—Me alegro —dijo Denison— de que haya terminado el día —extendió el brazo derecho y lo miró, enfundado en sus capas protectoras—. El sol lunar es algo a lo que no puedo ni quiero acostumbrarme. Incluso este traje me parece natural en comparación con él.
—¿Qué tienes en contra del sol? —inquirió Selene.
—¡No me digas que a ti te gusta, Selene!
—No, claro que no. Lo detesto. Pero es que nunca lo veo. En cambio, tú eres un… Tú estás habituado al sol.
—No al sol tal como es en la Luna. Aquí brilla en un cielo negro. Neutraliza a las estrellas, en vez de ocultarlas. Es tórrido, duro y peligroso. Es un enemigo, y mientras está en el cielo, no puedo evitar la sensación de que fracasarán todas nuestras tentativas de reducir la intensidad del campo.
—Eso es superstición, Ben —dijo Selene con un vago matiz de exasperación—. El sol no tiene nada que ver con ello. Aparte de que estábamos en la sombra del cráter y era como de noche, con estrellas y todo.
—No era igual —discrepó Denison—. Siempre que mirábamos hacia el norte, Selene, veíamos brillar la franja de luz solar. Me repugnaba mirar hacia el norte y, pese a ello, los ojos se me iban en aquella dirección. Y cada vez que miraba, sentía chocar contra mi visera los rayos ultravioleta.
—Eso es imaginación. En primer lugar, los rayos ultravioleta son insignificantes en la luz reflejada; en segundo lugar, el traje te protege contra la radiación.
—Pero no contra el calor; no lo suficiente.
—Bueno, ahora es de noche.
—Si —admitió Denison con satisfacción—, y me alegro —miró en torno suyo con asombro creciente. La Tierra aparecía en el cielo, naturalmente, en su lugar acostumbrado; sólo era visible la mitad y apuntaba hacia el sudoeste. La constelación de Orión estaba sobre ella, como un caballo que emergía de la brillante curva de la Tierra. El horizonte resplandecía a la débil luz terrestre—. Es hermoso —murmuró. Y en seguida agregó—: Selene, ¿indica algo el pionizador?
Selene, que estaba contemplando el firmamento sin hacer ningún comentario, se acercó a los complicados instrumentos que durante los tres últimos días y noches habían estado allí, a la sombra del cráter.
—Todavía no —dijo—, lo cual es alentador. La intensidad del campo se mantiene ligeramente por encima de cincuenta.
—No es lo bastante baja —murmuró Denison.
Selene contestó.
—Podemos bajarla más. Estoy segura de que todos los parámetros son correctos.
—¿El campo magnético también?
—No estoy tan segura del campo magnético.
—Si lo reforzamos, todo perderá estabilidad.
—No tendría que ser así; sé que no ocurriría.
—Selene, confío más en tu intuición que en cualquier otra cosa, a excepción de los hechos. Y el hecho es que pierde estabilidad. Lo hemos probado.
—Lo sé. Ben. Pero no con esta geometría. Se ha estado manteniendo a cincuenta y dos por un tiempo increíblemente largo. Estoy segura de que si empezamos a mantenerlo así durante horas, en lugar de sólo minutos, podremos reforzar diez veces el campo magnético por un período de minutos en vez de segundos… Probémoslo.
—Todavía no —dijo Denison.
Selene vaciló y después se apartó de los instrumentos. Preguntó:
—Aún no echas de menos la Tierra, ¿verdad, Ben?
—No. Es bastante extraño, pero no la echo de menos. Hubiese jurado que era inevitable sentir nostalgia por el cielo azul, la tierra verde, el agua corriente…, todos los consabidos adjetivos y nombres cuya combinación es peculiar de la Tierra. Pero no ocurre así. Ni siquiera sueño con ellos.
Selene observó.
—Es algo que sucede de vez en cuando. Por lo menos, hay inmis que dicen que no experimentan ninguna nostalgia. Constituyen la minoría, claro, y nadie ha descubierto aún el común denominador de esta minoría. Se les atribuye una grave deficiencia emocional, una falta de capacidad para sentir lo que sea; incluso un grave exceso emocional, un temor a admitir su nostalgia, que podría equivaler a una fatal depresión nerviosa.
—Mi caso es muy sencillo. Durante dos o más décadas, la vida en la Tierra no era nada divertida, mientras que aquí trabajo, por fin, en lo único que me interesa. Y tengo tu ayuda… Y aún más, Selene, tengo tu compañía.
—Es magnífico por tu parte —declaró Selene gravemente— nombrar como lo haces la compañía y la ayuda. No das la impresión de necesitar mucha ayuda. ¿Simulas buscarla para conseguir mi compañía?
Denison rió con suavidad.
—No estoy seguro de qué clase de respuesta te halagaría más.
—Prueba con la verdad.
—La verdad es fácil de determinar, teniendo en cuenta lo mucho que valoro a ambas —miró en dirección al pionizador—. La intensidad del campo sigue manteniéndose, Selene.
La visera de Selene resplandeció a la luz de la Tierra.
—Barron dice que la falta de nostalgia es natural y que indica una mente sana. Dice que aunque el cuerpo humano esté adaptado a la superficie de la Tierra y necesite reajustarse a la de la Luna, el cerebro humano no está en el mismo caso. Cualitativamente, el cerebro humano es tan diferente de todos los demás cerebros que puede ser considerado un fenómeno nuevo. No ha tenido tiempo de fijarse realmente a la superficie de la Tierra, y puede, sin ningún reajuste, adaptarse a otros ambientes. Dice que el internamiento en las cavernas de la Luna puede ser su estado ideal, porque equivale a una versión más amplia de su internamiento en la caverna del cráneo.
—¿Y tú lo crees? —preguntó Denison, divertido.
—Cuando Barron habla consigue dar mucha plausibilidad a sus palabras.
—Creo que puede ser del mismo modo plausible decir que la comodidad existente en las cavernas de la Luna es el resultado de la realización fantástica del regreso al claustro materno. De hecho —añadió reflexivamente—, al considerar la temperatura y la presión controladas; la naturaleza y la digestibilidad de la comida, se podría alegar que la colonia lunar (con tu permiso, Selene), la ciudad lunar es una reconstrucción deliberada del ambiente fetal.
Selene replicó:
—No creo que Barron coincidiera contigo.
—Estoy seguro de que no —dijo Denison. Miró hacia la Tierra y el borde de nubes que la circundaba. Guardó silencio, absorto en su contemplación, y no se movió cuando Selene se acercó una vez más al pionizador.
Contemplaba la Tierra en su nido de estrellas y los confines recortados, en los cuales le parecía ver, de vez en cuando, una nube de humo donde un pequeño meteorito podía estar cayendo.
Había señalado a Selene, con algo de preocupación, un fenómeno similar durante la noche anterior. Ella le contestó:
—Es cierto que la Tierra se mueve ligeramente en el cielo a causa de la oscilación de la Luna, y de vez en cuando, un rayo de luz terrestre ilumina un pequeño promontorio y cae en el terreno que lo circunda. Da la impresión de una diminuta nube de polvo. Es algo corriente. No hacemos ningún caso.
Denison había objetado:
—Pero a veces podría ser un meteorito. ¿No ha caído nunca ninguno?
—Claro que sí. Es probable que te caiga alguno encima cada vez que subes. Tu traje te protege.
—No me refiero a partículas de polvo. Me refiero a meteoritos de tamaño perceptible, que podrían levantar una nube de polvo. Meteoritos que podrían matarnos.
—Pues, sí, a veces caen algunos, pero son pocos, y la Luna es grande. Nunca han alcanzado a nadie.
Y mientras Denison contemplaba el cielo y pensaba en aquella conversación, vio algo que, en su momentánea preocupación, se le antojó un meteorito. Sin embargo, un rayo de luz que atraviesa el cielo sólo podía ser un meteorito en la Tierra, con su atmósfera, pero no en la Luna.
La luz que veía en el cielo era obra humana, y Denison aún no había analizado sus impresiones cuando la vio transformarse, con toda claridad, en un cohete que fue a aterrizar rápidamente cerca de él.
Emergió una figura solitaria, mientras un piloto permanecía en el interior, apenas visible como una mancha negra entre los focos.
Denison esperó. La etiqueta del traje espacial requería que el recién llegado junto a cualquier grupo se anunciase el primero.
—Soy el Comisionado Gottstein —dijo la nueva voz—, como es probable que haya deducido por mi balanceo.
—Yo soy Ben Denison —contestó Denison.
—Sí, ya me lo imaginaba.
—¿Ha venido en mi busca?
—Por supuesto.
—¿En una avioneta espacial? Podría…
—Sí —dijo Gottstein—, podría haber utilizado la salida P-4, que está a menos de cien metros de aquí. Pero no sólo le estaba buscando a usted.
—Bueno, no voy a preguntarle el sentido de sus palabras.
—No tengo por qué ser reticente. Creo que le parecerá lógico que me interese por los experimentos que está llevando a cabo en la superficie de la zona.
—No es un secreto y cualquiera puede interesarse por ellos.
—No obstante, nadie parece conocer los detalles de los experimentos. Aparte, claro, de que su trabajo concierne en algún modo a la Bomba de Electrones.
—Una suposición muy razonable.
—¿Usted cree? A mí me parecía que los experimentos de tal naturaleza, para tener algún valor, requerían una instalación enorme. Como no tenía la certeza, he consultado a personas que lo saben. Y veo claramente que no está trabajando con una instalación así. Se me ha ocurrido, por lo tanto, que tal vez no sea usted el verdadero foco de mi interés. Mientras mi intención se centraba en usted, otros podían estar realizando tareas más importantes.
—¿Por qué tendrían que usarme para distraerle?
—Lo ignoro. Si lo supiera, estaría menos preocupado.
—De modo que me ha estado observando.
Gottstein rió entre dientes.
—Eso, sí. Desde que llegó. Pero mientras ha estado trabajando en la superficie, hemos observado esta región por muchos kilómetros a la redonda. Por extraño que parezca, doctor Denison, usted y su compañera son los únicos que están en la superficie lunar para algo que no sea un trabajo rutinario.
—¿Por qué ha de parecer extraño?
—Porque significa que usted cree realmente estar haciendo algo con su instrumento de baratillo, sea lo que sea. No puedo llegar a la conclusión de que es usted incompetente, de modo que considero interesante preguntarle qué está haciendo.
—Estoy haciendo experimentos en parafísica, Comisionado, precisamente como dice el rumor. A lo cual puedo añadir que, hasta ahora, mis experimentos sólo han tenido un éxito parcial.
—Me imagino que su compañera es Selene Lindstrom L., una guía de turismo.
—Sí.
—Ha elegido una ayudante poco usual.
—Es inteligente, trabajadora, está interesada y es extremadamente atractiva.
—¿Y no le importa trabajar con un terrestre?
—No le importa trabajar con un inmigrante que será ciudadano de la Luna en cuanto lo solicite.
Ahora, Selene se acercaba. Su voz sonó en sus oídos.
—Buenos días, Comisionado. Hubiese querido no oírles y no sorprender una conversación privada, pero en un traje espacial es inevitable oír lo que se habla en todo el horizonte.
Gottstein se volvió.
—Hola, señorita Lindstrom. No estaba hablando en secreto. ¿Está interesada en la parafísica?
—¡Oh, sí!
—¿No está desanimada por los fracasos del experimento?
—No son enteramente fracasos —replicó ella—; hemos tenido más éxito del que supone en estos momentos el doctor Denison.
—¿Cómo? —Denison dio una brusca media vuelta, casi perdiendo el equilibrio y levantando una nube de polvo.
Ahora, los tres miraban el pionizador, por encima del cual, a un metro y medio de altura, brillaba una luz como una gran estrella.
Selene dijo.
—He aumentado la intensidad del campo magnético, y el campo nuclear ha permanecido estable y… entonces…
—¡Una filtración! —exclamó Denison—. Maldita sea, no la he visto.
Selene explicó.
—Lo siento, Ben. Primero estabas absorto en tus pensamientos, después ha llegado el Comisionado, y no he podido resistir la tentación de probarlo sola.
Gottstein preguntó.
—Pero ¿qué es exactamente lo que estoy viendo allí?
Denison habló.
—Energía emitida de manera espontánea por la materia que se filtra desde otro universo en el nuestro.
Y mientras decía esto, la luz titiló y se extinguió, y a muchos metros de distancia apareció simultáneamente una estrella más débil.
Denison se lanzó hacia el pionizador, pero Selene, con su gracilidad lunar, saltó por la superficie con mayor eficiencia y llegó primero. Neutralizó la estructura de campo y la estrella lejana se apagó.
—Como ves, el punto de filtración no es estable —dijo.
—No lo es en pequeña escala —repuso Denison—, pero si consideramos que la desviación de un año luz es teóricamente tan posible como una desviación de cien metros, sólo cien metros significan una estabilidad milagrosa.
—No la suficiente —dijo Selene con firmeza.
Gottstein interrumpió.
—Déjenme adivinar de qué están hablando. Dicen que la materia puede filtrarse hasta aquí, o allí, o cualquier lugar de nuestro universo… al azar.
—No completamente al azar, Comisionado —corrigió Denison—. La probabilidad de filtración disminuye con la distancia a que se encuentre el pionizador, y yo diría que a ritmo bastante acelerado. La fijación depende de una variedad de factores y creo que hemos acercado una aproximación notable. No obstante, es muy probable una desviación de unos cuantos centenares de metros; de hecho, acabamos de presenciarla.
—Y podría haberse desviado hacia el interior de la ciudad o incluso dentro de nuestros propios cascos.
Denison replicó con impaciencia.
—No, no. La filtración, al menos con las técnicas que usamos, depende, de modo considerable, de la densidad de la materia ya existente en este universo. Es virtualmente nulo el riesgo de que el punto de filtración se desvíe de un lugar de vacío esencial a otro en el cual exista una atmósfera, aunque fuese cien veces menos densa que la de la ciudad o el interior de nuestros cascos. Sería absurdo intentar la filtración en cualquier lugar que no fuese el vacío, y ésta es la razón de que tuviéramos que intentarlo en la superficie.
—Entonces, ¿esto no es como la Bomba de Electrones?
—En absoluto —repuso Denison—. En la Bomba de Electrones hay una transferencia de materia en dos direcciones, y aquí, una filtración en una sola dirección. Y tampoco son los mismos los universos implicados.
Gottstein preguntó:
—¿Quiere cenar conmigo esta noche, doctor Denison?
Denison vaciló:
—¿Yo solamente?
Gottstein trató de inclinarse ante Selene, pero sólo consiguió una grotesca parodia de un saludo, dentro de su traje espacial.
—Me complacerá disfrutar de la compañía de la señorita Lindstrom en otra ocasión, pero en ésta tengo que hablar con usted a solas, doctor Denison.
—¡Oh, no te preocupes! —dijo Selene bruscamente, mientras Denison seguía vacilando—. Mañana tengo mucho trabajo y tú necesitarás tiempo para pensar en la inestabilidad del punto de filtración.
Denison preguntó, titubeando.
—Bueno, entonces… Selene, ¿me avisarás cuando tengas otro día libre?
—Siempre lo hago, ¿no? Y de todos modos, estaremos en contacto antes de mi próximo día libre… ¿Por qué no se van los dos? Yo me ocuparé de los instrumentos.