Josh.
Despierta. Josh. Despierta. Josh.
Y Josh se despertó al escuchar las voces de Nicolas y Perenelle Flamel sonando en su cabeza.
Recordaba haberse acostado sobre el incómodo sofá de la casa de huéspedes de Prometeo; después, tuvo ese sueño… largo y aburrido.
¿Había sido un sueño?
Estaba sentado en un taburete muy alto de un apartamento aparentemente moderno. Le acompañaban el doctor John Dee y la mujer que había aparecido en sus sueños. Los dos le observaban detenidamente.
—¡Estás despierto! —dijo Dee algo sorprendido.
La confusión se transformó en miedo y éste, en cuestión de momentos, cedió el paso a la ira.
—¿Qué me habéis hecho?
Instintivamente, Josh agarró a Clarent de la mesa y se deslizó del taburete, empuñando la espada con ambas manos. En ese mismo instante sintió el calor ya familiar fluyendo por su cuerpo y su aura empezó a solidificarse en una armadura dorada que envolvía su piel.
Miró rápidamente a su alrededor, intentando orientarse.
—¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi hermana? ¿Qué habéis hecho con Sophie?
Sin apartar el Códex del pecho, Dee se acercó peligrosamente a la punta de la hoja de la espada.
—¿Recuerdas el sueño, Josh? ¿Uno en el que conducías durante largas horas?
El joven retrocedió y dijo que sí con la cabeza.
Dee dio un paso hacia delante.
—No era un sueño.
—¿Qué hiciste? ¿Me hechizaste? —dijo completamente horrorizado ante tal idea. Dee se encogió de hombros.
—No me gusta la palabra hechizo, es muy antigua; en términos técnicos, le pedí a Marte Ultor que te llamara. Estás conectado con él; de hecho, lo estarás el resto de tu vida.
—¿Dónde estoy? —preguntó Josh, aunque ya presentía la respuesta.
—Sabes perfectamente dónde estás: en San Francisco, justo debajo de la torre Coit, en las oficinas de Enoch Enterprises, mi empresa.
Clarent temblaba entre sus manos, pero la empuñadura, rodeada por la palma y los dedos de Josh, mostraba un color rojo oxidado.
—Muchas gracias por venir hasta aquí —continuó Dee sonriendo, como si nada. Se dio media vuelta e hizo las presentaciones—: Ésta es mi socia, la señorita Virginia Dare.
La joven agachó la cabeza en forma de saludo, pero no sonrió. Josh se percató de que sostenía un palo de madera —¿una flauta?— en la mano.
—La señorita Dare es, al igual que yo, una inmortal —prosiguió Dee mientras se giraba rápidamente hacia Josh—. ¿Qué te parecería ser inmortal? ¿Te gustaría?
Josh pestañeó, completamente asombrado. Tras escuchar a Nicolas y después a Scathach y a Aoife hablar sobre la inmortalidad, apenas había tenido la curiosidad de preguntarse cómo sería vivir para siempre, así que no era algo que se hubiera planteado seriamente.
—No estoy seguro —respondió al fin.
—Yo no puedo concederte ese don, ni tampoco Virginia, pero conocemos a Inmemoriales que pueden otorgarte esa aptitud —continuó el mago—. De hecho, puede que Marte accediera si tú se lo pidieras.
Completamente desconcertado por la extraña situación en que se hallaba, Josh miró al Mago y después a la inmortal.
—No estoy seguro de…
—Es demasiado joven para hacerse inmortal —intercedió Virginia súbitamente—. Todavía es un muchacho; estaría atrapado en ese cuerpo adolescente para siempre. Pregúntaselo de aquí a cinco años.
Dee esbozó una sonrisa mientras los ojos le titilaban.
—Cinco años; sí, es una buena idea. Te haremos esa misma pregunta entonces. Piensa en ello —dijo con tono alegre—. Tener veintiún años para siempre.
—Quiero irme —manifestó Josh mientras buscaba una salida.
—Por supuesto —dijo el Mago señalando con la mano que sujetaba el Códex—. Hay un ascensor justo allí y una escalera en el rincón.
Josh estaba sorprendido.
—¿Puedo irme? —preguntó.
—Por supuesto —respondió Dee con una risotada—. Josh, no soy tu enemigo. Jamás lo he sido. La última vez que nos vimos te expliqué quiénes son los Flamel, qué son en realidad, ¿o no?
Josh dijo que sí con la cabeza y, muy lentamente, bajó la espada.
—Has estado con ellos, ¿cuánto tiempo?, ¿una semana? Me atrevería a decir que has descubierto algunas cosas desagradables sobre el matrimonio Flamel.
Josh asintió con la cabeza.
—Y la pregunta, obviamente, es: ¿sobre qué más cosas te han mentido?
—Descubrimos que habían existido otros mellizos —admitió Josh. Una vez más se acordó del abismo que separaba al Alquimista del Mago. Nicolas Flamel siempre se dirigía a él en tono condescendiente; en cambio, el Mago le hablaba de igual a igual.
—¿Os dijeron exactamente cuántos?
Josh negó con la cabeza.
—Supongo que habrán sido una docena, más o menos.
Dee sacudió la cabeza.
—Cientos de mellizos —aclaró—. Bueno, de los que tengo constancia. Cuando no podían encontrarlos buscaban individuos con auras doradas y plateadas y, si no conseguían hallar una dorada se apoderaban de cualquier aura de tonalidad similar: bronce, naranja o incluso roja. Y, en caso de no hallar un aura de plata, utilizaban las de color gris, alabastro o blanco. Algunos niños acudían a ellos de buena gana; a otros, en cambio, se les compraba o incluso secuestraba.
—¿Qué les ocurrió? —musitó Josh aterrado—. Flamel dijo que algunos sobrevivieron.
—Flamel miente.
—¡Dime qué les ocurrió! —gritó Josh con cierta exigencia.
Dee se dio media vuelta mientras meneaba la cabeza de derecha a izquierda
—Es demasiado horrible para recordarlo. ¿Se lo has preguntado al Alquimista?
—No nos dio una respuesta válida.
—Bueno, eso es todo lo que debéis saber —concluyó Dee—. Josh, deja que te repita algo: no soy tu enemigo. Siempre que he trátalo contigo te he explicado las cosas de forma imparcial y sincera. Y deberás reconocer que siempre he respondido tus preguntas. ¿Acaso puedes decir lo mismo del Alquimista y su esposa?
Josh dijo que no con la cabeza. Ahora estaba asustado; mejor dicho, atemorizado porque Sophie aún estaba con Flamel y los demás, Tenía que alejarla de todos ellos. De repente se acordó de algo.
—¿Qué hay del ejército de monstruos atrapado en Alcatraz?
—Hay bestias en la isla, eso es cierto. Pero Alcatraz es, como ha sido siempre, una cárcel, Josh. Cuando alguien como yo se cruza con un monstruo en este reino, lo captura y lo encierra en la isla. Por eso Perenelle, que es tan monstruosa como cualquier otra bestia, estaba allí.
Clarent apuntaba ahora al suelo y el resplandor dorado se había apagado Sólo las puntas de los dedos, que seguían rozando la empuñadura, mantenían el brillo carmesí.
—¿Por qué me ha llamado?
—Primero, para alejarte de la influencia del Alquimista y la Hechicera para que pudieras pensar por ti mismo y tomar tus propias decisiones. Y, segundo, para hacerte una oferta.
Dee dejó el Códex sobre la mesa y cruzó el salón para desplomarse sobre un sofá. Sin deshacerse de Clarent, Josh siguió al Mago y se acomodó justo enfrente de él. Virginia merodeó por la habitación hasta colocarse detrás de Dee, entre las sombras.
—Eres un Oro, Josh; oro puro. Quizás haya habido una docena de personas en la historia mundial que han tenido un aura de oro puro: Tutankhamon, Moctezuma, Askia, Osei Tutu, Midas, Jasón e incluso el creador del Códex, el mismísimo Abraham. En menos de una semana, te han Despertado e instruido en las Magias del Agua y del Fuego —recapituló Dee—. Es realmente increíble. Pero ahora tienes que tomar una decisión: debes saber en qué lado quieres luchar.
Josh dejó la espada en el suelo y enterró la cabeza entre sus manos.
—No sé qué pensar —admitió algo confundido y abatido—. Sencillamente no lo sé. Cuando hablo con Flamel me da la sensación de que tú eres el villano… y, sin embargo, cuando charlo contigo me parece que eres muy razonable. En parte, te creo. Aunque no del todo —añadió enseguida.
—Te entiendo —dijo Dee en tono amable y comprensivo—. De veras. —Hizo una pausa y después se inclinó hacia delante, apoyando los codos sobre las rodilla y añadió—: Hay algo que sí puedo hacer por ti, puedo concederte un don que te permitirá conocer la verdad por ti mismo.
Josh alzó la mirada y frunció el ceño. De repente, se acordó de las palabras de bienvenida del Mago.
—Cuando llegué aquí me dijiste que podías instruirme en una de las magias más poderosas, un arte que ni siquiera Flamel podría enseñarme —empezó. Después, prudentemente, preguntó—: ¿O lo he soñado?
—No, no lo has soñado —aseguró Dee mientras se frotaba las manos—. Hay un arte que el legendario Alquimista jamás aprendió.
Josh se puso en pie.
—¿Por qué no? —preguntó.
—Porque tu amiguito Nicolas no es ni tan poderoso ni tan astuto como le gusta aparentar —criticó Dee con unos ojos muy brillantes—. Josh, te puedo otorgar el poder de revivir a los muertos, de hablar con ellos, de darles órdenes.
El joven Newman pestañeó.
—Los muertos… —empezó. No sabía qué pensar sobre ello, pues lo cierto es que no le parecía un don especialmente extraordinario.
—Piensa en ello —aconsejó Dee mientras cogía a Josh por los brazos e hilos de su aura amarillenta se enroscaban como diminutas serpientes alrededor de las muñecas de Josh—. Tendrás la capacidad de interrogar a personas muertas, de cualquier época, y averiguar cosas sobre el matrimonio Flamel. Pregúntales todo lo que desees, pues sólo te contarán la verdad. Mientras los mantengas vivos tú serás su maestro y, por lo tanto, te obedecerán. Encuentra a personas que conocieron a los Flamel, que me conocieron a mí incluso, y hazles preguntas. Así, podrás determinar la verdad por ti mismo. Entonces, y sólo en ese momento, podrás decidir en qué lado te posicionas.
Las posibilidades sorprendieron tanto a Josh que se quedó mudo. Finalmente, con tono incrédulo, Josh preguntó:
—¿A cualquier persona?
—A cualquier persona —confirmó Dee—. Sólo necesitas un fragmento de hueso, aunque sea microscópico.
—O una prenda de ropa, o incluso alguna joya —añadió Virginia Dare desde la penumbra—. O una espada que haya empuñado —agregó indicando el arma de piedra que yacía en el suelo.
—¿Así es como reviviste a aquellas criaturas en Ojai? —preguntó Josh.
—Sí.
—Tú volviste a la vida a animales. ¿Podría hacer lo mismo con los dinosaurios?
—Así es. Cualquier cosa muerta puede revivir. Es un poder increíble —reconoció Dee—. ¿Quieres aprenderlo?
—Sí —respondió Josh con entusiasmo—, ¿qué tengo que hacer?
—Bueno, primero deberías ayudarme a empujar todos estos muebles para apartarlos de aquí. Aparentemente, la señorita Dare no está dispuesta a mover mobiliario.
Josh ayudó a Dee a arrastrar un pesado sofá hasta la pared.
—¿Cómo se denomina esta magia? ¿Y por qué estamos despejando el suelo?
—Te voy a convertir en un nigromante, Josh —sonrió Dee—. Lo habitual sería que tardaras décadas en aprender este arte, pero hay alguien que puede otorgarte este don de manera instantánea. Todo lo que tienes que hacer es invocarla —indicó señalando el suelo—. Está recorriendo un Mundo de Sombras muy lejano, pero podemos pedirle que venga hasta aquí.
—¿Es una Inmemorial?
—Mejor que una Inmemorial: es una Arconte. Vamos a convocar a Coatlicue, la Madre de los Dioses.