Neville se enojó.
—No, no me gusta.
—¿Por qué no? ¿Porque es un terrícola? —Selene se quitó un poco de pelusa del pecho izquierdo y la contempló críticamente—. Esto no es de mi blusa. Te repito que la circulación de aire es abominable.
—Este Denison es un don Nadie. No es parafísico. Dice que es un autodidacta en este ramo de la ciencia, y lo prueba al venir aquí con ideas preconcebidas y dementes.
—¿Por ejemplo?
—Cree que la Bomba de Electrones hará explotar el universo.
—¿Ha dicho eso?
—Sé que lo piensa… ¡Oh! Ya conozco los argumentos. Los he oído bastante a menudo. Pero no va a ocurrir, y eso es todo.
—Tal vez —dijo Selene, enarcando las cejas— se trata sólo de que tú no quieres que ocurra.
—No empieces —replicó Neville.
Hubo una breve pausa. Luego, Selene dijo:
—Bien, ¿qué vas a hacer con él?
—Le daré un empleo. Quizá sea inútil como científico, pero es posible que sirva para algo. Su presencia ya es conocida; el Comisionado ha hablado con él.
—Estoy enterada.
—Me ha contado la romántica historia de que han dado al traste con su carrera y está intentando rehabilitarse.
—¿De verdad?
—De verdad. Estoy seguro de que te entusiasmará. Si se lo preguntas, te lo contará todo. Y esto es útil. Si tenemos a un terrestre romántico trabajando en la Luna en un proyecto descabellado, será algo perfecto para preocupar al Comisionado. Lo usaremos para despistarle, como pantalla. Y quién sabe, incluso podría ser que a través de él logremos tener una idea más exacta de lo que se trama en la Tierra. Conviene que sigas siendo amable con él, Selene.