Tosiendo y con los ojos llorosos, Sophie, Josh y los tres inmortales se alejaron a gatas por el suelo pantanoso. El calor abrasador les obligaba a retroceder. Estaban a salvo tras la columna de llamas, pero también estaban atrapados.
Josh ayudó a su hermana a ponerse en pie. Tenía el flequillo chamuscado y erizado y los pómulos se le habían enrojecido. Al mismo tiempo, las cejas se habían convertido en poco más que manchas difuminadas.
Sophie alargó el brazo para trazar una línea sobre los ojos de Josh.
—Tus cejas han desaparecido.
—Las tuyas también —dijo mientras sonreía abiertamente. Se rozó los pómulos. Tenía la tez tirante, los labios secos y agrietados y, de repente, Josh se dio cuenta de la suerte que habían tenido: si hubiera estado unos centímetros más cerca del foso se habría quemado completamente. Sophie se acercó la mano al rostro y se acarició la mejilla con su dedo meñique. De forma instantánea, su hermano percibió la esencia a vainilla mientras una brisa fresca soplaba sobre su piel abrasada. Cogió la mano de su hermana y la apartó de su cara; la yema de su dedo meñique estaba cubierta de plata.
—No deberías usar tus poderes —dijo un tanto preocupado.
—Es un método de curación sencillo; «conectar con las manos», así lo llamó Juana. Utiliza poca aura, o nada. No volveremos a tener cortes ni moratones —anunció con una sonrisa.
—Tengo la sensación de que deberíamos estar preocupados por cosas más serias que cortes o moratones —dijo Josh.
Se giró para observar la cortina de llamas. El Dios Astado permanecía pacientemente al otro lado de las llamas. Tenía los brazos cruzados sobre su gigantesco pecho y los restos que ardían lentamente de su Caza Salvaje yacían bajo sus pies. Aunque cientos de lobos de la Caza Salvaje se habían convertido en cenizas, al menos el doble permanecían con vida. La mayoría de ellos se habían reunido formando un semicírculo detrás de Cernunnos; algunos estaban sentados, otros, en cambio, permanecían de pie. Pero todos ellos tenían su mirada humana clavada en su maestro. Josh se giró formando una circunferencia. El resto de la Caza Salvaje había tomado posiciones alrededor del campo. Estaban completamente rodeados.
—¿Qué están haciendo? —se preguntó en voz alta.
—Esperando —retumbó la voz de Palamedes tras él.
Josh se dio media vuelta.
—¿Esperando?
—Saben que el fuego no arderá durante mucho más tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Una hora. Quizá dos —informó. Desvió la mirada hacia el cielo, intentando así calcular el tiempo—. Quizás hasta medianoche, pero no es suficiente —dijo mientras encogía los hombros.
La armadura oscura del caballero estaba manchada de lodo y mugre y olía a grasa. Chirriaba y crujía con cada movimiento.
—Construimos esta fortaleza más bien por privacidad que por protección, aunque nos ha mantenido a salvo de algunas de las criaturas menos agradables que habitan en esta tierra. Jamás fue diseñada para mantener alejado a algo como Cernunnos —confesó Palamedes. De repente, se giró hacia Sophie en el mismo instante en que una idea se le cruzó por la mente. Su mirada líquida reflejaba la luz de las llamas—. Sophie, tú te has formado en el Fuego. Podrías mantener vivas las llamas.
—No —replicó inmediatamente Josh. De forma instintiva, se colocó delante de su hermana—. Sólo intentar algo así podría matarla, incluso quemarla.
El Alquimista afirmó con la cabeza.
—Sophie tendría que avivar las llamas hasta el alba; no tiene suficiente fuerza para hacerlo, todavía no. Tenemos que encontrar otra alternativa.
—Conozco algunos hechizos… —empezó Shakespeare—. Tú también, Palamedes. ¿Y qué hay de ti, Nicolas? Trabajando juntos, estoy seguro de que los tres…
El Bardo giró la cabeza, abriendo ampliamente las aletas de la nariz y entornando los ojos.
—¿Qué ocurre? —preguntó Palamedes mientras intentaba ver más allá del muro de fuego.
—Dee —dijeron Shakespeare y Flamel al unísono. Cuando pronunciaron su nombre, la silueta de un hombrecillo junto al Arconte empezaba a distinguirse por su resplandor amarillo azufre. Estaba empuñando una espada azul.
—Con Excalibur —añadió Flamel.
Mientras el grupo observaba la imagen, el Mago sumergió Excalibur en la columna de llamas y giró la espada. Siseando y chisporroteando, la espada de piedra atravesó el fuego y una repentina corriente de aire gélida descendente creó un agujero circular perfecto, como si se tratara de una ventana, entre las llamas rabiosas. Dee estiró el cuello para contemplar a través de la apertura y sonrió. El fuego se podía ver reflejado en su dentadura, que ahora parecía estar teñida de un color rojo sangre.
—Bueno, bueno, bueno, pero ¿qué tenemos aquí? Al maestro Shakespeare, aprendiz del Alquimista y del Mago. Es prácticamente como una reunión familiar. A Palamedes, el Caballero Oscuro, casi reunido con las dos espadas que gobernaron y a la vez arruinaron la vida de su maestro. Y, cómo no, a los mellizos. Es muy amable por tu parte traerlos a casa, Nicolas, aunque hubiera sido mucho más sencillo si hubiéramos cerrado este negocio en la costa oeste. Ahora tendré que hacerles regresar a Estados Unidos. Sin embargo, entrégamelos ahora y nos evitaremos muchos disgustos.
El Alquimista soltó una carcajada, aunque el sonido nada tenía de humorístico.
—¿No estás olvidando algo, John?
El Mago ladeó la cabeza.
—Al parecer estás atrapado detrás del fuego, Nicolas. Y rodeado por la Caza Salvaje —dijo Dee. Agitó su dedo pulgar señalando la gigantesca figura que permanecía a su lado—. Y, por supuesto, aquí está Cernunnos. Esta vez no hay escapatoria. Ni siquiera para ti.
—Somos tres inmortales con poder —anunció Flamel en voz baja—. ¿Eres capaz de enfrentarte a nosotros?
—Oh, yo no tengo que hacerlo —reconoció Dee—. Yo sólo tengo que apagar el fuego. Ni siquiera tú puedes imponerte contra un Arconte y la Caza Salvaje.
Josh dio un paso hacia delante mientras Clarent desprendía una luz oscura en su mano izquierda. Las sombras bailarinas le otorgaban un aspecto mayor al de un jovencito de quince años.
—¿Y qué hay de nosotros? Sería un tremendo error olvidarse de nosotros —avisó—. Tú estabas en París. Tú viste lo que hicimos con las gárgolas.
—Y con Nidhogg —añadió Sophie mientras se colocaba junto a él.
Clarent gimió y en ese preciso instante salió disparada hacia Excalibur, empujando así a Josh hacia el agujero. Las dos espadas se encontraron en la apertura circular que Dee había creado entre las llamas. Ambas armas se cruzaron formando una explosión de chispas.
Y los pensamientos de Dee se traspasaron a Josh.
Miedo. Un miedo terrible y espantoso a criaturas horripilantes y humanos sombríos.
Pérdida. Infinidad de rostros, hombres, mujeres y niños, familia, amigos y vecinos. Todos ellos muertos.
Rabia. La emoción que reinaba sobre las demás era la de rabia, una rabia que le hervía la sangre.
Hambre. Un hambre insaciable por el conocimiento, por el poder.
Cernunnos. El Dios Astado. El Arconte. Yaciendo muerto sobre el lodo y Dee sobre él, sujetando a Clarent y a Excalibur en cada mano. Ambas espadas desprendían un resplandor rojizo y azulado.
Los pensamientos y las emociones aterrizaban en Josh como embestidas. Sentía cómo le sacudía la cabeza cada imagen que se le cruzaba. Sin embargo, lo más impactante de todo era la visualización del Arconte tumbado sobre el lodo. Dee tenía la intención de matar a Cernunnos, pero para hacerlo necesitaba a Clarent. Y Josh no pensaba entregarle la Espada del Fuego. La empuñó con más fuerza y empujó a Excalibur, aunque era como empujar un muro de piedra. Sujetando a Clarent con ambas manos, volvió a ejercer presión sobre la espada de Dee. La piedra del filo se rayaba y echaba chispas, pero no se movía. La luz convertía el rostro de Dee en una calavera sonriente.
Josh había visto a su hermana concentrar su aura; había sido testigo de cómo la moldeaba alrededor de su cuerpo; había sentido sus propiedades curativas sobre su propia piel, pero no tenía la menor idea de cómo lo hacía. Juana le había entrenado, le había enseñado, pero él no había recibido tal ayuda.
—¿Soph…?
—Estoy aquí —dijo Sophie posicionándose inmediatamente junto a él.
—¿Cómo…? —empezó intentando buscar la palabra adecuada—. ¿Cómo conseguiste concentrar tu aura?
—No lo sé. Yo sólo… supongo que sólo me concentré al máximo.
Josh inspiró profundamente y frunció el ceño, arrugando la frente y uniendo las cejas. Se concentró tanto como pudo.
Pero no sucedió nada.
—Cierra los ojos —aconsejó Sophie—. Visualiza con claridad y precisión lo que quieres que ocurra. Empieza por algo pequeño, diminuto…
Josh asintió. Volvió a tomar aliento y apretó fuertemente los ojos. Sophie podía concentrar su aura en su dedo meñique, ¿por qué él no lograba…?
De forma inesperada, sintió algo que le revolvió el estómago; después ascendió por su cuello y se extendió por los brazos y por las manos, por donde mantenía agarrada la espada. Su aura explosionó, cubriendo de luz su cuerpo e incluso la espada.
Clarent gimió en un sonido agónico que se produjo al mismo tiempo que la espada de piedra se convertía en oro macizo. En el momento en que rozó la espada de Dee, apagó el fuego azulado de Excalibur y la convirtió en piedra grisácea.
Josh parpadeó, dejando al descubierto su sorpresa.
Y su aura desapareció en un abrir y cerrar de ojos.
Simultáneamente, el fuego dorado se desvaneció de alrededor de Clarent y fue sustituido por un fuego carmesí y negruzco. Excalibur volvió a encenderse en una gigantesca explosión de chispas. Tambaleándose y temblando, Josh intentó retener la empuñadura sobre Clarent, pero la enorme fuerza ejercida envió a Dee volando hacia atrás y provocando así un geiser de lodo. El mago intentó deslizar su espalda sobre el suelo mugriento y fangoso mientras Excalibur volaba por los aires hasta clavarse en el lodo sobre el que Dee había apoyado la cabeza.
A Josh le supuso un gran esfuerzo arrancar a Clarent de las llamas. De inmediato, la ventana circular se cerró de golpe. El rostro del joven era una máscara espantosa; tenía unas sombras azuladas y amoratadas bajo los ojos pero, aun así, intentó esbozar una temblorosa sonrisa para su hermana.
—¿Lo ves? No era ningún problema.
Sophie se dirigió a su hermano y posó la mano sobre su hombro. Josh sintió un cosquilleo de energía del aura de su hermana fluyendo por su cuerpo que le calmó el dolor de sus piernas temblorosas.
—Me pregunto qué piensa hacer ahora Dee —dijo Sophie.
Un segundo más tarde, un trueno resonó y retumbó mientras un rayo destellaba casi encima de sus cabezas. La lluvia que se produjo fue torrencial.