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Una roca bajo el templo

La roca del templo de Jerusalén, sobre la que Salomón instituyó a la Diosa Madre Ashera, esposa de Yahvé, había acumulado un denso contenido religioso: era la piedra sobre la que el patriarca Abraham estuvo a punto de sacrificar a su hijo Isaac cuando lo contuvo la mano del Ángel; era la piedra betel sobre la que Jacob apoyaba la cabeza cuando soñó con la escalera que unía el cielo y la tierra, por la que ascendían y descendían los ángeles, símbolo vivo de la iniciación (por eso la llamó Casa de Dios[288] y Puerta del Cielo). Es también la roca desde la que Jesucristo y Mahoma ascendieron al cielo, según sus respectivas religiones; Jesús, a pie; Mahoma, a caballo (dejando la huella de su montura en la roca). Es, finalmente, la roca sobre la que se colocará el Trono de Dios el día del Juicio Final.

Desde la roca viva de la montaña sagrada de Jerusalén, el betilo que sirvió a Jacob de cabezal se transmitió, según la tradición, a su nieto Manases, luego al egipcio Haythekes, que la llevó a España y fundó, sobre ella, el reino de Brigantium (La Coruña), uno de cuyos reyes envió a un hijo a colonizar Irlanda. De este modo, la piedra llegó a Tara y, en el siglo V, a Escocia. En 1296 el rey de Inglaterra la llevó a Londres, a Westminster, y la colocó debajo del trono inglés. Desde entonces, muchos monarcas se han coronado a un tiempo reyes de Inglaterra (el trono) y de Escocia (la piedra).

Debajo de la roca de Jerusalén existe un pozo que comunica con una caverna, en parte natural, llamada «el pozo de las Almas» o «el agujero de los muertos» (aleik es-salam o bir-el-arwakh), en el que se supone que tres veces por semana las almas de los muertos se congregan y producen un sonido parecido al murmullo de las abejas. Ésta es la imagen natural del sanctasanctórum, el lugar misterioso en el que se practicaron los ritos en la noche de los tiempos, antes de la llegada de los hebreos a Israel, que heredaron el lugar como punto más sagrado del mundo y centro del universo. En el techo existe una concavidad llamada ahora «el turbante de Mahoma», donde se supone que el profeta del islam se golpeó la cabeza. Hay también una protuberancia por la que la propia roca habló para saludar al califa Ornar cuando penetró allí para orar.

Los templarios se instalaron en el antiguo recinto del Templo, un espacio en ruinas en el que destacaban un par de edificaciones islámicas, las llamadas al-Aqsa, en las que instalaron su capilla, y la Cúpula de la Cadena, que convirtieron en iglesia de Santiago el Menor. Los monjes guerreros respetaron los dos edificios, conscientes de la tradición esotérica que la cúpula y la roca contenían, y establecieron en ella el templo del Grial o centro del mundo, que desde entonces apareció en sus sellos y se reprodujo en capillas e iglesias por las distintas provincias templarias.

Generalmente, estas iglesias octogonales contenían un espacio central de planta circular, con lo que plasmaban los dos centros sagrados de Jerusalén, el octógono del Templo de la Roca y el círculo de la iglesia del Santo Sepulcro. De este modo, expresaban la dualidad de la ley antigua o el conocimiento ancestral, al que se sumaba la ley nueva o la actualización de ese conocimiento en el proyecto de la Sinarquía, la concordia y la paz universal bajo la Justicia.

En los papeles de Joyce Mann había detallados diarios de sus andanzas por España en pos de las huellas del Temple que se manifestaron en multitud de edificios, aunque la inmensa mayoría de ellos se han perdido.

Las estructuras octogonales del Temple suelen relacionarse en la tierra a nivel telúrico con un pozo sagrado o cripta en la que se venera la piedra de la Diosa Madre y sobre ella, en el eje del mundo, un edículo aéreo denominado «linterna de los muertos», el lugar en el que el iniciado muere y sepulta la vida anterior para renacer a la nueva vida.

En los documentos RILKO hay una ficha de la señora Mann sobre la linterna de los muertos más antigua del Santo Reino. Está en el complejo eremítico visigodo o mozárabe de Giribaile. Junto a la cueva del santuario, en el escarpe de la montaña, la señora Mann encontró una escalera tallada en la roca, con su pasamanos, que solamente ascendía hasta un pequeño cubículo del escarpe, un oratorio para una sola persona (Fig. 85). «Era una ceremonia iniciática durante la cual el hombre antiguo moría para que de él naciera el hombre nuevo, incluso cambiando de nombre. Seguramente la ceremonia proviene de antiguos cultos precristianos».

En Tomar (Ribatejo, Portugal) los templarios construyeron en 1160 una capilla octogonal provista de un edículo central que imitaba arquitectónicamente las ramas de una palmera (Fig. 86).

Esto me recordó las ramas de la palmera en la ermita soriana de San Baudelio, que visité siguiendo los pasos de la señora Mann. La ermita, edificada a finales del siglo X por los mozárabes,[289] en medio de Castilla, se inspira en edificios irano-asirios. La planta circular está indicada por un vigoroso pilar central en forma de palmera sobre cuyas ramas se abre disimulada la «linterna de los muertos». La linterna de los muertos sobre una columna usada en ceremonias de iniciación se repite mucho en pinturas de algunos templos románicos. Debió de ser bastante común en algunas iglesias que sustituían a santuarios de la religión antigua (Figs. 87, 88, 89, 90 y 91).

Pensé en la palmera como árbol de la Ciencia y de la Vida, un tema oriental transmitido a los antiguos textos cristianos.

La estructura de la rotonda templaria se reproduce en la iglesia de la Veracruz de Segovia, en Caravaca de la Cruz (Murcia) y en otros veinte templos peninsulares ya desaparecidos, entre ellos el de Jaén y la ermita de San Nicolás de Arjona (véase Fig. 84).

Cuando comuniqué mis descubrimientos al profesor Chipneck, me aclaró algunos conceptos.

—El símbolo de la iglesia octogonal proviene del Centro Sagrado Invisible: el punto central ocupado por la roca sagrada de Jerusalén, centro del mundo para el sincretismo hebreo e islámico que los templarios acatan e incorporan en sus ceremonias. En esta arquitectura iniciática se plasma el universo: del centro sagrado circular se pasa al cuadrado a través del octógono, que simboliza la unión de lo celeste y lo terrenal, la perfección divina. Como en los antiguos santuarios de la Diosa Madre, en torno a la roca del Templo, los sufíes celebraban su danza ritual o tawaf, rodeando la piedra. Si quieres te pongo una cinta con la salmodia que murmuran los sufíes mientras danzan, aunque te advierto que es ininteligible y de lo más monótono.

Aquella noche, medité sobre mis descubrimientos en la soledad de mi cuarto de hotel con vistas a los castaños de Indias de Bloomsbury Square. En el Santo Reino hubo dos iglesias octogonales, la de Jaén y la ermita de San Nicolás de Arjona, las dos situadas en las proximidades de centros sagrados de cultos ancestrales, lo que coincidía con las edificaciones templarias.

No podía ser coincidencia.

En los días siguientes recabé información sobre el palacio de Fernando III en Jaén, puesto que su suerte iba unida a la de la capilla octogonal. En 1354 el rey Pedro I el Cruel lo cedió a los franciscanos. Reconvertido en monasterio perduró hasta 1867, año en que fue demolido para construir en su solar el actual edificio de la Diputación Provincial. En una fotografía de ese mismo año pude contemplar la capilla octogonal todavía en pie, con su «linterna de los muertos».

En el siglo XV el maestre de Calatrava y el obispo Gonzalo de Stúñiga fundan en aquella misteriosa capilla la Cofradía de San Luis de los Caballeros, cuyo cometido era recoger y enterrar a los que murieran luchando contra los moros. Las pinturas primitivas, de tiempos de Fernando III, se sustituyeron por otras nuevas.

Este maestre de Calatrava, tan interesado en la capilla de Fernando III, es Luis de Guzmán. Al poco tiempo casa a una hija suya con el heredero de la casa de Messía, señor de la Guardia, de una familia vinculada al santuario de la Diosa Madre de Santa Eufemia, en la parte cordobesa de Sierra Morena. La pareja fundará en la Guardia un monasterio consagrado a la Magdalena.

¿La Magdalena?

María de Magdala.

La tradición cristiana, en su afán por reescribir la historia, transformó a María de Magdala en una prostituta redimida de su oficio, que acompañaba al séquito de Cristo. En realidad, la Magdalena fue la esposa de Jesús, una princesa de la estirpe de David casada con el Jesús histórico depositario de los derechos dinásticos de Israel, el Resh Galutha. Tras el fracaso y la muerte de su esposo, la Magdalena se exilio al sur de Francia, donde existían comunidades judías. El Grial de los mitos medievales alude en realidad a su descendencia, la sang real del rey Jesús, continuadora de la dinastía sagrada de Israel.

En el centro del patio claustral del monasterio de la Magdalena, los Messía entronizan una escultura de la Magdalena orlada de crípticas inscripciones, que actualmente preside el patio de la Diputación de Jaén, en el lugar exacto donde estuvo la capilla octogonal del convento de San Francisco. Me pareció demasiada coincidencia, aunque bien es cierto que a veces el azar urde estas simetrías.

¿Qué había en la misteriosa capilla de Fernando III? Tenemos descripciones detalladas, pero tardías, ninguna anterior al siglo XVII. En los cuatro siglos transcurridos desde su fundación, el edificio sufrió alteraciones. Por ejemplo, las pinturas, que el maestre de Calatrava sustituyó por otras.

Los calatravos siempre tras el enigma…

La joya de la capilla era un Cristo. No un crucificado, sino un Cristo muerto que recibe un extraño nombre: el Señor del Trueno,[290] la misma denominación del dios masculino y solar que aportaron los pueblos pastores a los dominios matriarcales de la Diosa Madre. Por tal nombre, el Señor del Trueno, lo conocía el pueblo y así figura en los documentos, aunque su nombre oficial fuese el de Cristo de la Veracruz. La imagen databa del siglo XVII, pero era una simple réplica de otra más antigua desaparecida.

Este Señor del Trueno tutelaba los fenómenos atmosféricos. Su milagro más celebrado consistió precisamente en enviar un espantoso trueno seguido de lluvia después de una alarmante sequía.[291]

El dios de los fenómenos atmosféricos, precisamente identificado con el trueno, representa una pervivencia de los cultos patriarcales paralela a la matriarcal de las Vírgenes Negras del Dolmen Sagrado. El Cristo del Trueno intenta emular el culto matriarcal del santuario vecino aprovechando las corrientes telúricas del lugar, un deseo, en suma, de usurpar lo sagrado de los santuarios de la Diosa.

La exigencia de Fernando III sobre el carácter inviolable de aquella capilla (recordemos que no podría demolerse nunca) cobra todo su sentido, y explica también ese aparente absurdo de que el agua del palacio adyacente se traiga de tan lejos existiendo un manantial tan cercano. No pueden traerla del Dolmen Sagrado de las Vírgenes porque el edificio de San Francisco es incompatible con el del Dolmen.

Una serie de detalles secundarios confirmaba mi suposición: la existencia de pinturas (en realidad, copias fidedignas realizadas a finales del XIX) en las que el Señor del Trueno estaba rodeado por los símbolos del Sol y la Luna, el sincretismo de principios matriarcales y patriarcales que se intentó en los santuarios de Jaén.[292]