15

Barron Neville cambiaba los pies de posición, ejercicio impuesto en la Luna por el reducido espacio de las viviendas y por la gravedad. En una habitación más grande y bajo una gravedad más densa, hubiese caminado a grandes zancadas. Aquí se balanceaba de un lado para otro, con un movimiento rítmico.

—Entonces estás segura de que funciona, ¿verdad, Selene? ¿Completamente segura?

—Sí —replicó Selene—, te lo he dicho cinco veces; las he contado.

Neville no parecía escucharla. Dijo en voz baja y rápida:

—¿No importa que Gottstein estuviera presente? ¿No trató de detener el experimento?

—No, claro que no.

—¿No hubo ninguna indicación de que intentaría ejercer su autoridad…?

—Vamos, Barron, ¿qué autoridad puede ejercer? ¿Hacer que la Tierra mande un destacamento de policía? Además…, ¡oh!, sabes muy bien que no pueden detenernos.

Neville permaneció inmóvil un momento.

—¿No lo saben? ¿Todavía no lo saben?

—Claro que no. Ben estaba mirando las estrellas Y, entonces, llegó Gottstein. Yo aproveché para buscar la filtración, la encontré y ya tenía la otra. La instalación de Ben…

—No la llames su instalación. Fue idea tuya, ¿no?

Selene movió la cabeza.

—Yo hice algunas sugerencias vagas. Los detalles son de Ben.

—Pero ahora sabes reproducirla. Por el bien de la Luna, ¡no me digas que dependemos del terrícola para hacerlo!

—Creo que puedo reproducirla para que nuestra gente haga el resto.

—Muy bien. Pues, empecemos.

—Aún no. ¡Maldita sea, Barron! Todavía no.

—¿Por qué no?

—También necesitamos la energía.

—Pero si ya la tenemos.

—No del todo. El punto de filtración es inestable, bastante inestable.

—Pero esto puede arreglarse. Tú lo has dicho.

—He dicho que lo suponía.

—Con esto me basta.

—De todos modos, será mejor que Ben calcule los detalles y lo estabilice.

Se produjo un silencio entre ellos. El rostro delgado de Neville expresó algo parecido a la hostilidad.

—No me consideras capaz de hacerlo, ¿verdad? ¿Es eso?

Selene preguntó.

—¿Quieres subir conmigo a la superficie y trabajar en ello?

Hubo otro silencio. Neville repuso, muy nervioso.

—No me gusta tu sarcasmo. Y no quiero esperar mucho.

—No puedo mandar sobre las leyes de la naturaleza. Pero creo que no tendrás que esperar mucho… Ahora, si no te importa, necesito dormir. Mañana tengo a mis turistas.

Por un momento, Neville pareció estar a punto de señalar su propia alcoba, como para ofrecerle hospitalidad, pero el gesto, si tenía esta intención, no llegó a producirse y Selene no dio muestras de comprenderlo o siquiera de esperarlo. Se despidió con una vaga inclinación de cabeza y se marchó.