Nosh se acercó a la puerta del estudio y asomó la cabeza. Dos de las paredes estaban repletas de estanterías con multitud de libros alineados y en la tercera pared almacenaba una colección infinita de DVD. La cuarta mostraba un gigantesco proyector de televisión.
—Es Francis —dijo Juana mientras abría la tapa del teléfono. Juana de Arco pronunció un francés rápido y veloz y, de forma inesEl Inmemorial pelirrojo estaba tumbado en un diván ergonómico, cambiando de canal ociosamente y sin detenerse en ninguno en particular. Vaciló al llegar a las noticias de la CNN, prestó atención durante un momento y después volvió a cambiar de canal.
Josh golpeó suavemente el marco de la puerta con los nudillos.
—¿Querías verme? —dijo en voz baja. Estaba algo sorprendido por lo tranquilo que se sentía. No se notaba nervioso, aunque tampoco estaba muy emocionado ante el acontecimiento.
—Pasa —le invitó Prometeo sin desviar la mirada de la pantalla. Señaló una diván idéntico al suyo con el mando a distancia de la televisión y añadió—: Siéntate un momento y charlemos.
Josh se acomodó en el diván y pulsó el botón que ascendía el escabel.
—Mi padre tiene uno igual que éste —explicó—. Su modelo tiene funciones de masaje y calor.
—Yo también tuve uno de ésos pero cada vez que utilizaba la opción de masaje creía que se estaba produciendo un terremoto, así que lo devolví.
Estuvieron sentados en silencio mientras Prometeo continuaba navegando por los canales por cable. El Inmemorial sólo se detenía en los canales de noticias y de películas antiguas en blanco y negro.
—Hay cientos de canales y nunca hay nada que valga la pena ver —murmuró.
Josh aprovechó la oportunidad y miró al Inmemorial: la única luz del estudio era el resplandor trémulo de la televisión, lo cual hacía parecer que Prometeo estuviera constantemente en movimiento. Ahora que estaba más cerca, Josh pudo distinguir que las mejillas y la barbilla del Inmemorial estaban marcadas con diminutas cicatrices en forma de cruz. Su espesa barba escondía parte de estas señales; también tenía multitud de ellas en la frente.
—Son pequeños recuerdos del tiempo que pasé en la prisión —anunció el Inmemorial con una voz tan profunda y tronante que Josh se sobresaltó.
—Lo siento. No pretendía ser maleducado —se disculpó Josh, aunque no tenía la menor idea de cómo había descubierto el Inmemorial que le estaba observando.
Prometeo se frotó una mano en la frente.
—Apenas me acuerdo de todas estas cicatrices. Podría hacerlas desaparecer, pero prefiero mantenerlas para no olvidarme de ciertas cosas.
—¿Olvidarte de qué? —preguntó Josh.
—De que hay cosas por las que vale la pena luchar… y que todo tiene un precio.
—¿Por qué estuviste encarcelado? —inquirió Josh—, si no te importa que te pregunte —añadió rápidamente.
La gigantesca criatura movió la mano de manera desdeñosa.
—Es una vieja historia, demasiado larga y complicada para explicártela ahora —respondió el Inmemorial. Tras un breve silencio, agregó—: Deberías preguntárselo a tu hermana algún día. Ella lo sabrá.
—¿Porque la Bruja lo sabía?
—¿Hace cuánto tiempo que Sophie y mi hermana se conocen? —preguntó el Inmemorial desviándose por completo del tema mientras clavaba sus enormes ojos esmeralda en el jovencito.
—Lo cierto es que sólo la vimos una vez y el encuentro fue realmente corto. Creo que fue el viernes pasado. —La voz de Josh se fue apagando poco a poco. Le costaba esfuerzo recordar lo ocurrido hacía tan sólo una semana, cuando todo empezó. Le daba la sensación de que fue hace una eternidad. Después continuó—: Enseñó a Sophie la Magia del Agua y le entregó toda su sabiduría al mismo tiempo. No sé cómo pasó porque no estaba en esa habitación cuando sucedió.
—¿Y no tienes la menor idea de por qué mi hermana hizo tal cosa?
—Ni idea. Tendrías que preguntárselo a Sophie —le aconsejó—, aunque dudo mucho de que ella lo sepa.
—Debo confesarte que no te pareces mucho a las demás auras doradas que he conocido —dijo el Inmemorial finalmente, rompiendo el incómodo silencio que se produjo tras la afirmación de Josh.
—¿Has visto muchas auras de oro?
—Demasiadas.
—¿Y cómo es un aura dorada? —preguntó Josh.
—Es alguien asustado.
—Oh, yo ya no tengo miedo —dijo sencillamente Josh—. Pasé de estar asustado a estar aterrado. Ahora estoy sólo petrificado.
Prometeo miró fijamente a Josh.
—¿Qué te asusta?
Josh cogió el mando a distancia y empezó a saltar de canal en canal.
—Todo. Este lugar, tú, los Flamel, Dee, Maquiavelo, los Mundos de Sombras, las líneas telúricas, la Magia —explicó mientras con cada palabra que pronunciaba alzaba el tono de voz—. La idea de que todo lo que hemos aprendido, en casa y en la escuela, en los libros, en la televisión, es falso. Y Sophie. —Finalizó con un susurro ronco, admitiendo así su miedo más profundo—. Creo que ya no la conozco. Y todo por culpa de tu hermana —añadió con la mirada fija en el Inmemorial y sin darse cuenta de que su ira lo convertía en un imprudente—. Ella fue quien cambió a Sophie cuando le transmitió sus recuerdos.
Asombrosamente, Prometeo asintió con la cabeza, manifestando así su acuerdo.
—Las hermanas suponen un problema —dijo—, y da igual si son Inmemoriales o humanas. A veces creo que sólo existen para molestar y ofender a sus hermanos. Yo también estuve unido a la Bruja de Endor, como tú lo estás con tu hermana. Hace milenios que no nos dirigimos la palabra.
—¿Qué ocurrió?
Prometeo se revolvió de manera incómoda en su diván.
—Creía saberlo, pero ahora empiezo a pensar que quizás estaba equivocado. Durante generaciones pensé que me había traicionado con Cronos. Ahora no estoy tan seguro. Cometí el error de no hablarlo cara a cara con ella —admitió mientras su mirada verdemar se iluminaba en la oscuridad—. Pase lo que pase entre tú y tu hermana, asegúrate de hablar con ella antes de tomar una decisión. No permitas que alguien te explique lo que ha dicho o hecho…Asegúrate de que sea ella quien te lo diga.
—¿Es una advertencia?
Prometeo gruñó una risotada.
—No, sencillamente no quiero que cometas el mismo error que yo.
Permanecieron en silencio, sin articular palabra, mientras Josh continuaba recorriendo los canales.
—Tienes acceso a un montón de canales extranjeros —dijo al detenerse ante un canal que emitía un partido de fútbol. El comentarista hablaba un idioma que no logró identificar. Coreano, quizá. Miraron el partido juntos hasta que un equipo marcó un gol y, de manera casual, Josh dijo—: Has enseñado a otras auras doradas la Magia del Fuego, ¿verdad?
—A algunas —admitió Prometeo.
Sin dejar de parecer concentrado en la pantalla televisiva, Josh continuó:
—¿Y sabes lo que les ocurrió? ¿Dónde están ahora?
—Creo que la mayoría ha muerto, Josh —respondió Prometeo.
—¿La mayoría?
—Todos a los que yo instruí. No puedo hablar por los demás.
El joven Newman dejó puesto el canal meteorológico y se giró en el diván para colocarse frente a frente con el Inmemorial.
—No son muy buenas noticias, ¿no crees?
—Probablemente no —estuvo de acuerdo Prometeo.
—Sé que el proceso es peligroso…
Prometeo sacudió su gigantesca cabeza.
—No, te equivocas. El proceso más peligroso de todos es el Despertar —informó. Después, echando la cabeza hacia atrás, la criatura inspiró hondamente y dijo—: Y por el olor que te persigue, no me equivoco si digo que Marte el Ultor fue quien te Despertó.
Josh dijo que sí con la cabeza, algo asombrado por la vehemencia del tono de voz de Prometeo.
—En las catacumbas de París —explicó Josh.
—Ah, así que fue allí donde se escondió —dijo misteriosamente Prometeo—. Cuando todo esto acabe iré para presentarle mis respetos.
—¿No te cae bien? —preguntó Josh algo curioso.
—Fue mi amigo, de hecho, mi mejor amigo. Era un hermano para mí. Se casó con mi hermana y yo estaba encantado con la idea…
—¿Ocurrió algo?
—Las espadas, eso fue lo que ocurrió. Marte encontró a Excalibur en un templo abandonado de una isla desierta. Y Excalibur le condujo hasta Clarent. Zephaniah aseguraba que fueron las espadas quienes le corrompieron, pero jamás estuve seguro de eso. Todo lo que sé es que traicionó al pueblo que había jurado proteger. Le perseguí por este reino y por todos los Mundos de Sombras y, cuando estaba a punto de dar con él, desapareció, se desvaneció de la faz de éste y los demás mundos. Más tarde, muchos siglos después, descubrí que mi hermana le había escondido para mantenerle a salvo de mi venganza, pero nunca supe exactamente dónde. —El Inmemorial intentó esbozar una sonrisa, pero sólo logró dibujar una extraña mueca—. Hasta ahora. Muchas gracias.
—Déjale en paz —dijo Josh con ferocidad—. Sufre muchísimo. Está atrapado en un cascarón de lava derretida. Lleva así miles de años.
—Bien —contestó Prometeo con crudeza—. Es un pequeño precio que debe pagar por lo que le hizo a mi pueblo.
—¿A tu pueblo?
—Así es, a mi pueblo, la humanidad. Yo los creé, Josh. Mi aura les dio vida. Cada ser humano de este planeta, incluyéndote a ti, contiene una chispa de mi aura en su interior. ¿Sabes por qué Marte Ultor esclavizó a los humanos y los sacrificó en las antiguas pirámides?
Josh meneó la cabeza negativamente, pero, de repente, recordó las imágenes que había vislumbrado al sostener a Clarent. Ahora empezaban a cobrar sentido.
—Precisamente por esa chispa de vida. Marte Ultor estaba reuniendo mi aura.
—¿Por qué?
Prometeo sacudió la cabeza.
—Ésa es otra historia que te contaré en otra ocasión. Estás aquí para aprender la Magia del Fuego —dijo de manera inesperada, cambiando radicalmente de tema de conversación.
—Así es, si tú me enseñas.
—Lo haré. Pero quiero que tú seas consciente de que lo hago en contra de mi voluntad —continuó Prometeo—. Lo hago porque mi hermana me ha dicho que es mi deber y, como bien sabes, negar algo a tu hermana mayor es prácticamente imposible. Y porque, si no recuerdo mal, ella siempre hace lo correcto.
Josh suspiró.
—Parece que estés describiendo a Sophie.
Prometeo chasqueó los dedos y un disco plano y grisáceo empezó a girar en el aire.
Asombrado, Josh lo cogió con la mano derecha y se inclinó ligeramente hacia delante para examinarlo a la luz parpadeante que emitía la televisión. Era un pequeño círculo de piedra del mismo tamaño que la palma de su mano. La piedra estaba pulida, suave, y en la superficie se podían distinguir unas marcas de pintura dorada y de color bronce. En el centro había dibujado un rostro con ojos redondeados y la boca abierta rodeado por una serie de anillos. En cada uno de ellos se distinguía una colección de símbolos esculpidos y tallados en la piedra. Josh frunció el ceño. Había visto algo parecido antes.
—Es un calendario azteca —anunció finalmente—. Mi madre tiene uno idéntico a éste en su oficina.
—Se llama la Piedra del Sol —puntualizó Prometeo.
Josh giró el disco de piedra y percibió su calor.
—Sé que Saint-Germain le enseñó la Magia del Fuego a tu hermana.
Josh se retorció incómodamente.
—Nicolas me aconsejó que no mencionara su nombre delante de ti.
El Inmemorial movió con fuerza su mano, de un tamaño descomunal.
—Saint-Germain es un granuja, un mentiroso y un ladrón, pero ya le he perdonado. Fue mi estudiante durante mucho tiempo; después se convirtió en alguien vago o codicioso. Me robó el secreto del fuego, pero —dijo el Inmemorial encogiéndose de hombros— me costó mucho seguir enfadado con él, ya que yo hice lo mismo: también robé el secreto de esta magia. Alguien, que obviamente no fui yo, le mostró a Saint-Germain cómo utilizar la Magia del Fuego, aunque no conocía todas mis estratagemas, mis argucias. Te enseñaré todos los secretos a ti, muchos trucos que tu hermana jamás logrará conocer. Observa la Piedra del Sol.
Josh bajó la mirada y observó el objeto que tenía en su palma. De repente, dejó de respirar y el disco empezó a vibrar y a palpitar mientras emitía un pálido resplandor dorado. Durante un breve instante, a Josh le dio la sensación de que los ojos tallados en la piedra habían parpadeado.
—Prometí que jamás enseñaría a otro humano la Magia del Fuego, pero hay promesas que deben romperse.
Estelas de humo amarillento empezaron a emerger de la piedra y la sala se llenó del suave y cítrico aroma de naranjas.
—Tú eres el sol, Josh; el fuego es tu elemento natural. Tu hermana es la luna, de forma que su elemento primario es el agua. Sí, tu hermana conoce la Magia del Fuego, pero tú, Josh, ¡tú la controlarás cien veces mejor!
Y el disco ardió en llamas.