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Avanzaba la noche. Me encontraba en una caja extraña, inmovilizada y furiosa, indefensa y desesperada, de modo que aguardé. Aguardé. Mientras estuve allí aguardando, mis dedos se familiarizaron íntimamente con la crucecita de oro.

Esperé toda la noche. Nadie entró en la casa, ni se acercó. Desplegué mi conciencia, la hice vagar por la casa, por el barrio, en busca de Boyd, pues seguramente él estaba detrás de esa degradación. En mi estado de impotencia, el creciente torbellino de miedo me enloqueció.

¿No puedes enfrentarte a mí, Boyd? ¿Has tenido que enviar a un niño a hacer tu trabajo durante el día, a encadenarme mientras dormía? Me has seguido, has intentado cazarme, has seguido mi rastro durante años, Boyd, con tu actitud autosuficiente, y cuando llega el momento decisivo, ¿no te atreves a hacerlo tú mismo?

Tengo poco interés en tus maneras insignificantes, Boyd. Hombres mejores que tú han muerto bajo mis amorosas caricias y estuvieron agradecidos por ello. Libérame y veámonos.

Si te atreves.

Will y yo hablamos en mitad de la noche, luego la señora Haskill nos dio unas mantas y dormimos en los sofás cama fuera en el porche. Oí la respiración del chico un buen rato antes de que le venciera el sueño. Me quedé despierto mucho más tiempo. Sabiendo que Angelina estaba encajonada e indefensa en un lugar nada cómodo. Sabía que la ciudad estaba a salvo de ella durante la noche, pero notaba su presencia, notaba su horrible y casi inhumana ira y supe que, cuando la liberara, sería muy difícil tratar con ella. Teníamos que hacerlo bien, con cuidado y sin provocar el pánico en la ciudad.

Cuando podamos demostrarles que sólo es Angelina, sólo una muchachito perturbada y no un monstruo legendario de Transilvania, entonces se calmarán. Pero si acuden en masa al sótano de Will, tendremos muchos problemas.

Casi podía verla, encerrada en esa caja oscura. Cada vez que cerraba los ojos, veía su cara, con los ojos abiertos, irradiando una luminiscencia propia, la piel flaca y lustrosa, muy tensa, demasiado pálida, sobre huesos afilados. La veía y veía sus labios —eran exangües— veía esos labios terriblemente blancos curvados en una sonrisa mientras sus ojos destellaban en reconocimiento y pronunciaban mi nombre: «Boyd».

Me senté rápidamente, sintiendo como me subía la bilis y el sudor empapaba mi rostro. Debí dormirme, aunque no recuerdo haberlo hecho. La voz de mi sueño seguía revoloteando en mi cabeza, pero no era más que un mal sueño. Angelina no se parecía en absoluto a esa… esa… grotesca calavera viviente que había imaginado en mi sueño.

Me tapé con la manta y volví a tumbarme. La mañana llegaría lo bastante pronto como para arreglar ese asunto.

Al día siguiente, los ciudadanos de Wilton estaban frenéticos de alivio. Por primera vez en más de cuatro meses había transcurrido una noche sin que se produjeran asesinatos. Intenté disfrutar de su alegría sin perder la razón. Les imploré que no se relajaran en la vigilia, pero no hubo manera. Como ciudadanos oprimidos que nunca pierden su esperanza, su optimismo, estaban convencidos de que la plaga había acabado, la pesadilla había concluido, y salieron felices en busca de aire, ansioso por regresar a su anterior modo de vida. Intenté convencerlos de que lo recomendable era ser cautos, pero no me oían y yo no podía contarles exactamente lo que sabía. No hasta que Will y yo nos hubiéramos ocupado de Angelina.