7

Denison abrió la puerta con la mano. Había un contacto que la hubiese abierto automáticamente, pero como acababa de despertarse, no pudo encontrarlo.

El hombre de cabellos negros, cuyo ceño parecía fruncido sin estarlo, preguntó.

—Lo siento. ¿Llego demasiado temprano?

Denison repitió la última palabra para tener tiempo de comprender la situación.

—¿Temprano? No, yo… creo que me despierto tarde.

—Le llamé. Concertamos una cita.

Y entonces Denison se acordó.

—Sí. Usted es el doctor Neville.

—El mismo. ¿Puedo entrar?

Cruzó el umbral al tiempo que lo preguntaba. La habitación de Denison era pequeña y la cama ocupaba la mayor parte de su extensión. El ventilador funcionaba en silencio.

Neville dijo, con superflua cortesía:

—Espero que haya dormido bien.

Denison echó una mirada a su pijama y se pasó una mano por los cabellos en desorden.

—No —repuso, bruscamente—. He pasado una noche abominable. ¿Puedo pedirle que me disculpe mientras me pongo algo más presentable?

—Por supuesto. ¿Le gustaría que entretanto prepare el desayuno? Tal vez usted no esté familiarizado con los instrumentos.

—Sería un gran favor —dijo Denison.

Apareció veinte minutos después, bañado y afeitado con pantalones y una camiseta. Observó:

—Espero no haber estropeado la ducha. El agua ha dejado de salir y no ha vuelto a funcionar.

—El agua está racionada. Recibe una cierta cantidad. Esto es la Luna, doctor. Me he tomado la libertad de preparar huevos revueltos y sopa caliente para los dos.

—Huevos revueltos…

—Nosotros lo llamamos así. Los terrestres no le darían este nombre, me imagino.

—¡Oh! —exclamó Denison.

Y se sentó con muy poco entusiasmo ante una mezcla amarilla y pastosa que debían ser los huevos revueltos. Intentó no hacer ninguna mueca cuando tomó el primer bocado, y después lo tragó con valentía y volvió a colmar el tenedor.

—Se acostumbrará con el tiempo —dijo Neville—. Es altamente nutritivo. Le advierto que el gran contenido en proteínas y la escasa gravedad disminuirán su necesidad de comer.

—Tanto mejor —comentó Denison, carraspeando.

Neville dijo.

—Selene me ha dicho que proyecta quedarse en la Luna.

—Tal era mi intención —repuso Denison, después de lo cual se restregó los ojos—. Pero he pasado una noche terrible, y esto pone a prueba mi resolución.

—¿Cuántas veces se ha caído de la cama?

—Dos. Veo que es algo corriente.

—Para los terrestres, es una situación invariable. Despierto puede aprender a caminar siempre que recuerde la gravedad de la Luna. Dormido, se mueve como lo haría en la Tierra. Menos mal que caerse no es doloroso cuando la gravedad es poco densa.

—La segunda vez he dormido un rato en el suelo antes de despertarme No recordaba haberme caído. ¿Qué diablos puedo hacer?

—No descuidar sus exámenes periódicos del corazón y de la tensión arterial, para asegurarse de que el cambio de gravedad no le está perjudicando demasiado.

—Ya me lo han advertido —dijo Denison, un poco de mal talante—. De hecho, ya me han dado horas fijas para el mes próximo. Y píldoras.

—Bueno, dentro de una semana ya lo habrá superado —observó Neville, como descartando algo trivial—. Y necesitará ropa adecuada. Estos pantalones no le sirven y esta prenda fina no tiene ninguna utilidad.

—Supongo que habrá algún lugar donde pueda comprar ropa.

—Naturalmente. Si logra que le acompañe cuando no tenga trabajo, Selene le ayudará con gusto, estoy seguro. Me ha dicho que es usted una buena persona, doctor.

—Celebro que piense así.

Denison, después de tragar una cucharada de sopa, la miró como preguntándose qué podía hacer con el resto. Con gesto sombrío, continuó la tarea de engullirla.

—Cree que usted es físico, pero estoy convencido de que se equivoca.

—Estudié para ser radioquímico.

—Tampoco ha trabajado como tal durante mucho tiempo, doctor. Es posible que estemos separados de la Tierra, pero no estamos tan lejos. Usted es una de las víctimas de Hallam.

—¿Tantas hay que habla de ellas en grupo?

—¿Por qué no? La Luna entera es una de las víctimas de Hallam.

—¿La Luna?

—En cierto modo.

—No le comprendo.

—En la Luna no tenemos Estaciones de la Bomba de Electrones. No se ha establecido ninguna porque no ha habido cooperación con el parauniverso. No han aceptado las muestras de tungsteno.

—Seguramente, doctor Neville, usted no pretenderá insinuar que esto es obra de Hallam.

—De una manera negativa, sí. ¿Por qué ha de ser sólo el parauniverso el que pueda iniciar una Estación de la Bomba? ¿Por qué no nosotros?

—Según tengo entendido nos faltan los conocimientos necesarios para tomar la iniciativa.

—Y continuaremos sin esos conocimientos mientras esté prohibida la investigación en este sentido.

—¿Está prohibida? —preguntó Denison, algo sorprendido.

—En efecto. Si al trabajo necesario para adquirir esos conocimientos no se le conceden las prioridades indispensables, en el protón sincrotrón o en cualquiera de las grandes instalaciones (todas controladas por la Tierra y todas bajo la influencia de Hallam), la investigación puede considerarse efectivamente prohibida.

Denison se restregó los ojos.

—Creo que tendré que volver a dormir dentro de poco rato. Lo siento, no he querido darle la impresión de que me está aburriendo. Pero, dígame: ¿tan importante es la Bomba de Electrones para la Luna? Las baterías solares son eficaces y suficientes.

—Nos hacen depender del sol, doctor. Nos atan a la superficie.

—Siendo así… Pero, según su opinión, ¿por qué Hallam se opone a este proyecto, doctor Neville?

—Usted lo sabe mejor que yo, si le conoce en persona. Prefiere que el público en general no se entere de que la creación de la Bomba de Electrones es exclusivamente obra de los parahombres y de que nosotros sólo somos sus criados. Y en caso de que en la Luna nosotros avancemos hasta el punto de saber con exactitud lo que estamos haciendo, el nacimiento de la verdadera tecnología de la Bomba de Electrones se deberá a nosotros, no a él.

Denison interrogó:

—¿Por qué me cuenta todo esto?

—Para no perder tiempo. Solemos dar la bienvenida a los físicos que llegan de la Tierra. Nos sentimos muy aislados en la Luna, víctimas de una política terrestre hostil a nosotros, y un físico puede sernos útil, aunque sólo sea para darnos la sensación de un menor aislamiento. Un físico-inmigrante es aún más útil, y nos gusta explicarle la situación y animarle a que trabaje con nosotros. Siento que, después de todo, usted no sea físico.

—Pero Yo no he dicho que lo sea objetó Denison, con impaciencia.

—Y sin embargo, quiere ver el sincrotrón. ¿Por qué?

—¿Le preocupa realmente? Mi querido amigo, permítame que se lo explique. Mi carrera científica fue abortada en sus comienzos. He decidido buscar alguna forma de rehabilitación, algún nuevo significado para mi vida, tan lejos de Hallam como fuera posible…, lo cual me ha traído a la Luna. Estudié para radioquímico, pero este hecho no me ha paralizado hasta el punto de no profundizar en otros campos de la ciencia. La parafísica es la ciencia de la actualidad y yo he hecho lo posible para adentrarme en ella, con la convicción de que me ofrecerá la mejor esperanza de rehabilitación.

—Comprendo —asintió Neville, con evidente escepticismo.

—A propósito, ya que ha mencionado la Bomba de Electrones… ¿Ha oído usted algo acerca de las teorías de Peter Lamont?

Neville miró con fijeza a su interlocutor.

—No, creo que no he oído hablar de ese hombre.

—Claro, no es famoso. Y probablemente no lo será nunca; en gran parte por la misma razón que no lo soy yo. Se cruzó con Hallam… Su nombre circuló no hace mucho y he estado pensando en él. Ha sido un modo de ocuparme durante el insomnio de esta noche. —Y bostezó.

Neville preguntó, impaciente.

—¿Y qué, doctor? ¿Qué hay de ese hombre? ¿Cómo se llama?

—Peter Lamont. Tiene unas ideas muy interesantes sobre la parateoría. Sostiene que con el uso continuado de la Bomba, la interacción nuclear fuerte se intensificará gradualmente en el espacio del sistema solar, que el sol se irá calentando más y que en un punto crucial sufrirá un cambio de fase que producirá una explosión.

—¡Tonterías! ¿Se imagina usted el cambio, a una escala cósmica, que puede producir cualquier utilización de la Bomba a escala humana? Aun teniendo en cuenta que su educación en física no es completa, no ha de resultarle difícil comprender que la Bomba no puede causar un cambio apreciable en las condiciones generales del universo durante toda la existencia del sistema solar.

—¿Lo cree usted así?

—Naturalmente. ¿Usted no?

—No estoy seguro. Lamont está esgrimiendo un arma personal. Le conozco poco, pero me dio la impresión de ser un hombre muy reconcentrado y emocional. Considerando lo que le ha hecho Hallam, es probable que le impulse una irresistible cólera.

Neville frunció el ceño. Inquirió.

—¿Está seguro de que odia a Hallam?

—Soy un experto en la materia.

—¿No se le ocurre pensar que la circulación de esta clase de duda (que la Bomba es peligrosa) podría ser utilizada como otro argumento para que la Luna no instale Estaciones propias?

—¿A costa de crear una alarma y desazón universales? Por supuesto que no. Esto sería como romper nueces con explosiones nucleares. No, estoy convencido de que Lamont es sincero. De hecho, de manera un poco vaga, yo también tuve una vez ideas similares.

—Porque a usted también le impulsa el odio hacia Hallam.

—Yo no soy Lamont. Me imagino que no reacciono del mismo modo que él. Tenía la esperanza de poder investigar el asunto en la Luna, lejos de la afluencia de Hallam y de la impresionabilidad de Lamont.

—¿Aquí en la Luna?

—Aquí en la Luna. Pensé que tal vez se me permitiría utilizar el sincrotrón.

—¿Esta es la razón por la cual está interesado en él?

Denison asintió.

Neville dijo:

—¿De verdad cree que podrá usar el sincrotrón? ¿Está enterado de la enorme acumulación de peticiones como la suya?

—Pensaba poder lograr la cooperación de algunos científicos lunares.

Neville meneó la cabeza, riendo.

—Tenemos casi las mismas posibilidades que usted… No obstante, le diré lo que podemos hacer. Hemos montado laboratorios propios. Le haremos sitio; quizá incluso podamos conseguirle algunos pequeños instrumentos. No sé si nuestra ayuda le será útil, pero por lo menos podría estar haciendo algo.

—¿Cree que dispondría de algún medio para hacer observaciones útiles acerca de la parateoría?

—Supongo que eso dependería, en parte, de su habilidad. ¿Espera probar las teorías de ese hombre, de Lamont?

—O rebatirlas, tal vez.

—Las rebatirá. No tengo dudas al respecto.

Denison añadió.

—¿Queda claro, verdad, que no tengo el título de físico? ¿Por qué me ofrece un puesto de trabajo con tanta facilidad?

—Porque viene de la Tierra. Ya le he dicho que valoramos esta circunstancia, y quizá el hecho de que sea un físico autodidacta resultará de un valor adicional. Selene responde de usted, un factor al que acaso yo conceda más importancia de la debida. Además, todos somos víctimas en manos de Hallam. Si desea rehabilitarse, le ayudaremos.

—Perdone si le parezco cínico. ¿Qué espera sacar de esto?

—Su ayuda. Hay cierta incomprensión entre los científicos de la Tierra y los de la Luna. Usted es un terrestre que ha venido a la Luna voluntariamente y podría servir de puente entre nosotros para beneficio de todos. Ya ha entrado en contacto con el nuevo Comisionado, y es posible que, al tiempo que usted se rehabilita, nos rehabilite a nosotros.

—¿Se refiere a que si lo que hago debilita la influencia de Hallam, estaré beneficiando a la ciencia lunar?

—Todo lo que haga nos será útil… Y ahora, tal vez sea mejor que le deje dormir un poco más. Venga a verme dentro de dos días y me encargaré de colocarle en un laboratorio. Y también —añadió, mirando en torno suyo— de buscarle una vivienda más cómoda.

Se estrecharon las manos y Neville se marchó.