Opus Chiripa y Franegato están inclinados sobre la balaustrada de la terraza que domina el patio de los profesores. Diez metros más abajo, el viejo encargado barre el polvo acumulado, blanco por el calor, pues hace tiempo que terminó la primavera.
—¡Caliente faena para un anciano! —le grita Chiripa al hombre.
El viejo levanta la cabeza y se seca la frente.
—¡Ah! —responde con una voz que probablemente no ha utilizado durante semanas—. Ah, señor, un trabajo seco.
Chiripa se retira y en pocos minutos está de vuelta con una botella que ha birlado de los aposentos de Mulfuego; con ayuda de un trozo de cuerda, se la baja al anciano, abajo entre el polvo.