I

Una mañana de verano en la que soplaba una brisa templada, el enorme y corroído corazón semejante a una campana de Gormenghast dormitaba, y su amortiguado latido no parecía producir ecos. En una sala de paredes enyesadas bostezaba el silencio.

Clavado sobre el dintel de una de las puertas de esa sala, un casco o yelmo, rojo de orín, dejó escapar en el silencio el sonido de un revoloteo amortiguado y, un instante después, el pico de una corneja asomó por una de las aberturas de los ojos de la visera y al momento volvió a retirarse. Las paredes enyesadas de la sala se elevaban hacia una penumbra sombría y en apariencia sin techo, iluminada tan sólo por una alta y solitaria ventana. La luz cálida que se abría paso a través de las telarañas que cubrían el cristal de esa ventana insinuaba la existencia de otras galerías aún más arriba, pero no la de otras puertas más allá, ni tampoco daba indicación de cómo podría accederse a esas galerías. Desde esa alta ventana, como alambres de cobre, unos rayos de sol atravesaban la sala en empinadas diagonales y caían sobre el entarimado del suelo formando ambarinos charcos de polvo. Una araña descendía, centímetro a centímetro, por un peligroso tramo de hilo, cuando de pronto atravesó la senda de un rayo de sol y, durante un instante, se transformó en un objeto de oro reluciente.

No se oía ningún sonido y de pronto, como calculado para romper la tensión, la alta ventana se abrió de golpe y la luz del sol se ocultó, pues una mano asomó por ella e hizo sonar una campana. Casi al instante, se oyó un rumor de pasos; un momento después se abrieron y cerraron una docena de puertas y la sala se llenó de figuras que iban y venían.

La campana dejó de repicar. La mano se retiró y las figuras desaparecieron. No quedó más señal de que ninguna criatura viviente se hubiera movido o hubiera respirado alguna vez entre esos muros de yeso, ni de que las numerosas puertas se hubieran abierto, salvo una pequeña flor blanca que yacía en el polvo bajo el casco herrumbroso y una puerta que oscilaba suavemente.