No puedes conducir más deprisa? —espetó Aoife—. Podría empujar este cacharro e iría más rápido.
—Estoy pisando el pedal hasta el fondo —dijo Niten manteniendo la calma—, pero el vehículo tiene cuarenta años y sólo cuenta con un motor de cincuenta caballos.
—Este trasto es pura chatarra —murmuró la guerrera.
Miró a Sophie echada en el asiento trasero de la limusina. Alargó la mano y abrigó a la jovencita con una manta alrededor de sus hombros.
—Pensaría que un Inmemorial tendría un coche mucho mejor que esta diminuta furgoneta antigua —dijo dirigiéndose a Niten.
—A mí lo que me sorprende es que tenga un coche. Y no es una furgoneta, es un microbús. A mí me gusta —confirmó el inmortal japonés—. Es un Volkswagen de 1964; además, aún conserva la pintura original, roja y blanca. Normalmente siempre están pintados con los colores del arco iris.
—Escúchate. ¿Desde cuándo eres un experto en automóviles? —preguntó Aoife de manera sarcástica.
Niten esbozó una tímida y apenas perceptible sonrisa.
—Sabes que colecciono coches clásicos, ¿verdad? Aoife le miró sorprendida.
—No —confesó finalmente—. No tenía la menor idea.
—¿Hace cuánto tiempo que me conoces, Aoife? —le preguntó en un japonés formal.
La guerrera frunció el ceño y contestó en la misma lengua.
—Hasta donde creo recordar, nos conocimos en una batalla.
—Nos conocimos en la batalla de Sekigahara, en 1600.
La guerrera asintió lentamente.
—Sí, ahora lo recuerdo.
—Te confundí con Scathach —le recordó el Espadachín.
Aoife sonrió y volvió a asentir.
—Pero cuando empezamos a luchar, supe que no eras la misma chica con la que había combatido otras veces. Tenías un estilo diferente.
—Y te vencí —rememoró la inmortal.
—Así es —acordó Niten—. La única vez que lo lograste. —Giró el gigantesco volante, maniobrando la furgoneta hacia una estrecha carretera de dos carriles—. Entonces, me conoces, digamos, desde hace más de cuatrocientos años… y sin embargo, ¿qué sabes realmente de mí?
Aoife miraba fijamente al esbelto japonés de traje oscuro y meneó la cabeza.
—No mucho —admitió.
—¿Y por qué será? —preguntó el inmortal.
La guerrera se encogió de hombros.
—Porque nunca te ha interesado —respondió finalmente Niten—. Eres la persona más egoísta y obsesionada consigo misma que conozco.
La vampira pestañeó, perpleja.
—Lo dices como si fuera algo malo.
—No es una crítica —continuó—, simplemente es una mera observación.
Condujeron en absoluto silencio durante un buen rato hasta que Aoife lo rompió.
—¿Se puede saber por qué, después de cuatrocientos años, me dices esto ahora?
—Curiosidad —respondió Niten. Desvió su mirada oscura hacia el espejo retrovisor y lo ladeó de manera que pudiera ver el reflejo de Sophie—. Apenas conoces a esta chica. Te la presentaron ayer y, lo cierto es que a primera vista me dio la sensación de que o bien no era santo de tu devoción, o bien le tenías miedo.
—No tengo miedo de nadie —contestó automáticamente.
Niten inclinó la cabeza.
—Eres intrépida en la batalla —dijo éste de forma diplomática, dándole así la razón—. Entonces, ¿por qué estamos llevando a esta jovencita hacia una confrontación con un adversario poderoso a la par que peligroso?
Aoife mantuvo la mirada en el horizonte y, cuando finalmente respondió, su voz sonó perdida y lejana.
—Está buscando a su hermano —susurró.
—¿Es la única razón? —investigó el inmortal.
—Me ha pedido ayuda, Niten —dijo Aoife en voz baja—. ¿Sabes quién fue la última persona que lo hizo?
Niten sacudió la cabeza, aunque sospechaba la respuesta.
—Mi hermana gemela, Scathach —musitó—. Y yo me negué —admitió. Después se giró hacia Sophie y la observó—. No quiero cometer el mismo error dos veces.
—Aoife, esta chica no es tu hermana.
—Pero me ha pedido ayuda, viejo amigo. Hace mucho tiempo que nadie me pide un favor. Es mi… —Hizo una pausa, en busca de la palabra más adecuada—. Es mi deber.
—Ah, deber. Eso sí lo entiendo —dijo el japonés mientras giraba hacia la derecha, adentrándose así en la carretera que bordeaba la costa en dirección a San Francisco—. Es precisamente el sentido del deber, de la responsabilidad, lo que distingue a la raza humana de las bestias… y de los Inmemoriales. Sin ánimo de ofender.
—Faltaba más.
Continuaron en silencio durante muchos kilómetros y después, bastante más tarde, Aoife dijo:
—Bueno, háblame sobre esta colección de coches que tienes. ¿Son coches de verdad o sólo modelos?