Agua.
Josh abrió los ojos.
Un gigantesco planeta azul planeaba en el espacio. Unas nubes blancas se arremolinaban por toda su superficie; el hielo brillaba en los polos de la esfera.
Y entonces él caía, zambulléndose en el planeta, precipitándose hacia los resplandecientes océanos azules. Fuerte y autoritaria, la voz de Gilgamés bramaba y retumbaba a su alrededor, subiendo y bajando como las olas del océano.
—Se dice que la Magia del Aire, o del Fuego, o incluso la de la Tierra, es la magia más poderosa de todas. Pero no es cierto. La Magia del Agua supera todas las demás, ya que el agua puede dar vida y traer muerte.
Completamente mudo, incapaz incluso de moverse o girar la cabeza, Josh seguía desplomándose entre las nubes mientras observaba cómo el mundo crecía, cómo aparecían nuevas y vastas masas de tierra, aunque no lograba reconocer ninguna de ellas. Entonces empezó a correr en dirección a un punto rojo en el horizonte, cubierto por unas nubes oscuras y densas que también ofrecían sombra a unos mares de hierba verde que se agitaban con el soplo del viento.
Volcanes. Una docena de ellos estaban alineados a orillas del mar; parecían unos monstruos gigantescos que escupían fuego y rocas fundidas a la atmósfera. Los mares bramaban y una espuma blanca rodeaba a la gigantesca roca ardiente y bermeja.
—El agua puede extinguir el fuego. Incluso la lava del corazón de la tierra no puede vencer a este elemento.
Cuando la lava golpeó el oleaje marino, se enfrió en un estallido de humo. Un paisaje humeante y oscuro de magma congelado se formó debajo de las ondas marinas.
Josh volvía a planear por el cielo y el único sonido que lograba percibir era la voz del Rey, que, de repente, se asemejaba al latido de un corazón; vigorosa pero tranquilizadora, como el romper de las olas en un acantilado lejano. El joven se alejó del anillo de fuego, dirigiéndose hacia el este, hacia un amanecer. Las nubes se congregaron bajo sus pies; espirales blancas daban paso a pelotas esponjosas que se espesaban y después florecían formando una extensión de nubes tormentosas y enturbiadas.
—Sin agua, la vida no existe…
Josh se derrumbó entre las nubes. Los rayos destellaban silenciosamente a su alrededor mientras una lluvia torrencial rociaba unos bosques exuberantes y verdes donde unos árboles increíblemente altos y unos helechos gigantescos cubrían la tierra.
El paisaje volvió a cambiar, y las imágenes parpadeaban cada vez más y más rápido. Sobrevoló por encima de un páramo desierto donde unas vastas dunas ondeaban en todas direcciones. Un único punto de color le arrastró hacia abajo, abajo, abajo, hacia un oasis en el que unos árboles de color verde esmeralda se apiñaban alrededor de una piscina centelleante.
—La raza humana puede sobrevivir con pocos alimentos, pero no puede sobrevivir sin agua.
Josh volvió a alzar el vuelo y descendió sobre un imponente río que serpenteaba entre altas montañas irregulares. En cada orilla curvada, Josh pudo distinguir diminutos puntos de luz; se trataba de cabañas con una hoguera en el centro que brillaba en la oscuridad. Corriendo a lo largo del borde del río, Josh era consciente de que el tiempo se aceleraba. Décadas y después siglos se sucedían con cada latido del corazón. Las tormentas arremetían contra las montañas, erosionándolas, suavizándolas, desgastándolas. Las cabañas de paja cambiaban su apariencia utilizando lodo, después madera y más tarde piedra; entonces aparecieron las casas fabricadas a partir de bloques de piedra, rodeadas por una muralla; un castillo se alzó y se desmoronó para ser sustituido por una aldea ligeramente más grande; después por un pueblo de casas de piedra y madera; más tarde creció una ciudad en que el mármol tallado y las ventanas de cristal destellaban en la luz y, finalmente, se transformó en una metrópolis moderna donde destacaba el cristal y el metal.
—La raza humana siempre ha construido sus ciudades en las riberas de los ríos y en las costas marinas.
El río dio paso a un inmenso océano. El sol pasó como una centella por el cielo, moviéndose de forma tan veloz que apenas uno podía distinguirlo en la bóveda celeste.
—El agua siempre ha sido la guía para la humanidad…
Unos barquitos navegaban por el agua; primero canoas, después botes con remos, más tarde barcos con velas y, por último, transatlánticos y barcos petroleros.
—… su despensa…
Una flota de barcos pesqueros arrastraban unas redes gigantescas del océano.
—… y su condena.
El océano, inmenso y agitado, de un color amoratado, golpeaba una aldea costera completamente aislada. Inundó los barcos, arrancó los puentes y dejó un rastro de devastación a su paso.
—Nada puede enfrentarse a la furia del agua…
Una gigantesca columna de agua destruyó la calle de una ciudad moderna, inundando sus casas, llevándose con su flujo todos los vehículos aparcados.
De repente, Josh volvía a deslizarse hacia arriba, abandonando la tierra bajo sus pies y la voz del Rey se desvaneció hasta convertirse en un suave murmurio, como el siseo de las olas sobre la arena.
—El agua trajo vida a este planeta. El agua que a punto estuvo de destruirlo.
Josh descendió la mirada y contempló el planeta azul. Éste era el mundo que él reconocía. Diferenció la forma de los continentes y los países, la extensión de América del Norte y América del Sur y el contorno de África. Pero de pronto se percató de que había algo raro en el perfil de las masas de tierra. No eran tal y como él las recordaba de su clase de geografía. Parecían más grandes y menos definidas. El Golfo de México parecía más pequeño, no lograba encontrar el Golfo de California y el Caribe era, sin duda alguna, de un tamaño menor. No era capaz de distinguir la inconfundible forma de Italia en el Mediterráneo y las islas de Irlanda y gran Bretaña eran tan sólo un bulto sin forma alguna.
Y mientras contemplaba estos cambios, el mar azul empezó a cubrir la tierra, sumergiéndola, inundándola.
Josh cayó hacia el agua, hacia el azul del océano. Y Gilgamés pestañeó y miró hacia otro lado. Entonces los mellizos se despertaron.