Un olor a comida frita cubrió la atmósfera del desguace, disipando así el tufo a óxido y gasolina y el aroma húmedo de los perros. Flamel permanecía en el primer peldaño de la casucha. Incluso ahora, que estaba ligeramente alzado, tenía que levantar la vista para observar el rostro del caballero. El hombre que el Alquimista había presentado como William Shakespeare se había introducido dentro de la casa y había dado tal portazo que todo el edificio tembló. Segundos más tarde un humo negruzco empezó a filtrarse por la chimenea.
—Cocina cuando se siente ofendido —explicó Palamedes.
Josh tragó saliva y se tapó la nariz con los dedos para obligarse a respirar por la boca, ya que el humo del edificio empezaba a rodearlos. Todavía se sentía algo mareado por sus recién Despertados sentidos y sabía que debía alejarse del olor del humo y de la grasa. De lo contrario, vomitaría. Se dio cuenta de que su hermana lo observaba con mirada preocupada e hizo un movimiento con la cabeza señalando el humo. Ella asintió. Un instante más tarde tosió y, a medida que el humo se arremolinaba a su alrededor, los ojos se le llenaron de lágrimas. Con sumo cuidado de no pisar ningún charco fangoso, los mellizos se alejaron poco a poco de la edificación metálica. Josh se frotó los labios con la palma de la mano. Era capaz de saborear el aceite y la grasa en la lengua.
—Sea lo que sea, no pienso comérmelo —murmuró mientras echaba un rápido vistazo a su hermana—. Supongo que tener los sentidos Despertados tiene algunas desventajas.
—Sólo algunas —respondió ésta con una sonrisa—, aunque ya me estoy acostumbrando.
—Pues yo no —suspiró Josh—, por lo menos por ahora.
El Inmortal Marte le había Despertado tan sólo el día anterior, aunque le daba la sensación de que hacía una eternidad de eso y aún estaba completamente abrumado por el impacto que notaban sus sentidos. Todo le resultaba más brillante, más enérgico y mucho más apestoso que antes. Sentía cómo la ropa le raspaba y le pesaba sobre su cuerpo e incluso podía saborear la amarga atmósfera en sus labios.
—Juana me dijo que, pasado cierto tiempo, seremos capaces de eliminar la mayor parte de las sensaciones y concentrarnos únicamente en lo que debemos saber —lo calmó Sophie—. ¿Recuerdas lo mal que me sentía cuando Hécate me Despertó?
Josh afirmó con la cabeza. Sophie estaba tan débil que él había tenido que llevarla en brazos.
—Al parecer, a ti no te ha resultado tan duro —dijo—. Aunque estás un poco pálido.
—No me siento bien —respondió Josh. Con la barbilla señaló la cabaña, donde una columna de humo grisáceo y negro se retorcía desde la enroscada chimenea, de la que goteaba una grasa burbujeante y un aceite rancio—. Y eso no ayuda. Me pregunto si olería tan mal si nuestros sentidos no hubieran sido Despertados.
—Seguramente no —respondió Sophie en tono de burla—. Quizá por esta razón los sentidos humanos se aliviaron a lo largo de los siglos. Todo esto es demasiado.
De repente, Flamel miró a los mellizos y alzó el brazo.
—Quedaos cerca; no os alejéis —ordenó. Después, seguido por Palamedes, ascendió el resto de peldaños y abrió bruscamente la puerta. Los dos inmortales desaparecieron en el oscuro interior y cerraron la puerta con un golpe seco.
Sophie miró a su hermano.
—Parece que no estamos invitados.
Aunque intentaba mantener su voz completamente neutral, Josh supo que su hermana estaba enfadada; siempre se mordía el labio inferior cuando estaba irritada u ofendida.
—Supongo que no —acordó Josh mientras se subía el cuello de la camiseta para taparse la nariz y la boca—. ¿Qué crees que está ocurriendo ahí adentro? ¿Crees que si nos acercamos un poco podremos escuchar de qué están hablando?
Sophie giró la cabeza de inmediato para observar a su hermano.
—Estoy segura de que podríamos pero ¿realmente quieres estar más cerca de esa peste?
Josh arrugó el ceño con tan sólo pensarlo.
—Me pregunto…
—¿Qué?
—Quizá por eso el olor es tan insoportable —dijo en voz baja—. Saben perfectamente que no podremos soportarlo y nos mantendrá alejados.
—¿Realmente crees que se habrán tomado tantas molestias? ¿Para qué? ¿Para poder hablar sobre nosotros? —preguntó Sophie en el mismo instante que sus ojos resplandecieron con destellos plateados—. No ha sido idea tuya, Josh.
—¿A qué te refieres con que no es mi idea? Me lo he planteado —hizo una pausa y, segundos más tarde, añadió—: ¿O no?
—Es demasiado retorcido —debatió Sophie—, y creo que es algo que Marte se plantearía. Por lo que mis recuerdos, o los de la Bruja, me dicen, hubo un tiempo en que Marte pensó que todo el mundo lo perseguía.
—¿Y era así? —preguntó Josh. Aunque el Inmortal era aterrador, no podía evitar sentir una terrible lástima por él. Cuando Marte Ultor le rozó, Josh sintió una mínima parte del interminable dolor que el guerrero había sentido. Era inaguantable.
—Sí —respondió Sophie a la vez que sus pupilas se teñían de plata—. Sí, todo el mundo iba tras él. Cuando se convirtió en Marte Ultor, el Vengador, era uno de los hombres más odiados y temidos del planeta.
—Son los recuerdos de la Bruja —advirtió Josh—. Intenta no pensar en ellos.
—Lo sé —confirmó sacudiendo la cabeza—. Pero no puedo evitarlo. Se inmiscuyen por mi mente una y otra vez —admitió. Sintió un escalofrío y se frotó el cuerpo con los brazos, intentando así entrar en calor—. Me está asustando. ¿Qué pasará…? ¿Qué pasará si sus pensamientos se apoderan de los míos? ¿Qué me ocurrirá?
Josh negó con la cabeza. No lo sabía, pero sólo la idea de perder a su hermana melliza le resultaba absolutamente aterradora.
—Intenta pensar en otra cosa —insistió Josh—, algo que la Bruja no pudiera saber.
—Lo intento, pero sabe demasiadas cosas —dijo Sophie mostrando su abatimiento.
Sophie empezó a dar vueltas, intentando centrar su atención en lo que les rodeaba para así ignorar los pensamientos raros y foráneos que se le aparecían en la mente. Sabía que tenía que ser fuerte; tenía que hacerlo por su hermano, pero no podía evitar fijarse en los recuerdos pasados de la Bruja.
—Cada persona que veo, cada acontecimiento que observo, me recuerdan cómo han cambiado las cosas. ¿Cómo se supone que tengo que pensar en algo normal y corriente cuando está sucediendo todo esto a mi alrededor? Míranos, Josh: mira dónde estamos, fíjate en lo que nos ha ocurrido. Todo ha cambiado… ha cambiado por completo.
Josh asintió con la cabeza. Rozó el tubo de cartón que cargaba sobre el hombro, en cuyo interior yacía la espada de piedra. Desde el primer momento que en la librería observó a Dee y a Flamel luchando con lanzas de energía amarilla y verde, supo que nada volvería a ser lo mismo. Eso había ocurrido, ¿cuándo?, tan sólo cuatro días atrás, pero en esos cuatro días el mundo se había puesto patas arriba. Todo lo que creía saber no era más que una mentira. Habían conocido mitos, combatido contra leyendas; habían cruzado medio mundo en un abrir y cerrar de ojos para luchar contra un monstruo primitivo y para observar cómo piezas de piedra cobraban vida propia.
—¿Sabes qué? —dijo repentinamente la joven—. Tendríamos que haber pedido el jueves libre.
Josh no pudo evitar esbozar una sonrisa.
—Sí, tienes razón.
Hacía varias semanas que quería convencer a su hermana para tomarse un día libre y así visitar el Exploratorium, el museo científico situado junto al puente Golden Gate. Desde el día que había oído hablar de él había querido asistir para ver la famosa obra Sun Painting de Bob Miller, una creación de luz, espejos y prismas. Pero entonces la sonrisa se desvaneció.
—Si lo hubiéramos hecho, nada de esto habría ocurrido.
—Exactamente —acordó Sophie. Desvió la mirada hacia los muros metálicos donde se apilaban coches abollados y oxidados y observó el paisaje pantanoso por donde merodeaban los perros de mirada bermeja—. Josh, quiero que las cosas vuelvan a ser como antes, normales y corrientes —confesó. Miró a su mellizo, que también la estaba observando, y se entrecruzaron las miradas—. Pero tú no. Josh ni siquiera intentó negarlo. Su hermana sabría perfectamente que estaría mintiendo; siempre lo sabía. Y además, tenía razón: aunque estaba agotado y apenas era capaz de lidiar con sus nuevos sentidos, no quería, bajo ningún concepto, que las cosas volvieran a ser como antes. Él había sido normal durante toda su vida y cuando la gente le miraba sólo veía la mitad de un par de mellizos. Siempre eran Josh y Sophie. Iban de campamento juntos, a conciertos juntos, al cine juntos y jamás habían pasado unas vacaciones separados. Las postales de cumpleaños siempre estaban dirigidas a los dos; las invitaciones a fiestas llegaban con sus dos nombres impresos. En general, eso jamás le había molestado, pero durante los últimos meses había empezado a irritarle. ¿Cómo se sentiría si le consideraran individualmente? ¿Qué ocurriría si Sophie no existiera? ¿Qué pasaría si solo fuera Josh Newman y no la mitad de los mellizos Newman?
Adoraba a su hermana, pero ésta era la oportunidad para ser diferente, para ser considerado de forma individual.
Cuando Hécate despertó los sentidos de su hermana y los suyos no, Josh sintió celos. Se asustó cuando fue testigo de los poderes imposibles que poseía Sophie. Cuando comprobó el dolor y la confusión que el Despertar había causado en su hermana, el joven se sintió aterrado. Pero ahora sus propios sentidos habían sido Despertados y el mundo se había tornado más fuerte y más brillante. Había podido vislumbrar brevemente su potencial y empezaba a comprender en qué podía convertirse. Había experimentado los pensamientos de Nidhogg y las impresiones de Clarent; había observado fugazmente mundos que iban más allá de su propia imaginación. Sabía, tras un mar de dudas, que quería pasar al siguiente nivel y recibir la formación necesaria para controlar las magias básicas. Pero de lo que no estaba seguro es de si quería hacerlo junto al Alquimista. Había algo de él que no le cuadraba. La revelación de la existencia de otros mellizos anteriores a ellos le había sorprendido y aturdido. Josh tenía preguntas, cientos de preguntas, pero sabía que el Alquimista no respondería con sinceridad. Ahora mismo, no sabía en quién confiar, excepto en Sophie, y el hecho de que ella prefiriese no tener sus poderes le resultaba un tanto espantoso. Aunque el Despertar le había causado un dolor de cabeza punzante y un ardor de estómago insoportable, jamás se arrepentiría de ello. A diferencia de su hermana, le alegraba no haberse tomado aquel jueves libre.
Josh colocó la mano sobre el pecho y presionó. El papel crujió bajo su camiseta, donde aún colgaban las dos páginas que había logrado salvar del Códex. Una idea se le cruzó por la cabeza.
—¿Sabes? —dijo en voz baja—, si hubiéramos ido al Exploratorium, Dee hubiera raptado a Nicolas y a Perenelle y hubiera conseguido arrebatarles el Códex completo. Probablemente los Oscuros Inmemoriales ya habrían abandonado sus Mundos de Sombras. Quizás el mundo ya habría llegado a su fin. No sirve de nada echar la vista atrás, Sophie —acabó con un suspiro sobrecogido.
Los mellizos permanecieron en silencio, intentando comprenderlo todo. La idea les resultaba espeluznante: les costaba entender que el mundo que ellos conocían hubiera llegado a su fin. Si les hubieran hecho este comentario el miércoles pasado, ambos se hubieran desternillado de la risa. Pero ¿ahora? Ahora ambos sabían, y no les cabía la menor duda, que podría haber ocurrido. Y peor aún, sabían que podía ocurrir.
—O, al menos, eso es lo que dice Nicolas —añadió Josh con un tono amargo.
—¿Tú le crees? —preguntó Sophie con cierta curiosidad—. Creí que no confiabas en él.
—Y no lo hago —reafirmó Josh con firmeza—. Ya has oído lo que Palamedes dice de él. Gracias a Flamel, gracias a lo que él hizo y no hizo, cientos de personas han muerto.
—Nicolas no las mató —recordó Sophie—. Tu «amigo» —dijo en tono sarcástico—, John Dee, fue el culpable.
Josh se giró y observó la casucha metálica. No tenía réplica alguna porque ésa era la verdad. El propio Dee había admitido haber prendido fuego y soltar una plaga sobre el mundo en un intento de detener al matrimonio Flamel.
—Todo lo que sabemos es que Flamel nos ha mentido desde el principio. ¿Qué hay de los demás mellizos? —preguntó—. Palamedes dijo que Flamel y Perenelle han estado siglos coleccionando pares de mellizos. —Pronunciar la palabra «coleccionando» le provocó incomodidad—. ¿Qué les ocurrió a todos ellos?
Una ráfaga de viento gélido sopló sobre el desguace. Sophie tembló, pero no por la frialdad del aire. Contemplando fijamente la cabaña metálica y sin mirar a su hermano, pronunció unas palabras en tono casi imperceptible. Intentó escoger con cuidado las palabras… pero no pudo evitar que la ira se apoderara de ella.
—Si el matrimonio Flamel todavía está buscando a los mellizos, eso significa que los demás…
—¿Qué? —pensó mientras buscaba la mirada de su hermano.
Enseguida, el joven dijo que sí con la cabeza.
—Tenemos que saber qué sucedió con los demás mellizos —dijo firmemente, repitiendo con exactitud lo que su hermana estaba pensando—. Odio tener que preguntártelo, pero ¿la Bruja lo sabe? Quiero decir, ¿sabes si la Bruja conocía el paradero de los mellizos?
Todavía le costaba asumir que la Bruja de Endor, de algún modo u otro, había traspasado todos sus conocimientos a su hermana. Sophie permaneció en silencio durante un segundo y después negó con la cabeza.
—Al parecer, la Bruja no es una experta en el mundo moderno. Conoce información sobre los Inmemoriales, los seres de la Última Generación y algunos de los humanos inmortales más viejos de este mundo. Por ejemplo, había oído hablar del matrimonio Flamel, pero no conoció a Nicolas Flamel hasta que Scatty nos llevó a su tienda. Todo lo que sé es que ha vivido en Ojai durante años sin teléfono, televisión o radio.
—De acuerdo. Entonces olvídate y no pienses más en ella.
Josh recogió un guijarro del suelo y lo lanzó contra el muro de coches abollados. Se percibió un repiqueteo y una silueta cobró forma tras el metal. Los perros de mirada roja alzaron la cabeza y les vigilaron detenidamente.
—¿Sabes?, se me acaba de ocurrir que… —Sophie le observaba completamente muda—. ¿Cómo acabé trabajando para el matrimonio Flamel, una pareja que colecciona mellizos, y tú acabaste trabajando en la cafetería de enfrente? No puede ser una coincidencia, ¿verdad?
—Supongo que no —afirmó Sophie con un leve gesto de cabeza.
Ella misma había empezado a pensar lo mismo en el instante que Palamedes mencionó a los demás mellizos. No podía tratarse de una coincidencia. La Bruja no creía en las casualidades, ni tampoco Nicolas Flamel, e incluso Scatty dijo que creía únicamente en el destino. Y, por supuesto, también estaba la profecía…
—¿Crees que conseguiste el trabajo porque Nicolas sabía que tenías una hermana melliza? —preguntó la joven.
—Después de la batalla en el Mundo de Sombras de Hécate, Flamel me confesó que había empezado a sospechar que éramos los mellizos de la profecía justo el día antes.
Sophie negó con la cabeza.
—Apenas recuerdo algo de aquel día.
—Estabas dormida —explicó rápidamente Josh— y exhausta después de la batalla.
El recuerdo de aquella lucha le estremeció; fue la primera vez que vio en qué se había convertido su hermana.
—Scatty dijo que Flamel era un hombre de palabra y me recomendó que le creyera —añadió Josh.
—No creo que Scatty nos mintiera —comentó Sophie, pero mientras vocalizaba las palabras se preguntó si era ella o la Bruja quien lo creía.
—Quizá no —dijo Josh. El joven se llevó las manos a la cara y se frotó la frente con los dedos, apartándose la cabellera rubia. Intentaba recordar exactamente lo sucedido el jueves anterior—. Scatty no estaba de acuerdo con él cuando dijo que sabía quiénes éramos. Flamel explicó que todo lo que había hecho había sido para nuestra propia protección: creo que ella no estaba de acuerdo precisamente con eso. Y lo último que me dijo Hécate antes de que el Árbol del Mundo ardiera en llamas fue que Nicolas Flamel nunca revela toda la verdad.
Sophie cerró los ojos en un intento de disipar el paisaje y los sonidos del desguace. Quería concentrarse y fijar su atención en el mes de abril, cuando ella y su hermano empezaron a trabajar a media jornada.
—¿Por qué conseguiste aquel trabajo? —preguntó arqueando las cejas.
Josh parpadeó, mostrando su sorpresa. Después, mientras intentaba hacer memoria, frunció el ceño.
—Bueno, Papá vio un anuncio en el periódico de la universidad. «Se busca ayudante en librería. No queremos lectores, queremos trabajadores». Yo no quería hacerlo, pero Papá me contó que él había trabajado en una librería cuando tenía nuestra edad y que había disfrutado mucho. Envié mi currículo y me llamaron para una entrevista dos días después.
Sophie asintió. Mientras Josh permanecía en el interior de la librería, ella había decidido cruzar la calle y esperarle en la pequeña cafetería. Bernice, la propietaria de La Taza de Café, estaba allí, hablando con una mujer espectacularmente bella que Sophie conocía por el nombre de Perenelle Fleming.
—Perenelle —pronunció Sophie. El comentario fue tan inesperado que incluso Josh miró a su alrededor, como si esperara que la mujer apareciera detrás de ellos. No le habría sorprendido.
—¿Qué ocurre con ella?
—El día que conseguimos nuestros trabajos, tú estabas haciendo la entrevista en la librería, yo me estaba tomando algo en la cafetería y Bernice charlaba con Perenelle Flamel. Mientras Bernice me preparaba mi café con leche, Perenelle entabló una conversación conmigo. Recuerdo que me dijo que no me había visto antes por el vecindario y yo le comenté que había ido allí porque a ti te habían llamado para una entrevista en la librería —explicó Sophie, y cerró los ojos para intentar recordar con más claridad—. No dijo en ningún momento que era una de las propietarias de la librería pero recuerdo que me preguntó algo como: «Oh, te he visto con un jovencito. ¿Era tu novio?». Le dije que no, que era mi hermano. Entonces ella me dijo: «Os parecéis mucho». Cuando le dije que éramos hermanos mellizos, Perenelle sonrió, se bebió rápidamente el té y se marchó. Cruzó la calle y entró en la librería.
—Recuerdo cuando entró —confirmó Josh—. La verdad es que no tenía la sensación de que la entrevista fuera demasiado bien. Me dio la impresión/de que Nicolas, o Nick… ya da igual cómo se llame, estaba buscando a alguien mayor para el puesto. Entonces Perenelle entró en la tienda, me dedicó una sonrisa y le pidió a Flamel que se fueran a la trastienda. Vi cómo me observaban. Después, ella salió de la tienda a paso ligero.
—Volvió a La Taza de Café —murmuró Sophie. Ahora, los recuerdos y los acontecimientos parecían cobrar sentido. Cuando volvió a musitar palabras, lo hizo Con un susurro—. Josh, acabo de acordarme de algo: le preguntó a Bernice si aún estaba buscando empleados. Le sugirió que, ya que mi hermano trabajaba al otro lado de la calle, sería perfecto que yo trabajara en La Taza de Café. Bernice estuvo de acuerdo y me ofreció un trabajo en ese mismo instante. Pero ¿sabes qué?, cuando volví a trabajar al día siguiente pasó una cosa muy extraña. Juraría que Bernice se sorprendió al verme allí. Incluso tuve que recordarle que me había ofrecido el trabajo el día anterior.
Josh asintió con la cabeza. Ahora recordaba que su hermana le había contado aquel hecho.
—¿Crees que Perenelle, de alguna forma, le obligó a darte el trabajo? ¿Crees que podría haber hecho eso?
—Oh, por supuesto —confirmó Sophie mientras sus ojos se tornaban brillantes. Incluso la Bruja de Endor reconocía que Perenelle era una Hechicera con poderes extraordinarios—. Entonces, ¿crees que conseguimos los trabajos porque somos mellizos?
—No me cabe la menor duda —dijo Josh con tono colérico—. Sólo éramos otro par de mellizos para añadir a la colección de los Flamel. Nos han engañado.
—¿Qué vamos a hacer, Josh? —preguntó Sophie con voz tan enfadada como la de su hermano.
La idea de que el matrimonio Flamel los hubiera utilizado le provocaba náuseas. Si Dee no hubiera aparecido en la tienda, ¿qué hubiera ocurrido con ellos? ¿Qué habría hecho la pareja Flamel con ellos?
Josh cogió a su hermana de la mano y la colocó tras él. Ambos se dirigieron hacia la pestilente cabaña metálica.
Poco a poco, subieron los peldaños. Los perros permanecían sentados y les seguían con la cabeza y la mirada roja.
—No hay marcha atrás. No tenemos elección, Sophie: tenemos que llegar hasta el final.
—Pero ¿cuál es el final, Josh? ¿Dónde acaba? ¿Cómo acaba?
—No tengo ni idea —admitió el joven. Se detuvo y se giró para mirar directamente a Sophie. Inspiró profundamente, como si intentara tragarse su ira—. Pero tú sabes lo que yo sé. Lo que importa somos nosotros.
Sophie afirmó con la cabeza.
—Tienes razón. La profecía somos nosotros; somos oro y plata, somos especiales.
—Flamel nos necesita —continuó Josh—. Dee nos necesita. Ha llegado el momento de conseguir algunas respuestas.
—Ataque —dijo Sophie mientras cruzaba de un salto un charco fangoso—. Cuando le conocí, quiero decir, cuando la Bruja le conoció, Marte siempre decía que el ataque era la mejor defensa.
—Mi entrenador de fútbol dice lo mismo.
—Pero tu equipo no ha ganado un solo partido en la última temporada —le recordó Sophie.
Estaban a punto de alcanzar la puerta principal cuando William Shakespeare apareció ante ellos con una sartén ardiendo entre las manos.