Sentados con la espalda apoyada en la pared del granero y las piernas estiradas, los mellizos observaban cómo Nicolas y Gilgamés discutían. El Alquimista permanecía quieto y en silencio; en cambio, el rey gesticulaba vigorosamente.
—¿En qué lengua están hablando? —preguntó Josh—. Me resulta familiar.
—Hebreo —respondió Sophie sin pensar. Josh asintió mientras adoptaba una postura más cómoda.
—Sabes… yo pensaba… —empezó en voz baja, esforzándose por encontrar las palabras adecuadas en su estado de agotamiento—. Creía que sería más… —se encogió de hombros y añadió—: No sé. Más espectacular.
—Viste lo mismo que yo —dijo Sophie con una sonrisa cansada—. ¿No crees que eso es espectacular?
Josh volvió a encogerse de hombros.
—Es interesante. Pero no noto nada diferente. No sé, pensaba que después de aprender una de las magias, me sentiría… quizá más fuerte. ¿Cómo debemos utilizar esta Magia del Agua? —preguntó mientras alzaba las manos ante sí—. ¿Tenemos que hacer algo con el aura y pensar en agua? ¿Deberíamos practicar?
—Es cuestión de instinto. Lo sabrás en el momento apropiado —recomendó Sophie mientras bajaba las manos de su hermano—. No puedes utilizar tu aura —le recordó—, ya que desvelaría nuestra ubicación. Ésta es la tercera magia elemental que he aprendido, y tienes razón, no es espectacular; pero las demás tampoco lo fueron. No me sentí más fuerte, ni más rápida, ni nada de eso cuando aprendí el Aire o el Fuego. Pero me siento… —hizo una pausa, buscando la palabra adecuada y finalmente agregó—: diferente.
—¿Diferente? —repitió Josh mirando a su hermana—. No hay nada diferente en ti excepto cuando tus pupilas se tornan plateadas. Entonces das mucho miedo.
Sophie asintió. Sabía a qué se refería su hermano; ella misma había sido testigo de cómo los ojos de Josh se convertían en discos dorados y le había resultado una experiencia aterradora. Apoyando la cabeza sobre la madera, la joven cerró los ojos.
—¿Te acuerdas de cuando te quitaron la escayola del brazo el año pasado?
Josh gruñó.
—Jamás lo olvidaré.
Se había roto el brazo cuando alguien le hizo una mala entrada el verano anterior y tuvo que pasar tres meses con él escayolado.
—¿Qué dijiste cuando te la quitaron?
Inconscientemente, Josh alzó el brazo izquierdo, lo dobló y cerró la mano. La escayola le había parecido algo irritante; le impedía realizar muchos movimientos, incluso atarse los cordones de las zapatillas.
—Dije que volvía a ser yo.
—Así es como yo me siento —dijo Sophie abriendo los ojos y mirando a su hermano—. Con cada magia que me enseñan me siento más y más completa. Es como si hubiera partes de mi sr que me habían faltado durante toda mi vida; ahora siento que me estoy recomponiendo, pieza a pieza.
Josh intentó soltar una carcajada, pero sólo logró pronunciar un sonido tembloroso.
—Supongo que cuando aprendas la última magia ya no me necesitarás más.
Sophie agarró a su hermano por el brazo y le apretó con fuerza.
—No seas bobo. Eres mi hermano mellizo. Somos los dos que son uno.
—El uno que lo es todo —finalizó él.
—A veces me pregunto qué significa —susurró Sophie.
—Me da la sensación de que lo descubriremos, tanto si queremos como si no —añadió Josh.