17

Dormí todo el día y me desperté a las cuatro de la tarde. Afuera ya estaba oscuro. Encendí la radio para oír música navideña y no pude soportar los recuerdos. Un año atrás yo estaba con Lewis. La Navidad anterior la había pasado con mi madre y Rolf. ¿Volverían las vacaciones navideñas a ser otra vez lo que habían sido? Seguramente no. La Navidad era para los niños.

Me preparé tostadas y una taza de té, y me senté en mi ruinosa mesa, preocupada por acudir de noche al Yacht Club. Conocería a gente más mayor, gente con experiencia, gente sabia. ¿Cómo me presentaría ante ellos?

Me preocupaba que la oscuridad me venciera en medio de una multitud de adultos, que mi comportamiento fuera extraño. Me preocupaba que ese mi primer acontecimiento social se torciera y tuviera que salir de Seven Slopes por miedo o vergüenza, como había tenido que irme de muchos lugares antes.

Extendí la mermelada en la tostada y la contemplé. Se me había quitado el apetito. ¿Cómo demonios cumplía la gente con sus obligaciones sociales? ¿No arruinaba la experiencia el estrés y la tensión de todo eso? ¿Realmente alguien encontraba placer en ello?

Quizá los demás se limitaban a aceptar la vida. Quizá simplemente aceptaban su comportamiento como manifestación de su personalidad y no había nada de que avergonzarse. Bueno, ciertamente valía la pena intentarlo. Había hecho algunos progresos en Seven Slopes, controlándome estrechamente. No debía temer que mi conducta me incapacitase.

Iría al Yacht Club y dejaría que lo que tuviera que ocurrir… ocurriera. Tras esta decisión el fardo de la vida pareció aligerarse sobre mis hombros. Ya no necesitaba luchar más, podía relajarme. Esperé con ilusión la noche que se avecinaba.

Entonces sucedió.

Apenas estaba despierta, jugueteando con las tostadas, aún algo confusa después del largo sueño. Sentía un poco de melancolía navideña, evocadora, envuelta en la crisálida de mis pensamientos, cuando, de repente, sentí como si el fondo de mi mente se viniera abajo y yo cayera por un inmenso vacío. Se me revolvió el estómago y luego… me encontré cara a cara con Boyd. Nos vimos el tiempo suficiente para notar el asombro y luego, como un yoyó, volví al punto de partida, la trampilla se cerró de un portazo y me encontré sentada ante las tostadas frías, sudaba por todos los poros y me daba vueltas la cabeza.

Por un momento pensé que iba a desmayarme.

Volví a la cama y me tumbé, maravillada por la alucinación tan realista, maravillada por su posible significado.

Cuando recuperé la conciencia, eran las ocho en punto.

Habían pasado cuatro horas. Cuatro horas que no recordaba. No había dormido. Sabía que no me había dormido. Me atenazó el pánico. Sabía dónde había estado. Había pasado cuatro horas con Ella… cuatro horas con la propietaria de aquellos labios, con la voz de la oscuridad, la música de mis sueños. Cuatro horas con la fuerza que me había hecho enloquecer en Westwater. Cuatro horas de las que no recordaba nada. ¿Qué me había hecho?

Oh, Dios, ¿y ahora qué? Intenté escapar con todas mis fuerzas. Intenté evitar la oscuridad por todos los medios a mi alcance, pero ¿qué posibilidad tenía frente a esa voz, esa fuerza, esa hipnotizadora que me robaba la conciencia y me doblegaba a su voluntad?

Empecé a pasear. La mente se me llenó de posibilidades, modos de eludirla, modos de soslayar su influencia sobre mí. No podía ir a trabajar. La oscuridad invadiría el servicio de mensajería. No podía quedarme en casa, pues era de noche y había dormido todo el día. No podía salir, no podía quedarme, el mundo empezó a cerrarse sobre mí. Me sentí indefensa ante Su poder, indefensa, desesperada, minúscula, perdida…

Ya sé —pensé—. El Yacht Club.

¡Sí! El Yacht Club. Allí había luz y gente y conversación. Eso era lo que necesitaba, eso era exactamente lo que necesitaba. Ella no se atrevería…

Ella no se atrevería.

Eran las ocho en punto.

Me duché, me cambié de ropa y me preparé.

Mientras caminaba por las calles en dirección al club, aún estaba muy preocupada y bastante inquieta. Podía oír la actividad del club a más de una manzana de distancia y podía ver las mudas luces procedentes de las ventanas del almacén, pero Ella estaba en mi mente. Ella y Boyd y esa extraña, extrañísima experiencia de verlo, de reconocer su esencia, de estar tan cerca que durante un instante casi pude olerlo. Y luego, en lugar de permitirme meditar sobre la situación. Ella captó mi atención durante cuatro horas. Me había dejado en paz, durante meses. Y ahora, de repente, se habían esfumado cuatro horas. Estaba realmente preocupada.

Golpeé la puerta del Yacht Club tan fuerte que me dolieron los nudillos. Sin embargo, cuando se abrió la puerta se me olvidaron todas mis preocupaciones. La habitación estaba transformada por las auras de la gente que la llenaba. Era como un gran cóctel informal.

La gente estaba de pie bebiendo en la barra de la pared, charlando en pequeños grupos o sentada sola. Algunos se apiñaban en los módulos de la sala o deambulaban, masticando aperitivos, comiendo bocadillos, bebiendo cerveza, soda, café. Parecía un club —en realidad parecía más una fiesta navideña—, no parecía un bar en absoluto.

Un alto caballero, que se presentó como Kent, se ofreció a coger mi abrigo, así que me lo quité, luego me quité la toalla marrón de los hombros y la dejé sobre un estante. Kent colgó mi abrigo en un gran perchero de bronce detrás de la puerta. Me preguntó si era socia y cuando le dije que era la invitada de Cap, me sonrió en aparente reconocimiento y me acompañó hasta el fondo, donde Cap estaba sirviendo en la barra.

—¡Angelina!

Cap salió por un extremo de la barra y me abrazó. Me sorprendió su intenso afecto al apretarme contra los pliegues de su carne, luego cuando me soltó me percaté de que había estado bebiendo y por algún motivo necesitaba demostrármelo. Yo reprimí el cómico impulso de mirar si la huella de mi huesudo cuerpo sobre su gran estómago había dejado un contorno permanente de Angelina impreso en su carne.

Estaba bien vestido, con una camisa limpia de franela y tejanos, y olía bien. Estaba contento, se sentía en su elemento.

—¿Qué puedo servirte? Es un club privado. Aquí no nos preocupa el carnet de identidad.

—Oh, no bebo. Sólo té, por favor.

Mientras aguardaba, miré a mi alrededor y noté una singular ausencia de mujeres. Había algunas presentes, que supuse eran esposas, la mayoría jugando a cartas con sus maridos o en parejas en mesas de juego dispuestas en el rincón más alejado. Una pareja de mujeres entablaban una conversación con sus compañeros en un sofá y otras dos discutían animadamente en la barra de la pared, pero el resto eran hombres. Una sorprendente variedad de hombres.

Tragué saliva.

Cap me trajo el té.

—Jo, me alegro de verte —dijo—. No estaba seguro de que vinieras. Lo siguiente será hacerte miembro del club. Necesitamos algunas damas para iluminar un poco el lugar. Añadir un poco de color.

Yo le sonreí. Era una persona adorable.

—Ahora pásatelo bien, ¿oyes? Esta noche estoy atado detrás de la barra, si no te presentaría algunos amigos. Ya sé que tienes que trabajar a medianoche, pero ¿puedes pasarte por aquí cuando termines y tomaremos café cuando acabes tu turno?

Le dije que así lo haría, apuré el té y salí a explorar ese interesante territorio masculino.

Mientras me abría paso entre los pasillos, mi nariz captó el olor masculino, escuché fragmentos de conversaciones, oí enmudecer las conversaciones a mi paso. Fui consciente de qué personas estaban bebiendo. Después de unas notables observaciones sobre los hombres, me percaté de que mi criterio para seleccionar compañía esa noche consistía en encontrar un hombre que no bebiera. Un hombre que no contaminase su cuerpo. Educadamente decliné ofertas de todo tipo, mientras deambulaba, atenta, al acecho.

Mientras andurreaba despacio, mirando, escuchando, invitándome a entrar y salir, presentándome cuando era necesario, empecé a serenarme. Me encontraba tranquila, cómoda. Volví a sentir una presencia, una amorosa y consejera presencia que me animaba. Era un sentimiento familiar, que había añorado en mi vida fría y solitaria durante demasiado tiempo, y era maravilloso. Continué paseando por el Yacht Club, disfrutando del ambiente, sintiéndome segura y relajada.

Recorrí casi toda la habitación, y me sentía cada vez mejor y más feliz. La lucha había cesado. Me sentí protegida y aliviada. Y libre para dejar que la noche siguiera su curso, libre para disfrutar.

Entonces lo vi. Se hallaba en el rincón donde convergían las dos barras y hablaba con otro hombre. Era él, no cabía duda. Mi hombre de esa noche.

Era alto y de pelo cano. Su cara surcada por profundas arrugas revelaba años de actividad y aventura. Era limpio y guapo, con la nariz recta y ojos limpios y transparentes.

Bebía agua mineral. Me acerqué a su lado y me quedé allí, interrumpiendo ostensiblemente la conversación.

—Hola —ofreció mi caballero.

—Hola —dije—. Me llamo Angelina Watson.

—Yo soy Fred Bertow —dijo, demostrando con los ojos inmediato interés—. Este es Carl.

—Encantado de conocerte —dijo Carl—. Te veré más tarde, Fred.

Carl hizo un guiño y se apresuró a largarse.

—No te he visto nunca por aquí —dijo Fred, acercándose.

Olía a agua y jabón. Tenía las manos grandes y peludas, y las uñas pulcramente arregladas. Empezaron a dolerme las glándulas salivales.

—Es la primera vez que vengo.

—¿Eres nueva en la ciudad?

—Llevo aquí pocos meses.

—Tal vez me permitas invitarte a una copa.

—No, gracias. Estoy tomando té. Tal vez deba ir directa al grano.

Sonrió auténticamente divertido. Estaba intrigado. E interesado.

—Pareces una persona agradable: limpio, sobrio y, supongo, saludable…

Esperé su respuesta.

Levantó una ceja y confirmó mi impresión con un leve asentimiento.

—Encuentro que eso es muy atractivo.

—¿De verdad?

—Sí —dije simplemente y bebí el té.

Él se sirvió agua mineral de la pequeña botella mientras nos miramos mutuamente un rato largo. Podía ver cómo su mente calibraba las implicaciones y las estrategias del siguiente movimiento, pues era evidente que le tocaba el turno a él. Mi corazón empezó a latir. Intenté evitar que me temblasen las rodillas o que mi boca sonriese estúpidamente. Los hombres son tan fáciles.

Cuando supe su próximo movimiento, él sonrió.

—¿Eres tan escandalosamente limpia como te crees?

—Lo procuro —dije—. Y busco asociarme con aquellos que hacen lo mismo.

—Entonces, ¿nos asociamos?

—Me gustaría.

Durante una décima de segundo, miré el rostro de ese hombre y no podía creer estar diciendo esas cosas. Entonces él retomó el hilo de la conversación y yo me metí en el personaje.

—¿Ahora?

Miré el reloj. Eran las nueve y veinte. Dejé la taza en la barra y me dirigí hacia el guardarropa. No me atrevía a darme la vuelta para ver si me seguía, pero cuando cogí el abrigo de la percha, él me lo quitó y me ayudó a ponérmelo. Yo deslicé la toalla a través de la manga y dentro del enorme bolsillo del abrigo.

Caminamos juntos en la noche lacerante y fría, precedidos por vaharadas de respiración caliente. Descubrí que no tenía nada que decir. Dejé que me guiara su gran mano en mitad de mi espalda, dejando que la noche siguiera su curso. Seguramente Ella tenía algo especial en mente.

DEDRICK «CAP» NICKS: Angelina parecía una buena chica. Un poco con las aristas sin pulir, tal vez, pero…, hey, tienes que serlo en estos días. Sobre todo las chicas que van por libre. Tienen que ser duras.

Ella se pasó por allí un par de mañanas, nos sentamos y tomamos café juntos. Pero siempre estaba muy cansada después del trabajo. También se pasó un par de noches, antes de su turno, pero yo estaba muy ocupado entonces y no tuvimos oportunidad de charlar demasiado, así que nunca llegamos a conocernos mutuamente. Hey, tal vez eso sea algo bueno, ¿eh?

No, viajábamos en círculos diferentes. El Yacht Club no era su tipo de local, aunque así lo pareciera al principio. Daba la impresión de estar fascinada. Bueno, demonios, nosotros, los viejos chiflados, somos bastante fascinantes, debo admitirlo. Pero no éramos de su tipo. Los jóvenes sí, debió cambiarnos por aquellos bronceados y atléticos esquiadores jóvenes. Los turistas. Creo que eran más del agrado de Angelina.

Hey, me pregunto si usted podría decírmelo. Me refiero a que he sido franco con usted y en mi oficio se oyen un montón de rumores. ¿Es cierto eso, quiero decir, realmente encontraron todo eso, bueno, ya sabe, todo ese material en su apartamento cuando ella se fue?