Sophie abrió los ojos y enseguida vio el rostro de su hermano. Una oleada de alivio suavizó todos sus rasgos. Unas lágrimas cristalinas magnificaron de repente la mirada azul de Josh.
—Hola, hermanita —susurró con cierto temblor en la voz. Se aclaró la garganta y volvió a intentarlo—: Hola, hermanita. ¿Cómo te sientes?
Sophie inspiró lenta y hondamente mientras reflexionaba sobre la pregunta de su hermano. Se sentía… de hecho, se sentía bien. Más que bien; se sentía fenomenal: despierta, fuerte y lúcida. Se incorporó y miró a su alrededor. Había estado acostada sobre un estrecho diván instalado en una diminuta y apretada habitación que debía de haber sido decorada en la década de 1960. Las paredes estaban recubiertas con un espantoso papel pintado de color marrón con círculos negros y rojos que hacía juego con las cortinas y el linóleo marrón del suelo. Un mantel de plástico rojo muy brillante tapaba una diminuta mesa de cocina y únicamente dos de las cuatro sillas pertenecían al mismo juego. La habitación era lúgubre y tenía un olor rancio, como si nunca se usara. La única luz que alumbraba en su interior provenía de una lámpara cubierta de telarañas colocada sobre una mesa, en un rincón de la habitación.
—Estoy bien —dijo finalmente mientras se ponía en pie y se dirigía hacia los ventanales. Le sorprendió descubrir que ya era de noche y de manera automática, desvió la mirada hacia su muñeca, pero su reloj había desaparecido. Después preguntó—: ¿Cuánto tiempo he estado durmiendo?
—Más de cuatro horas…
—¡Cuatro horas! ¿Qué hora es?
Lo último que alcanzaba a recordar era estar mirando a Prometeo…
Josh, que había tenido el reloj de su hermana entre las manos todo ese tiempo, se lo entregó.
—Lo he estado utilizando yo. Al mío se le han acabado las pilas. Son las ocho pasadas. —Miró de cerca a su hermana y añadió—: ¿Estás segura de que estás bien? Cuando escuché la voz de la Bruja salir de tu boca pensé que finalmente te había absorbido por completo.
—No te preocupes, Josh. Eso no va a ocurrir —lo tranquilizó Sophie en tono cariñoso. No pudo evitar soltar una risotada ante la expresión de asombro de su hermano—. Nicolas estaba equivocado. Perenelle me ha dicho que los recuerdos de la Bruja nunca podrán apoderarse de los míos.
—¿Y tú la has creído? —preguntó Josh no sin cierta cautela.
Observó a su hermana con detenimiento. Entrecerró los ojos y creyó ver un tenue rastro del aura plateada de su hermana… y ¿era su imaginación, o tenía una pincelada de marrón… el color del aura de la Bruja de Endor?
—Sí, la creo —dijo Sophie.
Josh negó con la cabeza.
—Sophie, ten cuidado. Creo que no deberíamos confiar en ninguno de los dos. Cuántas más cosas descubro sobre la señora Flamel menos confío en ella.
La advertencia de su hermano le provocó a Sophie una punzada de irritación y enfado. Era cierto que no debían confiar en Nicolas; ellos habían averiguado que el Alquimista les escondía cierta información. Pero con los recuerdos y la sabiduría de la Bruja de Endor seguramente Sophie hubiera sabido si Perenelle estaba mintiéndole.
—Perry fue aprendiz de Dora durante unos diez años. Me confesó que si la Bruja hubiera querido absorber mis pensamientos lo podría haber hecho cuando me Despertó —explicó Sophie mientras sonreía a su hermano—. Así que no tenemos de qué preocuparnos: Nicolas estaba equivocado. Estoy bien. De verdad, estoy bien.
Josh pestañeó algo confundido. Aquello no le sonaba bien; cuando Nicolas había charlado con ellos en Londres sobre el poder de los recuerdos de la Bruja daba la impresión de estar tan seguro de sus palabras que incluso parecía un poco asustado.
—Bueno, dime… ¿qué te dijo exactamente Perenelle? —preguntó.
—Me dijo… —Sophie frunció el ceño, intentando recordar las palabras exactas—. Dijo que Nicolas nos explicó lo que él creía que era la verdad. Después comentó que solía equivocarse. Me confesó que comete errores. Sus palabras exactas fueron: «Nicolas se equivoca a menudo».
—¿Se equivoca a menudo? —repitió Josh—. Uau… eso significa mucho, sobre todo si lo dice su propia esposa.
El joven Newman se recostó en el diván que su hermana había desalojado e intentó asimilar la nueva información.
—¿Podemos creerla?
Sophie se encogió de hombros.
—Yo la creo —dijo clara y llanamente mientras intentaba descifrar la expresión de la mirada de Josh—. Pero tú no.
—¿Por qué debería hacerlo? —preguntó—. Sé que aprecias a Perenelle, pero no dejes que eso te influya. Yo sentía mucho aprecio por Nicolas, de verdad, pero cuando descubrí que nos había estado mintiendo y que nos había puesto en peligro supe que jamás podría volver a confiar en él.
—Pero estás hablando de Nicolas… no de Perenelle. Ella fue prisionera en Alcatraz.
Josh meneó la cabeza, manifestando así su frustración.
—Sophie, no olvides que los Flamel, los dos, han coleccionado mellizos durante siglos. Y tanto tú como yo sabemos que es Perenelle la que está al mando. Creo que la Hechicera es tan culpable como él. Sencillamente no confío en ella.
—¿Siempre has sido tan desconfiado? —preguntó Sophie.
—Esta última semana me ha hecho replantearme muchas cosas —dijo Josh—. ¿Qué fue lo que nos dijo Scatty el primer día? «Seguid vuestros corazones, no confiéis en nadie…».
—«… excepto en vosotros mismos» —finalizó Sophie—. Lo recuerdo.
—Hago bien en desconfiar. Tenía razón con Nicolas desde el principio.
—Sí, estabas en lo cierto. Pero ahora sabemos mucho más. Y yo poseo todo el conocimiento de la Bruja, lo cual nos da una tremenda ventaja. Sé que la Bruja confiaba en Perenelle, así que yo también. Pero Josh, escúchame: si queremos sobrevivir, tenemos que aprender a confiar en la gente.
—Pero ¿qué gente? —preguntó Josh observándola detenidamente mientras intentaba controlar su temperamento. ¿Por qué no se daba cuenta de que el matrimonio Flamel suponía una amenaza además de un peligro?—. ¿En quién tenemos que confiar? ¿En Nicolas y Perenelle? Los dos nos han mentido. ¿En Scathach? Incluso su propia hermana dice que es una embustera. ¿En Saint-Germain? Sabemos de buena tinta que es un ladrón. Y Sophie, se supone que éstos son los «polis buenos». Luego tenemos a Dee, a quien todo el mundo tacha de loco demente, y a Maquiavelo, que es… bueno, no sé qué es, pero lo cierto es que me cayó bien. Es el único que fue directo y no se anduvo con rodeos.
—Y no te olvides de Gilgamésh —añadió Sophie con una triste sonrisa.
—Bueno, él también me cae bien, pero está como una cabra —le recordó.
—No estoy tan segura sobre eso —aseveró Sophie.
La joven merodeaba por la habitación, acariciando las sillas de plástico con las yemas de sus dedos, rozando la superficie de fórmica de la mesa y la achaparrada caja rectangular que, al parecer, era una radio. Giró el dial y la radio emitió interferencias donde se podían distinguir voces humanas. Apagó el aparato y se apoyó sobre una voluminosa nevera de color crema y miró a su hermano.
—Ahora que sé que los recuerdos de la Bruja son seguros y no pueden hacerme daño, he estado intentando recordar todo lo que ella sabía sobre el Rey… pero hay muchos vacíos.
—¿Vacíos? ¿Qué tipo de vacíos?
—¿Sabes cuando intentas recordar la letra de una canción? Sabes cómo suena, puedes tararear la melodía, pero las palabras no salen. Es justamente así.
Josh asintió con la cabeza.
—Me pasa siempre en los exámenes finales. Soy consciente de que sé la respuesta, pero no consigo dar con ella.
Sophie inspiró profundamente.
—Por ejemplo, ahora estoy concentrándome en Gilgamésh. Casi puedo recordar su aspecto, puedo incluso imaginarle cuando era un muchacho: un cabello rizado y oscuro y una mirada del mismo color del océano. Pero no logro recordar nada más —dijo mientras negaba con la cabeza, demostrando así su desilusión—. Llegará, estoy segura.
—¿Puedes recordar algo sobre el matrimonio Flamel? —inquirió Josh.
—Sólo algunas cosas. La Bruja no sabía mucho, aunque había oído hablar de ellos, por supuesto. Todos los Inmemoriales y Oscuros Inmemoriales conocen al matrimonio, pero la Bruja no tuvo mucho contacto con ellos… ni con nadie, en realidad. Durante generaciones mantuvo una vida muy apartada. Deambuló en solitario por Oriente Medio y las estepas rusas y vivió en Transilvania, Grecia, Suiza y Francia antes de instalarse definitivamente en Norteamérica, a finales del siglo XIV.
—¿Y Perenelle fue una aprendiz de la Bruja? —preguntó Josh—•. ¿Dónde?
—En Francia. Pero, al parecer, Perenelle no le contó a la Bruja que estaba casada con Nicolas Flamel. Se presentó con su nombre de soltera. Fue más tarde, mucho, mucho más tarde, cuando la Bruja descubrió la verdad.
—Eso es extraño. ¿Por qué lo hizo? —preguntó Josh.
Sophie sacudió la cabeza.
—La Bruja nunca lo supo.
Josh se puso en pie y se apartó el cabello de la frente; después, se frotó las manos en los pantalones tejanos. Tenía el cabello sucio y necesitaba urgentemente una ducha.
—Mira, está claro que Nicolas ya no está al mando…
—Josh —interrumpió Sophie con una risotada—. ¡Creo que nunca lo ha estado! Perenelle admitió que fue ella quien convenció a Nicolas para que te contratara. Aparentemente tu entrevista no fue muy bien —añadió. Antes de que su hermano pudiera contestar, continuó—: Y fue ella la que sugirió a Bernice que me contratara en la cafetería.
—Entonces, ¿quién es Perenelle Flamel?
Cruzó la habitación para reunirse con su hermana y la miró fijamente a los ojos.
—¿Qué recuerda la Bruja de Endor de la Hechicera?
Sin embargo, al terminar de hacer la pregunta, tuvo la sensación de saber la respuesta. Sophie hizo una mueca que denotaba su frustración.
—He estado intentando recordar… pero ése es uno de los vacíos.
Josh asintió. No estaba sorprendido.
—Pero la Bruja tiene que recordar a Perenelle.
Sophie dijo que sí con un gesto de cabeza.
—Así es. Pasó diez años a su lado.
—¿No puedes recordar nada de aquella época? —preguntó Josh algo incrédulo.
—Nada —respondió Sophie con el ceño fruncido—. Los recuerdos están ahí, casi puedo tocarlos, pero se deslizan cuando intento concentrarme en ellos.
—Me pregunto por qué —murmuró Josh mientras andaba de un lado al otro de la habitación.
—No me preocupa. Algún día saldrán a la superficie. Hace menos de una semana que Hécate me Despertó y la Bruja me entregó sus recuerdos. Creo que, sencillamente, todavía están estableciéndose.
Josh se detuvo ante el frigorífico pasado de moda, lo abrió y asomó la cabeza. Un resplandor trémulo y amarillento inundó la habitación.
—¿Alguien podría impedirte que recordaras algo? —preguntó fingiendo que era una pregunta casual.
—¿Alguien como la Hechicera? —respondió Sophie algo dubitativa.
—Alguien como la Hechicera —repitió Josh. Se enderezó y se giró para ponerse delante de su hermana—. Nicolas nos dice que los recuerdos de la Bruja pueden absorber los tuyos. Perenelle dice que no. Pero tú no logras recordar lo que la Bruja sabía de la Hechicera. Es un poco extraño, ¿no crees?
—Un poco extraño —comentó Sophie. Estar de acuerdo con eso la hacía sentir incómoda—. ¿Crees que Perenelle me está mintiendo?
—Sophie, creo que todos nos están mintiendo. Recuerda lo que nos aconsejó Scatty: no confiéis en nadie…
Su hermana asintió y ambos acabaron la frase al unísono:
—… excepto en vosotros mismos.
Josh cerró la puerta de la nevera.
—Está completamente vacía. Me pregunto de qué se alimenta un Inmemorial.
—La mayoría no comen nada —respondió Sophie de inmediato. Frunció el ceño cuando todo el conocimiento sobre el tema emergió en su cabeza. ¿Por qué podía recordar esto y no algo más importante?—. Tienen un metabolismo distinto al de los mortales…
Josh se giró hacia su melliza antes de que ésta acabara su explicación.
—Qué interesante.
Sophie se sobresaltó al percibir una nota de fastidio en la voz de su hermano.
—¿El qué?
—Has denominado a los seres humanos mortales —dijo en voz baja—. Nunca te había oído llamarles, llamarnos, así antes.
—Así es como se refiere a ellos la Bruja —se justificó.
—Exactamente. Quizá no es Nicolas el que está equivocado; puede que sea su esposa.
Sophie sacudió la cabeza.
—Yo creo a la Hechicera —aseguró con voz firme. Antes de que su hermano pudiera responder, se cruzó de brazos y se dio media vuelta, observando la habitación—. ¿Por cierto, dónde estamos? —preguntó cambiando de tema deliberadamente.
Josh inspiró profundamente y meditó durante un instante en si debía continuar la conversación pero, por experiencia propia, sabía que cuando Sophie se cruzaba de brazos y le daba la espalda significaba que había tomado una decisión. Si la presionara, acabarían discutiendo y eso era lo último que quería ahora mismo. Sólo le cabía esperar que su hermana reflexionara un poco más sobre todo lo que la Hechicera le había contado.
—En la casa de Prometeo, en Point Reyes. He podido echar un vistazo antes. Estamos muy aislados del mundo real. Hay un edificio principal y más de una docena de pequeñas cabañas repartidas a su alrededor. Ésta es una de esas cabañas y debo decir que es un vertedero.
El joven empezó a abrir todos los cajones. Uno contenía una colección de cuchillos, tenedores y cucharas de cuberterías distintas. Pero tenían algo en común: todos los cubiertos estaban sin brillo y deslustrados, como si no hubieran sido utilizados en años. Otro cajón almacenaba trapos de cocina de lino. Josh sacó un puñado: todos eran del mismo color gris y tenían un tacto rígido y tieso debido al paso del tiempo. Como curiosidad, todos mostraban una imagen turística de varias ciudades europeas: el palacio de Buckingham de Londres, la torre Eiffel de París, la puerta de Brandenburgo de Berlín, el Palacio Real de Madrid, la acrópolis de Atenas y, finalmente, el último de la pila, las pirámides de Egipto. Josh desplegó uno de los trapos y una fina capa de polvo se esparció por toda la habitación.
—Me pregunto cuándo fue la última vez que alguien se hospedó aquí —dijo.
Una ráfaga de aire fresco le obligó a girarse. Sophie había abierto la puerta de la cocina y se había deslizado hacia la noche húmeda. Las luces de San Francisco iluminaban el cielo con un resplandor anaranjado.
—¿Dónde está el Inmemorial? —preguntó en voz baja sin mirar a su alrededor.
—No lo sé. No le he visto; de hecho, no he visto a nadie desde que te desmayaste, o perdiste el conocimiento, o lo que fuese lo que te pasó antes. La batería del coche se descargó, así que Prometeo te trajo hasta aquí arriba. Cuando todos llegamos aquí sólo dijo: «Dejadla dormir. Estará bien cuando se despierte», y después se marchó —dijo Josh encogiéndose de hombros—. He estado aquí sentado durante las últimas cuatro horas, esperando a que te despertaras. —Hizo una pausa y finalmente añadió—: Me muero de hambre.
—Siempre tienes hambre.
—¿Acaso tú no?
Sophie se tomó un momento para considerar la pregunta.
—No —dijo al final—, la verdad es que no.
Era consciente de que debería tener hambre, pues la única comida que había ingerido durante el día había sido la fruta que había comido junto a Aoife en la casa flotante, pero, por alguna extraña razón, se sentía bien.
—No tenemos que quedarnos aquí —dijo Sophie—. Podríamos ir a buscarlos.
—Es un Mundo de Sombras —le recordó Josh—, y hay criaturas de barro ahí fuera. Apostaría algo a que hay otros guardianes.
—¿Y dónde está todo el mundo? —preguntó.
Pero justo cuando terminó de articular la pregunta dos figuras se materializaron en la oscuridad nocturna. A medida que se acercaban Sophie pudo distinguir que se trataba de Nicolas y Perenelle Flamel cogidos del brazo, caminando despacio hacia la casa.
—Tenemos compañía —dijo en voz baja.
Josh se acercó a la puerta y se reunió junto a su hermana sobre la terraza de madera.
—Nicolas parece haber envejecido —comentó Josh—. Sin duda, ha envejecido más que Perenelle.
—Y ella es diez años mayor que él —le recordó Sophie.
—¿Por qué la Hechicera no envejece con tanta rapidez?
—Quizá no ha utilizado tanto su aura como él —sugirió Sophie.
Josh negó con la cabeza.
—Eso no tiene sentido. Perenelle tuvo que hacer uso de sus poderes en Alcatraz.
Como si pudiera sentir la mirada de Josh clavada sobre ella, Perenelle alzó la cabeza y lo miró fijamente. Los ojos de la Hechicera eran dos manchas negras que ensombrecían un rostro blanquecino y ovalado. Sonrió, pero parecía una sonrisa forzada, artificial.
—Estás despierta —dijo dirigiéndose a Sophie. Y después, volviéndose hacia Josh, afirmó—: Y tú debes de tener hambre.
—Estoy muerto de hambre —puntualizó Josh—. Supongo que no habéis traído comida.
—Hay un montón de comida, pero todavía no puedes cenar —respondió Perenelle.
Estaba lo suficientemente cerca de la cabaña para que la tenue luz de la lámpara de mesa le iluminara el rostro con un resplandor amarillo, tiñendo el blanco de sus ojos del mismo color de los limones.
—Prometeo ha accedido a enseñarte la Magia del Fuego.
Josh parpadeó, perplejo.
—¿Voy a aprender la Magia del Fuego ahora?
—Justo ahora —asintió Nicolas—. Se complementará a la perfección con tu Magia del Agua.
—¿Podríamos hacerlo después de cenar? —preguntó mientras sentía que su estómago se retorcía y gruñía.
Nicolas miró a Josh con detenimiento.
—Nunca es una buena idea aprender una Magia Elemental con el estómago lleno.
—Pero Saint-Germain le enseñó a Sophie la Magia del Fuego tras la cena —señaló Josh casi de manera petulante. Puede que su hermana no necesitara alimentarse, pero él no había comido nada en todo el día.
La sonrisa de Perenelle se desvaneció y su rostro se volvió más severo.
—Tú no eres tu hermana; ella es infinitamente más poderosa de lo que tú jamás podrás llegar a ser, Josh. Ella es capaz de hacer cosas que son imposibles para ti.
—Pero, por supuesto, tienes habilidades propias —dijo apresuradamente Nicolas sin apartar la mirada de su esposa.
Josh observó a la pareja, confundido y asombrado por lo que acababan de decir.
—Pensaba que éramos iguales —dijo al final.
Perenelle estuvo a punto de contestar, pero Josh se percató de que su marido la agarraba de la mano, apretándola, para silenciar su respuesta.
—Sois mellizos —empezó Flamel—, pero nunca habéis sido iguales. Cada uno tenéis vuestras propias virtudes y debilidades. Es precisamente la combinación de vuestras virtudes lo que os hace especiales.
—Los dos que son uno, el uno que lo es todo —finalizó Perenelle.
Nicolas entornó los ojos, como si le costara enfocar a Josh.
—Puedes comer ahora si lo deseas, pero quizá cuando acabes Prometeo haya cambiado de opinión. —El Alquimista sonrió y, con tono alegre e irónico, preguntó—: Entonces, Josh, ¿magia del fuego o comida?
—¿Qué va a ser? —preguntó Perenelle sin una pizca de humor.
Josh miró a la Hechicera y al Alquimista. Algo había ocurrido entre ellos. Había visto a sus padres justo así en una ocasión cuando estaban discutiendo. Se comportaban de forma educada a la vez que crispada entre ellos, aunque arremetían contra cualquiera que los irritaba. Se preguntaba de qué habrían estado discutiendo ese par de inmortales. En el fondo, todavía no se había olvidado de que Perenelle había utilizado su apellido de soltera cuando la Bruja de Endor la instruyó. No había admitido que era la esposa del Alquimista.
—Magia del Fuego —dijo en voz baja.
El Alquimista asintió, mostrando su consentimiento.
—Pues que así sea.
—Creí que Prometeo dijo que no volvería a instruir a nadie nunca más —intervino Sophie.
—El Inmemorial ha cambiado de opinión —respondió Perenelle mirando a la joven.
—Prometeo siempre hace lo correcto —dijo Sophie.
Josh se espantó al reconocer el acento de la Bruja en la voz de su hermana. Después, Sophie se volvió hacia Josh y le preguntó:
—¿Estás preparado?
Su hermano mellizo dijo que sí con un movimiento de cabeza.
—Creo que sí…
—Entonces vamos.
El Alquimista meneó la cabeza.
—El Inmemorial sólo quiere a Josh —susurró—. Dice que no quiere volver a verte.
Sophie parecía algo sorprendida. Una sensación de tristeza y desolación la inundó.
—Creo que le has asustado —agregó Perenelle.
Nicolas miró a Josh.
—El Inmemorial ha accedido a formarte. Es un honor; hace mucho tiempo que Prometeo no tiene un aprendiz.
—Creí que Saint-Germain había aprendido la Magia del Fuego con él —dudó Josh.
Nicolas sacudió la cabeza y se rio. La carcajada salió de lo más profundo de su pecho y sonó algo húmeda y ronca.
—Saint-Germain le robó el fuego al Inmemorial. Hagas lo que hagas, intenta no mencionar su nombre. Prometeo le detesta. De hecho, creo que la mayoría de Inmemoriales desprecian al conde de Saint-Germain. Posee el don de irritar a quienes le rodean.