Josh contemplaba fijamente a Coatlicue. Era la criatura más elegante y hermosa que jamás había visto en su vida. Era alta, medía entre dos metros y dos metros y medio, y al joven le daba la sensación de que era la viva imagen de un cuadro dibujado en una tumba egipcia. Tenía un cabello de color negro azaba¬che que le rozaba los hombros y el flequillo cortado en línea recta sobre las cejas. Además, llevaba los ojos perfilados con kohl. Su piel era de color cobre y su profunda mirada lucía un marrón lustroso. Llevaba un sencillo vestido blanco e iba descalza. Cuando bajó la cabeza para mirar a Josh le sonrió cariñosamente y, aunque no movió los labios, Josh pudo escuchar con perfecta claridad la voz de la criatura en su cabeza.
—Me has invocado y he venido. Soy Coatlicue…
Al alargar la mano, el joven Newman vio las uñas, pintadas con un diseño similar a la piel de serpiente.
Sin pensárselo dos veces, Josh se acercó a la criatura y alzó su mano derecha.
Una sólida lámina cubierta en llamas apareció repentinamente ante Josh y le chamuscó el cabello además de abrasarle las cejas. El joven se tambaleó, un tanto desorientado. Al resbalar y desplomarse en el suelo gritó con todas sus fuerzas; un chillido agudo que denotaba terror. Al mismo tiempo escuchó a Dee rugir y a Virginia gritar. Se deslizó por el suelo y, a través de la cortina de llamas, distinguió la silueta de su hermana delante de una puerta abierta, justo en el lado opuesto de la habitación. A pesar de estar algo lejos, Josh se dio cuenta de que aún se enroscaban llamas entre los dedos de su hermana melliza.
—¡Sophie!
Confundido y algo desorientado, se puso en pie y gruñó cuando alguien le golpeó desde detrás. El topetazo le hizo perder el equilibrio, enviándole hacia delante, hacia las llamas, hacia Coatlicue. Levantó las manos para protegerse del fuego y, de forma casi instantánea, las llamas se extinguieron y el joven se cayó sobre sus rodillas delante de los pies de Coatlicue.
—¡Josh! —exclamó Sophie.
—¿Te llamas Josh? Toma mi mano, Josh.
De manera automática, Josh tendió la mano y agarró la de Coatlicue.
Sophie observó completamente horrorizada cómo Josh daba un paso hacia delante, quedándose así atrapado en el interior del cuadrado que conformaban las espadas. A pesar de las zarpas de cocodrilo y las dos cabezas de serpiente que se enrollaban alrededor de su cuello, Coatlicue lucía un cuerpo ligeramente femenino. Una túnica muy extensa fabricada de principio a fin con serpientes retorcidas le cubrían el cuerpo.
La compañera de Dee, la mujer que suponía era Virgi¬nia Dare, estaba de pie detrás de Josh. Sophie vio con sus propios ojos cómo Virginia empujaba a su hermano hacia delante, hacia la columna de fuego y hacia el interior de las cuatro espadas.
De manera instintiva, Sophie desenrolló el látigo de Perenelle y arremetió con el arma. Atravesó el aire y desgarró un trozo de la espalda de Coatlicue. La cabeza de una serpiente sibilante salió disparada hacia Sophie y escupió un líquido blanquecino. Sin embargo el veneno no alcanzó a la joven mortal, sino que roció el suelo, que en cuestión de segundos empezó a burbujear y a chamuscarse. Ahora, Sophie ya tenía una pista de lo que podía pasar si le mojaba la piel.
Niten empuñó las dos espadas y se abalanzó de un salto hacia el Mago. Una espada del mismo color amarillo del azufre apareció de repente en la mano de Dee, que golpeó al inmortal japonés. Niten rápidamente contrarrestó el ataque: cada vez que sus espadas chocaban con el arma humeante de Dee se producía una explosión de chispas. El inmortal japonés empezaba a asfixiar al doctor con sus embestidas mientras el Mago, completamente desesperado, retrocedía y meneaba sin sentido alguno su larguísima espada.
Al acercarse a zancadas hacia la criatura, la armadura plateada de Sophie se solidificó alrededor de su cuerpo. Cada vez que fustigaba a Coatlicue con el látigo, el arma chasqueaba y silbaba entre sus manos.
—¡Suelta a mi hermano!
Aoife estaba a punto de salir como una flecha para agarrar a Josh cuando, de repente, Dare apareció ante ella, con una flauta de madera en una mano y un hacha en la otra.
—¿Crees que puedes herirme con eso? —comentó la guerrera burlándose del hacha primitiva.
—No, pero con esto sí —dijo Dare.
En un abrir y cerrar de ojos se acercó la flauta a los labios y, al soplar, tan sólo emitió una nota. Al instante, la guerrera se desplomó al suelo, retorciéndose de dolor y con las manos tapándose los oídos. Virginia se colocó junto a Aoife y empezó a girar el hacha sobre la vampira.
—Nunca he matado a una criatura de la Última Generación —anunció en tono alegre—. Supongo que hay una primera vez para todo.
Levantó el hacha por encima de su cabeza.
Josh observaba escandalizado cómo su hermana fustigaba a la hermosa jovencita con un larguísimo látigo. Coatlicue abría la boca y gritaba; aquel chillido le rompía el corazón. Desvió su preciosa mirada hacia Josh y tiró de él, arrastrándole hacia delante, hacia las espadas, hacia sí misma.
—¿Por qué? —gimió dolorida.
Josh no sabía qué responder, así que sacudió la cabeza. Esto era un error, un tremendo error. Sophie no debería estar azotando a Coatlicue. Se dio media vuelta y vio que Niten atacaba de manera salvaje a Dee; era tan rápido que cada vez que acuchillaba o rasgaba el aire las espadas se convertían en dos haces de luz borrosos. El Mago estaba acorralado en la pared, sólo Virginia parecía poder arreglárselas por sí misma. La guerrera pelirroja estaba en el suelo, a sus pies. El joven sonrió: quizá la increíble Aoife no era tan increíble después de todo.
Josh se giró para vigilar a su hermana melliza. Su ya habitual armadura plateada le recubría todo el cuerpo, dándole así un aspecto casi de otro mundo. Azotaba sin piedad ni lástima a la indefensa Arconte.
—¡No! —murmuró—. ¡No! —chilló.
Intentó crear su propia armadura, pero después de invocar a Coatlicue apenas le quedaban fuerzas.
—Para —dijo con voz ronca, pero de nada sirvió.
Sophie le ignoraba por completo.
Y de repente, cuando Josh rozó con el dedo la espada de piedra que tenía bajo los pies, Clarent empezó a palpitar, a vibrar, a invocarle. ¡Por supuesto! La espada le renovaría el aura, le daría la fuerza necesaria para proteger a Coatlicue. El joven se arrodilló y empuñó la cálida espada de piedra.
Por el rabillo del ojo, Dee vio a Josh agacharse y alcanzar la espada. De repente, se le paró el corazón. Si el cuadrado se rompía, Coatlicue sería libre… y todo estaría perdido.
Niten, al percatarse de la distracción de Dee, atacó una vez más. Las dos espadas golpearon el pecho del Mago. Y, de manera instantánea, se hicieron añicos. Niten pestañeó, completamente perplejo.
—Te olvidas de quién soy —gruñó el Mago.
El doctor John Dee agarró a Niten por la camisa con sus puños chamuscados, lo alzó y le lanzó al otro lado de la habitación. El inmortal japonés se golpeó con un sofá de cuero y rebotó al suelo.
Sophie vislumbró a Dare alzando el hacha sobre una Aoife tendida en el suelo y fustigó a la compañera de Dee con el látigo de cuero. El arma, que se enroscó alrededor del brazo de Dare, le abrasó la piel y, rápidamente, Dare tiró del látigo y se lo arrebató a Sophie.
Virginia gruñía de rabia, un chillido que quedó ahogado cuando Aoife se puso en pie y la cogió por el cuello.
Y Josh cogió a Clarent del suelo y rompió el cuadrado de espadas.
La oleada de energía alzó a Josh y lo lanzó volando, desprendiéndolo así de Coatlicue, que hasta entonces no lo había soltado. El joven mortal chocó con Dee y los dos fueron despedidos hacia la pared. Liberó a Virginia de Aoife, que la mantenía agarrada por el cuello, y la inmortal dio varias volteretas por el suelo. La oleada de energía también zarandeó a Sophie hasta que se desplomó sobre el suelo. Su armadura se desvaneció, puesto que la energía le había drenado toda su aura en un solo instante. Con un bufido triunfante, Coatlicue entró en este mundo.
—¡Oh, he esperado tanto tiempo para este momento! Un nuevo mundo para conquistar. Carne fresca, sangre fresca —dijo. Las cabezas de serpiente se giraron y clavaron su mirada en Sophie—. Tú primero. Tu juguetito me ha escocido.
Todas las serpientes que conformaban su túnica alzaron sus diminutas cabezas y miles de lenguas hendidas parpadearon, saboreando así la atmósfera.
—Un aura plateada. Será un aperitivo antes de que devore el oro.
Coatlicue se acercó a Sophie.
Y se tambaleó.
Y se detuvo.
—No lo creo —dijo Aoife en voz baja. La guerrera había saltado sobre la espalda de la Arconte y había agarrado las dos cabezas de serpiente con los brazos. Coatlicue opuso resistencia, intentando así deshacerse de los dedos de la vampira, pero la guerrera respondió apretando con más fuerza. Todas las serpientes del vestido de la Arconte se giraron hacia Aoife, mordiéndola una y otra vez mientras la guerrera hacía muecas de dolor.
—Veamos quién muere primero —dijo. Después abrió la boca y dejó al descubierto sus salvajes dientes—. Tú creaste mi raza. Tenemos el mismo ADN, así que sabes perfectamente la fuerza que poseen los que pertenecemos al Clan de los Vampiros.
La guerrera tiraba de las dos cabezas, empujando así a la criatura hacia las tres espadas en dirección a la cortina de humo. Al mismo tiempo la alejaba de Sophie. De repente, su mirada brillante de color esmeralda se clavó en Sophie.
—Me has salvado la vida.
Sophie se puso en pie con torpeza.
—¿Aoife?
—Aoife. Una criatura de la Ultima Generación. Al parecer, te devoraré a ti primero. Estás perdiendo fuerza —anunció Coatlicue con satisfacción. Más y más serpientes mordisqueaban a la guerrera, que tenía la piel empapada con su veneno pálido.
Sophie enseguida cayó en la cuenta de lo que estaba sucediendo y levantó el látigo, pero no se atrevía a lanzarlo hacia Coatlicue por temor a azotar a la guerrera.
—Aoife, suéltala, aléjate de ella…
La guerrera tiró de las cabezas de serpiente una vez más y las garras de la criatura dejaron unos arañazos más que profundos sobre el suelo. Sophie vio la oportunidad y azotó a Coatlicue. Sin embargo, estaba tan cansada que apenas tenía fuerza para fustigar a la criatura, de forma que el látigo sólo alcanzó los pies de la Arconte.
Coatlicue alzó el pie y Aoife no desaprovechó la ocasión de tirar de ella una vez más. Tras perder el equilibrio, Coatlicue se tambaleó y se derrumbó sobre el suelo. No obstante, la guerrera no soltó las cabezas de serpiente. Un centenar de serpientes empezaron a mordisquear y escupir veneno con frenesí e histeria. Aoife volvió a fijar su mirada en Sophie.
—Cuando encuentres a mi hermana —susurró—, dile… dile a Scathach que hice esto… por ella.
Y entonces, con un esfuerzo final sobrehumano, Aoife arrastró a Coatlicue en el cuadrado incompleto de espadas, empujándola hacia la cortina de humo.
La lámina de humo desapareció en un abrir y cerrar de ojos acompañada por una explosión que hizo añicos cada cristal del edificio. El conjunto de televisores que colgaba del techo se derrumbó sobre el suelo; las tuberías reventaron, de forma que la habitación quedó completamente empapada; una enorme grieta dividió una de las paredes, recorrió el techo y echó abajo parte del piso superior. Empezaron a arder más de una docena de fuegos en los cables que escupían chispas por todas partes.
Asombrada, desorientada, sorda e incapaz de moverse, Sophie Newman vislumbró al doctor John Dee intentando ponerse en pie. Vio que arrastraba a Virginia Dare por el suelo y después recogía a Josh.
Josh estaba de pie y la miraba fijamente, pero Sophie sólo lograba distinguir su mirada sangrienta… y una expresión de absoluta aversión y odio en su rostro pálido.
Dee salió como una flecha a recuperar las tres espadas. Le lanzó una a Josh y se abrió camino por el suelo completamente devastado para alcanzar el Códex, que seguía encima de la mesa.
Sophie intentó pronunciar el nombre de su hermano, pero tenía la boca llena de arenilla y no era capaz de articular la palabra. Y cuando alargó la mano hacia él, Josh, de manera lenta y deliberada, le dio la espalda y siguió a John Dee y a Virginia Dare hacia la salida de aquel edificio en llamas.
Ni siquiera miró atrás.