20

Como un compromiso entre Sus enérgicas exigencias sobre mí y mi desesperada necesidad de compañía, desarrollé una especie de táctica mientras andurreaba por la ciudad en busca de los compañeros adecuados. Pasé cierta cantidad de tiempo en las reuniones de Alcohólicos Anónimos, reuniones de la Asociación de Padres y Maestros, de Padres Sin Pareja, bailes de la escuela superior y otros compromisos. A veces encontraba un visitante solitario y nos emparejábamos, y yo averiguaba si sus hábitos alimenticios eran adecuados. La publicidad y la seguridad de la ciudad lo ponía difícil; los residentes en la localidad parecían algo histéricos debido al escándalo de las personas desaparecidas, pero mi persistencia siempre se salía con la suya.

El deshielo de primavera dispuso pulcramente de la pequeña cabaña junto al lago, arrastrando mi pequeño lugar de esparcimiento, limpiando toda la zona en general.

Oí rumores sobre funcionarios que dirigían investigaciones en la ciudad, pero no me preocupó porque el consenso general suponía que las desapariciones tenían relación con las drogas. Además, yo la estaba complaciendo y, amparada por la protección de Su poderosa influencia, me sentía a salvo.

Durante los meses de verano, Ella me enseñó una pequeña cueva, a sólo un paseo del Hotel Snowson. Eso parecía excitarlos, a mis amigos, a mis amantes, ser conducidos de la mano a través de la hierba, alta hasta la cintura, a la luz de la luna, hasta una cueva en las montañas. Muchas veces la conversación se centraba en torno al famoso asesino de Seven Slopes. La idea de toparnos con él en las colinas añadía excitación, añadía intríngulis. El paseo nos proporcionaba a ambos tiempo para saborear la anticipación, para sentir la euforia del ejercicio físico en la caminata, elevaba los sentidos, endulzaba la percepción, afilaba el límite entre el placer y el dolor.

En realidad recibía una gratificación adicional, pues el sabor de la adrenalina se parece a una torta de miel. Me convertí en una hechicera, que controla su reino de un modo tan total que, con sólo levantar los brazos, los mares se abrirían a una orden mía. Yo controlaba las mareas del miedo y mis dulces dientes degustaban su sabor.

La cueva siempre estaba limpia cuando llegaba allí. Supuse que los animales salvajes de la zona estarían bien alimentados, un afortunado producto de mis hábitos. Disfrutaba siendo simplemente otro servicial eslabón de la cadena alimenticia.

No obstante, en uno de mis momentos lúcidos, cuando el olor a plasma no me hacía latir las ventanillas de la nariz, cuando mi mente no estaba enloquecida por la idea de la caza, o de matar, o de la recompensa que me aguardaba, cuando no estaba durmiendo el sueño embriagador de la bestia saciada, cuando no me estaba regocijando en sus enviciantes placeres, se me ocurría fortuitamente que yo era la última persona en ser vista con demasiados individuos desaparecidos.

Sabía que pronto abandonaría Seven Slopes.

Ahuyenté estos pensamientos de mi mente. Eran molestos y desagradables.

Sin embargo, llegó el momento en que ya no podía ahuyentarlos.

La noche era joven, los gatitos habían crecido hasta convertirse en unos larguiruchos gatos adolescentes que retozaban a mis pies con los ojos abiertos y avizores cuando yo me sentaba a la mesa a leer.

Leía el periódico una vez a la semana para descubrir los lugares de reunión, acontecimientos, actos sociales y cosas populares por el estilo; cualquier lugar donde pudiera conocer a gente nueva, encontrar nuevos amigos. Tenía ante mí una taza de té humeante, mi capa se secaba en la pila del lavabo y mi mundo estaba en paz.

Volví la página, notando una sonrisita en mis labios, mientras mi cuerpo recordaba el intenso torrente de placer de la noche anterior, cuando sentí otra vez en el estómago esa sensación que se experimenta al bajar bruscamente en un ascensor. Bajó violentamente como si descendiera hasta el primer piso, luego se detuvo.

Conocía esa sensación. Era como caerse, era la caída en el vacío que no podía ser controlada. Era encontrarme con Boyd cara a cara, vergüenza a vergüenza.

Pero sólo caí un piso, luego las cosas volvieron a enfocarse de nuevo. Respiré hondo y doblé el periódico, mirándolo con horror. ¡Boyd no tenía que ver nunca el nombre del periódico! Lo puse boca abajo y, al hacer esto, mi mente se desmoronó y allí estaba Boyd, y Ella estaba con él.

Ella flotaba detrás de Boyd, la niebla se esparcía tras él como un paraguas o, mejor dicho, como unas alas, como un murciélago gigante. Boyd no la veía, no la conocía, no la conocía. Pero yo sí y yo sabía que Ella me había advertido que escondiera el periódico, lo que significaba que Ella controlaba estos encuentros.

Durante un segundo vi a Boyd mirando a través de mis ojos, en torno al apartamento, sintiendo cómo el gato me lamía la mano. Luego yo estaba en su camioneta, los faros oscilaban como si virasen despacio a un lado de la carretera, a la cuneta, las ruedas esquivaban montañas de hierbajos sobre la gravilla. Después volvimos a estar cara a cara y supe que él estaba enterado de mis actividades nocturnas y que le producían desprecio. La ira ardió en mi pecho. Después se acabó y volví a estar tranquilamente sentada a la mesa de la cocina.

Entonces supe que Ella me estaba amedrentando, probando. Éste era su jaque definitivo para destruir en mí cualquier resquicio de rebeldía. Ella no quería que yo tuviera amigos, ni compañeros. Ella quería tenerme de forma absoluta. Ella lo quería todo de mí, todo el tiempo.

Era Ella la que controlaba estos encuentros con Boyd. Lo mantenía en un lugar destacado de mi mente. Y ahora Ella me amenazaba con revelarle mi situación, de un modo tan simple como dejarle leer el nombre del periódico local.

Bueno, no había funcionado.

Ella no me tendría. Ella no me tendría.

Aspiré unas cuantas bocanadas de aire e intenté calmar mi temblor. Sabía que tenía que renunciar a Ella, tenía que combatirla y podía vencerla, la vencería, porque tenía algo con lo que no creo que Ella contara. Tenía voluntad. Y fortaleza. La derrotaría.

Yo sabía intuitivamente cuál sería mi próximo paso. Me vestí presurosa, besé a cada uno de los gatos, les aseguré a todos que regresaría, luego salí del apartamento. Me interné en la plácida noche de verano de la desierta zona industrial. En el garaje del final de la calle, la tripulación nocturna permitía la subsistencia de los autobuses y camiones, pero los demás edificios estaban desiertos durante la noche. Sólo unas fantasmales luces de seguridad se atrevían a mostrar sus destellos en la oscuridad, a través de las ventanas y entre los ruinosos callejones.

Sabía perfectamente a dónde dirigirme.

Evité los lugares iluminados, escabulléndome por calles secundarias, pues no deseaba que me vieran, ni que me pararan, ni que me interrogaran. Junto al bordillo de la acera encontré un montón de basura en espera de ser recogida. Apoyada contra ella había una hermosa tabla. Arranqué otra de la ventana clausurada de un edificio recientemente desalojado y descubrí varios pedazos rotos de madera contrachapada cerca de una valla, junto a la pista de aterrizaje. Hice un montoncito con todos esos hallazgos a dos manzanas de mi casa y, así como de noche los roedores huyen por las zanjas al encontrar objetos brillantes, así yo buscaba maderas para construir mi defensa.

Tuve que regresar a mi apartamento a por un martillo y con el arrancar algunas molduras de los portales vacíos, hasta que por fin pensé que ya tenía lo que necesitaba. Fueron necesarios siete viajes para llevarlo todo a mi sótano, pero, una vez allí, empecé a trabajar febrilmente; los planes se me ocurrían de un modo automático, las herramientas parecían viejas amigas. Mi caja de herramientas se componía de un martillo, una sierra de mano doblada, un par de destornilladores y algunos clavos. Tendrían que servir, y sirvieron. A veces mi frustración alcanzaba proporciones frenéticas, y como sudaba del esfuerzo y el sudor empezaba a volverse ácido en mis ropas, me las quité y preferí el serrín al algodón.

Mis medidas resultaron correctas, mi intuición impecable. No me atrevía a pensar que estaba siendo guiada en esa empresa, ese era mi acto de rebeldía, tan fuerte que Ella no podía ni ignorarlo ni negarlo. Sabía que al menos Ella tomaría nota de las drásticas medidas que yo estaba tomando para evitar su contacto, de la dedicación con la que la estaba expulsando de mi vida. Una vez Ella se percató de lo importante que esto era para mí, supe que me dejaría en paz, para volver a descubrir la luz del día y encontrar otra vez mi camino entre la gente; algún día volvería a encontrarme con Boyd cara a cara, en carne y hueso, a la luz del día.

Ya estaba acabada. Arrastré la mesa de la cocina hasta el dormitorio y coloqué la caja encima de ella.

Desacostumbrada a un trabajo manual de tal envergadura, sentí como si tuviera plomo en las venas. Regresé a la cocina para encontrar a los gatitos durmiendo en un montón cerca de la cocina y vi asomar la luz a través de las ventanas. El amanecer. Había trabajado toda la noche y ella no me había tocado. Yo la había vencido esa noche y lo haría la siguiente y la otra. Ya no sería su juguete, su instrumento. Sus ideas sobre mí no eran sanas y no volvería a tomar parte en ellas jamás.

Nunca jamás.

Me miré a mí misma, cubierta por completo de una pastosa mezcla de sudor y serrín, valerosa y sucia. Me vi las costillas y los prominentes huesos de las caderas, y supe que recuperaría la salud, limpiaría mi apartamento, pronto conseguiría otro empleo y regresaría a la normalidad. Pronto, muy pronto.

Me apoyé contra la cocina para aguantarme. El alba estaba despuntando y me sentía cada vez más débil. Di un largo trago de agua del grifo y luego, sin perder el tiempo ni la energía en darme una ducha, me metí en la caja y cerré la tapadera. Encajaba a la perfección.

Ella vería lo que había hecho para mantenerla lejos de mí, y me dejaría en paz.

Y yo la echaría de menos.

Creí que me estaba volviendo loco. Dios, me estremecía sólo de pensarlo. Empecé a comprender lo que era el mal. Me refiero a que lo vi con mis propios ojos. Cuando ocurrieron esas cosas, cuando me conmocioné y la encontré en… en ¿qué es ese lugar, un plano distinto? Da lo mismo, era como si siempre hubieran existido dos Angelinas. Una la víctima, la muchacha esencialmente buena, la que yo había conocido en Westwater, y otra, la malvada, que vivía dentro de ese sombrío lugar y pulsaba las cuerdas para hacerla bailar.

Dios, no sé. Quizá la otra no fuera Angelina. Quizá era cualquier otra cosa. Supongo que sólo estoy enojado por dejar que mi imaginación medite sobre qué podía ser. Pero una cosa es segura: Habían dos Angelinas allí y juntas eran horrorosas.

Empecé a tener una idea de dónde se encontraba. Cada vez que asomaba, sentía las montañas. Sabía que ella se encontraba arriba en las montañas, en algún lugar. Miraba mapas todo el día, me suscribía a más periódicos. Sabía que no faltaba mucho. Ella cometería un error y yo la atraparía.

Entonces, esa formidable historia se divulgó y yo me puse en camino.