Ha transcurrido un año desde que empecé este diario. Los médicos lo leerán y hablaremos de él, y los abogados intentarán corroborar los detalles, y todos alucinarán horrorizados de que sea absolutamente cierto.
Todo es cierto.
Pero eso no me concierne en absoluto, pues he descubierto las ventajas de una jaula. Mantiene al preso lejos de la sociedad, pero también a la sociedad lejos del preso.
Soy muy afortunada.
La sociedad conoce sus fortalezas y sus debilidades, y este hospital tiene el deber cívico de mantener intacta su reputación. El hospital hará todo lo que esté en sus manos para evitar que la gente sepa que a veces desaparecen las toallas del cuarto de la ropa blanca y aparecen alrededor del cuello de los muertos. La sociedad prefiere mentir, engañar y disimular su ineptitud, a creer mi historia, a creer que yo vivo sana y salva y feliz aquí, en la medida en que haya un solitario guardia de noche que pueda ser seducido con una simple melodía.
Por fin he aprendido que no es la muerte la que establece la diferencia. Es la vida. Mi vida. Yo mato para vivir. Y eso es un trato justo. Chupo la vida de los animales pequeños, dejando sus despojos exangües para los carroñeros —tres o cuatro por noche es bastante— y sólo en dos ocasiones he sido incapaz de resistir el ansia por un ser humano.
Mato para vivir. He crecido gracias a las pasiones de la larva, gracias a la peligrosa excitación, a la extravagancia del matar. He crecido gracias al encierro de la crisálida e irrumpido en la madurez. Ahora, a medida que mi visión de la eternidad se centra gradualmente, otras prioridades ocupan mi atención.
Por ahora tengo un Estudiante para mí sola. He superado la soledad y he ingresado en el compañerismo, en un reino interior colmado de paz y de felicidad. Yo enseño y mis enseñanzas son reminiscencias de mi profesor.
La recuerdo muy bien, a Ella y lo mucho que significó en aquellos primeros tiempos.
Will, mi Estudiante, ¿resulta ser una refracción diferente de mi propia alma? ¿O es este estudiante en realidad un ser humano distinto, cálido y vivo? No tengo respuestas, pero sí paciencia. Las respuestas llegarán. Sólo sé que lo que comparto con Él es la misma esencia de la realización.
Ya no estoy sola.
Esta noche, cuando me desperté, encontré un pequeño pastel que los demás pacientes habían dejado junto a mi lecho. Las enfermeras tomarán nota por la mañana de si lo he comido o no. Nunca me han visto comer. Pero lo encontrarán intacto, su chocolate helado sin morder, el «veintiuno» amarillo escrito con mano temblorosa estará sin probar.
Soy afortunada por haber encontrado esta paz a tan joven edad.
El bastón que me han dado es un tubo de metal horroroso, pero me sirve. Mientras camino por los corredores, pretendo oír con él la grávida de la carretera bajo mis botas y el ruido de un sólido bastón de madera de cerezo con un lagarto de bronce como empuñadura. Siento el viento frío lacerarme a través de mi manto, y hablo y río con mi Estudiante, observando el crecimiento, el progreso, creciendo yo también gracias a nuestra sociedad, sabedora de que yo soy, nosotros somos, inmortales y eternos.
La metieron en un asilo en alguna parte del país. Yo fui a visitarla varias veces cuando se encontraba en el hospital de Filadelfia, pero siempre estaba durmiendo.
Regresé a Westwater, volví a mi viejo empleo en la construcción, pero lo dejé al cabo de una semana. Que te consuma —que te obsesione— algo durante años y que luego se acabe, que se resuelva, te deja un vacío. No estoy seguro de lo que haré ahora. Regresaré a la escuela, tal vez, o viajaré un poco. Cazar a Angelina por todo el país no era exactamente viajar, pero me inspiró deseos de explorar un poco.
No sé.
El brazo está curado. Lo tengo cosido a cicatrices y he perdido algo de movilidad en la muñeca, pero no está mal. Aún puedo apretar el gatillo.
Apretar el gatillo. Dios, que sueño tuve anoche. No estoy seguro de que pueda siquiera hablar de él.
Soñé que estaba cazando, solo, arriba en las montañas. Me encontraba sentado en una roca, esperando, con el rifle apoyado en el ángulo del brazo cuando vi un gran gamo correr directo hacia el claro. Era el mismo gamo que había perseguido durante semanas. Semanas enteras. Y allí estaba, justo ante mí, más grande que un oso. Muy despacio, levanté el rifle, contuve la respiración y apreté el gatillo.
El rifle me golpeó en el hombro y el estruendo sacudió la nieve de algunos árboles. Recuerdo que me revolví en la cama, casi me despierto, pero no desperté. El gamo dio un brinco y se tambaleó una decena de metros, luego se desplomó y yo corrí hasta él. Supongo que nunca había visto morir a un ciervo. Al menos nunca había visto uno igual.
Le había acertado justo donde había apuntado, directo en el gaznate. La sangre caliente manaba a borbotones de la herida abierta en el cuello y teñía la nieve. La miré brotar. Me limité a mirarla. El ciervo pataleó un poco, luego se quedó quieto y pronto la sangre fluyó más lenta, después el chorro cesó y simplemente se derramaba, a través del pelaje, fundiendo la nieve. Fue tan hermoso, ese rojo intenso contra el blanco.
Me limité a mirarlo y me alegré de que ese ciervo que yo había cazado, ese gamo que había llegado a conocer, a amar, pudiera morir de una muerte tan hermosa.
Cuando me desperté, la almohada estaba empapada de saliva y el hambre retumbaba en lo más hondo de mi alma.