De acuerdo, hay cuatro lunas. ¿Y eso son buenas noticias?
Juana de Arco emergió de la boca de la cueva y observó las cuatro lunas: una era enorme y amarillenta, otra más pequeña y con tonalidad sepia; la tercera era de un verde esmeralda muy brillante y llamativo mientras que la cuarta no lucía color alguno. La esbelta inmortal francesa se atusó el pelo con los dedos.
—Hay muchas cosas que desconozco, y no soy ninguna experta en astronomía, pero incluso yo sé que la Tierra no tiene cuatro lunas, que nunca ha tenido cuatro lunas.
La luz de la luna teñía de negro el cabello pelirrojo de Scatty y emblanquecía aún más su ya habitual tez pálida. Sus ojos se habían convertido en un par de espejos plateados.
—¿No te das cuenta de lo que significa? —dijo la guerrera con tono emocionado.
Juana negó con la cabeza.
—Significa que estamos en un Mundo de Sombras.
Juana siguió mirándola sin mostrar expresión; las cuatro lunas multicolores se reflejaban en los ojos grises de la inmortal como cuatro diminutos alfileres.
—Entonces no estamos en el pasado.
—No —confirmó Scatty tomando las manos de su amiga y apretándolas—, no estamos en el pasado.
—¿Y eso es bueno?
—Si estuviéramos en el pasado estaríamos atrapadas, sin el modo de hallar una salida. Bueno, creo que no podría imaginarme ninguna salida a menos que alguien viajara a través del tiempo para encontrarnos y, para ser sincera, creo que las posibilidades de localizarnos en el pasado hubieran sido astronómicamente pequeñas. La única forma de regresar a nuestro presente sería viviendo quizás un millón de años.
—¿Eso es posible?
—Teóricamente, sí. Los Inmemoriales y las criaturas de la Ultima Generación pueden tener vidas increíblemente largas, pero no sé si ocurre lo mismo con los humanos. Mira lo que le ocurrió al pobre Gilgamésh después de diez mil años. Creo que el cuerpo puede seguir con vida, pero la mente se colapsa bajo el peso de todos los recuerdos y experiencias.
—Entonces, si esto es un Mundo de Sombras… —empezó Juana de Arco.
—… significa que debe de haber una línea telúrica —finalizó Scatty con satisfacción.
—¿Y cómo la encontraremos? —preguntó Juana.
La sonrisa de Scathach se desvaneció.
—Aún no he resuelto ese pequeño detalle. Pero tiene que haber una por aquí, en algún lugar.
Los Lobos Gigantes atacaron al amanecer.
Scathach y Juana los vencieron con cierta facilidad, arrojándolos hacia la espesa niebla que se había posado sobre todo el paisaje mientras las feroces criaturas seguían aullando. Un único león merodeaba alrededor de los pies de la cueva después de la escabechina, pero Scatty le lanzó piedras hasta que el animal se perdió en el horizonte.
Después apareció el descomunal oso de cabeza pequeña. Las dos inmortales observaron cómo se acercaba, trotando sobre sus cuatro patas, con la cabeza echada hacia atrás para olfatear el aire. La criatura era enorme.
—Debe de pesar más de cien kilos —dijo Scatty mientras empuñaba sus dos espadas cortas y comprobaba que su nunchaku estuviera en su lugar—. Apostaría a que mide casi tres metros y medio cuando se pone en pie.
—No quiero matarlo —dijo Juana.
—Créeme, él no comparte tus mismas reservas sobre la muerte —señaló la Sombra mientras le señalaba con el nunchaku plegado—. Ahora, mientras nos observa, está pensando: «mi desayuno».
Juana meneó la cabeza con decisión, guardó su espada en la funda y se la colgó de los hombros. Scatty suspiró.
—Si no lo matamos nos matará él a nosotras.
Juana volvió a negar con la cabeza.
—No pienso hacerlo.
—¿Tengo que recordarte que una vez encabezaste un ejército?
—Eso fue hace mucho tiempo. Me defenderé si es necesario, pero no mataré a una criatura inocente. —¿Por eso te has hecho vegetariana? Juana negó con la cabeza.
—No —contestó con una risotada—. Poco después de que Nicolas me diera tu sangre descubrí que, en realidad, detestaba el sabor de la carne.
El oso se detuvo a los pies de la colina y alzó la mirada para contemplar a la pareja. El animal se encabritó sobre las patas traseras, echó la cabeza atrás y gruñó.
Scatty revisó su valoración inicial de la altura de la bestia.
—Más de tres metros y medio —puntualizó mientras examinaba a la criatura con ojo crítico—. Podría vencerlo.
—Mira esas garras —dijo Juana—. Con un arañazo podría arrancarte la cabeza. Y sé que eres capaz de muchas cosas, pero que te vuelva a crecer una cabeza no es una de ellas.
Corrieron durante la mayor parte de la mañana, escondiéndose fácilmente entre la exuberante pradera. Ahora que eran conscientes de que se hallaban en un Mundo de Sombras, las diminutas inconsistencias del reino se hacían evidentes. La brisa sólo soplaba desde el sur y siempre arrastraba consigo un aroma a limones; no había insectos que revolotearan y, aunque el sol salía por el este y se alzaba hasta el cielo, parecía estar demasiado tiempo en su punto más alto.
—Es como si alguien creara, o recreara, la era del Pleistoceno de memoria —dijo Scatty.
—Bueno, ha dado en el clavo con los animales —apuntó Juana en francés.
Aunque estaba en buena forma tenía la sensación de que había corrido una maratón, pero, sin embargo, nunca llegaba a la meta. Sentía una punzada en el costado y comenzaba a tener calambres en las piernas. Además, las botas le habían causado multitud de ampollas.
—No sé si aguantaré mucho más —dijo—. Necesito agua y descansar.
Scatty señaló hacia la derecha.
—Hay un riachuelo justo allí.
Juana no veía absolutamente nada.
—¿Cómo lo sabes?
—Mira hacia abajo —dijo la Sombra.
El suelo sobre el que estaban corriendo contenía unas marcas inconfundibles: pezuñas y garras que habían arañado el suelo para dirigirse hacia el lugar que había indicado Scatty.
—Si hay un abrevadero allí, sin duda habrá alguna criatura que esté saciando la sed… —empezó Juana.
—¿Tienes mucha sed?
—Muchísima.
Scathach deslizó el nunchaku de su funda y se giró hacia la derecha, siguiendo el rastro de las huellas animales.
—Vamos a por agua para ti. Y prometo no matar nada que no intente matarme primero a mí.
La estela de huellas descendía hacia una gigantesca depresión y la hierba, que hasta entonces les había cubierto hasta la cadera, ahora les alcanzaba los hombros. Las briznas emitían un ruido sibilante al rozarse entre sí. La atmósfera olía al empalagoso aroma a vida y crecimiento. Sin la brisa fresca con esencia a limón, la temperatura enseguida ascendió.
La guerrera levantó la mano y Juana se detuvo para, de inmediato, volverse a mirar tras de sí. La Sombra ni siquiera se movió, sino que permaneció delante de la inmortal francesa.
—Ten cuidado —dijo utilizando el francés característico de la juventud de Juana—. Hay algo aquí que no cuadra.
Juana asintió.
—No podemos ver a través de la hierba, nuestro sentido del olfato está abrumado y nuestro oído está dañado. ¿Casualidad? —se preguntó.
—No creo en las casualidades —respondió Scatty. Guardó el nunchaku y desenvainó las dos espadas cortas—. Hay algo aquí que no cuadra —repitió—, que no cuadra en absoluto.
Avanzaron con cuidado, conscientes de que con una visión, oído e incluso olfato limitados, estaban en desventaja. Entre las hierbas podía estar escondiéndose cualquier cosa.
—Serpientes —anunció de repente Juana.
Scatty dio un brinco y miró a su alrededor.
—¿Dónde?
—En ningún lado. Sólo acabo de caer en la cuenta de que no hemos visto ninguna desde que llegamos. Sin embargo, un lugar como éste debería estar plagado de estos reptiles. Sobre todo aquí, en la pradera; es el habitat ideal.
Dieron una docena de pasos más y, de manera inesperada, la pradera se desvaneció. Justo delante de ellas apareció una charca de agua azul, cristalina y centelleante, que reflejaba las nubes blancas e inmóviles que adornaban el cielo.
Y sentado sobre un pedrusco a orillas del río había un hombre envuelto en una capa de piel con una gigantesca capucha. Se volvió hacia las dos inmortales y éstas pudieron distinguir que la mitad inferior de su rostro estaba cubierta con una bufanda, de forma que la única parte visible eran sus ojos azules y brillantes.
—Scathach la Sombra y Juana de Arco. ¿Dónde os habéis metido? Llevo esperándoos mucho tiempo. Bienvenidas a mi reino.
El hombre encapuchado se puso en pie y extendió los brazos. Las dos amigas enseguida se fijaron en el garfio metálico y curvado que ocupaba el lugar de su mano izquierda.