Sophie se despertó cuando el taxi tropezó con un badén. Estaba absolutamente desorientada y tardó varios instantes en darse cuenta de que lo que creía que eran fragmentos de sueños eran, en realidad, recuerdos recientes. Aún lograba escuchar a Cernunnos gritar en el interior de su cabeza y, durante un breve momento, sintió lástima por la criatura. Alzándose lenta y rígidamente para adoptar una postura sentada, miró a su alrededor. Josh yacía recostado a su lado; respiraba con dificultad y tenía el rostro ennegrecido e hinchado por las chispas que le habían abrasado. El Alquimista permanecía sentado en la sombra, inclinado hacia la ventana, observando la noche oscura. Al notar que Sophie se movía, giró la cabeza. Su mirada cansada reflejó las luces de la ciudad.
—Esperaba que pudieras dormir un rato más —dijo en voz baja.
—¿Dónde estamos? —preguntó Sophie de manera densa. Tenía la boca y los labios completamente secos y de hecho imaginó que podía sentir el polvo arenoso de la Caza Salvaje en su lengua.
Flamel le ofreció una botella de agua.
—Estamos en Millbank —anunció mientras, de forma amable, daba unos golpecitos a la ventanilla—. Acabamos de pasar el Parlamento.
A través de la ventanilla trasera, Sophie pudo observar fugazmente el espectacular edificio parlamentario inglés. La iluminación le otorgaba una apariencia cálida, como si perteneciera a otro mundo.
—¿Cómo estás? —preguntó Nicolas.
—Agotada —admitió Sophie.
—No me sorprende después de lo que acabas de hacer. Sabes perfectamente que lo que has hecho hoy es algo único en la historia humana: has derrotado a un Arconte.
Sophie bebió más agua.
—¿Le he matado?
—No —respondió Flamel. De repente, Sophie sintió cierto alivio—, aunque me atrevería a decir que si recibieras una formación completa… —El Alquimista se detuvo durante un instante y después añadió—: Cuando estéis entrenados, creo que no habrá nada que tú y tu hermano no podáis conseguir.
—Nicolas —interrumpió Sophie de forma inesperada y con tono triste—, no quiero recibir más formación. Sólo quiero ir a casa. Estoy cansada de todo esto, de huir y combatir. Estoy harta de sentirme enferma, de los constantes dolores de cabeza, de los pinchazos en los ojos y en los oídos, del nudo del estómago.
En ese instante, la joven se percató de que estaba al borde de las lágrimas y se frotó el rostro con las manos. No estaba dispuesta a llorar ahora.
—¿Cuándo podremos ir a casa?
Se produjo un largo silencio; cuando finalmente Flamel respondió su acento se intensificó, de forma que Sophie distinguió claramente el francés antiguo de su juventud.
—Espero poder llevaros a Norteamérica pronto, quizá mañana. Pero no podéis volver a casa. Todavía no.
—Entonces, ¿cuándo? No podemos estar huyendo y escondiéndonos siempre. Nuestros padres ya estarán haciéndose ciertas preguntas. ¿Qué debemos decirles? —se preguntó mientras alzaba la mano y observaba cómo su piel se transformaba en un espejo reflectante plateado—. ¿Cómo les explicamos esto?
—No se lo expliquéis —dijo sencillamente Nicolas—. Quizá no tengáis que hacerlo. Las cosas están sucediendo muy rápido, Sophie —su acento francés hacía que el nombre de la joven sonara exótico—. Más rápido de lo que yo imaginaba o anticipaba. Todo está llegando a su fin. Al parecer, los Oscuros Inmemoriales han abandonado cualquier tipo de precaución. Están desesperados por capturaros a vosotros junto a las páginas del Códex. Fíjate en lo que han hecho: han liberado a Nidhogg, a la Caza Salvaje e incluso al Arconte Cernunnos en el mundo. Son criaturas y seres que no han caminado por este planeta desde hace siglos. A lo largo de los años, han querido capturarnos a mí y a Perenelle vivos por nuestro amplio conocimiento sobre el Códex y los mellizos; ahora, en cambio, nos quieren muertos. Ya no nos necesitan porque tienen la mayor parte del Libro y saben que tú y tu hermano sois los mellizos de la profecía —Nicolas suspiró produciendo un sonido que expresaba cansancio—. Pensé que tendríamos un mes como mucho, un mes antes de que el hechizo de la inmortalidad se esfumase y Perenelle y yo envejeciéramos como dos ancianos. Pero ya no lo creo. En menos de dos semanas llegará Litha: el solsticio de verano. Es un día increíblemente significativo; un día en que los Mundos de Sombras se acercan a este mundo. Creo que todo se acabará entonces, para bien o para mal.
—¿A qué te refieres con que todo se acabará? —preguntó Sophie un tanto curiosa.
—Todo habrá cambiado.
—Pero todo ya ha cambiado —respondió bruscamente. El miedo le enfurecía. Josh se removió en el asiento, pero no se despertó—. Todo esto es normal para ti. Vives en un mundo de monstruos, criaturas y cuentos de hadas. Pero Josh y yo no. O al menos, hasta ahora. No hasta que tú y tu esposa nos escogisteis…
—Oh, Sophie —interrumpió Nicolas en voz baja—. Esto no tiene nada que ver con Perenelle ni conmigo —dijo mientras se reía para sí mismo—. Tú y tu hermano fuisteis escogidos hace mucho tiempo.
Se inclinó hacia delante. Sus ojos resplandecían en la oscuridad que reinaba en el interior del vehículo.
—Sois plata y oro, la luna y el sol. En vuestro interior lleváis los genes de los mellizos originales que lucharon en Danu Talis hace más de diez mil años. Sophie, tú y tu hermano sois descendientes de dioses.