Había un sector de la muralla exterior oculto bajo un dosel tan grueso de enredaderas que, desde hacía más de cien años, nadie más que los de insectos, ratones y pájaros había visto las piedras del muro. Aquellos ondulantes metros de follaje colgante daban a cierto callejón tan próximo a la Muralla Exterior de Gormenghast que, de haber sido capaces los ratones o los pájaros ocultos de arrojar una ramita desde la frondosa oscuridad, ésta habría caído en ese callejón.
Se trataba de un paso estrecho que permanecía sumido en la sombra durante la mayor parte del día. Sólo al caer la tarde, cuando el sol se hundía tras el bosque de Gormenghast, una aljaba de rayos de color miel caían oblicuamente sobre el callejón y, allá donde durante todo el día habían morado las frías y desapacibles sombras, aparecían charcos ambarinos.
Y cuando esos charcos ambarinos aparecían, los perros callejeros del distrito se congregaban allí como salidos de la nada y se sentaban bajo los rayos dorados a lamerse las llagas.
Pero no era para ver a aquellos perros asilvestrados ni para deleitarse con los rayos de sol para lo que la Criatura se abría paso por entre las densas enredaderas que tapizaban el muro, deslizándose bajo el follaje vertical con la silenciosa facilidad de una serpiente hasta que, a seis metros del suelo, se separaba del muro para ver ciertas secciones del callejón. Era por una razón más codiciosa y ésta era que el solitario tallista que compartía aquella hora con los perros y los rayos de sol siempre estaba en su lugar acostumbrado a la puesta del sol. Era entonces cuando trabajaba el bloque de madera de raíz. Era entonces cuando la imagen crecía bajo su cincel. Era entonces cuando la Criatura observaba la evolución del cuervo de madera con ojos agrandados como los de un niño.
Y era por aquella talla por lo que suspiraba, irritada, impaciente. Para arrancársela a su creador y escapar con ella, como una exhalación, a las colinas, era por lo que, tarde tras tarde, esperaba allí, agazapada, espiando con avaricia desde la hiedra, a que aquel bonito juguete quedara terminado.