Sentados a solas alrededor de la mesa de la cocina y con la calavera de cristal entre ellos, Nicolas y Perenelle Flamel se miraban en silencio. El Alquimista tenía los hombros caídos y el cansancio era palpable, tanto en su rostro como en sus ojos hundidos. Tomando aire profundamente, miró a su esposa y, al fin, dijo:
—¿Qué hacemos ahora?
De manera distraída, Perenelle alargó la mano y acarició la calavera. Aún notaba los restos hormigueantes de las auras de Sophie y Aoife en el vidrio.
—Esto no cambia nada —dijo al fin—. Lucharemos.
Nicolas resolló una risotada.
—Míranos… Bueno, mejor dicho mírame. No puedo ayudarte.
—Entre los dos sumamos más de un milenio de conocimiento —le recordó Perenelle con tono cariñoso—. Utilizaremos nuestros cerebros; es todo lo que necesitamos.
De repente se abrió la puerta y Prometeo entró en la cocina.
—Niten y Aoife se han ido con Sophie. Les he prestado un coche —dijo—, pero tardarán dos horas y media, o puede que incluso tres, en llegar a la ciudad.
—¿Tres horas? —repitió Perenelle mirando a su marido—. ¿Dee puede enseñarle el arte de la nigromancia en ese tiempo?
—Ayer por la noche, Josh aprendió la Magia del Fuego en un par de horas…
—Aprendió lo básico. Tardará una vida entera en saber dominar la magia —añadió Prometeo.
—Y quién sabe qué puede llegar a hacer Dee —añadió Nicolas—. Aún no consigo entender cómo ha llegado desde Londres.
—Ha sido declarado utlaga —informó el Inmemorial—. El mensaje corrió por los Mundos de Sombras justo ayer. Sus propios maestros han puesto un precio más que tentador a su cabeza.
—¿Lo quieren muerto? —preguntó Nicolas, sorprendido.
La carcajada de Prometeo era lastimosa, como si sintiera pena por el Mago.
—Lo quieren vivito y coleando.
El Alquimista se recostó en el chirriante respaldo de la silla y se frotó la cara con las manos.
—Pero esto lo cambia todo —dijo—. Si Dee ya no está trabajando al servicio de los Oscuros Inmemoriales, ¿para qué necesita a Josh? ¿Por qué querría instruirle en la nigromancia?
Prometeo se alejó un poco de la puerta principal.
—Obviamente, Dee tiene sus propios planes.
—Dee y Dare —les recordó la Hechicera—. Una combinación peligrosa.
—Y ahora también Josh —susurró Nicolas—. Un mellizo con aura dorada y formado en las Magias del Agua y del Fuego.
Prometeo cogió una silla y la giró, para poder sentarse a horcajadas sobre ella. El mueble crujió al recibir el peso del Inmemorial.
Nicolas entrecerró los ojos y miró a Prometeo.
—¿Qué ocurre si un mellizo con un aura pura dorada, instruido en las Magias del Agua y del Fuego, aprende nigromancia?
Prometeo sacudió la cabeza.
—Hasta donde yo sé, jamás ha ocurrido tal cosa. Es una combinación poderosa, aunque su verdadero potencial radica en la fuerza de su aura. El muchacho tiene un poder inmenso y extraordinario… sencillamente aún no se ha dado cuenta.
—Pero Dee sí —murmuró Nicolas.
—Entonces, ¿Josh es más poderoso que Dee? —preguntó Perenelle.
—Sí, yo creo que sí. Mucho más —comentó Prometeo—. Simplemente, no está entrenado.
—Y la nigromancia revive a los muertos, así que con el poder de Josh… —empezó Perenelle lentamente, pero fue Nicolas quien finalizó la reflexión.
—¿A quién, o a qué, quiere revivir Dee?
Colocó la mano sobre la calavera de cristal.
—Si pudiéramos ver lo que está ocurriendo…
Una luz verde muy pálida pareció encenderse en lo más profundo de la calavera, pero enseguida se desvaneció. Perenelle apoyó su mano sobre la de su marido. Unas motas de color blanco se arrastraron desde las yemas de los dedos hasta el cristal, atravesando por el camino la piel arrugada de Flamel. Un brillo blanco mezclado con una pincelada de color verde empezó a vibrar en las cuencas de los ojos. Después, el resplandor se apagó.
—No tenemos suficiente fuerza —dijo Nicolas mientras se dejaba caer en el respaldo de la silla. Sin embargo, Perenelle decidió mantener la mano sobre el vidrio.
—¿Por qué has traído esta cosa malvada? —preguntó Prometeo.
—Íbamos a utilizarla para controlar a los monstruos de Alcatraz —explicó Perenelle—. Aerop-Enap todavía está en la isla. Creí que si podíamos ver a través de los ojos de la Vieja Araña, seríamos capaces de provocar que las criaturas se pelearan entre sí. Muchas de esas bestias son enemigas por naturaleza, así que pensé que quizá nos daría algo de tiempo hasta que Sophie y Josh estuvieran completamente instruidos.
—Un buen plan —declaró Prometeo—. Pero la calavera se alimenta de vuestras auras.
—Contábamos con Sophie y Josh para ayudarnos.
El Inmemorial contempló al matrimonio.
—¿Os dais cuenta de que cuando alimentáis la calavera, ella también está abasteciéndose, absorbiendo vuestras auras, vuestros recuerdos, vuestras emociones? —dijo en tono lento—. Las calaveras son vampiros. Los mellizos son jóvenes: el proceso les habría arrebatado varios años de su vida aunque hubieran sobrevivido. En vuestro estado actual, vosotros dos no lo lograréis.
—Hemos dedicado nuestra vida a luchar por la supervivencia de la raza humana —dijo Perenelle en tono más bajo—. No podemos echarnos atrás ahora. Lucharemos hasta nuestro último aliento para proteger a la humanidad de los Oscuros Inmemoriales.
—Pagaréis un gran precio.
—Todo tiene un precio —dijo Nicolas—. Y algunos merece la pena pagarlos —confesó. Tomó aire y miró al Inmemorial—: Tú pagaste un gran precio por dar vida a los primeros humanos.
Prometeo asintió.
—¿Te has arrepentido alguna vez?
—Jamás —reconoció Prometeo sin apartar la mirada de la calavera—. Ni un solo día —dijo en voz baja. Después, gruñó una risotada amarga y añadió—: Bibliotecas de cristal; así las llamaba mi hermana. Sospechaba que habían sido parcialmente responsables de la aniquilación de la raza Arconte, así que destruyó todas las que pudo. Solía decir que hay sabiduría que no debería transmitirse; y una vez me dio un consejo: un Inmemorial nunca, jamás, debe tocar las calaveras.
—¿Por qué no? —preguntó Nicolas.
Prometeo hizo caso omiso a la pregunta del Alquimista. Alargó el brazo y posó la mano sobre la piel de la Hechicera. Un instante después, la habitación se cubrió de un aroma a anís y el cristal se tiñó del mismo profundo color que un rubí.
—Puedo conectar con el muchacho, pero vosotros tendréis que centraros en el Mago —dijo casi como si se disculpara—. ¿Estáis seguros de querer hacerlo? Este enlace os envejecerá.
—Hazlo —dijo rápidamente Perenelle. El Alquimista, sin dudarlo un segundo, también asintió.
—Entonces veamos qué le tiene reservado el Mago a nuestro muchacho —dijo el Inmemorial entre dientes mientras las imágenes empezaban a formarse sobre la calavera: eran fotogramas cristalinos a todo color.
De repente, se dieron cuenta de que estaban mirando el rostro de Virginia Dare a través de los ojos de Josh Newman.