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—Y entonces le devolví el beso —concluyó Selene, pensativamente.

—¡Oh!, ¿de veras? —comentó Barron Neville con acritud—. A esto le llamo sacrificarse en aras del deber.

—¿Tú crees? No fue tan desagradable. De hecho —y sonrió—, él se portó de modo conmovedor. Temía ser torpe y empezó por ponerse las manos a la espalda, supongo que para no aplastarme.

—Ahórrame los detalles.

—¿Por qué? ¿Qué diablos te importa? —explotó ella de improviso—. Tú abogas por el platonismo, ¿no?

—¿Te interesa lo contrario? ¿Ahora mismo?

—No es preciso que lo consideres una obligación.

—Pues tú harías bien en recordar la tuya. ¿Cuándo esperas facilitarnos la información que necesitamos?

—Tan pronto como pueda —repuso ella con voz átona.

—¿Sin que él se entere?

—A él sólo le interesa la energía.

—Y salvar al mundo —se mofó Neville—. Y ser un héroe. Y demostrarlo públicamente. Y besarte.

—El está dispuesto a reconocer todo esto. ¿Qué reconocerías tú?

—La impaciencia —replicó Neville, de mal talante—. Una gran impaciencia.