 63 casillas numeradas y la central sin numerar que constituyen un mapa espiritual de la ruta terrestre que el iniciado sigue hasta el santuario cristianizado de Santiago (y antes al Finisterre).
El mensaje ocultista del juego está en sus 63 casillas, que por reducción cabalística totalizan 9, el número de la Diosa Madre:
63 = 6 + 3 = 9
Las catorce ocas del juego están espaciadas cada cinco casillas de la anterior y cada cuatro de la siguiente en dos grupos entremezclados en los que el espacio entre las ocas es de nueve casillas. En el juego, las ocas aparecen en las casillas 5, 9, 14, 18, 23, 27, 32, 36, 41, 45, 50, 54, 59, (64), que se puede distinguir en los dos grupos de siete ocas que discurren a lo largo del juego de la siguiente manera:
Serie primera: |
5, 14, 23, 32, 41, 50, 59 |
Serie segunda: |
9, 18, 27, 36, 45, 54 (64) |
Dos grupos que constituyen dos espirales entrelazadas en la espiral común del camino de la oca.
Los misterios cabalísticos que el juego encierra se manifiestan en combinaciones sorprendentes. Las dos series pueden sumarse vertical y horizontalmente de este modo:[465]
Primera: |
5 + 14 + 23 + 32 + 41 + 50 + 59=224=2+2+4=8 |
Segunda: |
9 + 18 + 27 + 36 + 45 + 54 + 64=253=2+5+3=1 |
14 32 50 68 86 104 123 477=4+7+7=9 |
|
5 5 5 5 5 5 6 |
El pie de la oca en la Diosa Madre se manifiesta en el folclore de muchos pueblos antiguos, comenzando por el hebreo. Recordemos la leyenda de la reina de Saba, cuyo pie izquierdo era una pata de oca.
En la Edad Media tenemos a la reina Pedauque (“pie-de-oca”), esposa del rey godo Eurico, reina buena, sabia y querida, evidente imagen de la Diosa Madre, y al hada Melusina (Madre Lusina), que el conde Raimundo de Poitou desposó ignorante de su secreto: en determinados días (nuevamente las fases de la luna) los pies se le volvían patas de oca[466]. El conde le había jurado no mirarla a los pies, pero un día vulneró su juramento y ella desapareció para siempre, aunque le dejó un hijo para consuelo de su vejez. En algunos pueblos españoles circula la misma historia de una mora encantada que se enamora de un caballero.
La sacralidad de la oca se manifiesta también en la mitología medieval de Lohengrin, el caballero del Cisne, en el ciclo griálico.
Había escrito varias veces al profesor Angus Chipneck explicándole mis descubrimientos y consultándole muchas dudas, sin obtener respuesta. Finalmente, me respondió con un e-mail.
—Veo que es usted tenaz y no se da por vencido. En su próxima visita a Oxford venga a verme y hablaremos.
Me recibió en su casa de Hambrook Grove, rodeado de libros y carpetas que incluso ocupaban los pasillos y, según pude comprobar después, el cuarto de baño.
—Los templarios ardieron en la hoguera, pero otras organizaciones recogieron el testigo que dejaron y prosiguieron con la tarea de iluminar y humanizar el mundo. Que hayan fracasado una y otra vez no es razón para desistir. Quizá algún día se consiga esa paz universal y ese reinado de la Justicia.
—Es lo que todos deseamos, supongo. Me dirigió una mirada irónica.
—¿Todos? Le puedo asegurar que todos no. Bien, usted tiene muchas dudas, intentaré aclararle algunas. En 1903 León XIII creó una Comisión Bíblica Pontificia cuyo objetivo verdadero era recuperar el Shem Shemaforash para la Iglesia. El Papa murió al poco tiempo y estaba previsto que lo sucediera el cardenal Rampolla, su más estrecho colaborador, pero el veto del emperador Francisco José de Austria forzó al Espíritu Santo a elegir a Giuseppe Sarto, más conocido como Pío X (1903-1914), un hombre sin experiencia, nada dúctil, iracundo, paranoicamente obsesionado por las lacras del mundo moderno: comunismo, socialismo y libre pensamiento. Pío X intentó renovar la vida espiritual de la Iglesia a base de mucho catecismo. Fue un paso atrás. Al propio tiempo, el gobierno francés acosaba a la Iglesia, lo que provocó aún más la ira clerical y un deseo inquisitorial de expurgar la doctrina de las filtraciones modernas. Eso dio al traste con la colaboración interconfesional de Los Doce Apóstoles. De nada sirvió que el rabino Moshe Gerlem dirigiera una carta al Papa en 1908 abogando por el mantenimiento de la hermandad: el Papa retiró a los tres cardenales que formaban parte de la comisión. Sin embargo, otros clérigos de la facción más progresista y dialogante los sustituyeron, motu proprio, con ánimo de proseguir la tarea. Un ejercicio peligroso, puesto que estaban vigilados por el servicio secreto vaticano, el Solidatium Pianum o Cofradía de Pío, dirigido por el cardenal Humberto Benigni.
—¿Un servicio secreto vaticano?
—Sí, ¿de qué se asombra? De los más antiguos y efectivos. Benedicto XV lo desmanteló en 1921. Benigni había dimitido en 1911, quizá atraído por los disidentes, pero lo sucedió Pacelli, el futuro Pío XII, más frío y eficiente. Mientras tanto, Los Doce Apóstoles proseguían su búsqueda de la Mesa y se centraban en determinados lugares, entre ellos el antiguo santuario de San Nicolás en Arjona.
—Ya hubo un obispo en el siglo XVII que excavó allí —apunté—. En la iglesia se conserva un notable Bafomet templario.
—Veo que ha abierto los ojos —sonrió Chipneck aprobador—, pero quizá no lo suficiente. El obispo hizo algo más que excavar, también construyó una réplica del Templo de Salomón con el pretexto de albergar unas reliquias.
—¿Una réplica? —me sorprendí.
—La ermita de los Santos la llaman —dijo Chipneck.
—La visité cuando estuve allí —dije—. Ahora es un museo.
—Quizá deba regresar con los ojos muy abiertos —prosiguió Chipneck—. Mil novecientos doce fue un año muy activo para la logia. Un miembro de Los Doce Apóstoles, el barón de Velasco, añadió dos contrafuertes innecesarios al santuario de los Santos para figurar las columnas Jakim y Boaz del Templo de Salomón (Figs. 169 y 170). Por las mismas fechas, el arqueólogo Cabré excavaba los antiguos santuarios matriarcales del Santo Reino, el del Collado de los Jardines y el de Castellar de Santisteban, asistido por el jesuita Calvo. En septiembre, Los Doce Apóstoles se reunieron en el palacio campestre de uno de ellos y se repartieron doce lápidas de mármol que contenían sendas copias del Shem Shemaforash según el Códice Verginus.
—¿Dónde se encuentran esas lápidas?
Chipneck se encogió de hombros.
—No sé. Creo que alguna llegó al Vaticano poco después. Un canónigo de la catedral de Jaén la había recibido de una marquesa viuda que, a su vez, la había encontrado en una capilla secreta. No sé si sabe usted que los componentes de la logia se hacían construir capillas secretas en sus residencias.
—¿Capillas secretas?
—Sí, pequeñas capillas tapiadas e inaccesibles. Las llamaban «capillas del rey», en alusión a Salomón, trasuntos del sanctasanctórum original destinadas a albergar la Mesa cuando se encontrara (Fig. 171). Supongo que las lápidas de mármol se destinaban a esas capillas. Los Doce Apóstoles se disolvieron después, pero en 1913, uno de sus componentes, Louis Plantard, fundó la Ordem Soberana do Templo de Jerusalem, con sede en París. Este Plantard pertenecía a Lámpara Tapada, junto con Moshe Gerlem. Quizá constituyeran un círculo restringido en la cúspide de la Orden, no sé.
Chipneck cebó parsimoniosamente su pipa, la encendió, comprobó el tiro y prosiguió con su explicación:
—Por las mismas fechas uno de los doce apóstoles, don Fernando Recio Paredes, barón de Velasco, miembro de la logia Gran Oriente Español, se hace construir una capilla funeraria bizantina bajo una de las iglesias de Arjona, la de San Juan, naturalmente, el santo templario. Le aconsejo que le eche un vistazo. Quizá le aclare algunas ideas.
Margaret me había invitado a una cena fría en su cálido apartamento con vistas al viejo Támesis, en el barrio fabril medio destruido por la Luftwaffe y rehabilitado tras la guerra. Después de las tostadas de pan con baked beans[467] y la loncha de jamón de York, charlamos de nuestras cosas en el sofá, a la luz de las velas, con música suave de Carly Simón y dejamos fluir nuestras emociones.