Las calles estaban completamente vacías porque la borrasca había conducido a la mayoría de viandantes al interior de la estación o a las tiendas más cercanas. El tráfico de la calle Euston se había paralizado por completo mientras los limpiaparabrisas batían incansablemente. Se escuchaban las estridentes bocinas de los coches e incluso una alarma antirrobo de un automóvil comenzó a bramar.
—No os separéis de mí —ordenó Nicolas. Dio media vuelta y salió disparado hacia la calle, inmiscuyéndose entre el tráfico parado. Sophie le siguió de cerca. Josh se detuvo antes de bajar de la acera y echó la vista atrás para observar la estación. Las tres siluetas se habían reunido en la entrada, y sus rostros y cabezas estaban cubiertos por las capuchas de sus abrigos. A medida que la lluvia teñía sus abrigos de un verde oscuro Josh habría jurado que, durante un segundo, parecían ir ataviados con capas verdes. Sintió un estremecimiento, pero esta vez el frío provenía de algún otro lugar, no del gélido aguacero. Entonces se giró y salió como una flecha hacia la calle.
Con la cabeza ligeramente inclinada, Nicolas condujo a los mellizos entre un par de vehículos.
—Daos prisa. Si podemos distanciarnos lo suficiente de ellos, los olores del tráfico y la lluvia disiparán nuestras esencias.
Sophie miró por encima del hombro. El trío de encapuchados había abandonado el refugio de la estación y se acercaba estrepitosamente hacia ellos.
—Están muy cerca —resolló con un tono de voz alarmante.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Josh.
—No tengo ni idea —confesó Flamel con voz severa mientras clavaba la mirada en el otro extremo de la calle—, pero si nos quedamos aquí estamos muertos. O, al menos, yo —añadió con una sonrisa seca—. Dee intentará conseguiros con vida, de eso no me cabe la menor duda.
Flamel miró a su alrededor y distinguió un callejón a mano izquierda. Les hizo señas a los mellizos, indicándoles así que le siguieran.
—Por aquí. Intentaremos perderlos.
—Ojalá Scatty estuviera aquí —murmuró Josh al percatarse de la magnitud de su pérdida—. Hubiera podido enfrentarse a ellos.
La estrecha callejuela, rodeada de edificios altísimos, estaba seca. Tres contenedores de basura de plástico, de color azul, verde y marrón respectivamente, estaban alineados en una pared mientras los restos de un palé de madera y bolsas de basura de plástico se amontonaban en la otra. El hedor era repugnante y un gato de pelaje salvaje permanecía sentado sobre una de las bolsas, rasgándola metódicamente con las uñas. Ni siquiera el gato se molestó en girarse cuando Flamel y los mellizos pasaron corriendo frente a él. Una décima de segundo más tarde, cuando las tres siluetas encapuchadas se adentraron en el callejón, el felino arqueó la espalda, el pelo se le erizó y desapareció entre las sombras.
—¿Tienes idea de hacia dónde vamos por aquí? —demandó Josh mientras pasaban a toda velocidad junto a una serie de puertas que, evidentemente, correspondían a las entradas traseras de los negocios de la calle principal.
—Ni idea —admitió Flamel—, pero mientras nos aleje de los Encapuchados, no importa.
Sophie echó la vista atrás.
—No les veo —anunció—. Quizá los hemos perdido.
Arrastró a Nicolas hacia una esquina para poder adelantarse y detenerle de forma repentina. Entonces Josh giró la esquina, ignorando así que sus dos compañeros se habían parado.
—Seguid corriendo —jadeó a la vez que apartaba a la pareja para tomar él mismo la iniciativa. Y fue entonces cuando se percató de que Nicolas y Sophie se habían quedado inmóviles: en el fondo del callejón se alzaba un muro de ladrillo rojo cubierto de un alambre tipo concertina.
El Alquimista dio media vuelta y posó el dedo índice sobre sus labios.
—Ni un ruido. Quizás hayan pasado de largo, ignorando el callejón…
Una ráfaga de lluvia fría roció el suelo de la callejuela. De repente, el ambiente se cubrió de un hedor rancio muy peculiar: se trataba de la nauseabunda esencia que desprende la carne podrida.
—O quizá no —añadió a medida que los tres Genii Cucullati doblaban la esquina silenciosamente. Nicolas apartó a los mellizos, colocándolos tras él. Sin embargo, Josh y Sophie tomaron posiciones de inmediato y se dispusieron uno a cada lado. De forma instintiva, Sophie se situó a la derecha y Josh a la izquierda de Flamel.
—Retroceded —dijo Flamel.
—No —replicó Josh.
—No permitiremos que te enfrentes a estos tres tú solo —añadió Sophie.
Los Encapuchados avanzaron; después se colocaron de tal forma que bloqueaban el callejón y, finalmente, se detuvieron. Adoptaron una postura rígida poco natural y sus rostros aún seguían escondidos tras las gigantescas capuchas.
—¿A qué están esperando? —murmuró Josh en un susurro apenas perceptible. Había algo en la forma en que las siluetas estaban de pie, en la forma en que se sostenían, que insinuaba que se trataba de animales. Josh había visto un documental en el National Geographic en el que un caimán esperaba pacientemente a orillas del río a que pasara un ciervo. El caimán también parecía estar petrificado hasta que empezaba la acción.
De pronto, se escuchó el crujir de la madera. En el tranquilo callejón, el chasquido produjo todo un estruendo. Seguidamente se escuchó el sonido de lo que parecía ropa rasgándose.
—Están cambiando —anunció Sophie.
Tras los abrigos verdes, los músculos se tensaron y vibraron, las espaldas de las criaturas se arquearon y las manos que ahora sobresalían de las mangas estaban cubiertas de pelaje espeso y de garras afiladas.
—¿Lobos? —preguntó Josh con tono tembloroso.
—Más osos que lobos —respondió Nicolas en voz baja mientras rastreaba el callejón entornando los ojos—. Aunque más glotones que los osos —añadió en el mismo instante en que en el ambiente se advirtió un leve aroma a vainilla.
—Pero no suponen amenaza alguna para nosotros —irrumpió Sophie. De repente, había adoptado una postura más recta y erguida. Alzando la mano derecha, la joven apretó el círculo dorado tatuado en su muñeca izquierda.
—No —dijo Nicolas bruscamente, y alcanzó el brazo de la joven para detenerla—. Ya os he avisado; no podéis utilizar vuestros poderes en esta ciudad. Vuestras auras son inconfundibles.
Sophie sacudió la cabeza mostrando así su indignación.
—Sé lo que son esas cosas —comentó con tono firme. Pero un segundo más tarde, la voz se le quebró—: Sé lo que hacen. No esperes que nos quedemos de brazos cruzados mientras esas cosas te devoran. Déjame que me ocupe de ellas, puedo hacerles papilla.
Ante tal idea, su cólera rápidamente se convirtió en entusiasmo. Sophie esbozó una sonrisa. Durante un momento, sus ojos azules resplandecieron con destellos plateados y el rostro se le tornó más anguloso y mordaz, lo cual le otorgaba un aspecto mayor al de una adolescente de quince años.
La sonrisa del Alquimista era lúgubre y severa.
—Podrías hacerlo. Y no me cabe la menor duda de que no llegaremos muy lejos antes de que algo mucho más letal que estas criaturas nos atrape. No tienes ni idea de lo que merodea por estas calles, Sophie. Yo me ocuparé de esto —insistió—. No estoy completamente indefenso.
—Están a punto de atacar —informó Josh con urgencia. Había interpretado el lenguaje corporal de las criaturas mientras observaba cómo se movían siguiendo un patrón de ataque. En algún rincón de su mente, Josh se preguntó cómo podía saber eso—. Si vas a hacer algo, debes hacerlo ya.
Los Genii Cucullati se habían desplegado y cada uno de ellos había tomado una posición ante Flamel y los mellizos. Las criaturas estaban encorvadas hacia delante, con la espalda arqueada, y los abrigos verdes les apretaban el pecho, de forma que los músculos y los hombros parecían estar a punto de explotarles. Entre las sombras de sus capuchas, unos ojos de color azul negruzco brillaban sobre una dentadura irregular. Se comunicaban entre ellos con lo que, aparentemente, parecían gemidos y aullidos.
Nicolas se arremangó la chaqueta de cuero, dejando así al descubierto el brazalete de plata y las dos pulseras de hilos multicolores que adornaban su muñeca derecha. Se quitó una de las pulseras de hilo, la enrolló con las palmas de la mano, acercó los labios y sopló.
Sophie y Josh contemplaban al Alquimista mientras éste lanzaba una bola diminuta al suelo, justo a los pies de los Encapuchados. Fueron testigos de cómo los hilos irisados se sumergían en un charco de barro que se aposentaba exactamente delante de la criatura más grande y se preparaban para explotar. Incluso las aterradoras criaturas retrocedieron unos pasos del diminuto charco, deslizando las garras sobre el pavimento.
No sucedió nada.
El sonido que todos advirtieron, que podría ser una carcajada, parecía salir de la mayor de las criaturas.
—Propongo que luchemos —dijo Josh con tono desafiante.
Sin embargo, se sentía un tanto conmocionado por el fracaso del Alquimista. Había observado a Flamel lanzar arpones de energía pura, le había visto crear un bosque a partir de un suelo de madera; esperaba algo mucho más espectacular. Josh desvió la mirada hacia su hermana. Enseguida supo que ambos estaban pensando exactamente lo mismo. En el estado de Flamel, mucho más debilitado y envejecido, sus poderes se desvanecían. Josh asintió ligeramente con la cabeza y Sophie respondió ladeando la suya y doblando los dedos.
—Nicolas, tú mismo viste lo que hicimos con las gárgolas —continuó Josh mostrando seguridad y confianza en sus propios poderes y los de Sophie—. Juntos, Sophie y yo podemos enfrentarnos a quien sea… y a lo que sea.
—La frontera entre la confianza y la arrogancia es muy delgada, Josh —respondió Flamel en voz baja—. Y la frontera entre la arrogancia y la estupidez aún más. Sophie —añadió sin tan siquiera mirarla—, si utilizas tu poder, nos estarás condenando a muerte.
Josh negó con la cabeza. Le indignaba la evidente flaqueza de Flamel. Alejándose unos pasos de él, el joven se quitó la mochila y la abrió. Sujeto en uno de los costados de la mochila había un tubo de cartón, el típico que se utiliza para guardar carteles o mapas enrollados. Arrancó la tapa de plástico blanco que protegía el tubo, introdujo la mano, agarró el objeto envuelto en plástico de burbujas y lo extrajo.
—¿Nicolas…? —empezó Sophie.
—Paciencia —murmuró Flamel—, paciencia…
El mayor de los Encapuchados posó sus cuatro patas sobre el suelo y dio un paso hacia delante, chasqueando las garras afiladas y mugrientas en el suelo.
—Me has sido entregado —anunció la bestia con una voz que, sorprendentemente, era aguda, casi como la de un niño.
—Dee es muy peligroso —respondió Flamel sin alterar la voz—, aunque me sorprende que los Genii Cucullati se dignen a trabajar bajo las órdenes de un humano.
La criatura dio otro paso hacia delante, acercándose así a Nicolas y los hermanos Newman.
—Dee no es un humano normal y corriente. El Mago inmortal es peligroso, pero está bajo la protección de un maestro infinitamente más peligroso que él.
—Quizá deberías tenerme miedo a mí —sugirió Flamel esbozando una tímida sonrisa—. Soy mayor que Dee y no tengo ningún maestro que me proteja, ¡ni nunca lo he necesitado!
La criatura escupió un par de carcajadas y, de repente, sin previo aviso, se abalanzó sobre la garganta de Flamel.
El filo de una espada de piedra siseó en el aire, realizando un corte limpio a través de la capucha del abrigo, rasgando así un pedazo de tela verde. La bestia aulló y su cuerpo entero se retorció, contrayéndose para alejarse de la espada que amenazaba otra vez con arrancarle la parte frontal del abrigo. Finalmente, el arma le arrebató todos y cada uno de los botones y dejó completamente destrozada la cremallera.
Josh Newman se posicionó delante de Nicolas Flamel. Estaba empuñando con ambas manos la espada de piedra que había extraído del tubo de cartón.
—No sé quién eres, o qué eres —dijo con la mandíbula apretada. Tenía la voz temblorosa por la adrenalina y el esfuerzo que debía realizar para sujetar con firmeza la espada—. Pero supongo que tú sí debes de saber qué es esto.
La bestia se alejó sin apartar su mirada azul negruzca de la espada grisácea. La capucha había quedado hecha trizas y unos retales colgaban de sus hombros, lo cual dejaba completamente al descubierto su cabeza. Josh enseguida se dio cuenta de que los rasgos de su rostro no tenían nada de humano, pero aquella bestia era extraordinariamente bella. El joven esperaba ver un monstruo; sin embargo descubrió una cabeza increíblemente pequeña, unos gigantescos ojos azabache hundidos en un caballete estrecho y unos pómulos marcados y agudos. Tenía una nariz recta y unas aletas que, en ese instante, parecían echar humo. La boca era un corte horizontal; la bestia la tenía ligeramente abierta, de forma que Josh pudo vislumbrar una dentadura deforme de color amarillento y negruzco.
Josh echó un fugaz vistazo a derecha e izquierda, donde se hallaban las otras dos criaturas. También tenían su mirada fija en la espada de piedra.
—Es Clarent —informó con voz suave—. Me enfrenté a Nidhogg en París con este arma y he visto lo que puede hacer a los de vuestra especie.
Movió ligeramente la espada y notó un leve hormigueo mientras sentía la empuñadura ardiendo entre sus manos.
—Dee no nos dijo nada de eso —anunció la criatura con su voz infantil. Entonces desvió su mirada hacia el Alquimista—. ¿Es cierto?
—Sí —contestó Flamel.
—Nidhogg —gargajeó la criatura, como si escupiera la palabra—. ¿Y qué ocurrió con el legendario Devorador de Cadáveres?
—Nidhogg está muerto —respondió Flamel sucintamente—, derrotado por Clarent. —Dio un paso hacia delante y posó su mano izquierda sobre el hombro de Josh—. Josh acabó con él.
—¿Vencido por un humano? —dijo con tono incrédulo.
—Dee os ha utilizado, os ha traicionado. No os contó que teníamos la espada. ¿Qué más no os ha contado? ¿Mencionó el destino de las Dísir en París? ¿Os ha dicho algo sobre el Dios Durmiente?
Las tres criaturas se deslizaron unos metros hacia atrás mientras conversaban en su propia lengua, una mezcla de gemidos y aullidos; entonces, la mayor de ellas se giró para contemplar a Josh una vez más. Una lengua bailoteó en el aire.
—Ese tipo de cosas son de poca trascendencia. Ante mí veo a un chico humano atemorizado. Incluso puedo escuchar cómo se tensan sus músculos al intentar con todo su esfuerzo sujetar la espada con firmeza. Puedo saborear su miedo en el aire.
—Y sin embargo, pese al temor que percibes, el joven te atacó —replicó Flamel sin alterar la voz—. ¿Qué te sugiere eso?
La criatura se encogió de hombros de una forma extraña.
—Que o bien es un estúpido o un héroe.
—Y los de tu especie siempre habéis sido vulnerables a ambos —objetó Flamel.
—Tienes razón, pero ya no quedan héroes en el mundo. Ninguno que ose atacarnos. Los humanos ya no creen en los de nuestra especie. Y eso nos hace invisibles… e invencibles.
Josh gruñó y alzó la espada de piedra.
—No a Clarent.
La criatura ladeó ligeramente la cabeza y después asintió.
—No a la Espada del Cobarde, eso es verdad. Pero nosotros somos tres y somos rápidos, muy rápidos —añadió con una amplia sonrisa que dejó al descubierto su irregular dentadura—. Creo que puedo vencerte, jovencito; creo que puedo arrebatarte la espada de las manos sin que tú ni siquiera…
Unos instintos que Josh desconocía poseer le advirtieron de que la criatura se disponía a atacar en el preciso instante que dejó su discurso incompleto. Todo se acabaría. Sin pensarlo, realizó un movimiento de estocada que Juana de Arco le había enseñado. La espada emitió un zumbido cuando la punta se clavó en la garganta del monstruo. Josh sabía que todo lo que tenía que hacer era arañar a la bestia con la espada: un sencillo corte había acabado con la vida de Nidhogg.
Soltando una carcajada, la criatura se alejó dando saltos, colocándose así fuera del alcance de Josh.
—Muy lento, humano, muy lento. He visto cómo tus nudillos se tensionaban y palidecían un segundo antes de que arremetieras contra mí.
En ese instante, Josh supo que habían perdido. Sencillamente, los Genii Cucullati eran demasiado veloces.
No obstante, por encima de su hombro izquierdo, escuchó a Flamel riéndose entre dientes.
Josh miró fijamente a la criatura. Sabía que lo último que debía hacer era girarse, pero no podía evitar preguntarse qué era lo que divertía al Alquimista, quien contemplaba fijamente al Encapuchado. Pero no se produjo ningún cambio… excepto que, al alejarse, el monstruo posó un pie sobre el charco de agua mugrienta.
—¿El miedo te ha enloquecido, Alquimista? —preguntó la criatura.
—Debes de conocer a la Inmemorial Iris, la hija de Electra —comentó Flamel como si quisiera entablar una conversación. Enseguida, se colocó junto a Josh. El rostro del Alquimista se había tornado inexpresivo, misterioso; ahora, sus labios conformaban una delgada línea y sus ojos pálidos, casi cerrados, se podían confundir con un par de rendijas.
La criatura abrió sus ojos azul pardusco de par en par, mostrando así su horror. Y miró hacia abajo.
El agua mugrienta se retorcía alrededor de los pies de la bestia y, sin que nadie lo esperara, explosionó en un arcoíris de colores por donde fluían los hilos multicolor de la pulsera de Flamel. El Genii Cucullati trató de alejarse de un salto, pero las dos pezuñas delanteras estaban adheridas al charco.
—Libérame, humano —chilló con su particular voz infantil, pero esta vez también se intuyó el terror.
El Encapuchado intentó frenéticamente despegarse del lodo. Hundió las zarpas para poder tener un punto de apoyo y desengancharse, pero una de sus patas traseras rozó el borde del charco y la criatura aulló una vez más. Retiró la pata que había posado en la orilla con tal fuerza que se arrancó una de sus afiladas garras. La bestia gimió y sus dos compañeras salieron como un rayo para agarrarle, para intentar sacarlo de ese líquido multicolor.
—Hace unas cuantas décadas —continuó Flamel—, Perenelle y yo rescatamos a Iris de sus hermanas y, a cambio, me regaló estas pulseras. Vi cómo las tejía de su propia aura tornasolada. Me dijo que un día le darían color a mi vida.
Unas espirales serpenteantes de todos los colores empezaron a trepar por la pierna del Genii Cucullati. Las garras negras se tiñeron de verde y después de rojo; posteriormente, su pelaje cochambroso color púrpura se tornó de un violeta resplandeciente.
—Morirás por esto —gruñó la criatura con una mirada impregnada de horror.
—Moriré algún día —reconoció Flamel—, pero no hoy, y no en tus manos.
—¡Espera a que se lo diga a Madre!
—Díselo.
Y entonces se produjo una pequeña explosión, como una burbuja al reventarse, y, de repente, un arcoíris de todos los colores surgió del cuerpo del monstruo, bañándolo así de luz. Allá donde las otras dos bestias sujetaban a su hermano, el color se extendió por sus garras, cubriéndoles la piel y manchando sus abrigos verdes con gotas multicolores. Como ocurre con el aceite y el agua, los colores se movían siguiendo patrones hipnotizadores que creaban formas extrañas e inverosímiles y matices incandescentes. Las criaturas formularon un terrible alarido, pero su llanto no fue duradero ya que sus cuerpos se desplomaron sobre una pila de basura amontonada en la acera. Mientras permanecían inmóviles sobre el suelo, el desorden de colores rápidamente se esfumó de su piel, devolviendo a sus abrigos su color verde habitual. Entonces sus cuerpos empezaron a cambiar: los huesos alteraron su forma y los músculos y los tendones volvieron a su estado normal. Cuando al fin el color hubo regresado al charco, las criaturas habían adoptado su apariencia humana.
La lluvia rociaba todo el callejón y la superficie del charco multicolor parecía hacerse añicos con cada gota que caía. Durante un instante, un perfecto arcoíris en miniatura apareció sobre él y, cuando se desvaneció, el charco cobró su color anterior, marrón fangoso.
Flamel se agachó para recoger los restos de su pulsera de la amistad que habían quedado esparcidos por la calle. Los hilos entrelazados ahora eran de un color blancuzco, despojados de todo color. Se enderezó y miró por encima del hombro a los mellizos. El Alquimista esbozó una sonrisa.
—No estoy tan indefenso como parece. Jamás subestiméis a vuestro enemigo —les aconsejó—. Pero esta victoria te pertenece a ti, Josh. Nos has salvado, una vez más. Se está convirtiendo en una costumbre: Ojai, París y ahora aquí.
—No pensé que… —empezó Josh.
—Tú nunca piensas —interrumpió Sophie apretándole el brazo.
—Has actuado —añadió Flamel—. Eso es suficiente. Vamos, salgamos de aquí antes de que los descubran.
—¿No están muertos? —preguntó Sophie mientras pasaba al lado de las criaturas.
Rápidamente, Josh envolvió a Clarent con el plástico de burbujas y la guardó en el tubo de cartón. Después, introdujo el tubo en la mochila que enseguida se colocó sobre los hombros.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó el joven—. Me refiero al agua. ¿Qué era eso?
—Un regalo de una Inmemorial —explicó Flamel mientras corría apresuradamente por el callejón—. Iris también es conocida bajo el nombre de la Diosa del Arcoiris, que debe a su aura multicolor. Ella también tiene acceso a los Mundos de Sombras Acuáticos del río Éstige —finalizó con tono triunfante.
—¿Y eso qué significa? —demandó Josh.
La sonrisa de Flamel era salvaje.
—Los vivos no pueden rozar las aguas del Éstige. La sacudida sobrecarga sus sistemas y los deja completamente inconscientes.
—¿Durante cuánto tiempo? —inquirió Sophie mientras contemplaba lo que parecía un montón de ropa apilada en mitad del callejón.
—Según las leyendas… un año y un día.