Apesar de la calidez que desprendía el sol del atardecer, Perenelle de repente sintió un escalofrío.
—¿Qué quieres decir? ¿No estás con Nicolas y los niños? —preguntó un tanto alarmada sin apartar la mirada del plato llano metálico cubierto de agua amarillenta. Unos zarcillos de su aura blanca se enroscaron por la superficie del líquido.
Unos ojos verdes como la hierba, gigantescos y sin parpadear, observaban a la Hechicera desde el agua.
—Nos hemos separado —aunque apenas se podía percibir el tono de voz, Perenelle enseguida advirtió el abatimiento en la voz de Scathach—. Tuve un problemilla —admitió un tanto avergonzada y con un acento celta más pronunciado.
La Hechicera estaba sentada con la espalda recostada sobre las cálidas piedras que construían el faro de Alcatraz mientras contemplaba fijamente el líquido ante ella. Inspirando hondamente, alzó la cabeza para vislumbrar la ciudad que se hallaba al otro lado de la bahía. El hecho de saber que Nicolas y los niños estaban desprotegidos le había acelerado el corazón. Cuando había hablado con su marido, momentos antes, sencillamente había asumido que Scathach estaba también allí, en algún lugar en el fondo, pero la charla con William Shakespeare le había distraído y un instante más tarde los Vétala la habían atacado. Bajó la vista. Scathach se alejó de la superficie reflectante que estaba utilizando para visualizar la imagen, de forma que Perenelle pudo ver su rostro al completo. La frente de Scatty estaba rasguñada por dos pares de arañazos que parecían provenir de una garra afilada. Además, una de las mejillas estaba completamente amoratada.
—Un problemilla. ¿Estás bien? —preguntó. No sabía exactamente qué consideraba su amiga un «problemilla».
La dentadura vampírica de la Sombra apareció tras una sonrisa salvaje y animal.
—Nada que no pudiera solucionar.
Perenelle sabía que debía estar relajada y concentrar su aura. Estaba concentrando tanta energía en la adivinación para mantener la conexión con Scathach que las demás defensas empezaban a fallarle. Ahora podía avistar el movimiento parpadeante de los fantasmas de Alcatraz fluyendo a su alrededor. A medida que las capas protectoras de colores se esfumaban de su aura, los fantasmas empezarían a amontonarse alrededor de la Hechicera, lo cual le inquietaba, así que tenía que romper la conexión con la Guerrera.
—Scathach, dime —dijo calMadamente mirando el agua—, ¿dónde están Nicolas y los mellizos?
El cabello pelirrojo y brillante de la Sombra apareció en la imagen.
—En Londres.
—Lo sé. Hablé con él antes.
Perenelle notó un ápice de duda y vacilación en la voz de la Scathach.
—¿Pero…?
—Bueno, creemos que aún siguen en Londres.
—¡Creéis! —exclamó la Hechicera. Respiró hondo en un intento de calmar su ira. Un temblor de luz blanca bañó la superficie de agua y la imagen se meció y fragmentó.
Tuvo que esperar en silencio hasta que la imagen adoptó una forma real.
—¿Qué ha ocurrido? Cuéntame todo lo que sepas.
—Los canales de noticias están informando sobre unos alborotos extraños que sucedieron ayer por la noche en la ciudad…
—¿Ayer por la noche? —preguntó Perenelle algo confundida—. ¿Qué hora es? ¿En qué día estamos?
—Es martes aquí, en París. Las dos y pico de la madrugada.
Perenelle hizo rápidamente los cálculos para adivinar la diferencia horaria: todavía era lunes en la costa oeste norteamericana, alrededor de las cinco de la tarde.
—¿Qué tipo de alborotos extraños? —continuó.
—El canal Sky News informó de una tormenta eléctrica y un aguacero torrencial sobre una diminuta zona del norte de Londres. Después, los canales Euronews y France24 relataron una historia sobre un gigantesco incendio en un desguace de coches abandonado, también ubicado en el norte de Londres.
—Quizá no tiene nada que ver —dijo Perenelle. Sin embargo, de forma instintiva sabía que, de algún modo, aquellos acontecimientos estaban relacionados con Nicolas y los mellizos.
Al otro lado del Atlántico, Scatty negó con la cabeza.
—Puntas de flechas de sílex, lanzas de bronce y pernos de ballestas estaban esparcidos por todo el desguace en llamas. Uno de los reporteros de noticias mostró un puñado de puntas de flecha a la cámara. Parecían nuevas. Algún historiador local afirmó que databan del periodo Neolítico, pero también dijo que las lanzas de bronce pertenecían a la era romana y que los pernos de ballesta eran medievales. Según él, todas eran armas auténticas.
—Se produjo una batalla —anunció Perenelle secamente—. ¿Quiénes combatieron?
—Es imposible decirlo con certeza, pero tú sabes qué vive dentro y alrededor de esa ciudad.
Perenelle lo sabía perfectamente. Decenas de criaturas se habían establecido en las Islas Británicas, arrastradas hasta allí por la abundancia de líneas telúricas y Mundos de Sombras. Y la mayoría de ellas debían su lealtad a los Oscuros Inmemoriales.
—¿Se hallaron cuerpos en ese desguace de coches? —preguntó. Si a Nicolas o a los mellizos les había ocurrido algo estaba dispuesta a arrasar toda la ciudad para encontrar a Dee. El cazador descubriría lo que se siente al ser cazado. Y ella poseía más de seiscientos años de conocimiento hechicero para hacerlo.
—El desguace estaba desierto. Al parecer, un foso de aceite había ardido en llamas y todo el suelo estaba cubierto por una capa gruesa de cenizas grises.
—¿Cenizas? —repitió Perenelle frunciendo el ceño—. ¿Tienes idea de qué o quién dejó tras de sí un rastro de cenizas?
—Existen varias criaturas que se convierten en ceniza cuando mueren —explicó lentamente Scatty.
—Incluyendo los humanos inmortales —agregó Perenelle.
—No creo que Nicolas haya muerto —se apresuró a decir Scatty.
—Yo tampoco —susurró la Hechicera. Si algo le ocurría a su marido, ella lo sabría, lo sentiría.
—¿Podrías intentar contactar con él? —sugirió Scatty.
—Podría intentarlo, pero si está huyendo…
—Tú me encontraste —sonrió la Guerrera—. Aunque me has dado un susto de muerte.
La Guerrera estaba justo delante del espejo de un cuarto de baño, aplicándose una crema antiséptica sobre los cortes cuando, de repente, el cristal se empañó mostrando claramente la imagen de Perenelle Flamel. Scatty casi se metió un dedo en el ojo.
A Perenelle se le había ocurrido la idea de intentar adivinar a la humana inmortal gracias a la vasija de origen anasazi que había pillado espiándola momentos antes. Se había dirigido al lugar más cálido de la isla, donde las piedras blancas del faro recibían los rayos del sol. Llenando un plato hondo con agua, se acomodó mientras permitía que el sol del alba cargara su aura. Entonces le pidió a De Ayala que mantuviera alejados a los fantasmas de Alcatraz, pues sus defensas disminuirían en breve. También le pidió que le avisara si la Diosa Cuervo se acercaba. La Hechicera no confiaba plenamente en la criatura.
Crear la conexión con la Sombra había sido sorprendentemente sencillo. Perenelle conocía a Scathach desde hacía generaciones. Podía visualizar con total claridad todo sobre ella: su cabello pelirrojo, sus ojos verde brillante, su rostro redondo y la infinidad de pecas que inundaban su nariz. Siempre llevaba las uñas mordidas y mal recortadas. Tenía el aspecto de una chica de diecisiete años; en realidad tenía más de dos mil quinientos y era la mejor luchadora de artes marciales del mundo. Había entrenado a los grandes guerreros y héroes de leyenda y había salvado las vidas de Nicolas y Perenelle en más de una ocasión. Y ellos le habían devuelto el favor. Aunque la Sombra era mucho mayor que ella, Perenelle había acabado tratándola no como a una hija, pero sí como si fuera su sobrina.
—Dime lo que ha sucedido, Scatty —ordenó Perenelle.
—Nicolas y los niños escaparon a Londres. Flamel tenía la intención de llevar a los mellizos ante Gilgamés. Perenelle asintió.
—Lo sé. Nicolas me lo dijo. También me comentó que los dos habían sido Despertados —añadió.
—Ambos —afirmó Scatty—. La chica ha recibido la enseñanza de dos de las magias elementales, pero el chico no posee formación alguna. Sin embargo, tiene a Clarent.
—Clarent —murmuró Perenelle.
Ella misma había sido testigo de cómo su marido sumergía la espada ancestral en el dintel de la ventana de su casa ubicada en la calle Montmorency. Ella quería destruirla, pero su marido se negó a hacerlo. En su argumentación, reclamó que la espada era más antigua que la mayoría de civilizaciones y que ellos no tenían el derecho de destruirla; también le confesó que aquel arma, probablemente, era imposible de destruir.
—Entonces, ¿dónde estás? —preguntó Perenelle.
—En París —respondió mientras su rostro se desenfocaba—. Es una larga historia. Y la verdad, bastante aburrida, sobre todo el capítulo en que Dagon me arrastra hacia el Sena.
—¡Te arrastraron al Sena! —exclamó. Nicolas no le había comentado nada de eso. Scatty afirmó con la cabeza.
—Y eso ocurrió justo después de que me rescataran de Nidhogg, que alborotó y arrasó varias calles de París.
Perenelle se quedó con la boca abierta, perpleja. Finalmente dijo:
—¿Y dónde estaban Nicolas y los mellizos mientras todo esto ocurría?
—Ellos fueron quienes persiguieron a Nidhogg por las calles parisinas y me rescataron.
La Hechicera, atónita, parpadeó.
—Eso no es muy típico de mi Nicolas.
—Creo que fue cosa de los mellizos —explicó Scathach—. Sobre todo del chico, Josh. Me salvó la vida. Creo que mató al dragón.
—Y entonces te caíste al río —supuso Perenelle.
—Me arrastraron al río —corrigió de inmediato Scathach—. Dagon trepó como un cocodrilo y me agarró.
—¿No luchaste una vez contra él y una escuela de hombres-pez Potamoi en la isla de Capri?
La dentadura vampírica y salvaje de Scatty volvió a destellar.
—Ay, aquél sí fue un buen día —recordó. Su sonrisa se desvaneció—. De todas formas acabó trabajando mano a mano con Maquiavelo en París.
—Me llegaron rumores de que Maquiavelo estaba en París —asintió Perenelle.
—Dirigiendo el servicio secreto o algo así. Aún no había recuperado la consciencia cuando Dagon me arrastró al agua. Pero las aguas del Sena son tan frías que enseguida me desperté. Combatimos durante horas mientras las corrientes nos llevaban hacia la parte baja del río. No ha sido la lucha más agotadora que he librado, pero Dagon se movía como pez en el agua, pues éste es su elementó, mientras que, en mi caso, el agua me dificultaba poder asestar golpes con velocidad.
—Por lo que veo te ha arañado.
—Ha tenido suerte —resopló Scatty dándoles poca importancia—. Perdí a la criatura en algún lugar de Les Damps y tardé dos días en regresar a la ciudad.
—¿Ahora estás a salvo?
—Estoy con Juana —sonrió la Sombra—, y también con Saint-Germain —añadió con una sonrisa aún más amplia—. ¡Se han casado!
Scathach echó la cabeza hacia atrás y un segundo rostro apareció en la imagen líquida. Unos ojos grises y gigantes resaltaban en aquel rostro adolescente.
—Madame Flamel.
—¡Juana! —rió Perenelle. Si bien a Scatty la consideraba como una sobrina, Juana era como la hija que jamás tuvo—. ¿Finalmente te has casado con Francis?
—Bueno, llevábamos saliendo varios siglos. Ya era el momento.
—Lo era. Juana, qué alegría verte —continuó Perenelle—. Ojalá las circunstancias fueran otras.
—Estoy de acuerdo con eso —dijo Juana de Arco—. De hecho, son días muy difíciles. Sobre todo para Nicolas y los niños.
—¿Son los mellizos de la leyenda? —preguntó Perenelle con curiosidad por saber qué opinaba su amiga.
—Estoy convencida de ello —respondió inmediatamente Juana de Arco—. El aura de la chica es más fuerte y más pura que la mía.
—¿Podéis ir hasta Londres? —preguntó Perenelle.
El rostro reflejado en la imagen se desdibujó durante los segundos en que Juana negó con la cabeza.
—Imposible. Maquiavelo controla París y ha bloqueado toda la ciudad aduciendo que se trata de un asunto de seguridad nacional. Las fronteras permanecen cerradas. Todos los vuelos y las conexiones por mar y ferrocarril están siendo vigilados y no me cabe la menor duda de que cuentan con nuestras descripciones, en especial la de Scatty. Hay policía por todas partes; están deteniendo a personas en la calle, pidiéndoles su identificación, y han establecido el toque de queda a las nueve de la noche. La policía ha hecho público un vídeo de una cámara de vigilancia en el que aparecemos Nicolas, los mellizos, Scatty y yo delante de Notre Dame.
Perenelle sacudió la cabeza.
—¿Y se puede saber qué estabais haciendo delante de la catedral?
—Luchando contra las gárgolas —admitió Juana.
—Sabía que no debía haber preguntado. Estoy preocupada por Nicolas y los niños. Conociendo el sentido de orientación de Nicolas, probablemente estarán perdidos. Y los espías de Dee están en todas partes —agregó Perenelle con tono triste—. Sin duda, el Mago supo que estaban allí en el momento en que pisaron territorio inglés.
—Oh, no te preocupes. Francis quedó con Palamedes en que iría a recogerlos. Él les está protegiendo. Es bueno —aseguró Juana.
Perenelle asintió mostrando su acuerdo.
—Pero no tan bueno como la Sombra.
—Nadie lo es —declaró Juana—. ¿Dónde estás ahora, Madame?
—Atrapada en Alcatraz. Y tengo problemas —admitió. Scatty apareció otra vez en la imagen.
—¿Qué tipo de problemas?
—Las celdas están llenas de monstruos y el océano repleto de Nereidas. Nereo vigila el agua y la esfinge deambula por los pasillos. Ese tipo de problemas.
La sonrisa de Juana de Arco brilló en la imagen.
—Bueno, si tienes problemas, ¡tenemos que ayudarte!
—Mucho me temo que eso es imposible —dijo Perenelle.
—Ah, pero Madame, tú fuiste quien, hace mucho tiempo, me enseñó que la palabra «imposible» no tiene sentido.
Perenelle sonrió.
—Yo decía eso. Scatty, ¿conoces a alguien en San Francisco que pudiera ayudarme? Necesito salir de esta isla. Necesito llegar hasta Nicolas.
—Nadie en quien confíe. Quizás alguno de mis estudiantes…
—No —interrumpió Perenelle—. No quiero poner en peligro a ningún humano. Me refiero a algún Inmemorial leal a nosotros, alguien de la Última Generación, quizá.
Scatty meditó durante un minuto y después negó con un gesto de cabeza.
—Nadie en quien confíe —repitió. Giró la cabeza para prestar atención a la conversación que se escuchaba tras ella y, cuando volvió a girarse, su sonrisa salvaje era enorme—. Tenemos un plan. O mejor dicho, Francis tiene un plan. ¿Puedes esperar un poco más? Estamos de camino.
—¿Estamos? ¿Quiénes? —preguntó Perenelle.
—Juana y yo. Vamos a ir hasta Alcatraz.
—¿Cómo vais a llegar hasta aquí si tan siquiera podéis viajar hasta Londres? —empezó Perenelle, pero entonces el agua tembló y, de repente, la miríada de fantasmas de Alcatraz apareció a su alrededor pidiendo a gritos su atención. La comunicación se perdió por completo.