El disco desprendía una luz carmesí que después se tiñó de color blanco y, al mismo tiempo, emitía unas oleadas de calor abrasador. Cada pictograma latía y palpitaba, construyendo patrones y creando formas de colores. Los anillos concéntricos giraban hacia la izquierda y hacia la derecha. Mientras el círculo interior se movía en el mismo sentido que las agujas del reloj, el siguiente giraba hacia el lado opuesto para crear así nuevos diseños.
Josh se horrorizó al caer en la cuenta de que los diseños tallados eran serpientes que devoraban su propia cola. Él detestaba las serpientes. Pero entonces, el rostro dibujado en el centro de la piedra se movió.
Abrió los ojos: se habían teñido de la misma tonalidad que las llamas y contenían motas brillantes, como si fueran rescoldos negros. Entonces movió la boca y la voz que escuchó fue la de Prometeo.
—Se dice que la Magia del Aire, del Agua o incluso de la Tierra es la más poderosa, por encima de todas las demás, pero no es verdad. La Magia del Fuego sobrepasa a las otras, pues éste da vida y muerte.
De manera abrupta, el fuego se apagó y Josh quedó sumido en una oscuridad absoluta. No sabía si tenía los ojos abiertos o cerrados, ni siquiera dónde estaba. Había perdido toda sensación y sólo era consciente del peso de la piedra sobre su palma. La sostuvo entre sus manos, sujetándola con fuerza y concentrando toda su atención en ella. Se dio cuenta de que no tenía miedo, aunque tampoco sentía emoción alguna… sencillamente, sentía curiosidad.
—En el inicio…
Un diminuto punto de luz apareció en la oscuridad.
—… hubo fuego.
El minúsculo punto de luz se expandió de repente y empezó a crecer y crecer, al tiempo que mostraba distintos colores: ámbar, naranja, rojo, hasta explotar finalmente en una esfera blanca muy brillante. Los costados de la bola de fuego se desprendieron para descubrir unas anchas líneas horizontales manchadas con puntos y reflejos de luz multicolor. A medida que la luz le envolvía como una gigantesca y lenta ola, Josh reconoció enseguida la imagen: estaba viendo una galaxia… No, estaba contemplando el universo.
—Antes del aire, hubo fuego…
Una oleada de aquella luz cegadora le inundó, ¿o acaso él se había abalanzado sobre ella? Unas llamas y unos serpenteantes hilos de plasma le empaparon. Ahora podía verse a sí mismo. Estaba de pie, flotando, volando, y su piel era del mismo color que las llamas doradas. En cierto modo, sabía que lo normal sería tener miedo, pero seguía sin sentir temor alguno, sólo una extraña sensación de tristeza al pensar que su hermana no estaba ahí para compartir esto con él.
—Antes del agua…
Su piel se tornó translúcida. Bajó la mirada y pudo distinguir cada vena y arteria de su cuerpo, cada nudo y fibra de sus músculos, cada órgano y la silueta de cada uno de los huesos de su esqueleto.
—Antes de la tierra…
El fuego se desprendía de su piel creando unos hilos que se entrelazaban y se endurecían hasta formar un caparazón que envolvía al joven en una esfera de llamas.
—El fuego es el creador de mundos…
De repente, Josh volvió a sumirse en la oscuridad, aunque ésta no era absoluta. En los rincones lograba distinguir un haz de luz, pequeños rastros de llamas bermejas. Se dio cuenta de que era como mirar a través de una cascara de huevo. Las grietas se ensancharon hasta ceder finalmente ante una cascada de fuego. En ese instante el joven cayó en la cuenta de que estaba en una cueva, a orillas de una piscina de lava, mientras un río de rocas fundidas pasaba junto a él.
—Y en el centro de todos los mundos se halla un corazón de fuego.
Josh no sabía si él era quien se movía o si, en realidad, estaba quieto mientras las imágenes pasaban a toda velocidad ante sus ojos. Sentía como si se alzara a través de rocas burbujeantes y piedras ardientes, de pedruscos glutinosos y esferas de fuego. Se elevaba cada vez más rápido: de repente, aterrizó en lo más alto del cielo, que era de un azul asombroso y espectacular, aunque un humo mugriento y algunas nubes muy calientes lo mancharan.
—El fuego creó este mundo… Lo moldeó…
Josh planeó en el aire e, inesperadamente, vio que la boca de un gigantesco volcán escupía penachos de lava y humo. Casi al unísono, una serie de volcanes entraron en erupción, arrancando así pedazos del paisaje, moldeando y remodelando aquel mundo inhóspito y estéril, dándole forma antes de volver a derribarlo.
—Fue precisamente este elemento el que encendió la chispa de la vida en este planeta primitivo…
Unas nubes arenosas se arremolinaron alrededor de Josh y, de repente, se desvanecieron. El joven descubrió que estaba paseando por la orilla de un lago, aunque éste no era de agua. La espesa sustancia humeaba y hervía, y formaba así una serie de nocivas burbujas que reventaban continuamente. Y, flotando sobre la superficie de aquel fango hirviente, se hallaba un sedimento de algas grises.
—El calor da vida…
Mientras Prometeo hablaba, el paisaje que contemplaba Josh empezó a cambiar inconcebiblemente rápido: aparecieron unas vastas franjas de pradera que, en cuestión de segundos, se transformaron en colosales árboles que se alzaban espectacularmente hasta desplomarse en el suelo. En su lugar, unos árboles más pequeños, helechos y arbustos empezaron a crecer.
—… en todas sus formas.
Ahora unos animales se dejaron ver. Al principio eran pequeños e inofensivos, pero rápidamente se transformaron en unas bestias desagradables y gigantescas, pelicosaurios y arcosaurios. Josh sabía que estas criaturas eran anteriores a los dinosaurios: absolutamente fascinado, intentó disfrutar del paisaje primigenio que le rodeaba, pero las imágenes parpadeaban a toda velocidad y dejaban tras de sí un rastro impreciso de escamas y piel, garras y colmillos.
—Y el fuego destruye…
El cielo se oscureció; empezaron a destellar relámpagos y, sin que Josh se lo esperara, un incendio devastó el bosque. En cuestión de segundos, el mundo se había ennegrecido y los árboles mostraban las inequívocas cicatrices de una terrible conflagración.
—El fuego destruye pero también crea. La naturaleza necesita el fuego para prosperar; algunas semillas dependen de él para germinar.
Entonces, en la base de los árboles, unos brotes de un vivido color verde empezaron a asomarse por las cenizas, enroscándose y retorciéndose hacia la luz…
—Y fue el fuego lo que calentó a los primeros habitantes de la Tierra, a mis humanos, y les permitió así soportar los climas más duros.
El bosque se marchitó y en su lugar apareció un paisaje desolado y congelado, pedregoso y cubierto de nieve. Sin embargo, en la cueva de un acantilado, unas diminutas llamas ardían con intensidad.
—El fuego permitió que los primeros humanos cocinaran sus presas, lo cual facilitaba la digestión de los nutrientes de la carne que habían cazado. Les mantenía seguros y calientes en las cuevas y, con el mismo fuego, endurecían sus armas y herramientas, convirtiendo así el barro en cerámica. Incluso utilizaban el fuego para curar las heridas. El fuego ha sido primordial para todas las civilizaciones, desde las más antiguas hasta la más actual.
Ante los ojos de Josh, se construyó una ciudad moderna con cristal, hierro y hormigón. El joven distinguió carreteras y puentes, rascacielos y suburbios, estaciones de tren y aeropuertos.
—Y el fuego que creó este planeta también puede destruirlo.
Una gigantesca nube en forma de hongo floreció en el centro de la ciudad. En el núcleo titilaba una luz más brillante que cualquier astro solar y, a medida que se expandía, quemaba todo lo que encontraba por el camino… Una décima de segundo más tarde, sólo quedaba un páramo incinerado.
—Éste es el poder del fuego —dijo Prometeo.
Josh volvía a estar en el estudio, recostado sobre el diván. Miró al Inmemorial e intentó hablar, pero tenía la boca seca y los labios agrietados.
—Cualquier ser vivo de este planeta, y de los Mundos de Sombras, existe gracias al fuego —añadió Prometeo.
En aquella penumbra, su mirada resultaba brillante, de un color que parecía imitar las ardientes llamas.
—Nosotros llevamos una chispa en nuestro interior —dijo mientras alargaba la mano y posaba su dedo índice en el centro de su pecho. El muchacho se estremeció al notar una oleada de calor por todo su cuerpo—. Josh, la Magia del Fuego está conectada con tu aura, y lo cierto es que es una de las más poderosas que jamás he visto. Pero debes saber que tu aura está inextricablemente unida a tus emociones. Debes tener mucho cuidado: jamás evoques la Magia del Fuego cuando estés furioso. El fuego es una magia que debes invocar sólo cuando estés tranquilo; de lo contrario, puedes perder el control y consumir todo lo que te rodea, incluyéndote a ti.
Josh se las arregló para acumular la suficiente saliva a fin de poder hablar con voz ronca.
—Pero ¿cuándo aprenderé la magia?
Prometeo se rio.
—Ya la has aprendido. Abre las manos.
Josh bajó la mirada. Seguía sujetando la Piedra del Sol azteca en la mano derecha mientras la cubría con la izquierda. Cuando la levantó, se dio cuenta de que la piedra estaba pegada a su piel. Desconcertado, miró al Inmemorial.
—Espera —susurró Prometeo.
La mano izquierda de Josh se iluminó y un dolor atroz recorrió todo su brazo. Dejó escapar un grito ahogado; después notó el olor a naranjas y el dolor se desvaneció.
La Piedra del Sol se desplomó al suelo.
Cuando dio la vuelta a la mano, descubrió que el rostro azteca le había abrasado la piel de la palma; parecía un tatuaje negro.
—¿Un gatillo? —murmuró.
—Así es, un disparador —confirmó Prometeo—. Cuando desees invocar la Magia del Fuego, visualiza el tipo de llama que te gustaría crear y presiona el rostro azteca con el pulgar de tu mano derecha.
Josh observó aquella imagen bárbara quemada en su piel y sonrió abiertamente. Era mucho mejor que el aburrido tatuaje circular de Sophie.
—Ahora, déjame solo —dijo Prometeo—, descansa un poco. Mañana será un día muy ajetreado.
El Inmemorial se recostó en el diván y cogió el mando a distancia del televisor. Miró cómo el joven se ponía en pie bamboleándose.
—Gracias… muchas gracias —masculló Josh.
—De nada… Oh, y Josh, intenta no quemarte muy a menudo.