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El rey sabio

Cuando Fernando sentía próximo su fin, le confió a su hijo que había recibido Jaén en pleito-homenaje de Alhamar con la condición de devolverla sí el rey de Granada se la reclamaba. Naturalmente, ningún historiador moderno presta el mínimo crédito a esta historia. En cualquier caso, el rey moribundo transmitió a su heredero un secreto relacionado con Jaén en su lecho de muerte: la Mesa de Salomón.[293]

En sus últimos años, Fernando III había considerado la posibilidad de titularse emperador. Su hijo retomó el proyecto. La posesión del talismán salomónico presta a Alfonso X el respaldo espiritual necesario para aspirar al imperio de la cristiandad. Quizá le hizo perder contacto con la realidad, porque se volvió tan soñador que sus proyectos, y hasta su vida, fracasaron. Pero ciñámonos a los hechos.

En 1254 había muerto el último emperador Hohenstaufen dejando vacante el trono imperial de Europa. La jefatura de la dinastía gibelina recaía sobre la madre de Alfonso X, la primera esposa de Fernando III, Beatriz de Suabia. Por lo tanto, los derechos de los Hohenstaufen correspondían al joven rey de Castilla. Pero surgieron problemas. Para empezar, la corona imperial no era hereditaria sino electiva y dependía del voto de los siete príncipes alemanes. Alfonso X invirtió ingentes sumas de dinero en sobornos. Los gibelinos italianos, encabezados por Pisa, le ofrecieron la corona imperial en 1256 y él se tituló «emperador electo» y hasta creó una cancillería imperial independiente de la castellana, pero otros electores votaron a Ricardo de Cornualles, hermano del rey de Inglaterra, de manera que en Europa llegó a haber dos emperadores, pero sólo un imperio. Mantener la candidatura e imponerse a su rival costaba tanto que las Cortes castellanas se declararon abiertamente contrarias a las pretensiones reales.

A pesar de ello, Alfonso X insistió en su proyecto con la ilusión de coronarse emperador en Roma, por el Papa, ante la realeza europea, como un nuevo Salomón. La corona imperial era sagrada y debía pertenecer al Resh Galutha, al legítimo propietario de la sagrada herencia de la Mesa de Salomón…

Pero sus proyectos naufragaron. Los moros de los territorios recientemente conquistados se sublevaron y Alfonso se vio obligado a desatender sus proyectos imperiales durante un tiempo. Cuando quiso recuperarlos, el Papa desestimó su candidatura.

El castillo

Hacia el final del reinado de Alfonso el Sabio, la economía se recupera sorprendentemente y la dobla castellana se convierte en la moneda más fuerte de Europa. Algunos piensan que se reanudó el suministro de oro africano a través de las rutas del desierto, pero la situación política en África no había sufrido cambios. La nueva pujanza económica castellana se basa en la abundancia de oro, pero ¿por qué había de venir de África? Quizá el oro estaba mucho más cerca. Si la tradición de los tesoros asociados a la Mesa de Salomón es cierta, y los testimonios así parecen indicarlo, el oro pudo, efectivamente, haber estado en España…

No obstante, quedaría por explicar por qué Fernando III no dispuso del antiguo tesoro de los godos a pesar de que poseyó el secreto de la Mesa de Salomón y lo transmitió a su hijo.

Podría ser. En cualquier caso, Fernando III fue estadista y militar y su hijo, hombre de ciencia. Alfonso X se dedicó a desentrañar los secretos de la Mesa y para ello se rodeó de sabios cristianos, musulmanes y judíos, entre los que figuraban expertos cabalistas.

Lamentablemente, una gran parte de la obra conocida de Alfonso X se ha perdido, sin contar con la otra parte secreta. Alfonso hizo traducir la Biblia, el Corán y el Talmud, los tres libros que contienen las tradiciones existentes sobre Salomón y su obra.

El secreto de la Mesa de Salomón se relaciona, como vimos en otro lugar, con los primitivos alfabetos sagrados. Éstos, a su vez, se vinculaban al calendario. El calendario sagrado fijaba la duración del Rey Sagrado, esposo de la Diosa Madre, en un Año Sagrado, un período de diecinueve años, que transcurre hasta la concurrencia de los tiempos solares y lunares.[294] Uno de los afanes científicos de Alfonso X consistió precisamente en la determinación de tablas astronómicas.

Durante mis estancias en Jaén había subido varias veces al castillo de Santa Catalina. Después de atisbar los secretos de su constructor, Alfonso X, lo visité nuevamente con otro espíritu (Fig. 92).

El castillo tiene dos entradas: la principal, que mira a la ciudad, y otra muy disimulada, apenas una poterna, que da directamente a las rocas y despeñaderos de la parte opuesta del cerro. Esta puerta está siempre cerrada con una cancela de hierro. Al lado de su jamba izquierda, sobre uno de los sillares más bajos, es decir, en un lugar escogido para que pase desapercibido, existe, entre otras marcas de cantería, la misma marca misteriosa que encontramos en la casa de los Chaprut, los judíos cabalistas de la Magdalena, y en el castillo de Víboras, tan visitado por los maestres de las órdenes militares. La marca que reaparece en el muro gótico del obispo Suárez, el directorio de sus conocimientos secretos. Una marca singular encontrada en edificios de muy distintas épocas, algunos de ellos templarios, el más antiguo del siglo IX; el más moderno, de principios del XVI (Figs. 93, 94 y 95).

No se trata, desde luego, de una marca de cantero. Si lo fuera se repetiría más de una vez en cada monumento. Además, el ejemplar más antiguo conocido, el que presidía el dintel de los Chaprut, era por su tamaño y situación, más bien señal heráldica que contraseña de constructor.

El de la casa de los Chaprut presentaba tres letras o signos inscritos en el interior del rectángulo. En los otros observamos una cuadrícula que los divide en ocho casillas. Si sumamos a este número el de los espacios que habilitan los cuatro triángulos del remate superior, el número total de espacios asciende a doce, dispuestos en tres filas sucesivas de cuatro espacios.

Regresemos una vez más al coro del obispo Suárez. En el relieve que representa a Cristo cargado con la cruz camino del Calvario hay un detalle aparentemente absurdo. De la túnica de Cristo, a la altura del suelo, pende un objeto parecido a una tabla cuadrada que han atado con dos nudos al borde del vestido. Dentro de la tabla aparecen doce resaltes semiesféricos dispuestos en tres filas de a cuatro (Fig. 96).[295]

Es evidente que tanto esta extraña talla como los otros relieves quieren representar la misma cosa. Pero ¿de qué se trata?

La posible respuesta está en la Biblia. En el libro del Éxodo, de gran valor cabalístico, en el capítulo 28, versículos 15 al 30, leemos: «Harás un pectoral del juicio artísticamente trabajado, de hilo torzal de lino, oro, púrpura violeta, púrpura escarlata y carmesí. Será cuadrado y doble, de un palmo de largo y uno de ancho. Lo guarnecerás de pedrería en cuatro filas. En la primera fila pondrás una sardónica, un topacio y una esmeralda; en la segunda, un rubí, un zafiro y un diamante; en la tercera, un ópalo, un ágata y una amatista; y en la cuarta, un crisólito, un ónice y un jaspe. Todas estas piedras irán engarzadas de oro, doce en número según el número de los hijos de Israel; como se graban los sellos así se grabará en cada una de ellas el nombre de una de las doce tribus… Se unirá el pectoral por sus anillos a los anillos de la túnica para que quede el pectoral por encima del cinturón sin poder separarse de él… Así cuando entre Aarón en el santuario llevará sobre su corazón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio, en memoria perpetua ante Yahvé. Pondrás también en el pectoral del juicio los urim y tummim, para que estén sobre el corazón de Aarón cuando se presente ante Yahvé y lleve así constantemente sobre su corazón ante Yahvé el juicio de los hijos de Israel». (Figs. 97 y 98).

Ahora bien, ¿qué sentido tiene este pectoral tan minuciosamente descrito por Dios mismo?

Vemos que se trata de un cuadrado dividido por doce secciones en las que se insertan, montadas en oro, otras tantas piedras preciosas o semipreciosas, cada una de las cuales representa a una tribu de Israel y lleva inscrito el nombre secreto de esa tribu en su interior.

El Sumo Sacerdote usa el pectoral solamente cuando penetra en el sanctasanctórum del Templo. Nadie más que él puede usarlo en esa ocasión especial. Por consiguiente, el pectoral tiene alguna relación con la ceremonia que el Sumo Sacerdote cumple una vez al año y siempre en solitario dentro de aquel oscuro habitáculo.

¿En qué consistía aquella ceremonia secreta? «El santo e inefable Nombre de Dios era el nombre que sólo podía pronunciar el Sumo Sacerdote, una vez al año y en voz baja, cuando iba al Santo de los Santos y que no podía ser escrito».[296]

Los valores cabalísticos del pectoral son significativos: doce piedras organizadas en tres columnas de cuatro piedras cada una. En los números 3 y 4 se contiene el enigma del Nombre del Poder.

El Dios de la Zarza le da a Moisés esta definición de sí mismo: «Soy el que soy». El valor cabalístico de la expresión en hebreo, reducido a cifras, es 543, que suma 12, el número en el que se contienen el 3 y el 4 (3 x 4 = 12; 4 x 3 = 12). La cifra 543 es también el teorema de Pitágoras, puesto que a triángulo de catetos 3 y 4 corresponde hipotenusa 5, sólo que Salomón se adelantó en siete siglos al sabio siciliano.

El pectoral forma un rectángulo de 3 por 4 y diagonal 5, que equivale a dos triángulos de 345 o 543. Por otra parte, el valor cabalístico de la voz «Moisés» en hebreo es 345 y esta cifra es siempre resultado de una operación sagrada: sus dos primeros números al cuadrado son igual al tercer número al cuadrado:

32 + 42 =52

Llevados a la geometría (y no olvidemos que la Mesa de Salomón sólo contiene tres letras; el resto son trazos geométricos), el resultado son las tres Figuras Madres, el triángulo (3), el cuadrado (4), el pentágono (5), de las que se deduce el valor de pi, geométricamente representado por 345 o 543 (dado que ni con el uno ni con el dos se pueden formar figuras).[297]

El secreto de la sabiduría de Salomón era, según hemos visto, su conocimiento del Nombre del Poder, el Shem Shemaforash, la llave de la sabiduría y el poder. La Mesa de Salomón contenía ese nombre de Dios que no puede ser pronunciado ni escrito. Ése era su secreto. Y la aparición del pectoral del Sumo Sacerdote, el único que puede pronunciar una vez al año aquel nombre secreto, en el contexto de la busca de la Mesa de Salomón, nos conduce, una vez más, al Nombre de Dios, al Nombre del Poder.

Pero regresemos al castillo de Santa Catalina. La del pectoral del Sumo Sacerdote no es la única marca singular que encontramos en sus muros. Hay otra que solamente se observa en dos lugares del edificio.

La encontramos en el dintel de la puerta de entrada al recinto exterior, también en posición muy baja y disimulada, y en el interior de la torrecilla intermedia del lienzo sur de la fortaleza. Esta última bien a la vista (Fig. 99).

Se trata de un lucero de ocho rayos, resultante de la superposición de dos cuadrados de manera que formen una estrella de ocho puntas. En su diseño sigue la idea del sello de Salomón, que superpone dos triángulos para formar la estrella de seis puntas.

El número ocho tiene un significado concreto.

El mismo diseño de esta estrella se repite hasta la saciedad en la decoración simbólica de las obras nazaríes y muy especialmente en la Alhambra de Granada.

La casa real nazarí, cuyo primer monarca y fundador fue Alhamar, el que acordó el pacto de Jaén con Fernando III, conocía los secretos de la Mesa de Salomón. El uso emblemático de esta estrella en obras tanto castellanas como nazaríes se relaciona con la Mesa de Salomón, el secreto compartido por las dos casas reales por encima de sus diferencias políticas y religiosas. Este lucero o estrella de ocho puntas puede representar la Mesa de Salomón.

El manantial

La posesión por la casa real de Granada del secreto de la Mesa de Salomón dejó su huella en la leyenda. Según la profecía popular, el rey moro de Granada abrevaría un día a su caballo en la fuente de la Magdalena.[298] En la leyenda del lagarto de la Malena, el caballo es el emblema del héroe solar vencedor de la serpiente (en realidad, la Diosa Madre que guarda el secreto de la sabiduría). Por extensión, el lagarto guarda la Mesa de Salomón. Llega el Rey Sagrado y abreva su caballo en el manantial, es decir, vence al lagarto y obtiene su secreto. Ése era el significado esotérico de la leyenda, pero el sencillo pueblo, que ignoraba el misterio de la Mesa de Salomón, la interpretaba exotéricamente. Creían que el rey moro de Granada reconquistaría Jaén algún día. Por eso respiraron tranquilos una buena mañana de 1483 cuando creyeron cumplida ya, y sin daño, la profecía: «Como los moros suelen abrevar a sus caballos donde se les ofrece, cuando trajeron al rey Chiquito (se refiere a Boabdil de Granada) y lo pasaron por Jaén, aflojó la rienda y dio agua a su caballo en el pilar de la Magdalena, lo cual visto por los viejos del pueblo alzaron la voz diciendo que era ya cumplida la profecía».[299]

El manantial oracular de la Magdalena y morada del dragón que custodiaba la Mesa de Salomón conservó su carácter sagrado al margen de los diversos empleos útiles que la ciudad dio a sus aguas (Fig. 100).

Los reyes de Castilla, que heredan el secreto de la Mesa de Salomón desde Fernando III, son, en este sentido, Reyes Sagrados, herederos del héroe solar vencedor de la serpiente y conquistador de los secretos de la Mesa. En este contexto se explican las pinturas que decoraban la bóveda del manantial. «La bóveda es de calicanto costoso, muy enlucida, y pintados en ella todos los reyes cristianos que ha habido después de que fue ganada esta ciudad… Hay un pastorcillo que está poniendo un corderino a una sierpe».[300]

En la bóveda del manantial, una cúpula octogonal que encierra el espacio sacralizado de la fuente, existe una colección de pinturas que representa al héroe solar que mata al lagarto y a la serie de los reyes cristianos desde Fernando III. La continuidad de la conquista del primer Rey Sagrado vencedor de la serpiente, el héroe mítico, Hércules o comoquiera que lo llamemos, se expresa en los Reyes de Castilla que van heredando el secreto que aquél conquistó: la Mesa de Salomón.