Los monstruosos cuervos Huginn y Muninn, cada uno del mismo tamaño que un caballo, descendían en picado hacia Dee y Virginia Dare con las afiladas garras extendidas. Las órdenes eran claras: alzar a los dos inmortales hacia el cielo y, cuando estuvieran sobrevolando el Támesis, lanzar a la mujer hacia el río como castigo por ayudar al Mago.
El doctor John Dee empujó a Virginia hacia un lado. La inmortal se deslizó torpemente sobre la charca helada mientras la flauta se le escapaba de la mano. El Mago intentó echar a correr, pero perdió el equilibrio. La caída le salvó la vida.
Dos gigantescos cuervos colisionaron contra el hielo, de forma que las garras y los picos hicieron añicos la superficie helada. Huginn desapareció bajo el agua con un graznido de espanto, pero reapareció un segundo más tarde entre una explosión de esquirlas centelleantes. Munnin, en cambio, resbaló por la escurridiza charca, armando todo un alboroto para controlar los movimientos.
Dee se tambaleó y se las arregló para avanzar por la capa de hielo que se resquebrajaba hasta hacerse añicos con cada paso que daba. Notó que el agua empapaba sus carísimos zapatos y, con una oleada de irritación y enfado, dio una fuerte patada al suelo. La superficie volvió a congelarse, atrapando parte del cuerpo de Huggin bajo el agua e inmovilizando las garras de Muninn.
Los aullidos de los cucubuths cada vez se oían más cerca.
Cuando Dee cruzó la charca para acercarse a Virginia Dare, ésta ya había logrado ponerse en pie y había recuperado su flauta.
—Es hora de irse —espetó el inmortal.
La descomunal cabeza de Munnin se agitó hacia ellos, amenazándoles con su pico afilado en el momento en que la pareja de inmortales intentaba pasar por su lado. Dee buscó bajo su abrigo y sacó la espada. El arma crujió y unas llamaradas azules y bermejas recorrieron la hoja de piedra mientras Dee la blandía en el aire ante el gigantesco pájaro. El cuervo agitó otra vez la cabeza y, de repente, abrió y cerró el pico.
—Mago.
La voz que salió de la garganta del pájaro era áspera, como si apenas se utilizara. Se dirigió a Dee en la antigua lengua de Danu Talis.
Virginia Dare se detuvo al oír el sonido. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
—He visto cosas extrañas en mi vida…
—Huginn y Muninn tienen el poder del habla humana —le recordó Dee. Alzó la espada y el filo se iluminó al acercarse a la cabeza del animal. El resplandor cobalto y rubí se reflejó en los enormes ojos de la criatura. El doctor John Dee, inspeccionándola cuidadosamente, añadió—: Pero no creo que sea el cuervo el que nos esté hablando.
—Magiker…
—No; es algo mucho más antiguo, más repugnante —informó lentamente.
De repente blandió la espada y el candado que hasta entonces había estado atrancando la entrada a la charca del Traidor se desprendió.
—Es Odín, el maestro de los cuervos.
—No podrás escapar de mí. No hay lugar en este Mundo de Sombras donde puedas esconderte.
—Siento haber destrozado tu Mundo de Sombras, pero puedes crear otro —empezó Dee.
—Has asesinado a la mujer que amaba.
Dee estuvo a punto de girarse, pero se detuvo para observar al cuervo atrapado en el hielo.
—Eso también lo siento. Era una guerrera; murió valientemente en la batalla.
—¿Sabes qué se siente al perder al ser amado, Magiker?
Un tanto perplejo, Dee respondió con toda sinceridad.
—Sí, lo sé. Enterré a mi esposa e hijos. Los vi crecer, marchitarse y perecer.
—Voy a destruir tu mundo, Dee, antes de matarte. Acabaré con todo aquello que aprecias, que valoras.
—Lo cierto es que hay pocas cosas que aún aprecie.
—¿Ni siquiera a esta mujer?
De repente, Dee arremetió contra el pájaro y cortó una única pluma negra del cuello con la punta de la espada.
—No me amenaces —gruñó Dee—. Ya te he vencido antes y volveré a hacerlo. —Alzó la espada y la agitó ante la mirada del pájaro—. ¡Y la última vez no tenía esto!
—Esa espada es tan peligrosa para ti como para mí —comentó Odín a través de la boca del pájaro.
Se produjo un sonido horripilante, como si el Inmemorial estuviera tosiendo. Dee tardó unos segundos en percatarse de que Odín estaba riéndose a carcajadas.
—Ésa es la espada que acabó con la vida de Hécate; creo que también será tu perdición, Magiker, tu ruina.
—Doctor, tenemos que irnos —urgió Virginia mientras cogía de la mano al Mago y le arrastraba hacia la puerta de la diminuta charca—. Odio interrumpir vuestra pequeña charla, pero tenemos compañía, mucha compañía, y créeme que no es agradable. Aunque a ti te quieran vivo, no aplicarán la misma norma en mi caso.
Los aullidos de los cucubuths estaban cada vez más próximos; rebotaban y retumbaban en los muros de piedras.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Dare—. Tienes un plan, ¿verdad?
—Éste es mi plan —anunció Dee.
Cogió la espada y la sumergió en la charca helada. La superficie de hielo se hizo añicos, el agua empezó a colarse por las grietas y, de forma inesperada, la pareja se lanzó hacia las abismales y tenebrosas profundidades de la charca.