—Para serle franco —dijo Gottstein, sonriendo, mientras comían lo que pasaba por ser el postre, una pasta pegajosa y dulce—, supuse que nos veríamos con más frecuencia.
Denison repuso.
—Es usted muy amable al interesarse tanto por mi trabajo. Si la inestabilidad de la filtración puede ser corregida, creo que mi logro (y el de la señorita Lindstrom) será muy importante.
—Habla con cautela, como un científico… No le insultaré ofreciéndole el equivalente selenita de un licor; es la única imitación de los productos terrestres que no estoy dispuesto a tolerar. ¿Puede decirme, en lenguaje profano, por qué su logro es importante?
—Lo intentaré —contestó Denison—. Empecemos con el parauniverso. Tiene una interacción nuclear más intensa que la del nuestro, razón por la cual las masas relativamente pequeñas de protones pueden soportar allí la reacción de fusión capaz de sostener una estrella. Las masas equivalentes a nuestras estrellas explotarían con violencia en el parauniverso, que tiene muchas más estrellas que el nuestro, pero más pequeñas.
»Supongamos, ahora, que tuviéramos una interacción nuclear fuerte mucho menos intensa que la que prevalece en nuestro universo. En tal caso, enormes masas de protones tendrían tan poca tendencia a fundirse que sería precisa una gran masa de hidrógeno para sostener una estrella. Un tal anti-parauniverso (en otras palabras, uno que fuera opuesto al parauniverso) consistiría en estrellas considerablemente más escasas en número, pero mucho más grandes que las de nuestro universo. De hecho, si la interacción nuclear fuerte se debilitase lo suficiente, podría existir un universo consistente tan sólo en una estrella única, que reuniría toda la masa de aquel universo. Sería una estrella muy densa, pero relativamente no reactiva, que emitiría más o menos la misma radiación que nuestro sol.
Gottstein preguntó:
—¿Me equivoco, o no es ésta la situación que prevalecía en nuestro propio universo antes de la gran explosión: un vasto cuerpo que contenía toda la masa universal?
—Si —repuso Denison— de hecho, el anti-parauniverso que le estoy describiendo consiste en lo que algunos llaman huevo cósmico o cosmeg. Un universo-cosmeg es lo que necesitamos si queremos buscar una filtración de dirección única. El parauniverso que ahora estamos usando, con sus estrellas diminutas, es virtualmente espacio vacío. Se puede sondear y sondear y no encontrar nada.
—Sin embargo, las parahombres nos han encontrado.
—Sí, posiblemente siguiendo los campos magnéticos. Hay cierta razón para pensar que en el parauniverso no hay campos magnéticos planetarios de importancia, lo cual nos priva de la ventaja que ellos poseen. En cambio, si sondeamos en el universo-cosmeg, no podemos fallar. El cosmeg es, en sí mismo, el universo entero, y dondequiera que sondeemos encontraremos materia.
—Pero ¿cómo sondear para encontrarla?
Denison vaciló.
—Esta es la parte que se me hace difícil explicar. Los piones son las partículas mediadoras de la interacción nuclear fuerte. La intensidad de la interacción depende de la masa de los piones, y esta masa, bajo ciertas condiciones especializadas, puede ser alterada. Los físicos lunares han desarrollado un instrumento que llaman el pionizador, que puede lograr exactamente esto. Cuando la masa de los piones disminuye, o aumenta, según el caso, es, en efecto, parte de otro universo; se convierte en una salida, un punto de cruce si disminuye lo suficiente, puede transformarse en parte de un universo-cosmeg, Y esto es lo que queremos.
Gottstein inquirió.
—¿Y se puede absorber materia del…, del universo-cosmeg?
—Esa parte es fácil. Una vez formada la salida, el flujo es espontáneo. La materia entra con sus propias leyes y es estable cuando llega. Gradualmente, las leyes de nuestro propio universo se introducen, la interacción fuerte se intensifica, y la materia se funde y empieza a emitir una enorme cantidad de energía.
—Pero si es superdensa, ¿por qué no se expande en una nube de humo?
—Esto también emitiría energía, pero todo depende del campo electromagnético, y en este caso particular, la interacción fuerte tiene la precedencia, porque controlamos el campo electromagnético. Sería necesario mucho tiempo para explicarlo.
—Así pues, ¿el globo de luz que he visto en la superficie era materia-cosmeg en fusión?
—Si, Comisionado.
—¿Y esa energía puede ser dominada para fines útiles?
—Por supuesto. Y en cualquier cantidad. Lo que usted ha presenciado era la llegada a nuestro universo de masas microscópicas de cosmeg. No hay nada, en teoría, que pueda impedirnos absorberlas a toneladas.
—Así que esto puede reemplazar a la Bomba de Electrones.
Denison movió la cabeza.
—No. La utilización de energía cosmeg también altera las propiedades de los universos en cuestión. La interacción fuerte se intensifica en el universo-cosmeg y se debilita en el nuestro a medida que se introducen las leyes de la naturaleza. Esto significa que el cosmeg sufre una fusión cada vez más rápida y se calienta lentamente. En un momento dado…
—En un momento dado —interrumpió Gottstein, cruzando los brazos sobre el pecho y entornando los ojos—, explota con un gran estrépito.
—Tal es mi suposición.
—¿Cree usted que eso fue lo que sucedió a nuestro propio universo hace diez billones de años?
—Quizá. Los cosmógrafos se han preguntado por qué el huevo cósmico original explotó en un punto determinado del tiempo y no en otro. Una solución era imaginar un universo oscilante en el cual se formó el huevo cósmico y explotó inmediatamente. El universo oscilante ha sido eliminado como posibilidad, y la conclusión es que el huevo cósmico tenía que existir desde hacía un largo período de tiempo y, entonces, sufrió una crisis de inestabilidad que se produjo por alguna razón desconocida.
—Pero que puede haber sido el resultado del traslado de su energía a través de los universos.
—Es posible, pero no necesariamente por obra de alguna inteligencia. Tal vez había filtraciones espontáneas ocasionales.
—Y cuando se produzca la gran explosión —dijo Gottstein—, ¿podremos seguir extrayendo energía del universo-cosmeg?
—No estoy seguro, pero esto no es de ningún modo una preocupación inmediata. Es muy probable que la filtración de nuestro campo de interacción fuerte en el universo-cosmeg continúe durante millones de años antes de traspasar el punto crítico. Y debe haber otros universos-cosmeg; un número infinito, tal vez.
—¿Y qué me dice del cambio en nuestro propio universo?
—La interacción fuerte se debilita. Lentamente, muy lentamente, nuestro sol se enfría.
—¿Podemos usar la energía cosmeg para compensarlo?
—Esto no sería necesario, Comisionado —aseguró Denison con gravedad—. Mientras la interacción fuerte se debilita en nuestro universo como resultado de la bomba-cosmeg, se refuerza a través de la acción de la Bomba de Electrones corriente. Si entonces ajustamos la producción de energía de ambas, aunque las leyes de la naturaleza cambien en el universo-cosmeg y en el parauniverso, en el nuestro no cambian. Somos un camino, pero no la terminal de ninguna de las dos direcciones.
»Pero no hemos de preocuparnos tampoco en favor de las terminales. Los parahombres, por su parte, pueden haberse adaptado al enfriamiento de su sol, que ya debe ser bastante frío de por sí. En cuanto al universo-cosmeg, no hay razón para sospechar que la vida exista en él. Por el contrario, al inducir las condiciones requeridas para la gran explosión, es posible que iniciemos una nueva clase de universo que eventualmente sea hospitalario para la vida.
Gottstein guardó silencio durante un rato. Su rostro redondo, en reposo, parecía carente de emoción. Movió la cabeza como asintiendo a sus propios pensamientos.
Por fin habló:
—Me parece, Denison, que esto es lo que hará entrar en razón al mundo. Cualquier dificultad en persuadir a las autoridades científicas de que la Bomba de Electrones está realmente destruyendo al mundo ahora se desvanecerá.
Denison asintió.
—Ya no existe la resistencia emocional a aceptarlo. Será posible presentar el problema y la solución al mismo tiempo.
—¿Cuándo estará usted dispuesto a preparar un ensayo a este efecto, si le garantizo su publicación inmediata?
—¿Puede garantizármela?
—En un folleto publicado por el Gobierno, si no hay otro modo.
—Preferiría tratar de neutralizar la inestabilidad de filtración antes de hacer el informe.
—Por supuesto.
—Y creo que sería indicado —añadió Denison nombrar al doctor Peter Lamont como coautor. El puede dar rigurosidad a las demostraciones matemáticas; algo que yo no sé hacer. Además, ha sido su trabajo el que me ha señalado el camino a seguir. Y otra cosa, Comisionado…
—Diga.
—Me gustaría sugerir que se incluyera a los físicos lunares. Uno de ellos, el doctor Barron Neville, podría ser el tercer autor.
—Pero ¿por qué? ¿No estaremos buscándonos complicaciones innecesarias?
—Su pionizador lo ha hecho posible.
—Podemos hacer una apropiada mención de ello… Pero ¿el doctor Barron ha trabajado con usted en el proyecto?
—Directamente, no.
—Entonces, ¿por qué nombrarle?
Denison bajó la mirada y pasó la mano, pensativo, por el doblez de su pantalón. Repuso.
—Sería un detalle diplomático. Tendríamos que instalar la bomba-cosmeg en la Luna.
—¿Por qué no en la Tierra?
—En primer lugar, necesitamos el vacío. Es una transferencia de dirección única, y no de dos direcciones como la Bomba de Electrones, y las condiciones necesarias para que sea práctica son diferentes en cada caso. La superficie de la Luna nos ofrece el vacío en grandes cantidades, mientras que prepararlo en la Tierra implicaría un enorme esfuerzo.
—Pero podría hacerse, ¿verdad?
—En segundo lugar —continuó Denison—, si disponemos de dos vastas fuentes de energía procedentes de direcciones opuesta, con nuestro universo en el centro, se produciría algo parecido a un cortocircuito si las dos salidas estuviesen demasiado juntas. Una distancia de medio millón de kilómetros de vacío, con la Bomba de Electrones operando sólo en la Tierra y la bomba-cosmeg operando sólo en la Luna, sería ideal; de hecho, necesaria. Si vamos a operar en la Luna, no es sólo diplomático, sino decente, tener en cuenta la susceptibilidad de los físicos lunares. Es nuestro deber darles participación.
Gottstein sonrió.
—¿Es un consejo de la señorita Lindstrom?
—Estoy seguro de que me lo daría, pero la sugerencia es lo bastante razonable para habérseme ocurrido de manera independiente.
Gottstein se levantó, se estiró y luego dio dos o tres saltos lentos impuestos por la gravedad lunar. Cada vez flexionaba las rodillas. Volvió a sentarse y dijo:
—¿Ha probado esto alguna vez, doctor Denison?
Denison negó con la cabeza.
—Se supone que favorece la circulación en las extremidades inferiores. Yo lo hago siempre que noto que se me van a dormir las piernas. Iré a hacer una breve visita a la Tierra dentro de poco y estoy tratando de no acostumbrarme demasiado a la gravedad lunar. ¿Hablamos de la señorita Lindstrom, doctor Denison?
Denison preguntó, con un tono muy distinto:
—¿Por qué de ella?
—Es una guía de turismo.
—Sí, ya lo ha dicho antes.
—Y también he dicho que es una ayudante muy poco usual para un físico.
—En realidad, yo sólo soy un físico aficionado y supongo que ella es mi ayudante por afición.
Gottstein dejó de sonreír.
—No bromee, doctor. Me he tomado la molestia de averiguar cuánto he podido sobre ella. Su historial es muy revelador, o lo hubiera sido si a alguien se le hubiese ocurrido estudiarlo antes de este acontecimiento. Creo que es una intuicionista.
Denison replicó.
—Muchos de nosotros lo somos. No me cabe la menor duda de que, a su modo, usted es un intuicionista. Y sé que yo lo soy, también a mi modo.
—Hay una diferencia, doctor. Usted es un científico eficiente, y yo soy, o al menos así lo espero, un administrador eficiente… Sin embargo, aunque la señorita Lindstrom es intuicionista hasta el punto de serle útil a usted en su física teórica avanzada, de hecho es sólo una guía de turismo.
Denison titubeó.
—No posee ningún título académico, Comisionado. Su intuicionismo llega a un nivel excepcionalmente alto, pero carece de un control consciente.
—¿Es acaso el resultado del antiguo programa de mutación artificial?
—Lo ignoro. Pero no me sorprendería que así fuese.
—¿Confía en ella?
—¿En qué sentido? Me ha ayudado.
—¿Sabe usted que es la esposa del doctor Barron Neville?
—Existe una relación emocional; creo que no legal.
—Aquí, en la Luna, no hay ninguna relación de las que nosotros llamaríamos legales. ¿Se trata del mismo Neville a quien usted quiere invitar como tercer autor del ensayo que va a escribir?
—Sí.
—¿Es sólo una coincidencia?
—No. Neville se interesó por mi llegada y creo que pidió a Selene que me ayudase en mi trabajo.
—¿Se lo ha dicho ella?
—Me dijo que él sentía interés por mí. Supongo que era algo natural.
—¿No se le ha ocurrido, doctor Denison, que ella puede estar trabajando en su propio interés y en el del doctor Neville?
—¿De qué modo su interés puede diferir del nuestro? Me ha ayudado sin reservas.
Gottstein cambió de posición y movió los hombros como si estuviera ejercitando sus músculos. Dijo:
—Dada su intimidad con esa mujer, el doctor Neville debe saber que es una intuicionista. ¿No estará utilizándola? ¿Por qué sigue siendo una guía de turismo, si no es para ocultar sus facultades, con un propósito determinado?
—Tengo entendido que el doctor Neville razona a menudo de este mismo modo. Yo encuentro difícil sospechar conspiraciones innecesarias.
—¿Cómo sabe que son innecesarias…? Cuando mi cohete espacial sobrevolaba la superficie de la Luna, poco antes de que la bola de radiación se formase sobre sus instrumentos, yo le miraba a usted. No se encontraba junto al pionizador.
Denison reflexionó.
—No, es cierto. Estaba mirando las estrellas: una tendencia mía cuando subo a la superficie.
—¿Qué hacia la señorita Lindstrom?
—No me fijé en ello. Dijo que había reforzado el campo magnético, y la filtración se produjo al fin.
—¿Suele manipular los instrumentos sin estar usted delante?
—No. Pero puedo comprender su impulso.
—¿Y sería natural que se produjese alguna especie de lanzamiento?
—No le comprendo.
—No estoy seguro de comprenderlo yo mismo. Vi un ligero resplandor en la luz de la Tierra, como si un objeto volase por el aire. No sé qué era.
—Tampoco yo —dijo Denison.
—¿No se le ocurre nada que pudiese tener relación con el experimento que…?
—Nada.
—Entonces, ¿qué estaba haciendo la señorita Lindstrom?
—No tengo idea.
Por un momento, un silencio profundo reinó entre ellos. Después, el Comisionado resumió.
—Quedamos entonces en que usted tratará de corregir la inestabilidad de la filtración y pensará en la preparación de un informe. Yo pondré en marcha el asunto en el otro extremo y durante mi próxima visita a la Tierra me cuidaré de que el informe se publique y alertaré al Gobierno.
Era una clara despedida. Denison se levantó y él Comisionado añadió en tono casual:
—Y piense en el doctor Neville y en la señorita Lindstrom.