El obispo a lomos del diablo
En el siglo XVII la leyenda del obispo de Jaén a lomos del diablo era tan popular que el padre Feijoo le dedicó un ensayo, De la transportación mágica del obispo de Jaén. En una iglesia de Roma se mostraba el sombrero que el obispo de Jaén se dejó olvidado en su memorable visita.[302]
Recordemos nuevamente la leyenda: el obispo de Jaén tenía encerrados a tres diablillos en una garrafa. Un día, uno de ellos le propuso llevarlo por los aires si, a cambio, le entregaba cada noche las sobras de su cena. El prelado aceptó y le pidió al diablillo que lo llevase a Roma, a ver al Papa. En un abrir y cerrar de ojos volaron obispo y diablo y aterrizaron en el Vaticano, justo a tiempo para evitar que el Santo Padre cometiese un gran pecado. El Pontífice,[303] agradecido, le entregó al obispo el Santo Rostro.[304] De vuelta en Jaén, el diablo retornó a su encierro en la garrafa. A partir de entonces, el obispo cenaba nueces y le echaba las cascaras al diablo: «Ahí van las sobras pactadas», le decía.
La versión medieval de la leyenda es algo distinta: el que tenía encerrados a los diablos no era el obispo de Jaén sino el rey Salomón, como atestigua el Virgilio Hispano citado por Menéndez Pelayo.[305] Por esta interesante obra sabemos que unos espíritus o genios dieron lugar al Arte Notoria, quae est ars et scientia sancta,[306] la Cábala, que los espíritus encerrados en la garrafa comunicaron a Salomón y él «los encerró en una botella fuera de uno que era cojo».[307] Recordemos la cojera iniciática del Rey Sagrado.
Según la misma fuente, Aristóteles fue un hombre inculto y de pocas luces hasta que Alejandro Magno tomó Jerusalén y «él logró saber dónde estaban encerrados los libros de Salomón y se hizo sabio».[308]
En tiempos de Mahoma la historia de Salomón y los diablos de la garrafa era tan conocida que dejó perdurable huella en el Corán: «De los schayatin los había que buceaban para él y obraban obra». (Sura XXI, 82); «… y ajuntaron para Salomón sus huestes de genios». (Sura XXVII, 17); «… y de los genios había que trabajaban entre sus manos por permisión de su señor». (Sura XXXIV, 11).
Por consiguiente, y ya durante la Edad Media, se produce una identificación fundamental entre Salomón y el obispo de Jaén. En cualquier caso, se trata del personaje más o menos legendario que mantenía a tres genios o diablos encerrados en una garrafa.
Estos espíritus ayudan a Salomón a obtener la Sabiduría perfecta, es decir, el nombre secreto del Dios primordial, el Shem Shemaforash, el objetivo final de la Cábala. En la versión del obispo de Jaén, lo ayudan a volar por los aires para llevar a Jaén el Santo Rostro.
En el extremo opuesto de estas leyendas aparentemente divergentes, tenemos el objeto precioso, Cábala o Santo Rostro. Los genios o espíritus que otorgan a Salomón el Conocimiento o Cábala son los constructores del Templo, «los que obran para él», los sabios de Oriente y Occidente que convocó en su magno congreso. Al final, todos los caminos se confunden para conducir a Roma. A Roma fue primero el formulario cabalístico de Salomón, es decir, su Mesa, y a Roma va, según la leyenda, el obispo volador que trae el Santo Rostro. Y finalmente, tanto la Mesa como el Santo Rostro recalan en Jaén, lo que en el lenguaje poético del mito se traduce por la identificación de Salomón y el obispo de Jaén.
El obispo de Jaén que, según la tradición, trajo de Roma la reliquia fue don Nicolás de Biedma en 1376 (Fig. 103).
Si en realidad nadie trajo de Roma la reliquia, que ya existía en Jaén desde los tiempos antiguos y no era sino una representación de la Diosa Madre, ¿qué misterio se esconde en la trama secreta de esta tradición? ¿Era éste el obispo que tenía encerrados a los tres diablos en una garrafa? ¿Era don Nicolás de Biedma un cabalista que alcanzó a descifrar los secretos de la Mesa y, por lo tanto, emuló a Salomón? Ésa era la lectura que sugería el lenguaje mítico.
Había más circunstancias extrañas en la vida de este obispo. En 1378 fue promovido al obispado de Cuenca, donde acabó sus días. Precisamente en Cuenca, donde, tres siglos más tarde, surge un individuo que asegura tener encerrados a tres diablos en una garrafa y que estos diablos lo llevan volando a Roma. Por este motivo la Inquisición conquense procesó al doctor don Eugenio Torralba, que sostenía ante los inquisidores que el diablo que lo llevó por los aires era un espíritu bueno de nombre Zequiel. No le valió de nada y dio con sus huesos en la cárcel.[309]
El obispo medieval que fue volando a Roma a lomos de un diablo acaba en Cuenca. Tres siglos más tarde, se reproduce la historia también en Cuenca. No es posible que se trate de coincidencias. Pero, en cualquier caso, en Cuenca queda uno de los muchos cabos sueltos de esta historia, en espera de que nuevos datos arrojen luz sobre el tema.