Francis, el conde de Saint-Germain, se giró en el asiento del conductor para mirar a Scathach por encima del hombro.
—¿Y tú no puedes verlo?
Scathach se inclinó hacia delante, entre Saint-Germain y Juana, que permanecía en el asiento del copiloto, y observó a través del cristal parabrisas. Justo enfrente de ella se alzaba la inmensa fachada de la majestuosa catedral de Notre Dame que, ahora, estaba completamente arruinada. Las gárgolas y grotescos, famosos en todo el mundo y que habían decorado la parte frontal del antiguo monumento, no eran más que escombros esparcidos por la plaza. Grupos de académicos procedentes de todos los rincones de Francia, rodeados por voluntarios y estudiantes, se arremolinaban alrededor de la catedral, intentando juntar las piezas de piedra negra. Todos los pedazos de piedra más grandes tenían una pequeña etiqueta numerada pegada en ellos.
—¿Qué estoy buscando? —preguntó la Guerrera.
Saint-Germain apoyó ambas manos sobre el volante del Renault negro y alzó la barbilla, señalando así el centro de la plaza donde yacían desparramados los restos de piedra.
—¿No puedes ver un pilar de luz dorada?
Scathach entornó sus ojos verde hierba, miró de un lado a otro, buscando aquel pilar y, finalmente, dijo:
—No.
El conde miró a su esposa.
—No —dijo Juana de Arco.
—Está ahí —insistió Saint-Germain.
—Y no lo dudo —comentó rápidamente Scathach—. Pero no logro visualizarlo.
—Pero yo sí —caviló Saint-Germain en voz alta—. Bueno, esto es un misterio —añadió con tono de satisfacción—. Pensé que todo el mundo podría verlo.
Juana alargó el brazo, clavó los dedos, tan fuertes como el hierro, sobre el brazo de su marido y le apretó la piel lo suficientemente rápido como para hacerle callar.
—Puedes intentar averiguarlo después, cariño. Ahora tenemos que irnos.
—Oh, claro que sí.
El conde apartó su cabellera negra de la frente y señaló el centro de la plaza.
—Dos líneas telúricas conectan la costa oeste norteamericana con París. Las dos son increíblemente antiguas y una, de hecho ésta, circunnavega el globo, uniendo así todos los lugares primigenios y poderosos —explicó. Entonces giró el espejo retrovisor para poder mirar a Scathach—. Cuando tú, Nicolas y los mellizos llegasteis, aparecisteis en la línea telúrica que desemboca en la basílica del Sagrado Corazón, en Montmartre. Teóricamente no tendría que haber funcionado, pero es obvio que la Bruja de Endor era tan poderosa que pudo activarla.
—Francis —avisó Juana—, no tenemos tiempo para una lección de historia.
—Sí, sí, sí. Bueno, la otra línea telúrica, mucho más poderosa, se halla en el Punto Cero, fuera de la catedral de Notre Dame, en el centro de la ciudad.
—¿Punto Cero? —preguntó Scathach.
—Punto cero —repitió el conde señalando la catedral—. El mismísimo corazón de París; este lugar ha sido especial durante milenios. Es el punto desde dónde se miden todas las distancias de la capital francesa.
—A veces me he preguntado por qué se escogió este lugar en particular —dijo Juana—. Supongo que no fue una elección al azar o accidental, ¿verdad?
—No. La raza humana ha venerado este emplazamiento, incluso antes de la invasión romana. Siempre ha sentido una especie de atracción por este lugar y otros parecidos. Quizás, en algún punto de su ADN, las personas recordaban que aquí había una línea telúrica. Existen puntos ceros o kilómetros cero en casi cada capital del mundo, y siempre hay líneas telúricas cerca. Hubo un tiempo en que las usé para viajar alrededor del mundo.
Juana miró a su marido. Aunque se conocían desde hacía siglos y habían contraído matrimonio recientemente, la inmortal se dio cuenta de que había muchas cosas que todavía no conocía sobre él. Juana señaló la catedral.
—¿Qué ves?
—Veo una columna dorada cuya luz alcanza los cielos.
Juana entornó les ojos intentando vislumbrar la columna entre los rayos de sol vespertinos, pero no logró distinguir nada. Cuando Scathach sacudió la cabeza, Juana de Arco observó fugazmente un rayo rojo sobre sus hombros.
—Estas columnas… ¿siempre son doradas? —preguntó.
—No siempre: pueden ser doradas o plateadas. En mis viajes a Extremo Oriente descubrí agujas plateadas. Antes de perder la habilidad de ver con claridad creo que el ser humano era capaz de identificar líneas telúricas simplemente observando el cielo y buscando el rayo de luz plateado o dorado más cercano —relató. Después se giró hacia Scathach y preguntó—: ¿Los Inmemoriales podéis diferenciar las líneas telúricas?
Scathach se encogió de hombros.
—No tengo la menor idea —respondió de forma distraída—. Yo no y, antes de que lo preguntes, nunca he oído que alguien de la Última Generación fuera capaz de distinguirlas.
La mujer, de aspecto juvenil, se colocó una mochila negra sobre los hombros y se anudó un pañuelo amplio y negro alrededor de la frente para impedir que los mechones pelirrojos le taparan la visión. Sus idénticas espadas cortas estaban envueltas en un trapo blanco que llevaba atado en su mochila.
—Entonces, ¿qué hacemos?
El conde revisó la hora en su reloj.
—Esta línea telúrica se activará exactamente a las 13.49 de la tarde; esta hora marca el mediodía en París, el momento en que el sol se encuentra en su cénit.
—Sé lo que significa el término mediodía —murmuró Scatty.
—Caminad directamente hasta el Punto Cero y permaneced allí. Sobre los adoquines encontraréis un círculo que rodea un rosetón en miniatura. El círculo está dividido en dos partes. Comprobad que las dos tenéis un pie en cada una de las partes. Yo me encargaré del resto —dijo Saint-Germain—. Cuando la línea se active, os enviaré a vuestro destino.
—¿Y los gendarmes? —preguntó Juana mientras se colocaba una mochila. Llevaba su espada introducida en un tubo que, antaño, había servido para transportar el trípode de una cámara.
—Yo también me ocuparé de eso —dijo Francis con una sonrisa que dejó d descubierto su dentadura imperfecta—. Quedaos en el coche hasta que veáis a la policía hablando conmigo. Pase lo que pase no os detengáis hasta llegar al Punto Cero. Después, esperad.
—¿Y luego? —preguntó Scatty. Detestaba utilizar líneas telúricas. Le provocaban mareos, malestar y vómitos.
El conde encogió los hombros.
—Bueno, si todo va según lo previsto, llegaréis instantáneamente a la costa oeste de Norteamérica.
—¿Y si eso no ocurre? —preguntó Scatty alarmada mientras Saint-German se apeaba del coche—. ¿Qué pasa si todo no va según lo previsto? ¿Dónde acabaremos?
—¿Quién sabe? —respondió Francis alzando las manos—. Las líneas telúricas se abren con la fuerza del sol o la luna, dependiendo de la dirección que tomen. Supongo que siempre existe la posibilidad de que, si algo va mal, uno pueda emerger en el corazón del sol o en el lado oscuro de la luna. Esta línea va de éste a oeste, así que se trata de una línea solar —añadió. Y, con una tierna sonrisa, finalizó—: Estarás bien.
Abrazó a Juana durante unos instantes y después la besó en la mejilla. Le susurró algo al oído que Scathach no logró interceptar. Juana se giró en el asiento y observó a la Guerrera.
—Manteneos a salvo. Sacad a Perenelle de esa isla y contactad conmigo. Ye mismo iré a buscaros.
El conde se apeó del coche, introdujo las manos en los bolsillos de su abrigo de cuero negro y empezó a pasear con aire tranquilo hacia el gendarme más cercano.
Juana se dio media vuelta para mirar a su amiga.
—Tienes esa expresión tan tuya —dijo.
—¿Qué expresión? —preguntó Scatty inocentemente y con los ojos brillantes.
—Yo la denomino cara de combate. Cambias la expresión, se torna más… angulada.
Alargó el brazo y acarició la mejilla de Scathach. Era como si la piel se le hubiera pegado a los huesos, definiendo claramente la calavera de su interior. Las pecas sobre su piel pálida se asemejaban a gotas de sangre.
—Es mi herencia vampira —sonrió la Sombra mostrando su dentadura salvaje—. Nos ocurre a todos los de mi clan cuando nos entusiasmamos. Algunos bebedores de sangre no consiguen controlar el cambio y les altera completamente, convirtiéndoles en verdaderos monstruos.
—¿Estás entusiasmada por librar una batalla? —preguntó Juana en voz baja.
Scatty dijo que sí con la cabeza, con gesto contento.
—Me entusiasma el hecho de rescatar a nuestra querida amiga.
—No será fácil. Está atrapada en una isla repleta de monstruos.
—¿Y qué más da? Tú eres la legendaria Juana de Arco y yo soy la Sombra. ¿Quién puede con nosotras?
—¿Una esfinge? —sugirió Juana.
—No es para tanto —respondió Scatty—. Yo luché contra la esfinge y su horrorosa madre.
—¿Quién ganó? —preguntó Juana.
—¿Quién crees? —empezó Scatty, pero enseguida se contuvo y añadió—: Bueno, de hecho, hui…