6 (continuación)

—El maldito estúpido —murmuró Lamont, recordando—. Hubiera tenido que estar allí, Mike, para ver su pánico ante cualquier sugerencia de que el otro lado era la fuerza motora. Lo recuerdo y me pregunto: ¿Cómo era posible conocerle, aunque fuera superficialmente, y no saber que reaccionaría de aquel modo? Puede considerarse dichoso de no haber tenido que trabajar nunca con él.

—Lo estoy —dijo Bronovski, con indiferencia—, aunque en ciertas ocasiones usted no es ningún ángel.

—No se lamente. En su trabajo no tiene problemas.

—Pero tampoco interés. ¿A quién le importa mi trabajo, excepto a mí mismo y a cinco personas más en todo el mundo? Tal vez a seis…, si usted se acuerda.

Lamont se acordaba.

—¡Ah! Tal vez —dijo.